La actriz rememora sus inicios como vedette, la decisión de dejar la actividad a los 29 años y el llamado de París que pudo cambiarle la vida
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Apenas sus íntimos recuerdan que se llama Esther Palmira Orizi porque para todos es Mimí Pons. Así se llama desde que subió por primera vez al escenario del Maipo de la mano de su hermana Norma y del empresario teatral Alberto Oscar González, que terminó siendo su marido, padre de sus hijos y quien las bautizó como las hermanas Pons.
Durante diez años, Mimí brilló en el teatro, el cine y la televisión pero luego fue mamá y se retiró, hasta que la muerte de Norma casi la empujó a volver. De esos vaivenes, de sus inicios, de su familia y del amor habla Mimí Pons con LA NACION.
Esta temporada está en Carlos Paz, protagonizando Cenemos en la cama, junto a Germán Kraus, Graciela Pal, Esteban Prol, Chiqui Abecasis y Flor Marcasoli, de martes a domingos a las 22, en el Teatro Candilejas 2, con dirección de Ernesto Medela y producción de Aldo Funes. En diciembre hicieron dos funciones y debieron aislarse por contacto estrecho con un caso de Covid positivo, pero regresaron el fin de semana pasado. “La segunda función fue tan mágica que el corte fue duro, me cambió el ánimo, porque no me esperaba esto. De repente todos estuvimos mal, a mi me atacó la voz, por dos o tres días”, cuenta Mimí sobre el parate obligado.
Y revela que esta es la primera vez que hace temporada en Carlos Paz. “Me convocaron varias veces, incluso cuando vinieron con Extinguidas (de José María Muscari) en el 2018 y que yo hice durante tres años. Dije que no porque siempre para estas fechas viajo a Los Ángeles, donde vive mi hijo Alberto. Suelo viajar para el día de Acción de Gracias, en noviembre, y vuelvo a fines de enero. Hacía años que no pasaba las fiestas en la Argentina. Esta vez viajé en abril del 2021, porque mi hijo quería que me vacunara con la Pfizer. Él trabaja como ingeniero mecánico en la industria farmacéutica, así que la tiene clara con esto de los virus. Mi hija Gimena es abogada, vive en Buenos Aires y me hizo abuela de una hermosa nena de dos años, con unos ojos azules penetrantes”, sonríe con orgullo.
-Durante muchos años dejaste de trabajar, ¿por qué?
-Debuté a los 19 años, los cumplí en el Maipo, y nunca imaginé que el empresario del teatro iba a ser el padre de mis hijos. Incluso fue él quien nos bautizó las hermanas Pons. Mimí es un sobrenombre que me puso mi hermana y quedó. Tengo primas que ni recuerdan mi nombre. Dejar de trabajar no fue una decisión mía. Porque no es fácil dejar a los 29 años. Trabajaba mucho, la gente me amaba, era impresionante y estoy agradecida porque el público siempre me eligió. Después de todo, si no llenás el teatro, el productor que te da la oportunidad, te echa. Todo lo que soy se lo debo a la gente, por eso amo a mi pueblo. Cuando nació mi hijo, mi marido me dio a elegir entre cuidarlo y atenderlo o dedicarme al teatro, porque a partir de las 7 de la tarde ambos me necesitaban por igual. Luego nació Gimena y fue una decisión de él y obedecí.
-¿Vos qué hubieras hecho?
-Creo que si me pasara ahora también elegiría a mi hijo, que está antes que el mundo. Haría lo mismo, aunque ahora es distinto porque la mujer trabaja. Son otras épocas. Tuve la suerte de tener un marido empresario con lo cual yo podía dejar de trabajar y vivir bien. De no haber sido así, a lo mejor hubiera seguido. Además me llevaba 26 años, tenía la edad de mi padre, era mayor que mamá. Por qué sucedió, no lo sé, porque nunca me gustaron los hombres grandes y sin embargo me casé con uno.
-Y seguramente tenías un montón de admiradores...
-Hay un por qué. Mi carrera fue muy atípica porque mi madre, Lucía, siempre nos acompañó y mi vida era de casa al teatro y del teatro a casa, no sabía lo que era un boliche, un bar. Me levantaba temprano y hacía mis clases de baile. Si hubo hombres que morían de amor por mí, no me lo dijeron en la cara, pero sí recibía cartas, flores. En esa época, la función que cumplía la mujer en la revista era como de una aparición casi mágica, intocable, sublime, y el cómico era el protagonista. Y era todo natural, jamás me hice una cirugía; estoy agradecida a mi madre y a la naturaleza, porque creo que estuvo en primera fila y me dio todo (ríe). No sé si después cambió porque nunca más fui a una revista desde que dejé. Las vedettes tenían que ser mujeres altas. Las bajitas nunca le gustaron a mi marido, ni tampoco a José Marrone ni a los cómicos de esa época. Querían “hembras” de verdad. Tengo los mejores recuerdos porque nadie jugó conmigo, todo fue bonito, respetuoso. Y Adolfo Stray, que era además un galán, una vez dijo que se sentía cómodo con Nélida Rocca, que fue su compañera, y conmigo y me dio mucho orgullo, me emocionó.
-¿Qué pasó cuando quedaste viuda muy joven, con tus dos hijos chicos?
-Tenían 9 y 5 años. Cuando mi marido murió, había invertido todo el dinero en el Maipo, que estaba un poquito mal, e hizo un préstamo para que no lo hipotecaran. Las pasé moradas porque no me querían devolver el dinero. Por suerte mi marido, que era muy precavido, había dejado pago por adelantado todo el seguro de los estudios de mi hijo. Y yo ni siquiera lo sabía. Era un colegio inglés muy caro. Tuve la suerte de tener una madre y una hermana que me apoyaron y me ayudaron muchísimo.
-¿La decisión de trabajar otra vez fue tuya?
-Antes no podía volver porque mis hijos me necesitaban. Y tampoco estaba en mi mente, porque había dejado y no quería volver. Sin embargo volví, qué se yo por qué… Quizá por el desenlace de mi hermana.
Su hermana Norma y la historia del espejo
-Volviste cuando falleció Norma...
-Antes había hecho una sola cosa, en 1998: Potras, en el Tabarís, con Cris Miró, Darío Vittori y Camila Perissé. Carlos Rottemberg me había visto en una fiesta, cuando mi hermana recibió el premio ACE, y mi dijo: ‘Mimí vos tenés que volver, lo contraté a Vittori y quiero que trabajes conmigo’. Potras fue un éxito impresionante y habría seguido pero remodelaron el Tabarís y tuvimos que despedirnos. Cuando falleció Norma, en el 2014, me invitaron a ir al Bailando por un sueño, donde ella estaba trabajando, y al principio no quise pero Mirtha (Legrand) me llamó por teléfono para que aceptara. Mi hermana había fallecido una semana antes y hasta me parecía una falta de respeto. Pero me dijeron que era un homenaje, fui y tuvo un rating impresionante. Al tiempo me llamó Santo Biasatti, que estaba regenteando el Teatro Regina y estaban ensayando Extinguidas. Ya estaban las diez mujeres, pero Camila Perissé se bajó poco antes del debut, así que (José María) Muscari escribió un texto sobre mi vida y fue todo un desafío hablar sobre mí, muy fuerte. La obra tuvo tanto éxito que estuvo en cartel durante tres años. Me reencontré con el público y tenía miedo de que dijeran que había vuelto porque murió mi hermana. La verdad es que esperaba un rechazo del público, pero fue todo lo contrario y ahí me di cuenta de que nunca me había ido realmente del escenario.
-¿Extrañás a Norma? ¿Qué recuerdos tenés de ella?
-No vivo de recuerdos. Lo que viví, ya está. No hace falta recordar, porque mi hermana siempre está. Es algo extraño... Tampoco recuerdo a mamá. Siento que siempre están conmigo y si estoy sobre el escenario, ellas están a mi lado. Jamás les pedí que me ayuden en nada porque en el momento en que morís, ya está. Prefiero que descansen en paz y no molestarlas para nada. Nosotras trabajamos poco juntas, porque Norma hizo su carrera con Antonio Gasalla, mucho cine y nada que ver conmigo. Fuimos Norma y Mimí Pons cuando nos iniciamos; yo era la vedette y ella siempre quiso ser actriz y lo consiguió con sacrificio, porque a mi hermana la carrera le costó muchísimo, cosa que a mí no me costó nada. Cuando la gente me eligió, me dediqué a saber qué quería generar en el público, y en vez de ir a un conservatorio puse un espejo en mi casa y trabajé durante un año hasta que logré caminar como caminan las estrellas de Hollywood. Admiraba a Rita Hayworth, Marilyn Monroe y la verdad es que les copié muchas cosas y me vino bien.
-Te construiste a vos misma…
-Trabajé muchísimo en conseguir lo que quería. Buscaba diferenciarme del resto de las vedettes.
-¿Es verdad que tu papá se enteró mucho tiempo después que Norma y vos estaban trabajando en el teatro?
-Si, como un año después porque él administraba campos de Bunge y Born, y vivía la mayor parte del tiempo en Villa Cañas (Santa Fe). Cuando teníamos un tiempo libre íbamos a visitarlo y cuando él venía a Buenos Aires se quedaba una semana, no mucho más. Pero una vez llegó, no nos encontró en casa ni a mi mamá ni a mi hermana ni a mí y se desesperó y fue a hacer la denuncia a la policía. Fue un desastre. Cuando volvió, llegamos nosotras y nos contó. Mamá le dijo entonces que trabajábamos en el teatro y se rio. Nunca fue a vernos, por pudor, porque decía que no quería conocer a sus hijas desnudas, pero él era el primero en comprar las revistas para leer nuestras notas, y cuando íbamos a Villa Cañas nos llevaba a saludar a todos los vecinos, orgullosísimo. Tuve un padre maravilloso, se llamaba Octavio. Y mamá también, y era muy dictadora, terrible. Teníamos muchos encontronazos porque en el día de descanso me gustaba salir con un chico, pero hablar de hombres era palabra prohibida.
-¿Aceptó fácilmente que te casaras con tu marido?
-Lo tuvo que aceptar pero no lo quería, primero porque era mayor y después porque decía que yo iba a ser una más en su lista. Mi hermana sí me apoyaba. Cuando me fui a vivir con Alberto, mi mamá me dijo: ‘bueno, te vas, pero suceda lo que suceda, acá no pisas más’. Y me fue muy bien. Después me pidió disculpas y estuvo todo bien.
-¿Volviste a enamorarte?
-No, porque no soy de salir y no van a tocar el timbre de mi departamento. No se dio, me dediqué a mis hijos. A veces pienso que me gustaría tener una pareja, pero no convivir. Un amigo con derechos, como dicen ahora.
-¿Te acordas cómo te iniciaste en el medio?
-Nací en Arias, un pueblito muy chiquito de Córdoba que limita con Santa Fe. A los dos años nos mudamos a Rosario y allí mi hermana empezó a hacer radioteatro, cuando tenía 15 años. Y unos años después yo también hice radio pero por poco tiempo porque nos mudamos a Buenos Aires, por el trabajo de papá. Norma siempre quiso ser artista.
-¿Te quedó algún sueño por cumplir?
-Me hubiera gustado hacer carrera en París porque me convocaron tanto del Moulin Rouge como de Folies Bergère. Al primero le dije que no porque mi madre no me dejó, y cuando me llamaron de Folies tenía a los chicos, el colegio de ellos ya se había conectado con el de París para el traslado y estaban estudiando francés porque nos íbamos a instalar allá, pero falleció mi marido. Si me hubiera ido bien posiblemente hoy estaría en París. Pero por algo se dan las cosas.
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