El actor y músico acaba de estrenar La mente del poder, la nueva serie de TNT y Flow, y en una charla con LA NACIÓN habló sobre el desafío de encarnar a un Presidente, su pasión por la música y la gastronomía y cómo es ser un padre
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Es difícil encasillarlo. A lo largo de su carrera, Mike Amigorena ha demostrado que puede expresar el arte de distintas formas y colores: actuando los personajes más disímiles, sacando discos y devolviéndole un poquito de amor a los adultos mayores con su banda Jubilandia, o mezclando esa gran pasión por la música con la cocina en Mik3Poccard, un proyecto gastronómico que desde hace varios años tiene con la chef Carolina Poccard, en el que interviene los platos de sus comensales con sus canciones.
Ser libre, ir liviano por la vida y disfrutar del tiempo son sus tres imprescindibles a la hora de vivir la vida. “Soy un gran desapegado. Busco estar liviano, no tener tanto, disfrutar. Yo me muero si no tengo tiempo, yo tengo tiempo todo el tiempo. La liviandad es el éxito”, advierte este actor, músico y gastronómico que sueña con mudarse al campo.
Tras definirse como una persona “impermanente”, Amigorena explica por qué se separó de Sofía Vitola, la madre de su hija Miel, y cómo ese vínculo de a dos con la pequeña cobró un gran significado para él. “Para mí es fundamental que un hijo tenga sus días con su papá solamente (...) Se establece un lenguaje que con los tres no se puede. Por lo menos yo no puedo (…) Es muy difícil sostener algo todo el tiempo para mí”, revela.
-Ya está disponible La mente del poder en Flow, ¿es difícil el rol de presidente?
-Re, re difícil, porque mientras más seriedad, más complejo es mi trabajo. Tuve un coaching y desde la dicción, la oratoria, cómo se vincula con un gabinete, cómo es en la vida real puertas adentro, todo era un desafío.
-Te inspiraste en el discurso de varios líderes de distintas partes del mundo, ¿no?
-Sí, desde Obama, Macron, Boric, Bush (hijo) hasta Clinton como para tener un aroma y después el actor se adueña del personaje junto con Mariano Hueter (guionista) y Nicolás Mellino y Pablo Flores, que son los productores. Esto es un guion que viene hace mucho tiempo (desde antes de la pandemia), entonces siempre estuvimos como en contacto para definir cuál es la textura de cada personaje, cómo van a ser los vínculos para Ana (que es el personaje que hace Eleonora Wexler), que hace de la primera dama. Es todo un aprendizaje, un desafío porque nunca me tocó encarar un personaje tan serio, donde no se puede equivocar, donde no puede hacer reír. Me saca del lugar de confort y de todas las limitaciones que puede llegar a tener un personaje así para mi instrumento.
-Está bueno aclarar que esto fue antes de la pandemia, en donde Milei no era Presidente porque muchas veces está el morbo de “cómo será el terapeuta del presidente”...
-Sí, sumado a que uno no sabe o no tiene idea si presidentes anteriores tuvieron un psicólogo, si el consultorio era el salón de la Casa Rosada o el despacho, o si iba tapado a un consultorio de Barrio Norte, no sabés. Entonces también era una incógnita para nosotros: “¿Realmente el presidente se trata? Si hace terapia, ¿desde qué momento, desde la asunción? ¿Sigue con el terapeuta anterior o le ponen otro exclusivo para poderosos?”. Que un presidente esté dependiendo del terapeuta como lo hace Víctor Noriega habla de una gran inseguridad para manejar el país y sus habitantes. Entonces, ¿cuál es el punto de inflexión que tiene la vida real con la ficción? La verdad que no hace más que traerme satisfacciones el haber encontrado este personaje.
-¿ Qué lugar ocupa la política en tu vida y qué aprendiste con este personaje?
-Obama era un presidente que me cautivaba, que se dirigía al pueblo de una manera muy respetuosa y con mucha convicción. Después soy muy desapegado con lo que veo del político en general. El político está coacheado por ceremonial y protocolar, el lenguaje no verbal está manejado. “No hagas tal cosa”, “Tené cuidado de tocarte la nariz porque eso significa que uno no está seguro de lo que estás diciendo”. Y a mí me encanta el lenguaje no verbal, me encanta en las personas, en mí mismo cuando estoy nervioso o porque mentí. Lo que me dejó Víctor Noriega fue “menos mal que no me dedico a la política”. Uno es político todo el tiempo, lo que no soy es partidario, no soy fanático. Soy una persona pluralista, no me gusta una sola cosa, no defiendo una sola cosa. Siempre escucho. Al igual que la gastronomía, soy una persona que me encanta la ingesta, entonces voy desde algo vegano exquisito a un cordero o a un soufflé de rabanitos. Y así pasa con la política. Es muy raro mezclar, compartir, escuchar. La política siempre me pareció un juego de roles que es atrapante, pero está la ambición por delante, el ego por delante, querer dar una imagen al pueblo y no que sea el pueblo el verdadero benefactor. Cumplí 52 años. Esto me acompaña desde que veía a mi padre decir malas palabras por algún gobierno o por tal gestión. Esa sensación me sigue acompañando. La mejor política es tratar de sacar lo mejor de vos para entender al otro. Es un ejercicio y lo hacés en las pequeñas cosas de la vida.
-La serie habla del rol que tiene el terapeuta que acompaña en todo, ¿qué te pasa a vos con la psicología? ¿Cómo te acompaña?
-Me encanta. Me empecé a analizar desde que estuve de novio porque me decía ciertas cosas que yo no veía. Ella me sugirió hacer terapia. Era en 2000, tenía 28 años y creía que era un gladiador. Igual entendí que no es cuestión de hurgar todo el tiempo. Para mí es como un taller mecánico: no podés estar todos los días o todas las semanas llevando el auto al taller.
-Son etapas, hay momentos en que sí y momentos en que no...
-¡Sí, re! Esto no lo estoy entendiendo, soy insistente en esta anomalía, en esta avería entonces tengo que ir a un terapeuta... Pero son cinco, seis sesiones. El trabajo de la terapia es conocerse y si vos te conocés, no vas a cambiar mucho. Soy esto, el tema es ver de qué manera es más liviana la vida sin molestar al otro.
-Me acuerdo que tu hija, Miel, era muy chiquita y justo estábamos por hacer una nota y estabas haciendo terapia en el auto...
-Me vuelve loco el auto porque es como el cono del silencio. Está bueno tener presencialidad, pero desde la pandemia (donde tuvo mucho auge el Zoom), el auto me encanta. También en un bar aunque si ya se sienta alguien en la mesa de al lado tenés que cortar (risas).
-¿Cómo estás llegando a estos 52 años?
-La verdad, soy un privilegiado. Un agradecido que hizo todo lo que quiso, que coronó su tesis con Miel. Ese es un capítulo muy grande porque es muy difícil ser padre. Es muy copado ser libre, hacer lo que uno quiere , entre comillas, pero, ¿qué le inculco al hijo? ¿Qué le permito y qué no?
-¿Cómo es tu relación y cómo es Miel?
-Miel tiene cuatro años y medio y es un nutriente, un nutriente para el alma, para el cuerpo. En este momento, estamos separados con Sofía, la mamá, entonces paso mucho tiempo con ella. Esa es una de las ventajas que te da el “cada uno en su casa”. Tenés otro vínculo y para mí es fundamental que un hijo tenga sus días con su papá solamente; por más que no estén separados.
-¿Sos un papá culposo?
-No, pero nació Miel y los lunes me quedo con ella desde que tiene dos años. Me iba a la casa de soltero y me quedaba con ella. Ahora son dos días, pero se establece un lenguaje, se establece algo que con los tres no se puede. Por lo menos, yo no puedo. Una hija tan chica y tener ese vínculo de ir de compras, ir a caminar, a la plaza, al cine solo los dos es maravilloso.
-Me imagino que tomar la determinación de decir: “bueno, hasta acá llegamos con Sofía” habrá sido difícil...
-Sí, pero yo siempre supe que esto es “hasta cuando dé”. Es muy difícil para mí estar con alguien, me pasó toda la vida. Entonces cuando se empieza a convertir en algo que te sale más caro el collar que el perro me parece que no tiene sentido. Yo era chiquito, miraba a mis padres cómo se llevaban, cuál era el vínculo y me llamaba la atención. Decía: “Yo ni en pedo tengo esto, no me copa”. Y bueno, me acompaña hasta el día de hoy la impermanencia. Es muy difícil sostener algo todo el tiempo. No lo sé hacer, no puedo, se me hace una cuesta arriba enorme. Eso con un hijo no lo podés hacer porque va a ser permanente pero tengo mis límites. Hay una entrega total y al mismo tiempo es “hasta acá”. “Sos todo, pero necesito no estar con vos”. Es todo un ejercicio.
-¿Cómo vive Miel el tema de papá famoso?
-Con mucha naturalidad. Por momentos se molesta si me piden una foto, pero no mucho. Miel es histriónica. Tanto Sofía como yo estamos en el arte, pero no siento la mochila de que tiene que salir artista. La voy acompañando y ella es medio impermanente también.
-¿Te estás llevando bien con esta vida de padre separado?
-Sí, y es precioso porque a mí me resulta más. Hay otras parejas de 30 años juntos y que criaron dos o tres hijos, pero a mí no me va eso, no me sale. La verdad es que no busco más nada. Que la vida me sorprenda y que me dé lo que me tenga que dar. Busco estar liviano, no tener tanto, disfrutar del tiempo. Yo me muero si no tengo tiempo, yo tengo tiempo todo el tiempo.
-¿Y en qué usás ese tiempo?
-En nada. En caminar, en tomarme un cafecito por acá por Libertador. Me voy a casa, me abro un vinito. Me encanta hacer zapping, toco un poquito el piano; mirá todo el tiempo que tengo.
-¿Hacés zapping en toda la tele?
-Vivo haciendo zapping en toda la tele. Me cuelgo con TikTok, me cuelgo con las redes, pero no interactúo. Miro, no doy like a nadie, salvo que realmente te ame. Me desapego de todo lo que pasa, no me mueve la aguja.
-Pero, ¿te gusta trabajar para las redes?
-Mmm, no sé si la palabra es trabajar. Es a mi tiempo. Si me decís: “tenés que tener un contenido todos los santos días”, no sé.. O sea, soy ocurrente tres días, y después no sé qué poner. Tengo seguidores, le contesto a todos (bueno a casi todos). Son todas mamis ricas que me mandan un beso por Jubilandia o por Miel. Tengo ese vínculo, no hay histeriqueo.
-Me encanta Jubilandia. Pasan los años y lo seguís haciendo...
-Jubilandia es un proyecto que tenemos con Gerardo Chendo y Andrés D’Adamo, en donde recorremos geriátricos del Gran Buenos Aires y cantamos una horita clásicos de todos los tiempos para los abuelos, abrazándolos con la música para que recuerden momentos de plenitud. Es una simbiosis porque nos pasa algo a nosotros y a ellos. Lo hacemos ad honorem y también por contratación cuando nos llaman. La música es sanadora para el ser humano y para el ser viviente. Imaginate el abuelo cuando escucha “Mi Buenos Aires querido” o “Luna Tucumana”... Hay algo que lo conecta con la buena vida, con darse cuenta que son útiles, que todavía pueden cantar una canción.
-¿Se te ocurrió a vos?
-Gerardo tenía a su mamá en un geriátrico, la tuvo diez años. Entonces iba y cantaba tangos. Después otro amigo nuestro tenía a su abuela que murió de 106 años y le recitaba poesías. Entonces dijimos: “¿Y si lo hacemos de manera franca?” y así fue. Nos juntamos, hicimos un brainstorming con todas las canciones y ahí salió.
-Además, tenés algo con la música y la gastronomía...
-Este año se lo dediqué a la música, a mi tercer disco y estuve de gira por el interior (visité Necochea, Neuquén, Córdoba, Rosario, Mendoza). Además, estoy con Mik3Poccard, que es un proyecto que tengo con Carolina Poccard, una gran cocinera con la que -una vez por mes- cocinamos para gente que saca las entradas por Instagram y yo intervengo los platos con música, con canciones.
-¿No te convocaron nunca para un MasterChef?
-Sí, obvio pero no, no me va. Si me preguntás, me gustaría ser jurado. Los realities no me matan, no me copa lo que le produce al participante, pero un jurado sí, de cocina o de cualquier reality.
-¿Qué te gustaría hacer? ¿Qué te queda pendiente?
-Me gustaría laburar en Europa, en Madrid. Y me gustaría vivir en el campo. Tengo un campo en Córdoba que de pedo no se me prendió fuego. Soy un gran desapegado, no sufro mucho. Cuando me enteré que se estaba prendiendo fuego el campo donde tengo la casa no es que me desesperé. Y mi casa está hecha de madera, es una caja de fósforos. Pero no me importa quedarme sin nada, menos los que amo obvio. Entonces es re linda la liviandad. La liviandad es el éxito.
-¿Te gusta más ir al campo de Córdoba o volver a Mendoza y reencontrarte con quién fuiste?
-Ir a Mendoza. Soy de ahí, me encantan sus calles, el clima, la gente. Mendoza es el mejor lugar del país y uno de los mejores lugares del mundo por la industria vitivinícola, sus lugares, la limpieza, la atmósfera de familia.
-¿Y de familia quiénes quedaron allá?
-Están mis hermanas con sus respectivas familias, mi madre y amigos. Me gusta ir cada tres meses o vienen para acá a visitarme. Tengo contacto, me hace bien. Voy con Miel para que esté con su abuela. Mi mamá es grande.
-¿Tu mamá es fan tuya?
-Está muy orgullosa de mí. Ya no le pregunto más qué tal estoy, pero me dice cosas lindas. Esta entrevista le va a encantar.
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