El legendario peinador recibió a LA NACION en su tradicional salón de Palermo; activo a los 85 años repasó un anecdotario que va de Isabel Perón a Norma López Rega y de Susana Giménez a Wanda Nara, pero se resiste a escribir su autobiografía
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-¿Quién es Miguel Romano?
-Es una persona simple, uno más en la Argentina, que se encarga de preparar los pelos y las extensiones.
-La vida, ¿le dio todo lo que anheló?
-La vida me dio mucho más de lo que podía soñar, cada vez que paso por la iglesia de Santa Rita le digo: “Me diste mucho más de lo que yo pedía, con esto me sobra, lo único que te pido es un poco de salud, un poco más”.
Miguel Romano recibe a LA NACION en su histórico petit hotel del pasaje Anasagasti, ese que tiene su acceso enmarcado por las imágenes de Graciela Borges y Susana Giménez, algo así como dos de sus musas. Allí funciona su famosa peluquería, la que ha recibido a las máximas celebridades del país y a más de una estrella internacional.
Los pisos superiores del edificio de reminiscencias francesas están reservados para la intimidad de él y de su esposa Meme. El matrimonio vive allí de martes a viernes y se reserva los fines de semana para pernoctar en su impresionante casaquinta en Ingeniero Maschwitz. “Mirá los árboles que tengo”, se ufana, mientras muestra fotografías de ese verdadero paraíso ubicado varios kilómetros al norte de Buenos Aires.
Miguel Romano es parte de la historia de nuestro país. En el mundo del espectáculo, sus manos acariciaron las cabezas de figuras como Tita Merello y Nacha Guevara. Y hasta se dio el gusto que Freddie Mercury depositara su confianza en él. También peinó a la expresidenta María Estela Martínez de Perón y a varias mujeres que oficiaron de Primera Dama. Y fue el responsable de darle forma a la cabellera del cadáver de Eva Perón.
Demasiado para un solo hombre. Acaso por eso, su apodo de “Cóndor”, le sienta muy bien, aún en esta etapa de su vida en la luce joviales 85 años. ¿Acaso algunos más qué el oculta por coquetería?
“Las fotos las hago con lentes”. No hay manera de hacerlo cambiar de postura, mientras confiesa que se quiere hacer un retoque en algunas arruguitas impertinentes que bordean sus párpados y la zona baja de sus ojos. “¿No ves cómo los tengo?”. Y uno no puede más que decirle, y sin mentir, que está impecable.
Creyente, hay imágenes religiosas en ese espacio definido por el animal print y las fotos del dueño de casa con sus clientas estelares. “Le hice la peluquita a la Virgen de San Antonio de Areco porque la que tenía era de Kanekalón, muy fea”. Más allá, el sillón exclusivo que utiliza Susana Giménez, la otra divinidad que puebla el lugar en innumerables imágenes. Entre lo pagano y lo sacro se define este espacio monoteísta donde Romano es el Dios venerado.
-¿Es consciente del rango de su figura?
-No, pero me hace muy feliz la dulzura y el reconocimiento que tiene la gente con este peinador.
-Un peinador que, más allá de tener de clientes a grandes estrellas, es figura por sí mismo.
-Aunque la gente se saque fotos conmigo, nunca me consideré una figura. Lo que me emociona es el cariño de todos, son más de sesenta años de trabajo.
-¿Piensa en su retiro?
-Siempre le decía a mi mamá, que era fanática mía, que había nacido con un peine en la mano y así iba a morir. Así será si Dios me da salud para seguir trabajando, me siento muy bien.
Tiene un fraseo especial, característico. Está con ganas de hablar, de contar y contarse su propio cuento. El relato oral de una vida poco frecuente. Va y viene con los recuerdos y, cada tanto, enfatiza su pasión: “Me encanta armar el pelo y preparar el color de la clienta, trabajo constantemente”.
-¿Siempre fue peluquero y peinador?
-No, trabajé en una farmacia como repartidor y, mientras tanto, hacía un dinero extra como cincelador de portarretratos, mates y bombillas.
Nació en Villa Urquiza, en Bauness y Arismendi, y fue en la casa familiar donde montó su primer salón. Antes, solía acompañar a su mamá a la peluquería del barrio donde se atendía. “Iba con ella para mirar, hasta que aprendí y empecé a cortarle el pelo a los chicos del barrio”. Buscando perfeccionarse, fue a estudiar a una academia de la calle Paraná, “cuando me vieron, me dijeron que ya era un profesional y que me tenía que poner a enseñar”.
Abanderada de los humildes
Cuando cursaba su escuela primaria, su camino se cruzó con el de Eva Perón, en tiempos donde la esposa del presidente Juan Domingo Perón presidía la tarea social de su fundación: “Desde chico fui fanático de Evita”. Aquel encuentro significó un augurio, Romano pasaría la mayor parte de su vida rodeado de mujeres tan famosas como poderosas.
-¿Cómo conoció a Eva Perón?
-Ella recorría los colegios y, en una oportunidad, visitó el mío. Me acuerdo que le regalaba ponchos a cada chico. Cuando se me acercó y me obsequió mi ponchito, le dije “cuando sea grande, la voy a peinar”.
-¿Qué le respondió?
-Me miró asombrada.
A las 20.25 del 26 de julio de 1952, Eva Perón fallecía luego de transitar una dura enfermedad. Entonces, Miguel Romano aún no había podido concretar su deseo de niño, algo que, increíblemente, sucedería décadas después y que está antecedido por sus contactos con varias damas que formaron parte de la mesa chica del poder nacional, ya que su vínculo con las representantes de la política no sólo se dio a través de ese cruce prematuro con Evita.
Miguel Romano ha peinado a Silvia Martorell, esposa del expresidente Arturo Umberto Illia, “iba a la quinta de Olivos a atenderla”. También Norma López Rega, esposa de Raúl Alberto Lastiri, requirió sus servicios. “Una tarde, ingresó a mi salón la custodia presidencial y un grupo de mujeres. Me preguntaron si podía peinar a la señora de Lastiri, que al día siguiente asumía el mando. Les conté que ya conocía la quinta presidencial y que sería mejor que yo me trasladase hasta allí. Como les gustó la idea, al otro día me fui a peinarla para la asunción de su marido”.
El vínculo con Raúl Alberto Lastiri y su esposa se convirtió en una amistad: “Los visitaba, me invitaron a la residencia de Chapadmalal, donde también estaba Isabel Perón, a quién peiné dos o tres veces”.
-¿Mantiene el contacto con Isabel Perón?
-No, pero le suelo mandar saludos a través de Norma (López Rega). Isabelita está muy grande, muy custodiada, rodeada, la manejan, no se puede hablar en privado con ella.
Romano señala unas pinturas al oleo realizadas por la hija de José López Rega, quien fuera una figura de gran peso en el último gobierno de Juan Domingo Perón y en el de María Estela Martínez de Perón. “Norma vive de sus pinturas”.
-Volvamos a la figura de Eva Perón. ¿Quién le ofrece peinar el cuerpo?
-Cuando la trajeron a Evita, toda destrozada, la recogieron Norma (López Rega) y (Raúl) Lastiri, junto con (Juan Domingo) Perón. Se construyó una cripta para que estuviera con el General, cuando él falleciera, pero luego la llevaron a Recoleta, a la bóveda de los Duarte.
-¿Usted qué tuvo que ver con todo eso?
-La última vez que restauraron el cuerpo de Evita, con Bruno Porta le hicimos un rodete con dos tirabuzones de pelo al costado. Isabel (Perón), Norma (López Rega) y mi mujer le bordaron una túnica.
-Es decir que el cuerpo de Eva Perón hoy conserva el peinado realizado por usted.
-Así es, hice el último peinado de Evita. No lo quise contar mucho porque pueden pensar que me quiero hacer publicidad, algo que no me interesa.
-Imagino que habrá sido una sensación muy fuerte enfrentarse al cuerpo de Eva Perón. ¿Qué le sucedió?
-No me preguntes... estuve mal de verdad, no estaba acostumbrado a eso.
-Es historia pura lo que acaba de narrar.
-Muchas veces me piden que escriba un libro, pero cómo voy a ponerme a contar cosas de las señoras o intimidades de Amalita (Fortabat).
La reina del cemento
El peinador recuerda cada momento de su vida con lujo de detalle. A la hora de pensar en figuras del poder, no duda en mencionarlas con cercanía y de demostrar agradecimiento: “Amalita Fortabat, más de una vez, me dijo ´Miguel, ¿qué necesita?´”.
-¿Usted le ha pedido algo?
-Jamás, pero ella tenía arranques hermosos. En una de esas tantas veces que me preguntó qué necesitaba, le comenté que aún no me había podido hacer la pileta; entonces me dijo que fuera de su parte a un lugar de la Avenida del Libertador, “cómprese la pileta más hermosa que vendan, yo se la voy a regalar”. ¿Cómo voy a ponerme a escribir intimidades de gente como ella? Tanto Amalita Fortabat como su hija Inés Lafuente se portaron muy bien conmigo, me ayudaron a hacerme mi casa, eran como mi familia, vivimos juntos en Mar del Plata, París, Nueva York...
-La base de un peinador es la discreción.
-Mi lema es “ver, oír y callar”.
-Entonces, ¿no habrá autobiografía?
-La gente quiere que cuente cosas de Susana (Giménez), es imposible, todo eso va a la tumba conmigo.
¡Hola Susana!
-¿Cómo se encuentra la relación con Susana Giménez?
-Muy bien, ella está bárbara, me llamó el domingo.
Rápidamente se pone a husmear en su teléfono y mostrar la llamada que la diva le hizo desde Uruguay, donde se encuentra radicada.
-Se dijo que están distanciados, ¿la sigue peinando?
-Ella vive en Punta del Este, pero yo no voy hasta allá.
Encuentra el rastro de las llamadas y enfatiza: “Me llamó dos veces, nos contamos cómo estamos, a quién vamos a votar. Tengo la mejor relación, siempre me dice ´Miguel, ¿qué necesitás?´ y yo le respondo que estoy bien, que se quede tranquila”.
-Cuando ella llega a Buenos Aires, ¿sigue viniendo a su peluquería?
-La atiendo, pero en su casa. Además, Susana (Giménez) tiene un asistente, que era mi peinador, y es el que le hace todo en Uruguay.
La vida del peluquero es tan rica que no es neurálgico conversar sobre su vínculo con la gran diva, aunque, desde ya, esa relación y sus desavenencias no se pueden pasar por alto.
-¿Es cierto que la primera vez que llegó Susana Giménez a su peluquería, usted se rehúso a atenderla?
-Claro, le dije que peinaba a estrellas y no a modelos; era un pendejo con unos humos. Entonces, lo llamé a Colombo, que trabajaba conmigo, para que la atendiera. “Oscar, fíjate qué necesita esa señorita, que parece que filmó una publicidad, pero yo no la conozco”.
Susana Giménez, genio y figura, no pudo con su genio, lanzó un improperio al aire y le auguró “algún día vas a ser exclusivo mío, acordate lo que te digo”. Romano sin rencor ante la soberbia de aquella jovencita, recomendó su nombre a la bailarina María Magdalena, quien, rápidamente, la contrató. “Cuando Susana hizo Bikinis y plumas, la comencé a peinar y nunca más nos soltamos la mano”. Pasaron cinco décadas de aquella primera vez. Luego vinieron varias temporadas teatrales y ese programa que convirtió a la actriz y vedette en conductora y diva: “Durante treinta y tres años vivimos dentro del camarín de su programa”.
-¿Sigue en contacto con las albinas que donaban su cabello para crear las pelucas y extensiones que utiliza Susana Giménez?
-No, hay que esperar diez años para que el pelo crezca diez centímetros, es mucho tiempo.
-¿De dónde saca la materia prima para atender a Susana?
-Tengo guardado pelo de muy buena calidad, cada tres meses le cambio las extensiones.
Otra vez el teléfono y una foto de Susana saliendo del petit hotel, “fue hace un mes y medio”, afirma al pasar, dejando en claro que la conductora sigue frecuentándolo.
-Entonces, ¿no la atiende en Uruguay?
-No voy a ir hasta Punta del Este para hacerle un brushing, no puedo hacer eso, mi mujer no está nada bien de salud.
Meme
Por primera vez, Miguel Romano desacelera la charla: “Tengo un poco de temor por mi mujer, por eso no la quiero dejar ni un momento sola”.
-Toda una vida juntos.
-Estamos juntos desde hace más de sesenta años.
El coiffeur y Meme López Paredes tuvieron una hija y son abuelos de una nieta de cuarenta años, que vive en España con su pareja: “La enfermedad de mi esposa es no poder tener a su nieta al lado, pero tengo una hija maravillosa que se ocupa de su madre, la lleva a todos los médicos, es muy buena. Lo único que le pido a Dios es que mi mujer esté bien”.
-¿Cómo se conocieron?
-Mi mujer tenía catorce años y ya era niñera. Una vez llegó a la peluquería con tres pendejas maleducadas, así que le dije “andá a devolvérselas a la madre y venía acá que te van a enseñar a ser manicura. Empezó a trabajar y, con el tiempo, me enamoré de ella y me casé”.
“¿Sabés quién fue ella?”, interpela Romano. “Mi mujer fue la Reina de la Fotogenia, hoy ya tiene 82 años. No me escucha y no ve muy bien”. Se lo percibe muy asustado por la salud de su esposa, pero muy aferrado a la fe: “Creo mucho en Dios. Dios me lo dio todo, por qué me va a sacar lo que más quiero. Vivo como asustado, pendiente de ella, tengo terror a que le pase algo”.