El actor, en una entrevista sincera, habla de todo: "Creí que nunca más me iba a enamorar"
Años atrás, un gravísimo accidente en el mar le provocó una lesión medular y múltiples operaciones. Más tarde, sufrió un síncope y cayó sobre una pecera de hierro y vidrios que le destrozó la cara. Y, como si esto no bastara, su mujer durante casi dos décadas, Blanca Oteyza, que es la madre de sus hijas María (16) y Cayetana (12), lo dejó con el corazón partido. Con su decir tranquilo y suave, Miguel Angel Solá narra con honestidad brutal cada golpe del que tuvo que acusar recibo. Y confiesa los detalles de cómo su vida dio un nuevo e inesperado giro.
–¿El hijo en camino es un mimo al corazón?
–Me encanta la idea. Este es un giro de la vida para que redoble mis ganas y mi esfuerzo. Reconozco que me hubiese gustado noviar un poco más porque la pasábamos bárbaro.
–¿Cómo está Paula?
–Madraza. Ella, que no tenía ningún instinto maternal, lleva su panza orgullosa por todos lados y se pone nerviosa con cada cosita nueva que siente. La macana es que todavía no podemos vivir juntos, quedará para cuando tengamos el dinero para hacerlo.
–¿La diferencia de edad entre ustedes te asustó en algún momento?
–Claro. Pero yo sé que ella es una persona inteligente, no creo que haga la tontería de estar con alguien de 62 años y tener un hijo sin estar enamorada.
–¿Tus hijas están contentas con la noticia?
–No tan contentas si es niña, las dos me dijeron que quieren un varón porque una dice que es mi princesa para toda la vida y la otra es mi peque. Yo les dije que si es niña será tan querida como ellas y será la "peque-peque-peque". A Paula la conocen y les encantó, así que estamos muy bien. Todavía no sabemos si será varón o mujer.
–¿Cómo te "pegó" la novedad?
–Muy raro. Pensé: tengo una nieta, sin escalas. Tengo que laburar mucho ahora. Esta no es una sociedad preparada para dar trabajo a la gente de 55 para arriba…
–Pero tenés una gran trayectoria.
–Eso no importa. Trayectoria, para esta sociedad, tiene Tinelli. Lo único que tengo son miles de premios y unas críticas maravillosas, pero eso no sirve para nada.
–Sin embargo, venís y tenés trabajo.
–No, me contrataron allá para trabajar acá. En trece años vine para hacer tres películas y el año pasado hicimos una cooperativa, nos pagamos los pasajes, sabíamos que veníanos a pérdida e hicimos en el Sha Como por un tubo, con La Típica en Leve Ascenso. Nos fue genial pero hubiésemos necesitado dos semanas más. Yo compensé porque hice dos miniseries: Germán, últimas viñetas y ¿Quién mató al Bebé Uriarte?
–¿Duele?
–No, es la elección de una sociedad. Todo esto es una especie de degeneración de la vida, están haciendo todo el tiempo experimentos con la gente para ver la capacidad de humillación que soporta. A mí no me desbordaron las ambiciones. Sufro más por lo que me parece que la gente ignora.
–¿Te gusta volver a Buenos Aires?
–Puedo viajar si es por trabajo porque no me da el dinero para venirme a pasear y mantener una estadía acá, mi casa en España y la de mis hijas.
–Uno imagina que un actor de tu trayectoria no debería tener problemas en hacer o deshacer a su manera…
–Quizá podría haber ganado muchísimo dinero, de hecho gané pero lo invertí en el teatro, construí uno aquí, después me fui del país sin un centavo y malvendiendo lo que teníamos. En España empecé otra vez de cero. Y cuando me separé me quedé sin nada. A mí me corresponde una parte de la casa que compartía con Blanca pero la jueza, al darle la custodia de mis hijas, que fue con toda lógica y ella ha sido una madre maravillosa, le dio la casa. Yo tengo derecho a esa vivienda cuando mi hija menor tenga 28 años, y hoy tiene 12. [Se ríe].
–¿Sos apegado a lo material?
–No. Al principio me dio miedo porque no tengo la edad indicada para no tener nada. Se supone que estoy a tres años de la jubilación, aunque eso no va a ser así, pero ya empiezo a ver con muy poco optimismo el panorama futuro.
–¿A qué te referís?
–A todo. Soy un tipo con la salud y el cuerpo bastante castigados. Pero no todo es así, el amor sigue y muy bien. Cuando me separé de Blanca fue muy duro, lloré mucho y pasé un montón de tiempo solo. Tardé once meses en volver a hablar con una mujer.
DE AMORES Y DESAMORES
–¿Cómo apareció Paula?
–Por e-mail. En realidad, fue a verme al teatro. Después de la función se acercó a saludar, nos miramos y los dos sentimos algo. Ella es psicóloga y actriz. Soy tímido e incapaz de pedir un teléfono, pero escribo bien, así que a través de un amigo le pedí el correo. Ella me empezó a contestar y me encantó su cabeza y cómo se expresaba. Así estuvimos un mes hasta que me dijo: "Quiero verte". Yo le contesté que era demasiado pragmática y que estaba bien así, pero respondió que quería saber si todo lo que le pasaba era de verdad. Y nos pasaba. Así como me hundí, salí. Yo creía que no me iba a enamorar nunca más. El primer día que vino a casa miró mi cama, que era un catre como de campaña de San Martín. "¿No pensabas traer una mujer nunca más a tu casa?", me preguntó. Y le dije que ese era el departamento de mis hijas.
–¿Dónde vivís?
–En Majadahonda, y de a poco me fui comprando muebles en Ikea. En todas las paredes hice cuadros con los dibujos y pinturas de mis hijas, desde sus primeros trazos. Ellas entran y se reconocen, recordamos juntos. La más grande, María, es muy linda persona, y va a ser actriz, seguro. La veo parecida a mí. Y la otra, Cayetana, es preciosa, igual a Blanca. Y habla con una propiedad… María está en plena adolescencia, quebrando vínculos pero al mismo tiempo queriendo que la trate como adulta y como nenita a la vez. Estoy encantadísimo con ellas.
–Durante la separación, habrán sido tu gran apoyo...
–Yo fui muy llorón en la etapa de la separación. Me empezaron a medicar por depresión y el remedio me hizo llorar lo que llevaba acumulado por años, de todas las cosas que me pasaron. Ahora siento que ya pasó todo.
–¿La seguís viendo a Blanca?
–Trato de no verla.
–Fuiste muy sincero cuando declaraste que ella se enamoró de otro.
–¿Qué voy a decir, que fue de común acuerdo, como ella quería que le dijésemos a las niñas…? Sí, el primer día me salió decirles eso para que no sufrieran, aunque sufrieron como locas. Estaba en carne viva, pero ahora estoy muy bien. Ojalá ella sea muy feliz y yo también.
EL CUERPO, LA MUERTE Y LOS DESEOS
–¿Es cierto que, debido a tus accidentes, tenés miedo de que no te responda el cuerpo?
–Claro. Tengo que tener un control muy preciso todo el tiempo, no me puedo distraer porque no sé si el cuerpo me va a responder a la siguiente orden. Me dicen que es un milagro, que nací de vuelta... Y yo pienso que sí, pero en un cuerpo hecho bolsa. Cada vez necesito más aumento para leer, pero con el recuerdo que tengo, ¿por qué razón tengo que aceptar esta cara?
–¿Qué recuerdo tenés?
–El de alguien con un cuerpo muy poderoso, muy fuerte, una cara muy limpia, falta de dolor.
–¿Cuesta el desarraigo?
–Siempre estoy obligado a irme, no soy viajero. De aquí me fui porque amenazaron de muerte a mi hija que tenía 2 años. Y vuelvo cuando me convocan. Pero me gustaría estar acá o allí con Paula, viviendo su embarazo, y con mis hijas, que las extraño mucho. Además, soy muy malo hablando por teléfono, empecé a hacerlo cuando me separé. A las chicas las llamo desde un locutorio y tengo que pegar el horario justo en que están. Lo más lindo llega al final, cuando me dicen que me cuide, que me aman, me tiran besitos… Ellas me quieren, saben que fui un buen padre, que aun enfermo salí a buscar el pan para darles de comer.
–¿Qué fue lo más duro de esa etapa?
–Antes de conocer a Paula viví seis años terribles. Fueron muchas operaciones, muchos accidentes... Pronto me tengo que operar la mandíbula porque se me hizo un sobrehueso y me complica la dicción. Fue difícil aprender a aguantarme toda esa cantidad de dolores diferentes. Las operaciones y el hecho de no poder defender la casa económicamente derivaron en mi depresión. Y en el cansancio de Blanca. Hoy sigo medicado, pero un tercio de lo que estaba antes.
–Te codeaste con la muerte. ¿Tenés algún recuerdo de eso?
–No sentía angustia, solo pensaba que era tonto morir revoleado por una ola. Vi las caras de los míos sonriéndome y escuchaba la única canción de Serrat que detesto. Una que dice "Hermano que te vas a California…". En el balance de las cosas que me gustan de mi vida y las que no me perdono, gana mi conciencia limpia. Viví una sensación de que ahí no termina esto. Después, la recuperación fue muy dura. Yo nunca tuve pensamientos suicidas, pero fue un caso extremo, no quería que mis hijas se quedaran con un papá destrozado. Pero en algún momento, el cuerpo empezó a responder.
–Hoy, en cambio, vivís una etapa luminosa, con amor, trabajo y un hijo en camino…
–¡Ojalá que dure todo!
Texto: Lucila Olivera
Fotos: Hernán Pepe
Producción: Georgina Colzani
Agradecimientos: Museo Nacional de Arte Decorativo ( www.mnad.org )
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