El cantante e imitador, que protagoniza dos espectáculos en Mar del Plata junto a su hija -y revelación de “La Voz Argentina”- Bianca Cherutti, habló con LA NACION de sus inicios, su familia y su nueva vida de soltero
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MAR DEL PLATA- Miguel Ángel Cherutti y su hija Bianca trabajan juntos, literalmente, toda la semana. Los lunes animan las noches del casino del hotel Uthgra Sasso de Punta Mogotes, con un show titulado Únicos, y de martes a domingo protagonizan Un súper show, el espectáculo musical del Teatro La Campana que ofrece funciones a las 23, y que también incluye en su elenco al humorista Torry Palenzuela y a un cuerpo de baile femenino. Sin embargo, es la primera vez que padre e hija comparten un mismo escenario. Hasta este verano solo habían cantado a dúo en televisión, en el programa Cantando por un sueño, en 2020.
Para Miguel Ángel Cherutti (65) esta temporada marca un doble festejo: el de sus 40 años con el espectáculo (que bien podrían ser 42 si se suman los dos primeros años de pandemia en los cuales estuvo inactivo) y el de contar a su lado a su hija Bianca Cherutti (26), fruto de su primer matrimonio con la nutricionista Silvina Ocampo.
–Miguel Ángel: me imagino que este aniversario redondo te invitará a recordar tus comienzos. ¿Cómo fueron?
–Fueron en Cañuelas, mi pueblo natal. Yo era un muchacho muy travieso, más bien atorrante. Tenía el don de hacer reír a la gente imitando a un personaje local, al cura párroco, a un profesor o al mozo del bar. El entrenamiento en cuanto a imitaciones claramente empezó ahí y luego de eso con unos amigos armamos un grupo musical que se llamaba Michelangelo y su banda. Sí, yo me hacía llamar Michelangelo (risas). Hacíamos todo a pulmón, íbamos en una camioneta prestada a Lobos, Roque Pérez, Monte Grande, Temperley, Ezeiza , en fin, a todos los alrededores. Hasta que un día apareció mi primo hermano Polo Martínez y me trajo a Buenos Aires para que conozca a un empresario, Lino Patalano (hoy factótum del teatro Maipo). Por ese entonces yo trabajaba en la fábrica Mercedes Benz; era operario, soldador. Pedí una licencia y me fui nomás a la gran ciudad a hacer una prueba para trabajar nada más ni nada menos que junto a Niní Marshall y Andrés Percivale, y ¡en Mar del Plata! Y Patalano me terminó eligiendo, dándome la primera gran oportunidad de mi vida.
–O sea que hoy estás festejando tus 40 años de profesional en la ciudad que te vio nacer como tal...
–Exacto. Debuté en la sala Magoya, que por ese entonces pertenecía a Osvaldo Piro. Era un sótano, un café concert por el que pasaron Antonio Gasalla, Enrique Pinti, Edda Díaz y otros tantos artistas más. En Una voz en la radio, como se llamaba el espectáculo en cuestión, yo hacía de un speaker, un locutor de las publicidades radiales, que daban pie a los distintos personajes de Niní. Luego, por sugerencia de Lino, Niní aceptó que yo empezara a hacer algunos personajes cantados. El primero fue Alberto Castillo y debo haberlo hecho bien porque Niní se mataba de la risa. Concluida la temporada, Lino me colocó en Michelangelo (un famosísimo reducto de San Telmo) como maestro de ceremonias en un espectáculo donde estaban Néstor Fabián, Gina María Hidalgo, Violeta Rivas, Dany Martin y Antonio Agri y su conjunto de arcos. Yo los presentaba y nada más. Pero un día Néstor Fabián, que sabía muy bien que yo cantaba, me presentó a un representante para actuar en Grandes valores del tango, que conducía Silvio Soldán y era un programa muy visto. Ahí me preguntaron si me animaba a cantar “Caminito” de la forma en que lo hacía Julio Iglesias, que en ese momento era tan popular y famoso como lo son hoy Luis Miguel o Ricky Martin. Yo dije que sí, la pegué y ahí nomás me llamaron para participar en el ciclo Feliz domingo. Por último, el que me dio otra gran oportunidad fue Gerardo Sofovich, quien sin tomarme una sola prueba, me ofreció trabajar en La peluquería de Don Mateo y me posibilitó mostrar una amplia gama de personajes. Tras firmar el contrato me dijo: “Bienvenido a un éxito, cuando empieces a ganar un dinero importante, regalame un Dupont o un Cartier”. Yo le dije a todo que sí, sin entender si se trataba de una ironía o no, y ahí empezó realmente la etapa fuerte de mi carrera. Todo lo anterior fue un derecho de piso, aunque hermoso, porque fue con gente muy capa.
–Vos decís en el transcurso de Un súper show que ya en el inicio de tu carrera tuviste la suerte de trabajar con todos los grandes. ¿Con quiénes más, además de los que ya nombraste, disfrutaste hacerlo?
–Y... tuve la suerte de hacer teatro con Juan Carlos Altavista, también con Juan Carlos Calabró y Jorge Porcel, siempre en revistas producidas por el ruso Sofovich. ¿Qué mejor que aprender el oficio al lado de semejantes monstruos...? La experiencia con Altavista, en el teatro Hermitage, donde Adriana Brodsky era la atracción femenina, fue sin dudas la más hermosa que tuve en mi primera etapa teatral.
–En el espectáculo también le dedicás un recuerdo muy especial a Sandro. ¿Fueron amigos?
–Compartíamos el mismo mánager: Aldo Aresi, que falleció hace poco tiempo. Un día él me dijo: “mirá, Roberto va a hacer en el teatro Gran Rex un espectáculo que se llama 30 años de magia, yo le propuse que le hagas una rutina de 20 minutos para cuando él tuviera que cambiarse de ropa”. Entonces Roberto me quiso conocer y me invitó a su mansión amurallada de Banfield. ¡Imaginate! Siempre recuerdo que cuando llegué y me senté en su oficina me temblaba todo. La reunión duró sólo cinco minutos, pero lo que vino después… como seis horas. El simplemente me dijo: “yo quiero que vos hagas lo más fuerte de tu rutina, no me preguntes nada, hacé lo que quieras, pero hacé lo mejor que sepas hacer, ¿eh?”. Esto ya habla de su notoria generosidad, que no abunda en el medio. El tema es que después nos invitó a Aresi y a mí a tomar algo, yo pedí una gaseosa y él me dijo: “de ninguna manera, brindemos con whisky”. A partir de ahí se pasó toda esa tarde dándome whisky y aconsejándome como si se tratara de un hermano. Recién pudimos irnos cuando ya era prácticamente el horario de los dos shows que me esperaban esa noche , en zonas alejadas y opuestas. Luego estuvimos en el Gran Rex durante 40 funciones, más tarde hicimos temporada en Mar del Plata y gira por el Gran Buenos Aires. Cada noche yo me paraba entre bambalinas y lo observaba, miraba cómo se plantaba en el escenario y cómo se conectaba con la gente. Eso me ayudó muchísimo. A mí me pasaba con él lo que a muchos, dicen, les ocurría con (la vedette) Nélida Roca, que ya al verla la admirabas. Y no sabes cómo me presentaba ante sus chicas. Les decía: “es un joven que tiene mucho talento, quiero que lo escuchen atentamente y que lo aplaudan. Señoras y señores, aquí los dejo con Miguel Ángel Cherutti”. Nunca más me presentaron así, cómo no recordarlo y extrañarlo.
–¿Cuándo comenzaste a imitarlo? ¿Le pediste permiso?
–Hubo un momento en que ya habíamos ganado mucha confianza; entonces me preguntó: “¿por qué no me imitás?”. Porque te tengo mucho respeto, le dije. “Dejate de joder”, sumó. Y me pidió que al otro día ensayáramos “Rosa Rosa”, me dijo que yo entrara primero cantando junto a la banda y que luego él aparecería en el estribillo. “¿Te parece bien?”, me preguntó. A partir de ahí todo fue sublime, la gente estallaba en aplausos y gritos. Roberto era muy generoso, un gran ser humano y me invitaba todas las noches a su suite a cenar. Un grande como no hay ni habrá otro igual.
–Vos te hiciste famoso por tus imitaciones, pero en los últimos años dejaste de lado un poco este tipo de interpretaciones para dedicarte a cantar con voz propia, según tu propio estilo. ¿Qué te motivó a hacer este cambio?
–Eso empezó a pasar después de separarme de Nito Artaza (con quien formó un dúo revisteril por años), y de otras duplas que armé con Reina Reech y Carmen Barbieri. Cuando pasé a trabajar solo me tiré para el lado del showman, algo que aprendí de Roberto. Sandro tenía una rutina de canciones y otra hablada. Él era más un Frank Sinatra que un Elvis Presley. Le tomé gusto a eso y entonces empecé a buscar saltar de una imitación a algo más cantado. Eso me pasó con el tango y la lírica. Por eso, por ejemplo, ahora abro Un súper show con un tema como “La cigarra”, de María Elena Walsh, con mi voz habitual, que es una canción que de alguna manera tiene que ver con estos dos años de la pandemia. O simplemente la hago porque es una canción que me encanta, a la que le hemos hecho un arreglo bien rockero. Yo sigo teniendo la asignatura pendiente de ¿y por qué no un Miguel Ángel Cherutti sólo cantante? De a poquito lo estoy logrando. Tal vez mi próximo show debería ser más tipo comedia musical y saltar del humor a algo más dramático, como el tango, que me va muy bien.
–Bianca: tu caso es el opuesto al de tu padre. Si bien no sos una debutante, tu carrera recién está despegando. ¿Te costó lograrlo?
–Ya desde muy chica me incliné por lo artístico porque me crie en los camarines, y luego le pedí venir todas las temporadas para acompañarlo. Más tarde empecé a estudiar canto, baile y actuación. Prefería eso al colegio, donde me llevaba todas las materias. Siempre fui medio artista, íbamos a lo de Miguel Romano (que por esa época peinaba a Susana Giménez) y yo le pedía que me pusiera extensiones de colores, ¡a los 9 años! Yo no jugaba a la mamá, yo jugaba a ser cantante o bailarina. Yo era fan de Natalia Oreiro y Bandana y quería ser como ellas. En el colegio eso no estaba permitido, pero como yo siempre participaba a fin de año de las comedias musicales en inglés que allí se hacían, finalmente se lo bancaban. Hasta allí disfruté todo, después, en la adolescencia, el tema se puso bravo y frustrante: iba a los casting y no quedaba. Y no por nada en especial, simplemente porque hay un montón de artistas independientes, como yo, que la luchan día a día, y no hay siempre espacio para todos. Esta carrera es un poco de sacrificio, un poco de constancia y otro tanto de suerte. Al terminar el secundario, para mitigar un poco la frustración, empecé a estudiar otras carreras (Veterinaria y Ciencias de la Comunicación) y a trabajar en otras actividades (promociones), pero en todo duraba muy poco. Evidentemente no duraba en nada porque en el fondo, inconscientemente, todo me remitía a mi sueño más profundo, al arte. Finalmente, todo cambió con la pandemia, esta situación límite me ayudó a comprender que la vida se puede terminar en un instante y que por eso no hay tiempo que perder. Desde entonces me tomo muy en serio la profesión de artista y me juego a fondo.
–¿Cuánto te ayudó y cuánto conspiró el hecho de ser la hija de Miguel Ángel Cherutti?
–Cuando era chica lo sufrí bastante, pero por complejos míos, no es que alguien me haya querido hacer sentir mal. Obviamente que siempre hay miradas y codazos en cualquier lugar, pero hoy pienso, ¡qué boluda!, hubiera disfrutado desde el vamos ser la hija de Miguel Ángel Cherutti. Poder decirlo con más orgullo; pero, bueno, todo pasa por algo y por eso de chica yo preferí ocultar mi apellido. Aún recuerdo cuando me presenté al casting de Cantaniño, cuando tenía ocho años, que lo hice con el apellido de mi mamá. Para ellos yo era Bianca Ocampo, y recién cuando me dijeron que había quedado para conformar el elenco y que tanto mi mamá como mi papá, por ser una menor, tenían que firmar mi contrato, saltó toda la verdad. Los productores y lo técnicos no lo podían creer, obviamente él había trabajado con todos. Cuando me retó le dije que yo había querido valerme por mí misma. Hoy sé que ocultar mi apellido no era ni es necesario. Si él es un artista recontra consagrado y de los buenos, ¿por qué debería negarlo? Así que punto final, al que le guste ok, y al que no, que no consuma lo que hacemos.
–¿Tu paso por el programa La Voz Argentina, el año pasado, cambió tu suerte?
–Sí. Lo de La Voz... se dio de una manera muy loca. En el 2019, cuando estaba yendo a hacer un trabajo free lance de promoción, me llamó un amigo y me comentó lo del casting para el programa. Primero pensé: no voy a ir, me van a dar con un caño por mi papá. Pero él me convenció y finalmente fui al hotel donde se llevaba a cabo. Éramos miles y el casting fue tedioso, pasábamos de a 60 aspirantes por vez y yo pensaba “¿para qué vine si esto debe estar todo armado?” Lejos de disfrutarlo, me sentí mal y en cuanto concluyó esa primera etapa encaré para la salida, pero imaginate mi sorpresa cuando nombraron mi número (porque, ojo, hasta entonces yo era un número, no Bianca) entre los cuatro o cinco que habían elegido. No me quedó más remedio que quedarme. Luego pasé a un segundo filtro donde pude cantar dos o tres temas y me filmaron para que me viesen los productores ejecutivos y generales del certamen. De golpe paran mi prueba y me dicen: “Cherutti, vos sos la hija de Miguel Ángel... ¿qué hacés acá?”. Tuve que explicarles que cantaba, no me conocían. A las tres semanas yo estaba en el subte y de golpe me suena el celular. Eran ellos, que me convocaban para las audiciones a ciegas. Empecé a pegar gritos como loca, al punto que la gente pensó que me habían robado. El tema es que al mes me vuelven a contactar para decirme que el programa se suspendía hasta marzo del 2020 por decisión del canal. Como Susana Giménez retomaba su ciclo con el segmento “Pequeños gigantes”, no querían salir con dos formatos muy grandes. Pero, claro, ¿qué sucedió después, en el marzo 2020? Apareció la pandemia. Lo más loco es que mi padre no sabía nada, tampoco mi madre ni mis abuelos. Sólo sabían que había quedado elegida mi hermana y el amigo que me había insistido con participar. No quería quemarlo. Papá recién se enteró de mi boca en febrero del 2021, cuando el programa fue reflotado. El ciclo se grabó con todos los protocolos habidos y por haber de marzo a septiembre, pero recién en julio se empezó a emitir.
–Tu participación en el programa generó comentarios mixtos en las redes. ¿Te afectaron?
–Lo que me pasó fue lo mismo que le sucedería a cualquier ser humano, porque por más que tengas cancha o estés acostumbrado a ser famoso, nadie se puede bancar la excesiva agresividad que circula en las redes. De todos modos, como yo estaba muy ilusionada con poder mostrarme sola y contar mi historia personal (más allá de la heredada de mi padre), sobreviví a esos comentarios. Algo parecido me había pasado cuando canté con mi papá en Cantando por un sueño, pensaron que lo hacía por acomodada o por portación de apellido, y no, nada que ver. Yo había audicionado para ser partenaire de cualquier famoso, yo quería trabajar en un certamen y darme a conocer; en fin, laburar. No quedé seleccionada en una primera instancia, pero me dijeron que tal vez luego me llamarían para un reemplazo. Y así fue como sucedió: al empezar a haber bajas por el Covid lo llamaron a él (porque al ser un profesional podía resolver un tema nuevo en un solo día) y a mí, que ya me tenían en la lista. No digo que no vieron ni buscaron la dupla, pero cada uno fue convocado de un modo distinto. Y así estuvimos tres semanas, como reemplazo de Charlotte Caniggia. Estuvo muy bueno para él, que venía de un año sin trabajo y estaba un poco decaído por su reciente separación, y para mí, que estaba en el limbo, sin trabajo y sin saber si lo de La Voz se concretaría o no. Fue un poco de nafta para los dos.
–Miguel Ángel, tu divorcio de Fabiola Alonso, luego de 23 años de relación, ¿fue algo sorpresivo o una crónica de una separación anunciada? ¿Volviste a rehacer afectivamente tu vida?
–Me separé en 2020 y luego me divorcié. No, mi separación no fue sorpresiva, tengo que reconocerlo. La relación ya venía con un desgaste y la pandemia no ayudó para nada; ahí fue cuando se prendió la mecha y explotó la bomba. Pero, bueno, fueron años hermosos y de la relación me quedan dos hijos preciosos, Luján y Santino. Ahora estoy soltero y tranquilo. Sé que nunca hay que decir nunca, pero hoy no estoy con ganas de volver a enamorarme. Este es un momento para disfrutar de mis hijos y tengo la suerte de que ellos estén muy pendientes de mí. Antonella me ayuda mucho en todo lo contable y administrativo, Luján (que vive en España) también está muy presente y Santino me da la satisfacción de compartir la pasión por el futbol y el ir a la cancha. Hoy estoy abocado a la familia, este es un período más para los hijos que para el amor. Ellos son mi prioridad.
–Más allá del vínculo artístico que hoy mantienen, ¿cómo ha sido la relación entre ustedes, como padre e hija, a lo largo de los años?
Miguel Ángel: -Siempre fui un padre presente, con ganas de verla todos los días, al igual que a su hermana Antonella. Y la relación con Bianca siempre fue así, como ahora, muy estrecha. De mis cuatro hijos (Antonella y Bianca, de mi primer matrimonio, y Luján y Santino, del segundo), para mí Bianca es la más especial. Además de padre, traté de ser un amigo. No sólo traté de ayudarla económicamente, si era necesario, sino de preocuparme y preguntarle a cada momento: “¿qué te pasa, qué necesitás?” Para mí es muy importante el diálogo con ella, en eso se basa nuestra relación. Recuerdo que cuando ella era muy chiquita yo tenía mucho laburo y por ahí falté a muchos actos del colegio y a reuniones de padre, eso es algo que hoy me reprocho. Pero por suerte la vida me dio revancha y hoy la estoy disfrutando tremendamente. Ojalá que siempre sea así. Y en cuanto al trabajo… Bianca me cambió la vida. Yo venía muy bajoneado por el parate en el laburo que la pandemia provocó. A veces soy ciclotímico y me cuesta remontar ciertas situaciones, pero en cuanto Bianca aceptó mi invitación para cantar todo el verano conmigo, de alguna manera volví a vivir.
Bianca: -El vínculo siempre fue muy bueno. Hasta un punto fuimos tres hijas, ya que Santino llegó bastante más tarde. Fijate que Antonella tiene 31 y Santino 17. Fuimos por años sus tres chancletas y él sólo un padre de nenas. Ahora a Santino lo disfruta un montón y es el otro hombre de la casa, pero hasta ese momento él sólo nos tenía a nosotras. Y el padre de nenas es distinto, mucho más dócil y dulce. Él siempre fue muy demostrativo y si bien, como acaba de decir, a veces no nos veíamos muy seguido por sus compromisos laborales, siempre estaba el “te quiero”, “te amo”, " te extraño”. A mí nunca me afectó que mis viejos se separaran porque en aquel entonces era muy chica, tenía sólo un año, así que no tengo nada para reprocharle. Pero sí me llama la atención que lo hicieran en cuanto nací... Como si yo fuese la culpable, ¡qué horror! (risas). Ahora, lo bueno de nuestra relación, es que por la pandemia él bajó un cambio, está más presente que nunca y yo ya soy una mujer. De adolescente tal vez no le daba tanta bolilla, prefería salir con mis amigas. Hoy ambos nos encontramos más centrados y dispuestos a disfrutar de nuestro vínculo, del personal y del artístico. Yo lo respeto como artista, y aprendo mucho de él, y a la vez creo que él está aprendiendo de mí, que soy parte de otra generación. Y esto está bueno porque nos retroalimentamos mutuamente. Él para mí es pura experiencia y yo para él una bocanada de aire fresco.
Agradecimiento: Tío Curzio.
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