El hijo de Jean Pierre Noher habla de El hijo eterno, el unipersonal que acaba de reestrenar y del pequeño Antón, de 6 años, a quien tuvo con Celeste Cid
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Michel Noher reestrena El hijo eterno, el unipersonal que hizo por primera vez en 2018, con producción de su padre, Jean Pierre Noher. En diálogo con LA NACION, el actor detalla la importancia de esta obra en su vida y en su propia paternidad, habla de su relación con su papá y con su hijo Antón, a quien tuvo con Celeste Cid y también de la experiencia de trabajar en series españolas y brasileñas.
-¿Se vuelve a ensayar de cero en cada reestreno?
-De cero nunca se vuelve, en nada. Y eso es lo hermoso que tiene, que partís de una base, pero luego vas en una búsqueda nueva y distinta. Esta vez cambió totalmente el equipo. Daniel Herz dirigió las primeras versiones, y también dirigió la versión en Brasil. Y desde el 2020 la puesta en escena está a cargo de Juan Pablo Galimberti. Estrenamos en el 2018 y no paramos, excepto en pandemia, hicimos giras y una función para streaming que fue una versión totalmente distinta porque el teatro filmado me desespera y no me termina de cerrar. Volvimos el año pasado, en noviembre y ahora regresamos al Teatro Nun, todos los lunes a las 21, en principio por cinco funciones. Es una puesta distinta a partir de la pandemia porque yo no me siento igual.
-¿En qué cosas te sentís diferente?
-En la obra había un disfrute muy grande que tenía que ver con alejar al público, por momentos. Y ahora la búsqueda es de proximidad. Después de la pandemia algo nos pasó a todos y nos dejó más aislados, aunque creo que todavía no somos tan conscientes de eso. Estamos conectados, pero siempre a través de un filtro que puede ser el de las redes sociales, de una pantalla como medio de comunicación íntimo. Entonces la búsqueda es la contraria, la de reencontrarnos en la cuestión más básica y arcaica del teatro, que es esa primera cercanía de una persona que llega y cuenta una historia.
-¿Qué te atrae tanto de la obra?
-Está basada en la novela autobiográfica de Cristóvão Tezza y trata sobre un tema universal: la relación entre un padre primerizo y el nacimiento de su hijo, y muestra la disyuntiva de un hombre que necesita luchar con las decepciones y el pánico que un hijo puede traer, haciendo foco en el desafío de nuestras propias limitaciones personales. La llegada de lo inesperado pone en jaque el universo de este padre que debe adaptarse a la nueva vida que su hijo le depara.
-¿Fue una propuesta tuya o te convocaron?
-Es una obra que mi viejo vio en Brasil hace 8 años y quedó muy conmovido. Pasó un tiempo y me comentó que quería producir y traer esa obra; le dije que sí, que fuera para adelante, pero quería que la hiciera yo. Hoy no está metido en el día a día, pero es el artífice de todo esto. En principio no me daban ganas, porque intento no mezclar.
-¿Nunca trabajaron juntos?
-En Brasil hicimos una telenovela y fue muy gracioso porque estaba basada en la historia de siete hermanos de un mismo padre, pero que era un donante de esperma. Y mi papá hacía de mi padre adoptivo y era muy divertido.
-Decías que no querías mezclar, pero resultó bien...
-Sí, porque leí la obra y me conmovió profundamente. Acababa de ser padre. El hijo eterno habla de algo universal y el síndrome de down es un disparador hacia algo mucho más grande y es la posibilidad de aceptar que las cosas son como son y no como queremos que sean, y a descubrir el tesoro de lo que nos presenta la vida. La historia real es mucho más profunda porque es la de un joven autor que todavía no ha tenido la posibilidad de publicar y le llega un hijo que cree que lo está condenando. Es un largo proceso y cuando acepta quién es él y quién es su hijo, escribe esta novela que se tradujo a muchos idiomas y que lo terminó poniendo en el lugar que creía que su hijo lo estaba alejando. La obra entonces es el proceso para aceptar y descubrir ese tesoro. Es algo que me transforma, un lugar al que volver y recuperar porque es un espacio de prueba también, en el que se crece mucho como actor. En éstos años me tocó trabajar en España y estas ahí con la camiseta de Argentina puesta, sentís que tenés que dar lo mejor porque representás a todo un país y a muchos actores que han trabajado allí y son muy respetados. Y querés dar la talla. En cambio, la obra es un espacio de crecimiento muy valioso, de exploración. Está bueno para seguir en movimiento, abrirme a nuevas preguntas y trabajar con un equipo en el que creo mucho.
-¿Tenés proyectos?
-Sí, pero no se puede contar porque en las plataformas todo es muy confidencial. Ahora estoy filmando una serie para los Estados Unidos en una plataforma gigante y con un nivel de superproducción que no había visto. Es en inglés, es un rol protagónico y es una historia de Kristin Newman. La produce Blair Bread, la misma productora de la miniserie Escenas de un matrimonio. Este año se estrena la segunda temporada de Limbo en Star+ y en HBO se estrena la tercera temporada de La unidad, que esta vez transcurre en Kabul. Además se estrena la quinta temporada de Impuros, por Star+. Es la serie más vista de Brasil después de The Walking Dead.
-¿Hablás bien inglés?
-Sí, estudié de chico y hace años hice And soon the darkness (película norteamericana que se filmó en parte en la Argentina y que tuvo en su elenco a Amber Heard). También filmé en portugués.
-Pero elegís vivir en Argentina...
-Tengo un hijo acá y es mi base. Me gusta ser un papá presente, compartir con mi hijo, verlo crecer. Sino, ¿para qué? Es mi filosofía de vida. Si no hay amor que no haya nada. Hoy estamos muy faltos de oportunidades y de ficciones en la Argentina y en otros países se está filmando mucho. Que no haya telenovelas es tristísimo porque tienen un rol social importante y permiten discutir cuestiones que de otro modo no se pueden llevar al comedor de la casa de la gente. La última telenovela que hice acá fue 100 días para enamorarse, en 2018, que se hizo mucho cargo del rol social. Más allá de la bolsa de trabajo que significan las novelas, son importantes por el rol social que cumplen. Por eso es importante que se cumpla con la actual ley de medios que impone que los canales tengan por lo menos dos horas de ficción al día. Pero nadie la cumple. Me da mucha pena.
-Te abriste camino en otros países, ¿lo buscaste o se dio?
-Las dos cosas. En el caso de Brasil fue una decisión muy clara. La primera vez viajé con 20 años con una mochila. Había firmado mi primer contrato para una novela en Canal 9 que iba a producir Gustavo Marra, pero finalmente se canceló. Fue una gran decepción porque ya tenía todo armado en mi cabeza y hasta había comprado la bicicleta con la que pensaba ir a grabar todos los días. Como ya tenía firmado un contrato me pagaron los tres primeros meses, y aproveché para viajar. En Brasil me pasaron cosas muy mágicas, caí en la apertura del Foro Social Mundial en Porto Alegre y descubrí un mundo. Cuando volví dije: ‘quiero vivir allá’. Empecé a estudiar portugués y al mismo tiempo mi papá tuvo oportunidad de trabajar allá. Y cada vez que iba a visitarlo, llevaba material. Un día hice un casting, otra vez grabaron una serie en Buenos Aires para Brasil y aunque no me necesitaban allá, me instalé en Río, alquilé un departamento que resultó ser de Paula Lavigne que era la mujer de Caetano Veloso y se me abrió un mundo alucinante. De repente estaba en el living de una casa con Caetano tocando “Cucurrucucú Paloma”. Después hice otra telenovela allá y sí, hubo claramente una intención.
-¿Y en el caso de España?
-Con España fue algo más mágico porque me convocó Nacho Ruipérez para una película, El desentierro, que protagoniza Leo Sbaraglia y yo hago de su hijo, porque la historia ocurre en dos tiempos. Y cuando fui al estreno, buscando abrir ese mercado, mandé mails a los representantes y uno me respondió. Hice un casting y quedé para La unidad, serie de la que hicimos tres temporadas. Y también hice una participación en la película Un hombre de acción, donde hago del Che Guevara. Me llamaron y dije: “obvio”. Estoy caracterizado, fue muy lindo. Está en Netflix y es la historia de un anarquista español. Y filmé Si lo hubiera sabido, una serie que también está en Netflix.
-Cuando vivías con tu mamá en Bariloche, ¿imaginabas que ibas a tener esta vida?
-Viví en Bariloche de los 4 a los 17 años, cuando me mudé a Buenos Aires con mi papá. Mi mamá sigue allá y voy siempre que puedo porque me interesa que mi hijo curta Bariloche. Allá lo veo feliz. Mientras estaba cursando el secundario empecé a hacer radio en Bariloche y tuve varios programas. Cuando terminé 5º año, mi idea era estudiar periodismo y locución. Hice un viaje a los Estados Unidos para estudiar inglés, me encontré con un amigo, fuimos a Londres y en ese viaje me di cuenta que tenía muchos intereses. Y surgió como posibilidad la idea de estudiar dirección de cine. Volví y estudié iluminación y cámara durante dos años en la Universidad del Cine y actuación en lo de Agustín Alezzo, con la intención de saber dirigir. Pero me fui metiendo más en la actuación.
-¿Todavía te interesa la dirección?
-Si, en algún momento lo voy a hacer. Hice varias asistencias en teatro y dirigí en microteatro, que es un buen laboratorio.
-Muchos hijos de actores se resisten a seguir los pasos de sus padres, ¿cómo fue en tu caso?
-Obvio, tuve esa etapa, pero pasó.
-Imagino que debe haber sido difícil la comunicación con tu papá viviendo en Buenos Aires y vos en Bariloche.
-Era otro mundo. No había teléfono en casa y tenía que ir al locutorio de Entel del centro, cuando me avisaban por radio que iba a llamarme a tal hora. Después hubo teléfono, pero llamar a Buenos Aires era carísimo. Me acuerdo que en la primaria iba caminando al colegio, atravesaba el campito en el kilómetro 5 adonde ahora hay un barrio privado y era un sendero de montaña que desembocaba en la canchita, atravesaba un arroyito y llegaba al colegio. Y después me iba con mis amigos y el código con mi mamá era que si se hacía de noche tenía que avisar donde estaba. Teníamos un contestador donde yo dejaba el mensaje.
-¿Preferís vivir en Argentina para estar cerca de tu hijo, a pesar de tener posibilidades de trabajar en otros países?
-Yo no aguantaría estar tanto tiempo lejos de Antón. Y cada vez me la banco menos, porque va creciendo y es hermoso. Este año empieza primer grado y es un gran momento.
-Pronto cumplís 40 años, ¿hay crisis existencial?
-Me siento de 40 hace bastante y creo que la pandemia tuvo que ver con eso, porque algo cambió. Son cada vez más contadas las veces que salgo. Por eso me parece tan importante El hijo eterno, porque es un espacio de encuentro y comunión básico humano.
¿Tenés otra actividad o podés vivir de tu trabajo como actor?
A los 25 años me fui a vivir solo. Y ahí ya pude sostenerme solamente con mi trabajo como actor. Hice mucha publicidad y eso te daba seis meses de sueldo; hoy ya no porque todo cambió mucho.
-¿Y antes qué hiciste?
-Laburé de mozo, de vendedor en un local de ropa, hice pozos en Aruba.
-¿Pozos en Aruba?
-Cuando terminé el secundario hice un viaje y pasamos por Aruba porque el papá de un amigo vivía allí. Estuve un tiempo como inmigrante ilegal y conseguía changas de lo que podía. Me contrataron para hacer pozos en la playa para un arreglo de caños y era complicado porque la arena volvía a entrar. Vendí excursiones también.
Dónde verlo. El hijo eterno. Los lunes a las 21, en Teatro Nun, Juan Ramírez de Velasco 419.
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