La querida actriz, toda una gloria del espectáculo con casi siete décadas de trabajo artístico, acaba de estrenar Vidas paralelas, obra en torno al ideario de Victoria Ocampo que escribió y dirige en la sala El Tinglado
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Mercedes Carreras recibe a LA NACION en su departamento de Palermo. “El balcón es lo mejor de mi casa”, contrapone ante el elogio por el coqueto living donde los libros, las pinturas y los premios obtenidos a lo largo de su extensa trayectoria enmarcan el espacio.
Es cierto, su balcón es un oasis pletórico a metros de la Avenida Santa Fe. “Mi refugio”, sostiene la querida actriz, quien acaba de reestrenar el espectáculo Vidas paralelas, escrito y dirigido por ella; material que atraviesa el ideario de Victoria Ocampo y que puede verse los sábados a las 17.30 en El Tinglado, la sala porteña que cuenta con algunas de las “perlitas” de la actual cartelera del circuito teatral independiente.
“Hace 14 años que escribí la obra y que encontré a las actrices para hacerlo”. Vidas paralelas recorrió varias salas de Buenos Aires y el país y también contó con un elenco integrado por talentosas actrices marplatenses, ciudad donde la pieza se convirtió en una suerte de “clásico”, con Sandra Maddonni a la cabeza.
Además, la actriz disfruta del reciente estreno de Amor y cine, el documental que dirigió su hija Victoria Carreras, donde se relata el vínculo entre Mercedes y su esposo, el prolífico realizador Enrique Carreras. El film, que se estrenó en el Bafici y se vio en la sala Gaumont, hoy se ofrece en la plataforma Contar.
Amor y cine profundiza en la relación matrimonial de Mercedes y Enrique Carreras, pero también en el rol que jugó la actriz delante y detrás de cámara, sosteniendo el derrotero artístico del padre de sus cuatro hijos.
En la misma plataforma también pueden verse Merello x Carreras e Hijas de la comedia, las otras dos películas que conforman una trilogía dirigida por Victoria Carreras y que recupera la leyenda y tradición ya no sólo de su familia, sino también del espectáculo argentino y sus glorias. Mercedes Carreras juega un rol esencial en todos estos títulos.
Insurrecta
Victoria Ocampo fue una mujer que no se ajustó a los cánones del patriarcado ni de los mandatos políticos y sociales. “En este tiempo viene bien pensar en ella, que tuvo adherentes y detractores por igual”, reflexiona Mercedes Carreras.
-Como Victoria Ocampo, ¿usted fue una joven rebelde?
-Fui muy segura y tuve padres que no me cortaron las alas. En aquella época, que una chica de provincia tuviera el permiso para viajar a filmar a Buenos Aires y que luego se enamorara del director, era mucho. En la película de Victoria se cuenta que, cuando vengo a Buenos Aires y lo conozco a Enrique, él estaba noviando con Amelita Vargas. En un momento, esto es una intimidad, como él ya se había fijado en mí, le dije: “Yo no le saco el novio a nadie, vos decidí, porque me vuelvo a Villa Carlos Paz”. Tenía 18 años y era muy “cocorita”.
Mercedes nació en Villa Carlos Paz, provincia de Córdoba. Allí participó en un concurso para hacer una película -en el que Enrique Carreras era jurado y luego sería el director de ese film- donde resultó elegida. “Cuando dijeron mi nombre, muchos pensaban que estaba acomodada porque llevaba el mismo apellido que él, pero era pura casualidad”. La actriz no utilizó su apellido de casada. Curiosidades del destino, su nombre de soltera es Mercedes Carreras. “Soy Mercedes Carreras de Carreras”. El matrimonio tenía que suceder.
Finalmente, Enrique Carreras no continuó con su relación con Amelita Vargas y construyó su vínculo con quien sería la mamá de sus hijos, su amor de toda la vida y la coequiper de aventuras cinematográficas y teatrales.
-Amelita Vargas hubiese sido una gran figura para las temporadas de los Carreras en el Odeón de Mar del Plata. Una llamativa ausencia debido al vínculo pasado con su marido.
-Exacto.
-¿Alguna vez se cruzó con ella?
-Nunca la vi, salvo en una oportunidad, en una entrega del premio Estrella de Mar.
-¿Se saludaron?
-Sí, con mucho respeto de ambas partes.
Durante la charla, la actriz desanda una vida henchida de anécdotas. “Nos pintaban la cara con el lápiz de labio, nadie sabía cómo había que maquillarse para la nueva tecnología, nos decían que teníamos que ser naturales”, repasa sobre los inicios del cine en color.
La estupenda comediante sirve un té que le trajeron especialmente de la Patagonia y convida con bombones que le regaló Juana, la madre del empresario teatral Carlos Rottemberg, durante el estreno de Vidas paralelas; y, mientras desanda su vida, no deja ella misma de asombrarse por todo lo hecho y las volteretas del destino.
“La vida es suerte”, remarca. Una máxima a tener en cuenta ya que proviene de una mujer que lleva vividos más de 80 años y que se muestra radiante, lúcida y, aunque le encanta repasar su historia, está muy plantada en el hoy y llena de proyectos. “Estoy escribiendo un musical con identidad bien argentina”. Imparable, también escribió Las mujeres del Che, donde la historia y la humanidad de sus personajes subieron a escena.
-¿Extraña su rol de actriz?
-No, me gusta escribir y traspasar experiencias.
-¿No desea volver a actuar?
-No lo sé, no hay tantos proyectos de parte de los productores.
-Podría ser un emprendimiento propio.
-Tengo una obra escrita que se titula ¿Qué hacemos con el piano?, donde debería compartir escena con un actor que sea músico.
-¿Tampoco extraña las temporadas en su teatro Odeón?
-Fue muy lindo aquello, muchos años de trabajo, pero era otro mundo y otra Mar del Plata.
-¿Por qué vendió la sala familiar?
-Porque no se podía mantener. Fue una locura de mi marido, ya que estaba inmersa dentro de un edificio de propiedad horizontal y las expensas, para un lugar de 700 metros cuadrados, se volvieron carísimas. ¿Cómo mantenía eso en invierno?
-Cuando Enrique le propuso construir un teatro, ¿le gustó la idea?
-Sí, siempre lo apoyé; me encantaba tener nuestro lugarcito.
Tiempo al tiempo
-Se la ve espléndida. ¿Cuál es el secreto?
-El motor está en marcha, quizás me mantengo bien por haber vivido intensamente; me enamoré, viví con mi marido, tuve cuatro hijos (María, Marisa, Victoria y Enrique), luego llegaron los nietos y bisnietos. En lo laboral, copiaba a mano los libretos de mi esposo, estaba a su lado, aunque no era la actriz de todas sus películas. Veía cómo se iluminaba, cómo se hacían los montajes.
-Entonces, el secreto de la vitalidad actual es haber llevado una vida intensa.
-Y la aceptación, hay que trabajar eso.
Intelectuales versus populares
“Hubo un momento donde fue furor el cine intelectual y nosotros éramos los populares”, confiesa Mercedes Carreras, quien ha cosechado lauros como el premio a la mejor actriz en el Festival Internacional de Cine de Moscú por su labor en el film Las locas (1977).
Si bien ha participado en varios títulos de corte dramático (Las barras bravas, Delito de corrupción), lo cierto es que ha logrado enorme repercusión como una gran comediante al servicio de películas donde compartía el protagónico junto con estrellas como Luis Sandrini, Malvina Pastorino, Palito Ortega, Juan Carlos Mesa y Osvaldo Miranda, entre muchas otros nombres.
Para graficar esa divisoria de aguas entre “intelectuales” y “populares” recuerda una indicación que le dio a la actriz Marta Bianchi cuando juntas hicieron la obra Viva la vida. “No entendía un latiguillo ni dónde pararse, entonces le sugerí qué hacer. Le expliqué cuál era la idea de gag que tenía en mente la directora Valeria Ambrosio”.
-¿Cómo reaccionó Bianchi?
-Me lo agradeció y me dijo: “Gracias, no sabía tanto de vos”, y yo le respondí: “Yo sí sabía sobre tu trabajo; cuando ustedes triunfaban merecidamente con Made in Lanús, yo estaba a dos cuadras haciendo el éxito de Frutilla y triunfando en el Odeón. Tapa, tapita, tapón”.
-¿Qué le respondió?
-Nada. No se lo dije mal, lo que le quise explicar es que siempre la había admirado y que sabía muy bien sobre todos sus logros.
-¿Cómo vivía usted el prejuicio de ser una artista popular?
-Como nos iba muy bien, no me importaba, no era un estigma.
-Ladran Sancho...
-Los dejaba, nosotros hacíamos lo nuestro con enorme repercusión. Tampoco se premiaba a las actrices de comedia. Eso empezó cuando le dieron un premio a Susana Giménez, quien trabajaba en una carpa camino al Puerto de Mar del Plata; pero, ese año, yo me podría haber llevado el premio por mi papel en Frutilla.
-¿Le dolía esa suerte de discriminación?
-Para nada, jamás envidié a nadie, al contrario, valoro los logros de la gente y eso me hace estar bien. Además, estaba también muy abocada a mis chicos, yo quise tener a mis cuatro hijos.
-¿Cómo hacía para encabezar el teatro en verano, protagonizar cine en invierno y criar a sus hijos?
-Teníamos mucha ayuda de mi suegra, mis padres y de Lucho, mi cuñado soltero, un santo varón.
-No es sencillo trabajar en familia. ¿Qué sucedía si discutía con Enrique en el set o viceversa, si había algún tema hogareño a resolver? ¿Un ámbito contaminaba al otro?
-Íbamos muy a la par, nunca sucedió nada grave.
La afición por rodar de su marido -casi un centenar de películas- llevó al matrimonio a hipotecar sus departamentos en más de una oportunidad para poder solventar las producciones. Además, Enrique Carreras siempre elegía para vivir domicilios cercanos a la actividad cinematográfica. “O estábamos frente a un estudio de cine en la calle San José o en la calle Ayacucho, en el llamado ‘barrio del cine’”.
Tita
-Los Carrera mantuvieron un vínculo familiar con la gran Tita Merello. ¿Cómo era?
-Maravillosa, tal como se la veía, extrovertida, apasionada, pero tenía sus defectos. Le tuve mucha paciencia, por amor a mi marido, al trabajo y a ella. Era buena, pero, como toda mujer sola, muy demandante.
-¿Alguna anécdota?
-Nosotros vivíamos sobre la Avenida Santa Fe y Tita en Rodríguez Peña, a siete cuadras. A las ocho de la noche, Enrique solía regresar de filmar y, si yo no participaba de ese film, era el momento en el que quería estar con mi marido, pero sonaba el teléfono y era Tita. “Nena, ¿no me venís a tomar la presión?”. Enfrente tenía a su farmacéutico amigo de toda la vida, pero me llamaba a mí. Entonces, Enrique me decía: “Andá, te espero con un whisky”. Me acuerdo que Tita te hacía entrar por la cocina, jamás por la puerta principal.
Las anécdotas se suceden. Un libro abierto sobre la gran actriz dramática argentina. “Hubo una temporada donde yo hacía teatro de martes a domingo, y los lunes Tita tenía su espectáculo musical en nuestra sala. Como ella vivía en Villa Gesell, uno de mis yernos la iba a buscar en auto, pero también quería que fuera yo. Así que, en mi única noche libre, me hacía los kilómetros para buscarla. Lo que he aprendido en esos viajes no te lo puedo explicar. Además, eran interminables, porque le daba miedo la velocidad, así que íbamos a treinta kilómetros por hora”.
Luego de la función, Tita dormía en un hotel de Mar del Plata y, al día siguiente, le pedía a Mercedes que la llevase a caminar por la peatonal “para ver si la gente la reconocía” y a almorzar. “Los fanáticos la tocaban en el hombro con cariño y eso a ella no le gustaba, entonces yo tenía que justificarla diciendo que estaba con un problema de cervical”.
-¿Cómo se ha llevado usted con su propia fama?
-A mí me gustaba el trabajo; si la fama llegaba, maravilloso.
-Hablemos de pasiones. Después de Enrique, ¿no hubo otro amor?
-Nunca, pero tampoco tuve la tentación, siempre estuve muy rodeada por mi marido y mis hijos, entonces no se ha acercado nadie ni en ese momento ni después.
-Entonces, ¿no hay secretos de longevidad? ¿Se cuida mucho?
-No me cuido, cocino muy bien, mis paellas son famosas, pero nunca pude hacer los pastelitos criollos que hacía mi mamá. Sí heredé de ella saber hacer ricas comidas con mucho y también, cuando no fuiste a hacer las compras y te quedaste con pocos ingredientes, te aseguro que igual te preparo algo muy sabroso.
-¿No hace gimnasia para mantener esa silueta?
-No, estudié baile cuando era chica.
La Ocampo
Con un paréntesis de algunos años que hicieron “descansar” al proyecto, Mercedes Carreras decidió el último verano que Vidas paralelas debía volver a montarse tanto en su versión porteña como en su correlato marplatense, donde el ideario de la ciudad se da la mano con el de la notable escritora y mujer de las vanguardias intelectuales -directora de la emblemática revista Sur-, quien solía pasar gran parte del año en Mar del Plata, al igual que los Carreras, familia que hizo de este enclave marítimo un lugar de pertenencia teatral.
“La pieza tiene una gran actualidad. Victoria consiguió todo: plata, poder, amor, pero, en el final de la obra se pregunta: ‘¿por qué papá no me dejó ser actriz?´. Esa mujer nos hace ver cómo somos los humanos. Siempre tenemos una cuota pendiente”, argumenta Carreras, cuyo material, durante el último verano, recibió dos premios Estrella de Mar (Mejor obra y Mejor dirección).
“En un momento, la cuidadora del final le dice a Victoria: ‘señora, yo no sabía’. Y yo me pregunto cuántas veces nos sucede eso en torno a la política o a una persona que tenés cerca, pero desconocés su realidad. Es una pieza muy humana, por eso me parece bien que la hayamos hecho en este momento donde lo que prima es el celular, lo digital”, justifica.
El título de la propuesta remite no solo a la narrativa sobre la vida de Victoria Ocampo -intelectual que trabó amistad con figuras de la talla de José Ortega y Gasset o el controvertido periodista francés Pierre Drieu La Rochelle, que se enamoró de la escritora- sino a su cruce con otras mujeres y, a partir de ese escenario, poder pensar en tópicos como la inmigración, la política, los derechos feministas, los condicionamientos sociales, la libertad y el amor.
Es hora de terminar la charla. Mercedes Carreras cierra con un balance lleno de sabiduría. “Ya no tengo el teatro, no está mi marido, los hijos volaron a hacer sus vidas”, dice sin lamento, sino con extremo realismo, optimismo por la vida y la satisfacción de la tarea cumplida, aunque con varios sueños por realizar. De futuro también se vive.
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