Mel Brooks y la “terrible enfermedad” que lo alejó de su gran amigo, Gene Wilder: “Fue tan triste”
En un documental que celebra el legado del actor de películas como El joven Frankestein y Los productores, su director y cómplice de diversas aventuras artísticas reconoce extrañar a su amigo
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Mel Brooks, creador de la serie Superagente 86, recuerda su reacción al enterarse de que a su viejo amigo Gene Wilder le habían diagnosticado la enfermedad de Alzheimer. El legendario comediante y cineasta de 97 años, aparece a lo largo del nuevo documental Remembering Gene Wilder que celebra la vida y el legado del protagonista de Una chica al rojo vivo, fallecido a los 83 años en 2016.
Se conocieron en la década de 1960 y se embarcaron en una colaboración creativa que incluyó varias películas y una amistad que se prolongó durante toda la vida. En el documental, Brooks recuerda haber luchado por ayudar a Wilder con su memoria después de que, en 2010, al dos veces nominado al Oscar le diagnosticaran Alzheimer.
“Lo llamé mucho pensando: ‘Tal vez si le diera suficientes referencias podría sacarlo de esto’”, apunta el genial Brooks en el documental. “Fue una locura de mi parte. Él estaba pasando por esa terrible enfermedad. Nunca pudimos hablar mucho después de que desarrollo la enfermedad. Fue tan triste que me hizo llorar mucho”, reconoció.
La viuda de Wilder, Karen Boyer, una de las figuras entrevistadas en el nuevo documental, recuerda la primera vez que detectó la pérdida de memoria de su esposo cuando tenía dificultades para recordar el nombre de películas como El joven Frankenstein. Al fallecer, fue su sobrino, Jordan Walker-Pearlman, quien compartió en un comunicado que Wilder no quería revelar públicamente su diagnóstico para no entristecer a sus fanáticos.
“Estuve inconsolable durante un par de semanas -admite Brooks en el documental, al recordar su reacción ante a la pérdida de su amigo-. Era un actor excepcional y también una persona excepcional”. En otro pasaje, agrega que todavía hoy extraña verlo disfrutar de su humor. “Podía hacerlo reír cuando a veces se agarraba la barriga, se golpeaba el suelo, rodaba por el suelo y se reía”, se sinceró, sabiendo al mismo tiempo que era la mejor paga que podía recibir por ser un cómico.
El vínculo entre ellos acumula una amplia variedad de anécdotas. En la película Los productores, que cuenta una de las historias más divertidas de la industria del cine y que tuvo su versión musical en teatro, Wilder hacía de un tal Leo Bloom, un contador que podía ganar más dinero produciendo un fracaso comercial antes que un éxito que llene las salas de teatro. Junto al productor se les ocurre hacer un musical sobre Hitler, protagonizado por un actor gay, que sea el epítome del mal gusto. Su trabajo dejó una marca en lo que se refiere a la actuación. Los estallidos de histeria, encolerizado, pasaron al recuerdo de varias generaciones. Wilder no estaba muy convencido en poder llegar a ese tono frente a la cámara hasta que Mel Brooks le sugirió tomar muchísimo café con cantidades descomunales de azúcar. Desde entonces, Brooks y Wilder mantuvieron una relación de amistad que marcó la carrera de ambos.
En 1974 fue el turno de la película El joven Frankestein, en la que Mel Brooks volvió a dirigirlo. La idea del film fue del mismo Gene Wilder, a quien se le ocurrió la idea después de ver otros títulos de horror producidos por Universal en la década del ‘30. Brooks no se tomó en serio la propuesta de su amigo: “Es una idea simpática”, apenas le dijo. El que sí se lo tomó en serio fue Wilder: escribió el guion y le envió la historia del nieto del infame Victor Frankenstein, que regresa al castillo de su abuelo en Transylvania. El ambiente está lleno de personajes pintorescos, como Igor, el pícaro jorobado que interpretó Marty Feldman; la seductora asistente Inga (Teri Garr) y la novia del monstruo, Madeline Kahn. El joven Frankenstein fue la obra maestra para Brooks y Wilder. Ambos recibieron una nominación al Oscar por el guion original y consiguieron que la película fuera una de las más taquilleras del año.
En 1971 había protagonizado Willy Wonka y la fábrica de chocolate. Aquello no fue un éxito, pero de todos modos, Wilder se preparó no solo para cantar y bailar en la película, sino también para captar la esencia de un personaje que estalla en ira y tiene una oficina (literalmente) partida al medio. Por su trabajo fue nominado al Globo de Oro, que pasó a quedar en otras manos. De todos modos, con el pasar de las décadas, Willy Wonka y la fábrica de chocolate se convirtió en algo más que un clásico de culto. La popularidad de la película creció tanto que, en 2002, Gene Wilder dijo: “No quiero que mi tumba diga: Aquí yace Willy Wonka”. Tres años más tarde, le dio su bendición a Johnny Depp para tomar el manto del icónico rol como el dueño de la chocolatería.
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