"El amor te sucede y no lo comprendés. Te lleva a un lugar adolescente", dice Maximiliano Guerra recordando esos primeros tiempos en los que comenzó a experimentar un sentimiento profundo con una de las bailarinas del Ballet del Mercosur que él creó y dirige. El eximio bailarín dejó fluir esa sensación primaria y profunda sin represiones, pero con cautela. ¿Ella? Patricia Baca Urquiza, por aquel entonces una joven bailarina cordobesa de 23 años que se debatía entre seguir transitando los escenarios o apelar a su "plan b": la carrera de psicología que estudiaba con dedicación.
Corría 2001. Argentina atravesaba una de sus tantas crisis económicas, políticas y sociales. Mientras Patricia estudiaba, té de peperina de por medio, una amiga la llamó para contarle acerca de una audición de selección de bailarines que realizaría el propio Guerra para su compañía. Ni lo dudó. Él era su ídolo y consideraba que había llegado el momento de conocerlo. Allá fue. Un viaje de Córdoba a Buenos Aires sin aspiraciones artísticas, motorizado por el fanatismo hacia el referente consagrado. "Yo trabajaba como bailarina desde los 14 años, había estado junto a grandes maestros como Liliana Belfiore, pero me encontraba muy metida en mis estudios universitarios. Cuando me enteré sobre la convocatoria, jamás pensé en que podía quedar integrada a la compañía. Mi idea era ir y sacarme una foto con Maximiliano. Nada más, pero quedé seleccionada. ¡No lo podía creer! Así entré al Ballet del Mercosur", explica Baca Urquiza a LA NACION y se le ilumina la cara al rememorar cómo arrancó esta formidable historia de amor bien real. Un relato sin ficción que bien podría ser el núcleo de alguna pieza clásica para escenificar con técnica contemporánea.
Un beso mirando al sur
Patricia comenzó a desarrollarse en el Ballet del Mercosur, orgullosa de su mérito y sin mayor contacto con Maximiliano. Director y bailarina se vinculaban lo justo y necesario. Con el respeto de ella hacia su ídolo inalcanzable. Pero, el destino hizo de las suyas y como la cordobesa era reemplazante de la primera bailarina, le llegó la oportunidad de ejercer ese rol. "Marcela Goycochea se dobló un pie y Patricia debió reemplazarla. Fue en Tangos mirando al Sur, una coreografía creada por Mora Godoy", recuerda Guerra. Como suele suceder, ella vivió la oportunidad con alegría y muchos nervios: "Me dijeron, ´preparate que tenés que hacer el tango, y andá al camarín, te llama Maximiliano´. Eso era como ir a la Dirección en el colegio. Lo fui a ver, y en ese encuentro, él me consulta si recuerdo la coreografía y me pide que no me pinte los labios porque no se quería manchar la boca cuando le diera el beso que marcaba ese cuadro. Bailar con Maxi era un regalo de Dios. Estaba en otro mundo. Ni me acuerdo como lo hice".
El beso no pasó inadvertido para ninguno de los dos. Luego de aquella actuación, el bailarín cenó con sus compañeros, como lo hace siempre, y pidió un champagne para agradecer el esfuerzo de quienes debieron realizar reemplazos sobre la hora. Todos se fueron a descansar, pero Maximiliano y Patricia conversaron hasta el amanecer en una sobremesa que fue el puntapié inicial para una profunda relación. "Me dio un lindo beso", recuerda el bailarín sobre la escena compartida en ritmo de tango. Él tenía 33. Y ella una década menos. No fue escollo para que se tejiese un vínculo duradero. "Cuando comencé a sentir algo más que admiración profesional, me asusté mucho. ¿Qué hago con esto que me pasa? Fue como un alud. No lo había buscado, se dio y se había dado a través de la danza. De todos modos, luego de aquella actuación y la cena posterior, seguí siendo una más de la compañía. Jamás tuve un lugar privilegiado. Es más, trataba de olvidarme de eso que empezaba a nacer", dice ella recordando cierta sensación de culpa. Pero Guerra se estaba separando y lo que dicta el corazón, la razón no lo puede reprimir. "De entrada la vi como una linda mujer. Por eso buscaba tomar un café y organizaba cenas con el staff para estar cerca de ella", se ufana el prestigioso intérprete. Pasaron las semanas. Él se separó. Ella se peleó con su novio. Destino cantado. O bailado. "No me puedo olvidar ese día en el que Maxi llegó de Milán para ensayar. Cuando ingresó a la sala, le pegaba una luz desde atrás que dibujaba su figura. Tenía un saco bien largo y anteojos oscuros. Lo vi entrar y ahí supe que estaba hasta las manos. Pero me corrí de ese mensaje. No quería hacer lío con el director. Ese día lo vi como hombre, por eso siempre digo que no me enamoré del jefe, sino del caballero".
Al tiempo de aquella situación, Patricia se mostró muy nerviosa ante el compromiso de bailar una coreografía que no le resultaba atractiva y rechazaba. Él la calmó. Como lo hace siempre y le pidió que canten a dúo el tema que ella quisiese. Terapia modo Guerra. La cordobesa eligió a Alejandro Sanz. A la semana, él le obsequió un disco del cantante. Primer regalo. Se había sellado el amor. "Ya había miradas muy intensas, pero como soy muy conservadora, no se me ocurría tomar la iniciativa. Me gusta que eso lo haga el hombre". Y él tomó la iniciativa cautivado por esa chica de tonada seductora y virtuosismo escénico venida de la provincia del cuarteto y el fernet.
Corrió mucha agua bajo el puente. Él se separó de su mujer. Ella terminó con su noviazgo. ¡Pobre aquel novio que alguna vez hasta le regaló los tickets para ir a ver una función de Guerra en el Teatro San Martín de Córdoba! Paradojas del destino y del tiempo. Un tiempo que transcurrió y les dio mucho. Todo lo que anhelaban y más. Tuvieron a Azul, quien acaba de cumplir sus 15 años, y a Zoe de 11. Micaela, fruto del primer matrimonio del bailarín, hoy tiene 23 años y una hermosa relación con sus hermanas y con la mujer de su padre.
"Patricia es una mujer muy bella, pero lo que más me atrajo siempre fue su cabeza, su manera de ver la vida, su madurez a pesar de su juventud. Cuando nos conocimos era muy chica y, sin embargo, me impresionó cómo se paraba ante las situaciones fáciles y no tan fáciles. Yo tenía a mi nena, Micaela, que era muy chica. Y Pato se comportó de maravillas. Para un hijo no es fácil que su padre tenga una nueva pareja, sin embargo construyeron un gran vínculo", expresó. En los primeros tiempos, Micaela no le hizo la tarea fácil a Patricia. Es lógico. "Yo decía, ´vení amor´ y la nena me retaba porque no quería que llamase así a Pato. Fue difícil. Pero con la llegada de Azul y Zoe la cosa se compuso y hoy Mica la quiere a Pato más que a mí", dice contento el bailarín a LA NACION, con el alivio de haber construido una familia ensamblada sostenida en el amor. Baca Urquiza jamás se dio por vencida: "Aposté a que esa relación se fortalezca. Es la hija de la persona que yo amo y es la hermana de mis hijas. La adoro, la quiero, la aconsejo, y la reto como si fuese una hija y ella jamás me recriminó los retos porque no soy su madre".
Baca Urquiza sabe que el respeto de los tiempos fue clave en la evolución de la relación: "Nunca programé a futuro. Vivía el aquí y ahora. Jamás soñé en formar una familia ni proyecté nada. Respeté su vida personal y su proceso de separación. Jamás le exigí que deje todo para construir nuestra pareja. Por otra parte, él se merecía el mismo respeto con el que me trataba. Algo que me enamoró mucho de él fue observar cómo se manejaba con las mujeres, y lo caballero que era con las bailarinas. En este ambiente no son todos así. Hace lucir a la mujer, la cuida, es generoso". Un gentleman arriba y abajo del escenario. En el pas de deux. Y en la informalidad cotidiana.
En 2007 llegó la boda. "Si no nos casamos antes de que cumpla treinta años, lo hago con otro". Ella se plantó y él le explicaba, una y otra vez, que si se lo proponía con tanta demanda, la decisión sería fruto de un pedido insistente y no del amor. Ella aflojó en el reclamo. Y él tomó ese respiro como una bocanada que lo impulsó, finalmente, a proponerle casamiento a su amada. Una gran alegría en un clan que no estuvo al margen de los dolores.
Más allá de lo idílico y más acá de lo real; como en toda vida, la de los artistas no está exenta de dolores. Guerra y Baca Urquiza debieron afrontar la pérdida de un bebé y ella una seria complicación cardíaca que amenazó con bajarla de los escenarios. Resiliencia mediante, las marcas del dolor no son estigmas sino registros que les permitieron crecer. Juntos atravesaron las penas más grandes y las felicidades más hermosas.
Heridas
Corría 2011. La familia disfrutaba de la vida compartida y del trabajo siempre próspero de la compañía. Pero, el destino siempre impredecible, los puso ante un desafío doloroso. En medio de una función, Baca Urquiza se sintió mal. Un fuerte dolor en el pecho la obligó a tenderse en el camarín luego del saludo final. Traslado urgente e intervención coronaria. El cuadro fue extraño, sobre todo para una mujer en buen estado físico. La colocación de cuatro stent fue exitosa, al punto tal que pudo regresar a los escenarios.
Un año después, otro duro golpe, el más duro, volvería a atravesar a la pareja. Patricia estaba embarazada de un varón, pero una infección en la placenta ponía en riesgo su propia vida. Los médicos desaconsejaron continuar con la gestación. "Fue muy triste perder el bebé. Es nuestro varón, está en el cielo, nos está esperando. Fue muy traumático porque hasta tuve que hacer trabajo de parto, pujar. Maxi me acompañó. En todo ese tránsito, nos ayudó mucho la Fundación Era en Abril, que acompaña a familias que pierden embarazos o bebés muy pequeños. Ahora estamos muy comprometidos con ellos y somos sus padrinos. Tuve ataques de pánico y Maxi atravesó una tristeza inmensa. Pero la Fundación nos ayudó a reconocer que no estábamos locos, sino que se trataba de sensaciones normales". Al igual que para su mujer, para él, sin dudas, fue uno de los momentos más duros de su vida: "No entendía qué nos pasaba, por qué estábamos tan tristes. Yo lo vi al bebé y eso es muy duro". Baca Urquiza reconoce que las sensaciones fueron muy ambivalentes: "Todo eso genera culpa. Yo insistía, pero no se lo podía poner en incubadora porque era muy chico".
Guerra y Baca Urquiza pidieron por el cuerpo del bebé y, aconsejados por el pastor Bernardo Stamateas, le dieron sepultura en un cementerio privado: "Fue cerrar un ciclo", reconoce el bailarín. "No se puede hacer de cuenta que no sucedió nada. Hay que hablarlo. Nadie reemplaza a nadie", agrega ella.
Aquel día de lluvia, el césped del camposanto estaba cubierto de flores violetas de jacarandá. "Era un pedacito de paraíso. Cantamos, le hablamos y le pedimos que cuide a sus hermanas. Es un ángel que nos protege y nos ayuda a continuar", se emociona él.
La pareja hoy brega para que se sancione un ley que permita ponerle nombre y apellido a los bebés que nacen fallecidos o mueren a las pocas horas. Actualmente, figuran como NN o bien con el nombre de la madre.
Fenómena danza
Así en la vida como en la escena. Maximiliano y Patricia hoy recorren el país con un nuevo espectáculo en el que retratan un vínculo de amor potente, como el de ellos, aunque mucho más tormentoso. Trazar un paralelo entre las vidas de Diego Rivera y Frida Kahlo, y las de Maximiliano Guerra y Patricia Baca Urquiza sería un despropósito. Acaso porque la riqueza de cada tránsito es único y las comparaciones son una empresa infructuosa sin sentido. Pero si, empecinadamente, se posa la lupa con vara métrica que busca espejar una existencia con otra; la pasión de los mexicanos por el arte repica en el profundo sentido estético y la exigencia que los bailarines argentinos le imprimen a su disciplina. Los unos plasmaron sus imágenes sobre el lienzo. Los otros, desde el lenguaje de los cuerpos en movimiento. Y algo, mucho, de esa búsqueda de belleza excelsa hoy se ve impresa en Fenómena Frida, la nueva creación de Guerra y Baca Urquiza en la que le ponen el alma a Rivera y Kahlo. ¿Acaso hablar de un vínculo marital atravesado por el arte para exorcizar los propios fantasmas? Siempre se filtra algo personal en la creación artística. Pero claro está que la vida de pareja de los bailarines dista bastante del sinuoso y tormentoso lazo construido entre los artistas plásticos del barrio de Coyoacán en el Distrito Federal. En el Cono Sur, Guerra y Baca Urquiza llevan una vida mucho más apacible. Como los mexicanos, comparten el amor por la disciplina artística, pero puertas adentro recrean, día a día, un universo mucho más amoroso, alejado de toda beligerancia.
"Las parejas que más prosperan son las de dos individuos que no se necesitan, pero que se eligen. Te pasa o no te pasa, no lo podés manipular", explica ella que supo manejarse con cautela en los comienzos y hoy, no solo es la mujer de Guerra sino la socia de una empresa familiar que trajina el mundo con su arte. "A Maxi lo admiro muchísimo, me emociona verlo bailar y separo lo laboral del hombre. Podemos estar enojados, pero a la hora de bailar, soy respetuosa de su nombre y del lugar que ocupa. Es un embajador argentino".
Con estilo propio
Viven a su modo. Felices. Construyen día a día su relación, esa que nació en una audición ocasional. Transitan el escenario con gran técnica y estilo propio y recorren la vida de igual modo: a su manera. Haciendo lo que saben hacer sin adentrarse en terrenos ajenos. El perfil mediático no los define. De hecho, tuvieron, tiempo atrás, un paso algo traumático por la pista de "Bailando por un sueño". "No volvería, la pasé muy mal en ese programa. No era funcional al show y no supe acomodarme. Hay que tener algo distinto que no tengo y no quiero tener. Yo iba a bailar, para mí era un concurso de baile. Ensayamos días enteros, investigamos, lo tomamos muy en serio. Pero hay algo que allí se moviliza que no es lo que más me interesa. Me aparta de mi trabajo como bailarín. Jamás me pongo nervioso antes de bailar, ni siquiera en los teatros más grandes del mundo. Sin embargo, en el programa de Tinelli, estaba súper nervioso antes de salir", se lamenta Guerra. En tanto, ella agradece la exposición porque le dio identidad y la alejó de ser "la mujer de...". "Eso se lo agradezco a Marcelo", señala la bailarina.
La charla con LA NACION va llegando a su fin y para ellos ya es tiempo de una reunión de producción. Más tarde deberán pasar a buscar a una de las hijas que reclama por sus padres, en medio de una tarde fría y lluviosa de otoño porteño. Así es la vida de esta pareja, que alterna los pormenores de la cotidianidad hogareña con los tiempos para cultivar la pasión y el trabajo.
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