Max Berliner: el actor polaco que creció en la Argentina, conoció al amor de su vida en un teatro y se hizo famoso a los 90 años
Llegó a Buenos Aires a los 2 años y creció en una vivienda detrás de un local de corsetería de su mamá, en donde las actrices del teatro ídish dejaban los volantes de sus obras y así se inició en las tablas
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A Max Berliner le gustaba que lo llamaran “el porteño de Varsovia”. Nació en la capital de Polonia el 23 de octubre de 1919, pero no recordaba nada de los dos años que vivió allí porque su familia recaló en nuestro país cuando él apenas tenía dos años y aquí se crio y se hizo artista. Actor, autor y director, trabajó en cine, teatro y televisión, pero una publicidad de un medicamento para el reuma lo hizo popular, tanto que por un tiempo fue trending topic. Y él lo disfrutaba, a pesar de su timidez. Murió unos meses antes de cumplir 100 años, el 26 de agosto de 2019.
Llegó a Buenos Aires en 1922, junto a sus padres y sus tres hermanas mayores. Sus primeros recuerdos se remontan a los días en que correteaba por los pasillos del Hotel de Inmigrantes, donde vivieron los primeros años, sin saber una sola palabra en castellano. Al tiempo se mudaron al barrio de Once, donde su papá Moisés se ganaba la vida como broncero y su mamá Rylka, que era costurera, inauguró una corsetería a la que visitaban actrices del teatro ídish. Y fue gracias a ellas y los afiches que dejaban en el local anunciando sus obras, lo que delineó el destino del pequeño Max, que por entonces tenía 5 años.
“No recuerdo nada de Varsovia, donde nací, ni tampoco cuando mis padres llegaron a la Argentina porque tenía dos años. Pero no me puedo olvidar cuando, a los cinco años me subí por primera vez a un escenario para hacer una obra de Scholem Aleijem, en la que sólo decía una frase en ídish. Ese fue el principio de todo. Mi papá no quería que fuera doctor sino un artista, y le cumplí el sueño. Me vestía de hombrecito y no me dejaba salir a jugar a la vereda, me mandaba a estudiar violín, piano. Eso sí, era muy recto y no debía dejar el colegio. Por mi viejo estudié piano y también di clases en casa. Un día puse un cartelito y se llenó de alumnos. Iba a ver las orquestas de señoritas a los bares y llegué a dirigir orquestas en los cines Catalunya y Standard, en los años del cine mudo. Mi papá me acompañaba a todos lados. A él le gustaba mucho el cine: cerraba el negocio e íbamos a ver películas en continuado. Siempre estábamos juntos porque no le gustaba que anduviera en la calle con otros chicos. En la cuadra de casa había una barra que jugaba en la vereda, pero mi papá decía que no quería un hijo vago sino un hijo artista. Músico o actor, pero artista”, contó hace algunos años en una entrevista en LA NACIÓN.
Además respecto de sus recuerdos de la infancia contó: “Mamá fabricaba prendas íntimas en un local con vidriera y detrás del comercio estaba la vivienda. Los teatros le daban afiches para que los colocara allí y en canje le daban entradas. Eran obras de teatro ídish y me fascinó ese mundo. Eran días maravillosos. Yo leía los cuentitos y mi madre sonreía. Pasaban los periodistas de los periódicos o los actores y me miraban porque les llamaba la atención. También pasaban las prostitutas. Había mucha prostitución en Buenos Aires y muchas de ellas eran clientas de mi mamá. ¿Sabe de qué manera me divertía? Mi cuarto estaba sobre la cocina y había una especie de mirilla que daba al probador. Cuando llegaban las clientas, ¡miraba cada cosa! Al lado de nuestra casa había otra casa con un zaguán y una cortinita blanca. Yo no sabía qué había, pero veía que entraban juntos un hombre y una mujer, y después salía cada uno por separado. Siempre se repetía esa escena, que me intrigaba”.
Se ufanaba de haberse ganado siempre la vida como actor. Su primer trabajo en televisión fue Otra vez Drácula, en 1970, y le siguieron El pulpo negro, Amigos son los amigos, Chiquititas, Tumberos, Botineras, Como pan caliente, Disputas, Doble vida, Muñeca brava, Casados con hijos, Hermanos y detectives, Botineras Malparida, Graduados y Variaciones Walsh, en 2015, entre otros.
Berliner pregonó por la difusión del ídish y de la cultura judía, realizando obras de teatro en castellano y en ídish. “Fundé el teatro Artea, en Bartolomé Mitre y Pasteur con la intención de exhibir temáticas judías en castellano y obras argentinas en ídish. Allí, cada butaca llevaba el nombre de un artista fallecido. El zoo de cristal estuvo durante dos años en cartel y en ídish. Hay muchos que están luchando por el ídish, como yo. Está bien que cuando surgió el Estado de Israel se haya impuesto el hebreo, pero no se puede eliminar el ídish. Los seis millones de muertos en los campos de concentración hablaban ídish. Soy el único actor de la colectividad que vive en dos mundos. Yo hago en ídish teatro universal y en castellano temáticas judías”, decía con orgullo.
En teatro dirigió Clinton vs Hillary (Billary), El Gólem y Liturgias, y fue parte de las obras La familia Karnowsky, que fue su debut, y Platonov, Fin de partida, Días eternos, entre otras.
Debutó en 1972 en el cine con El profesor tirabombas y desde entonces filmó decenas de películas, entre ellas La venganza de Beto Sánchez, La flor de la mafia, Los gauchos judíos, La Patagonia rebelde, El desquite, Pubis angelical, Plata dulce, La nona, Y mañana serán hombres, Las locuras del profesor, En retirada, Pasajeros de una pesadilla, Yepeto, Highlander: the quickening, Seres queridos y 18-J. El último traje, en 2018, fue su último trabajo, allí actuó junto a Miguel Ángel Solá.
La publicidad que lo hizo famoso
En 2009, a los 90 años, Max Berliner protagonizó una publicidad de un medicamento para el reuma que lo mostraba ágil, haciendo destrezas gimnásticas. Esos minutos le dieron una popularidad que nunca había acariciado y también lo hicieron conocido entre nuevas generaciones. Se realizaron parodias en distintos programas de televisión y durante la transmisión de los Premios Martín Fierro 2010 fue trending topic en Twitter.
El gran amor de su vida
Conoció a su mujer, la actriz y artista plástica Rachel Lebenas actuando en La familia Karnowsky. “Con 23 años tenía que hacer de un pibe de 13 que iba a celebrar su bar Mitzvá. Rachel me fue a ver y le gusté. Me esperó a la salida y no me pudo ver porque yo soy tímido y siempre me escapo por otra puerta para que no me atrapen los fans en el hall. Catorce años después vino al grupo de teatro que formé para representar obras en ídish. Estábamos en un patio y la elegí para un papel, por pura intuición. Ella vivía en Villa Luro y tuve que ir a su casa y hablar con su padre para ponerme de novio. Y ya no nos separamos más”, contaba Berliner sobre su historia de amor. Tuvieron dos hijos, Ariel y Daniel.
Berliner fue reconocido como Personalidad destacada de la cultura de Buenos Aires. También recibió el premio Podestá a la Trayectoria de la Asociación Argentina de Actores. “Todos me hacen homenajes por mi edad, pero no se dan cuenta de que yo me siento un pibe de 18 años que quiere seguir trabajando. Y si tuviera que elegir un deseo, me gustaría vivir hasta los 120 años, porque estos 99 fueron maravillosos. Si me dieran la posibilidad, me gustaría repetirlos”, decía divertido tiempo atrás.
Y cuando le preguntaban por el secreto de su vitalidad, respondía: “No hay fórmulas mágicas, pero nunca pienso en negativo, ni cuándo me voy a ir para arriba o abajo. Sólo pienso en crear y seguir creando. Además, camino mucho y nunca fumé. Sin embargo creo que la clave es tener proyectos. Escribo muchos papelitos con ideas. Creo que el refrán está mal dicho, siempre hay que dejar para mañana algo de lo que se puede hacer hoy, así tenés ganas de levantarte y seguir. Porque si te quedaste tirado, perdiste y yo no quiero perder, quiero vivir muchos años más”.
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