Mauro Viale y Leonor, una historia de amor perfecta que duró medio siglo
El periodista y su esposa, Leonor Schwadron, se conocieron a los 18 años en una salida al cine y no se separaron más
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“Pareja como las de antes”, diría una abuela. Es que Mauro Viale y Leonor Schwadron se conocieron en la adolescencia y no se separaron más. A lo largo de casi cinco décadas, el matrimonio estuvo unido, conformando esa familia anhelada que completaron con sus hijos Ivana –psicóloga como su madre– y Jonatan, politólogo y periodista como el padre, hoy al frente de un programa en la señal LN+ y otro en radio Rivadavia. Los cuatro dieron vida a un clan indisoluble en el que Mauro y Leonor ordenaban el juego familiar.
A Mauro jamás se le conoció un desliz y siempre fue un caballero a la hora de referirse a ella. Leonor, profesional de la psicología, acompañó a ese hombre que solo se permitía 15 días de vacaciones por año y falleció el último domingo a los 73 años, luego de contraer Covid.
Contigo pan y cebolla
Criados en la fe judía, Mauro y Leonor se conocieron siendo muy jóvenes. Él tenía porte de galán cuando, a sus 18 años, la vio y quedó flechado. En esos tiempos, el apuesto Mauricio Goldfarb, tal el nombre que figuraba en su DNI, era agente de crédito de una cooperativa, un cargo que sonaba grandilocuente, pero que no era gran cosa, y cuyo sueldo no le permitía darse demasiados gustos. A Leonor, que tenía casi la misma edad, tal cuestión no le importó. Cuando todavía la adolescencia está fresca son otras las prioridades. La jovencita quedó paralizada ante el porte esbelto y delgado del galán recién conocido. Amigos en común los presentaron en una salida conjunta al cine con toda la intención que tuvieran afinidad. Tal cosa aconteció y Mauro no dejó de mirarla durante toda la proyección. El futuro periodista jamás se enteró que película habían ido a ver.
La siguiente salida de la pareja fue sin la compañía de ningún amigo. Mauro le había pedido el número de teléfono, dato que Leonor accedió rápidamente a brindarle, no fuera cosa de perderlo. Un tiempo de noviazgo antes de pisar el templo para sellar la boda.
A Leonor le divertían las aventuras que contaba Mauro. Rápido en sus modos de expresarse, sabía cómo seducir a su chica desde la intelectualidad. “Voy a ser un periodista famoso”, le auguró. Y ella le creyó. Tal era la atracción entre ambos que ninguno dudaba de los sueños del otro. Rápidamente, se dieron cuenta que eran el uno para el otro y que esos proyectos se concretarían con el apoyo, el amor y la contención mutua. En 1965 se casaron.
En familia
Con talento y astucia para saber estar en el momento adecuado, Viale comenzó a transitar los medios de comunicación con buena suerte. Rápidamente, su nombre se fue haciendo conocido y sus relatos y comentarios deportivos empezaban a generar empatía con la audiencia televisiva. Leonor contemplaba admirada el ascenso profesional de su marido, quien siempre recurrió a ella para encontrar la voz del sentido común. Antes de cualquier decisión arriesgada, allí estaba Leonor para dar su parecer.
Con los años, llegaron Ivana y Jonatan, los chicos que completaron la postal familiar. Mauro, desde siempre un trabajador incansable, casi era una visita en su casa. Fue Leonor quien sostuvo a la familia, acompañó a sus hijos en los estudios y estuvo atenta a lo que Mauro necesitara en medio de un trabajo desgastante, absorbente y algo alienante. Con todo, la pareja se sostenía en las necesidades comunes e individuales. Leonor nunca renegó de las actividades de su marido ni de esa vocación por los medios que le robaba tanto tiempo. Con los niños crecidos, la mujer pudo canalizar su pasión por los pensamientos de Freud.
Ivana se dedicó a especializarse en la atención psicológica de niños. Jonatan estudió Ciencias Políticas y complementó esa formación con el periodismo. El joven jamás renegó del estilo de su padre, a quien siempre consideró un modelo, un guía y la persona indicada para aconsejarlo sobre las asperezas de la profesión periodística. Con puntos de vista diferente sobre la realidad nacional, más de una vez discutieron, aunque siempre en muy buenos modos, nunca la sangre llegó al río. Se sabe, el amor es más fuerte.
Madurez
Los últimos años de Mauro Viale fueron los más dedicados a su familia. Con sus hijos ya grandes, el periodista canalizó su amor por los suyos malcriando a sus nietos. Leonor no se quedaba atrás. El fastuoso piso del barrio de Palermo en el que residía el matrimonio había quedado demasiado grande para esos abuelos con el síndrome del nido vacío. Como suele suceder, los nietos pasaron a ser una prioridad para los esmerados abuelos, que se encargaban de malcriarlos con todo y más.
Cuando ya no estuvo la responsabilidad de criar y educar a los propios hijos, la pareja aprovechó para viajar por el mundo en ajustadas dosis porque Mauro jamás pudo superar su adicción al trabajo. Será por eso que Leonor decidió profundizar su tarea como psicóloga.
Viale, admirador de su esposa, no dudó en convocarla para que participe de sus programas de televisión tocando aquellos temas de gravitación psicológica. Era muy simpático verlos a los dos departir sobre temas controvertidos, pero matizar la charla con alguna apreciación que hacía a la vida doméstica. Ambos estaban orgullosos del otro y se les notaba. Barroca en su vestir, ampulosa en sus modos y con una melena llamativa, Leonor no pasaba inadvertida ante las cámaras.
En los últimos años, ella había comenzado a sugerirle a su marido que cuidara su salud, que no sobrecargara la agenda. El último fin de semana, Leonor debió quedar aislada por ser contacto estrecho de Mauro, ya infectado con el Covid. El domingo, el periodista había comenzado a mostrar signos más alentadores que habían permitido mudarlo de la terapia intensiva. Sin embargo, su condición se complicó, tuvo un paro cardiorrespiratorio, y murió.
Cuando le comunicaron a Leonor la noticia del fallecimiento de su esposo, el mundo se le derrumbó. No podía entender cómo podía haber sucedido semejante cosa con ese hombre, su hombre, que había estado trabajando hasta dos días antes. Al dolor de la pérdida inexplicable, a Leonor se le sumó la desdicha de no poder acompañar a su marido a su morada final. Solo Jonatan y su esposa Micaela pudieron trasladarse hasta allí para depositar el cuerpo en el cementerio que la comunidad judía posee en la localidad de La Tablada.
Había concluido una historia de amor sin dobleces, que de tan perfecta hasta sería aburrida parar inspirar páginas de ficción. Habían pasado más de 50 años desde aquella salida al cine. Esa escapada con amigos en la que se miraron a los ojos y no se despegaron más.
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