Mauricio Asta y el éxito de El gran premio de la cocina: "Hay más amistad y complicidad fuera del aire"
Se dice que la costumbre de disfrutar de un buen postre nació en Grecia, en el 776 a.C. En el Imperio Romano la tradición se afianzó y desarrolló. En el siglo XXl, la pastelería remite al placer. A ese momento que corona una buena comida o como excusa para compartir un rato social. Acaso por la connotación festiva del dulzor en el paladar, Mauricio Asta hizo de su arte una verdadera celebración.
El eximio pastelero, que hoy se luce como jurado de El gran premio de la cocina, el exitoso formato de las tardes de eltrece, lleva 18 años ofreciendo sus recetas por televisión con estilo propio. "El programa me tornó más visible, pero siempre fui así, tengo una manera de ser poco ceremonial. Siento el compromiso de dar algo divertido. Con las redes, la información gastronómica está muy al alcance, entonces considero que al encenderse una cámara se tiene que encender mi costado de show. En mis programas siempre me basé en mi gracia, en el chiste, en la picardía. Está en mi forma de cocinar. Y, ahora, también me expreso así como jurado", explica este hombre de 45 años criado en Martínez, que debutó en Utilisima y hoy es una de las caras de El Gourmet. En esa señal, y ante la imposibilidad de grabar su programa de manera convencional debido a la situación pandémica, hoy participa a través de podcast y especiales registrados a distancia.
"Soy empático, por eso, más allá de la devolución que hago sobre el plato que prepararon los participantes, me interesa generar algo distendido, ameno, alegre, pícaro. Cuando la gente encuentra esto, se siente más cercana", reconoce Asta, quien comparte el jurado del programa de eltrece, conducido por Carina Zampini, con Christian Pertersen y Felicitas Pizarro. Juan Marconi completa el staff de esta propuesta que, a paso firme, fue ganando repercusión mediática gracias a una receta de química perfecta. "Lo que se ve en pantalla es lo que es. Fuera del aire, incluso, hay más amistad y complicidad", explica este histriónico hombre de la cocina que también se desarrolla como empresario en su local pastelero de Martínez.
-Te amalgamaste rápidamente. Se te percibe muy cómodo en el formato.
-Es producto de lo receptivo que fueron mis compañeros. Siento que están contentos con mi participación y eso me hace sentir muy bien. Trabajé en equipos con mala onda, eso acá no sucede. Ahí también descansa parte del éxito.
-¿Habrá otra temporada de El gran premio de la cocina?
-Al programa le va muy bien. Entiendo que comenzará una nueva temporada, la novena, con algunos cambios para que siga siendo llamativo y entretenido.
-Hace pocos días tuviste el privilegio de ser contrafigura de Carina Zampini.
-Fue un sueño hacer una escena con ella. Carina se permite soltar su parte actoral.
"Oh yeah yeah yeah" o "Bruuuuutal" son algunos de los latiguillos a los que apela Mauricio Asta para darle identidad propia a sus comentarios. "Mucha gente me dice que acompaño a un enfermo y le alegro el mal momento. Recibo un montón de cariño, será porque siento que hay un rol social en el dar felicidad. Tengo un catalizador que hace que cada uno encienda su propia alegría". Acaso algo de ese vínculo estrecho con la gente resida en aquellos primeros años de juventud donde estudió Psicología en la Universidad de Buenos Aires. O en su más reciente actividad como counselor, recibido con varios postgrados. "Antes de la pandemia atendía una vez a la semana. Ahora no porque no me llevo bien con la consulta en videoconferencia. La calidez del vínculo presencial se pierde a través de una pantalla".
Superarse
Mauricio Asta no es de los que disfrutan del ocio. La energía desbordante frente a cámaras es igual o más acelerada en su vida cotidiana. "Necesito tener una agenda de trabajo intensa. Con el ocio no me manejo bien, la cantidad de energía que tengo es sano depositarla en el trabajo. No disfruto del dolce far niente".
Siento que hay un rol social en el dar felicidad. Tengo un catalizador que hace que cada uno encienda su propia alegría
-¿Hay un origen en el que puedas rastrear esta cuestión?
-Supongo que tiene que ver con mi crianza. Tengo padres italianos, para ellos el trabajo era algo que te erigía, te afianzaba, te daba de honorabilidad. Eso lo tengo incorporado: la vida se pasa trabajando. Es un paradigma raro, porque no necesariamente tiene que ser así.
-¿Alguna vez atravesaste necesidades?
-Mi infancia no fue dura, nunca me faltó nada. Pero, en el discurso de mis padres, aunque yo no lo viví, era escuchar sobre hambre, infancia sin calzado en los pies.
-Padres italianos que atravesaron la guerra. Esas secuelas se pagan toda la vida.
-Exacto. Mis padres pisaban nieve y se alimentaban de los frutos que daban los árboles. Vivieron la escasez al punto del hambre. No de la indigencia que vemos hoy día, sino del hambre de la guerra. De lo único que podían valerse era de lo que la naturaleza les proveía. Sufrieron mucho todo eso. Aquello los marcó al punto tal de ser muy reiterativos con el tema. No pudieron superar ese pasado, pese a que la mayor parte de su vida fue en abundancia. A los 18 años llegaron a la Argentina y pudieron hacerse de un pasar de clase media muy fructífero, pero aquél trauma los marcó mucho. De alguna forma, yo también lo encarno, no me puedo permitir no trabajar, sino hacer y ganar. Pero no lo digo desde lo ambicioso capitalista, sino desde un modo de ser.
En ese modo de ser que hoy lo muestra desfachatado y sociable, hay un historial de dolor. Su infancia no fue sencilla. Se inventó a sí mismo para superar aquello que dolía y no le permitía llevar adelante una vida social integrada: "Te cuento algo que, tal vez, me de vergüenza, pero me animo. Nunca lo conté. Creo que será bienvenido, porque la gente conoce mi lado sincero. Pasé una niñez, casi empezando la adolescencia, donde fui tartamudo. Hablar era un problema para mí. Estar en público con otros y que me sintieran hablar, era un tema. Sin embargo, pude trascender eso, curarme. Creo que por eso necesito expresarme en la vida y no solamente con palabras, sino con mi estado de ánimo, con música, con lo que sea".
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-¿A qué edad superaste la dificultad en el habla?
-Alrededor de los 17 años. Fue de manera autodidacta, no tan llevado desde una terapéutica psicológica o con fonoaudiología.
-¿Cómo fue?
-Me di cuenta que cuando cantaba o hablaba inglés no tartamudeaba. Ahí aparecieron algunas ideas. "¿Qué onda si yo hablo generando una cadencia o un modo que parezca un canto en donde mecho palabras en inglés?" Traté de hacer de la comunicación un lenguaje propio y entendible. "¿Qué pasa con mi comunicación si yo hago esto?". Me planteé ese tipo de interrogantes.
-Evidentemente, el recurso funcionó.
-Me dio muchos bastones para qué, cada vez que venía el tartamudeo, encontrara una estrategia: hablar como en una canción, alargar palabras. Esos bastones hicieron que pudiera empezar a caminar y correr, a hablar sin estrategias. Esto me ayudó más que la terapia.
-Siendo tan chico, te manejaste con mucha intuición y convicción.
-Fue pensado y elaborado. En la vida, todos tenemos esos momentos iluminados. Todos, en algún momento, fuimos muy inteligentes y estrategas con nosotros mismos. En ese momento me iluminé y apareció un modo de vivir mejor. La verdad es que siendo tartamudo se torna muy difícil el plano social, te restringe mucho el vínculo, lo que se quiere expresar. Uno es sometido a un lugar de señalamiento, aunque no sea de forma maliciosa.
-¿Sentías que te colocaban en el lugar del "distinto"?
-El otro te mira y lo incomodás, porque quiere que puedas continuar con tu relato y no se puede.
-Hoy se conceptualiza como bullying. ¿Lo padeciste?
-No lo transité como se conoce hoy día. No fui maltratado por ser tartamudo.
-En algún momento de tu vida, ¿te sentiste discriminado?
-No sé si, cuando era chico, mi sexualidad estaba de manifiesto. De todos modos, en la época del colegio primario había algo de mis gustos, de mis formas de expresión, de mis elecciones de juego que, tal vez, denotaban diferencias con mis compañeros.
-¿Qué reacción encontrabas en ellos?
-Se apelaba al concepto de "marica", esa era la palabra recurrente. Pero no surgía de mis compañeros de clase, sino de los demás cursos. Lo resolví gracias a esas cosas maravillosas que hay que recordar porque son muy sanas: me acerqué a ese grupito, pero no desde el lugar de miedo ni defendiéndome como agredido.
-¿Cómo los enfrentaste?
-Fui con toda mi humanidad y les dije: "Chicos, ustedes me dicen "marica" y a mí me duele. Me hace sentir que soy algo incorrecto, me hace sufrir, me siento no querido ni aceptado. Me hacen sentir que hay algo malo en mí. Yo no sé qué es lo que está mal". Más o menos fueron estas palabras, dentro de lo que podía expresarme a los diez años.
-¿Cuál fue la reacción de ese grupo?
-Se produjo algo maravilloso. A partir de ese día fui tomado como parte de ellos. Se terminó la violencia. Es más, había un respeto muy grande hacia mí. Creo que los chicos que generan bullying lo hacen porque ellos mismos están sufriendo algo de lo que hacen sufrir al otro. Siento que son agredidos en sus casas o en un grupo social y, ante eso, dicen al otro lo que los atraviesa a ellos. Reconozco en mí una chispa de ayuda divina que, ante mi tartamudeo y el bullying me hizo zafar sin que sea algo traumático.
-En términos de la antropología social, rompiste con la otredad para dar paso a la alteridad.
-Los activos en el bullying son los vulnerados en alguna esfera y replican ese modelo a otro. Sufren ellos y hacen sufrir a otro. El monstruito también es víctima. Haberme acercado diciendo que soy víctima, los hizo pensar en ellos mismos.
-Ante tus padres, ¿estuvo allanado el camino para plantear tu identidad?
-No. En casa no estuvo para nada allanado el camino, ni había una cabeza muy abierta. La pasé bastante difícil, fue complicado. Al enterarse mi mamá y mi familia, había mucha reticencia a que mi papá se enterara. Lo consideraban más obtuso, más siciliano encerrado en sus ideas, y pensaban que esta noticia lo iba a poner muy mal y perjudicar nuestro vínculo.
-¿Nunca se lo contaste?
-Sí. Cuando mi papá ya estaba grande, decidí hablar. No quería seguir ocultándole eso.
-¿Cómo reaccionó?
-Maravillosamente bien. Me dijo: "Sos mi hijo, como siempre. No te gustan las mujeres, te gustan los hombres. ¿Qué problema hay?". Toda mi familia pensaba que mi papá no lo iba a aceptar y sucedió todo lo contrario. Tenía 82 años y murió a los 85.
-¿Con tu madre fue más sencillo plantear el tema?
-No. Se le juntó con las creencias religiosas, con el qué dirán los demás. Pensaba qué había hecho mal como madre. Pero ya está superado todo.
-Debe ser fanática de su hijo famoso.
-Final feliz para la historia, tiene 85 años.
En pareja
A los 45 años, Mauricio Asta transcurrió buena parte de su vida en pareja. Alejados aquellos fantasmas de la discriminación y los silencios antes su verdadera identidad, las experiencias pasadas le permitieron construirse fortalecido y sin heridas que impidan la construcción de nuevos vínculos: "Hace dos años me separé de quien fue mi pareja durante dieciséis. Así que transito un momento donde, en parte, superé el duelo y estoy bien, a punto de caramelo para conocer a nuevos novios. Pero también es bueno disfrutar el estar solo sin tener que tener, necesariamente, una pareja".
-Una relación formal durante dieciséis años es un tramo importante de la vida.
-Fue una linda época. En pareja tenés garantizado el amor, la compañía, la familia. Tener esa estabilidad te permite ocuparte de otras cosas. En la soltería también se puede ir en busca de otras facetas, pero siempre está latente esa necesidad de encontrar el amor. Esa estabilidad me permitió desarrollarme en lo profesional, estudiar, y me hizo revisar mi historia y la de mi familia. Ahora que me divorcié, no me replanteo el haber estado tantos años, al contrario, gracias a que estuve en pareja todo ese tiempo pude desarrollarme como persona y como profesional. Fue algo valioso que atesoro en mi vida.
-Algunas personas pueden vivir sin pareja y otras, para funcionar, necesitan estar enamorados. ¿Dónde te parás?
-Para mí es nueva está situación, en dos años te puedo contestar mejor. Desde mi separación me di cuenta que me gusta estar solo, que puedo disfrutarlo, pero también que me hace bien sentir que alguien me busca, me quiere, que piense en mí, que soy atractivo y gusto, que puedo planificar una sorpresa o que me la hagan. Es una parte muy linda de la vida, pero no sé si lo necesito para seguir funcionando. Hoy mi felicidad pasa por otros aspectos. No es algo que necesito para que me erija en la vida, aunque no lo desestimo. Los humanos, de una u otra forma, siempre estamos en busca del amor.
-¿El sexo se disfruta más con amor? ¿Aparece con rasgos de epifanía?
-El sexo sin amor es, tal vez, algo más pulsional, más instintivo, animal, mucho más carnal. Cuando se da con amor hay guarniciones extras que hacen que el plato sea más rico, más cálido y disfrutable. No digo que, estando enamorado, el sexo es mejor, sino que tiene otras características. A veces, el sexo sin amor también es muy bueno. Aunque no me interesa el sexo de una vez y basta. Eso me parece incompleto, porque a medida que uno se va vinculando con el otro, el sexo se va volviendo con más matices, espontáneo, más fogoso. Uno se despliega mucho más, es uno mismo y se conecta con lo que le gusta y lo que le gusta al otro. Aunque no esté presente el condimento amor, aunque sea solo pasión, también es disfrutable, no lo desestimo.
-Tu repercusión va en aumento y tu histrionismo se potencia. ¿Sabés que estás a un paso de ir a Bailando por un sueño o a hacer teatro en Mar del Plata?
-¡Me lo dicen! Me causa mucha gracia. Entiendo que para ir al Bailando hay que tener algo histriónico.
-Por eso te lo digo.
-No es algo a lo que aspiro. ¡Para nada! Aunque hago zumba, canto, me muevo. Lo fuerte en mí es la expresión, necesito expresarme. Si pusieran música en el programa y Carina Zampini me sacase a bailar, mis caderas se moverían sin vergüenza. A veces me pregunto de dónde saco todo eso. ¿Soy así de desfachatado? Todo remite a ganarle al problema que tuve de chico, al no poder expresarme. Ahora lo hago desde todas las aristas en la que puedo hacerlo. En primer lugar, me río de mí mismo, me ridiculizo, y nunca me meto con nadie. Entonces, para el otro, es amigable.
-Libre de prejuicios.
-No tengo prejuicios. No me planteo qué pensará el otro. Si me llaman del Bailando, bienvenido. Aunque no creo que acepte. Pero sería maravilloso que alguien piense que puedo ser funcional en el show más grande de Argentina.
-Trabajaste en un crucero de Walt Disney. Se dice que debajo del nivel del mar, la vida es esclava. ¿Cómo fue tu experiencia?
-Fue sacrificado porque estás todo el día ahí adentro. No hay momentos para salir o sentir libertad. En un crucero el hábitat es el cuarto, un lugar común de empleados y la cocina. Reconozco que no me hacía bien, aunque el trato en esa compañía es muy bueno.
-¿Durante cuánto tiempo trabajaste allí?
-Estuve un año, aproveché mucho la capacitación que me dio Walt Disney. Fue enorme lo que aprendí. Sabía que tenía que aguantar, aunque no fuese tan feliz. Sabía que estaba trabajando para una empresa que en hospitalidad es la primera. De todos modos, mi forma no va con esa vida. No me pude sentir The Little Mermaid.
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