En su autobiografía, que saldrá a la venta en los Estados Unidos el próximo martes, el actor confiesa que ha pasado la mitad de su vida adulta en rehabilitación y ha gastado nueve millones de dólares en alcanzar la sobriedad, que mantiene desde hace 18 meses; decidido a ayudar a otros con su historia, plantea un futuro alejado de la actuación
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LOS ANGELES.- Cuando pienso en Matthew Perry, un actor más conocido como Chandler Bing, por su papel en la serie Friends, lo imagino tirado en el sofá anaranjado del Central Perk o sentado en uno de los sillones reclinables del apartamento que compartía con Joey Tribbiani, el personaje interpretado por Matt LeBlanc.
Hace unas semanas, tras llegar a la casa de 600 metros cuadrados que alquila en Beverly Hills, me reuní con el actor de 53 años, quien me recibió sentado en un sofá blanco de un living blanco, a un mundo de distancia de la sitcom de la NBC que duró 10 temporadas y catapultó a sus seis protagonistas a la fama, la fortuna, y memes hasta la eternidad. En lugar de la mesa de metegol que reunía a Chandler, Joey, Monica, Phoebe, Rachel y Ross, en la casa de Perry hay una mesa de pool de paño rojo que parece sin estrenar. Una casa llena de luz, pero de poca calidez.
He visto todos los episodios de Friends al menos tres veces, en el prime time, en VHS y en Netflix, pero de cruzarme a Perry por la calle hoy en día, no estoy tan segura de haberlo reconocido. Si en la muy televisiva década de 1990 Perry parecía un terrier hiperquinético, tan memorable por su manejo de la comedia física como por sus ocurrencias, ahora parece más un bulldog aprensivo, incluidos los surcos en la frente. Como confiesa su Lisa Kudrow en el prólogo que escribió para el libro de memorias del actor, de inminente publicación, la primera pregunta que hace la gente sobre Friends suele ser “¿Cómo anda Matthew Perry?”
Perry responde a esa pregunta en Friends, Lovers and the Big Terrible Thing, el libro que la editorial Flatiron lanzará en los Estados Unidos el martes, donde relata con crudeza sus décadas de lucha con el consumo de drogas y alcohol. En 2018, su adicción lo hizo atravesar una odisea médica que incluyó neumonía, una perforación en el colon, un par de días en terapia intensiva con cuidados críticos, dos semanas en coma, nueve meses con una bolsa de colostomía a cuestas, más de una docena de cirugías estomacales, y finalmente la admisión de que a sus 49 años había pasado más de la mitad de su vida en centros de tratamiento o rehabilitación.
La mayor parte de eso está relatado en la introducción del libro, donde en determinado momento Perry escribe entre paréntesis: “Por favor tengan en cuenta que los próximos párrafos de este libro serán de una biografía, y no de una autobiografía, porque yo ya no estaba ahí”. El libro está lleno de revelaciones dolorosas, incluida su breve disfunción eréctil inducida por el alcohol, y otra en la que Perry cuenta que tuvo que llevar sus dientes superiores al dentista en una bolsita en el bolsillo de sus jeans: mordió una tostada y se le cayeron, escribe: “Sí, todos”.
Perry dice que mientras grababa la versión en audiolibro de sus memorias de pronto pensó: “¡Por Dios! ¡qué vida terrible tuvo esta persona!” De inmediato se dio cuenta: “Esperen un minuto: ¡Estoy hablando de mí!”
Primero en voz baja y luego, a medida que se relajaba, con un volumen que me permitió despreocuparme del micrófono de mi grabador, Perry ahondó en el tema de su abuso de sustancias. Todo empezó con Budweiser y el vino Andrès Baby Duck cuando tenía 14 años, de ahí el consumo de disparó a la botella grande de vodka e incorporó antidepresivos, opiáceos y otros analgésicos. El límite lo puso con la heroína, una decisión a la que atribuye haberle salvado la vida.
“Fingía lesiones en la espalda, dolores de cabeza por migraña. Tenía ocho médicos trabajando para mí al mismo tiempo”, dice Perry. “Me despertaba y tenía que ingeniármelas para conseguir los 55 Vicodin que me tomaba por día. El adicto a las drogas vive haciendo cálculos: para ir a este lugar necesito tomarme tres, y después voy a este otro lugar, y me voy a tomar cinco, porque ahí voy a estar más tiempo. Es agotador, pero si no lo hacés, te sentís muy, pero muy enfermo. Ni siquiera lo hacía para estar drogado o para sentirme bien, y ciertamente nunca fue un fiestero. Lo único que quería era tirarme en el sofá, tomarme cinco analgésicos y ver una película. Para mí, eso era el Paraíso. Pero ya no lo es.”
Perry dice que cuando se emitió la reunión de Friends, en mayo de 2021, ya llevaba 18 meses “limpio”, o sea sin consumir drogas ni alcohol. “Debo haber gastado unos 9 millones de dólares tratando de mantenerme sobrio”, calcula el actor.
La mayoría de los adictos no tienen los recursos de Perry, pero tienen lo que él llama “la bendición del anonimato”, mientras que sus momentos más oscuros fueron fotografiados, registrados y hasta objeto de burla. Para que conste, Perry no es muy fanático del secretismo de Alcohólicos Anónimos, donde es mentor de tres personas en recuperación. “No me gusta el anonimato porque da a entender que hay un estigma y que tenemos que escondernos“. El ánimo de Perry se ilumina cuando habla de su última obsesión: en la casa donde se mudará en Palisades, mandó construir una cancha de pickleball, deporte de paleta al que juega con amigos y profesionales contratados.
Entonces, ¿qué lo llevó a escribir un libro?
Tras una prolongada internación en un hospital de Los Ángeles, Perry comenzó a escribir la historia de su vida en la aplicación de notas rápidas de su teléfono. Cuando llegó a las 110 páginas, se las mostró a su agente, que lo animó a que siguiera. Trabajaba en la mesa del comedor unas dos horas al día, no más: “Fue duro revivir todo esto”. Perry ya había escrito guiones para televisión —The Odd Couple, Mr. Sunshine—, “pero realmente nunca se me había ocurrido escribir un libro”, dice. “Cada vez que recordaba algo muy íntimo que realmente no quería compartir, pensaba en las personas a las que podía ayudar si lo contaba, y eso me hacía continuar.”
En el transcurso de la siguiente hora, Perry volvió quince veces sobre esa idea de ayudar a sus compañeros adictos, y la dedicatoria del libro dice: “Para todos los que sufren por ahí, y saben de lo que hablo.”
“El proceso de recuperación es día a día, y no termina porque haya escrito un libro”, reconoce el actor.
Las memorias se compilaron sin un escritor fantasma, algo inusual cuando el autor es alguien famoso. Megan Lynch, vicepresidenta y editora de Flatiron, dice el año pasado, cuando leyó la propuesta, sintió que “Había una voz real, y estaba claro que iba a compartir detalles íntimos no solo sobre sus tiempos en Friends, sino sobre toda su vida, y eso fue muy esclarecedor. No publico libros de celebridades porque sí, y como editora soy muy selectiva en ese sentido. Pero esto realmente estaba muy por encima del nivel que veo normalmente”.
Lynch, que veía Friends cuando tenía 14 años y le agradece esa visión de una vida futura en la ciudad de Nueva York, agrega que “a diferencia de cualquier otra celebridad con la que haya trabajado alguna vez, Matthew entregó su manuscrito antes del plazo pautado”.
Aunque Perry espera que Friends, Lovers and the Big Terrible Thing termine en la sección de autoayuda de las librerías, en sus páginas los fanáticos de Friends encontrarán perlitas conmovedoras. Perry escribe con agradecimiento y entusiasmo sobre esas 10 temporadas en las que él y sus coprotagonistas trabajaron juntos y donde en su mejor momento llegaron a ganar un millón de dólares por episodio.
Recuerda aquella vez que Jennifer Aniston entró a su tráiler y le dijo, “de una manera extraña pero cariñosa”, que el grupo sabía que estaba bebiendo de nuevo. “Lo podemos oler”, le dijo Aniston, “y ese verbo en plural fue como un mazazo”, escribe Perry. En otra ocasión, el elenco en pleno directamente lo encaró en su camerino.
Perry también lanza una triste bomba sobre su boda en la ficción: “Me casé con Monica y de ahí, en el punto más alto de mi carrera en Friends, en el punto más alto de mi carrera, el momento icónico de un programa icónico, me llevaron derecho de vuelta al centro de rehabilitación en una camioneta manejada por un técnico sobrio.”
Entrevistada telefónicamente, Kudrow dice: “Es una enfermedad terrible y para colmo Matthew sufre una de sus versiones más difíciles. Lo que no cambia es su voluntad de seguir adelante, de luchar y seguir con la vida”.
Y agrega: “Quiero mucho a Matthew. Somos parte de una familia. Terminaría citando el estribillo de canción de la serie, donde dice “I’ll Be There for You”, y es verdad: siempre podrá contar conmigo.”
Perry dice que sus relaciones fallidas son uno de los temas sobre los que más difícil le resultó escribir, aunque mantiene la esperanza de casarse y tener hijos. “Creo que sería un excelente padre”, dice.
Dieciocho años después de la emisión del último episodio de Friends, a Perry lo conmueve comprobar su permanencia y su popularidad entre los hijos de los espectadores originales de la serie. “Hay chicos de 15 años que se me quedan mirando, preguntándose por qué me veo tan viejo”, confiesa. “El infierno existe, y no dejes que nadie pretenda convencerte de lo contrario”, escribe Perry. “Yo estuve y sé que existe: fin de la discusión”.
Pero ahora se siente mejor “porque logré salir”, dice el actor. “Y si sigo vivo, es definitivamente para ayudar a salir a los demás.”
(Traducción de Jaime Arrambide)
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