En una entrevista íntima con ¡Hola!, el futbolista habla de cómo superó el momento más difícil de su vida y volvió a las canchas
Se conocieron en París, hace catorce años. Poco después comenzaron su noviazgo –con convivencia inmediata– en Roma. Fundaron su familia en Parma, donde recibieron a su hija mayor. Y ahora están radicados (¿definitivamente?) en Nordelta. A Luciana García Pena (34) se le iluminan los ojos cuando revive su historia de amor con Matías Almeyda (38).
Dice que, prácticamente, crecieron juntos. Y que aprendieron a enfrentar cada desafío tomados de la mano. Además de conocer la gloria deportiva (con títulos, prestigio internacional y fichajes millonarios), atravesaron un período oscuro. Fue cuando Matías dejó el fútbol de forma prematura y cayó en una profunda depresión. El trance duró cuatro años.
–¿Cómo definirían esos cuatro años grises, de depresión?
Matías: A veces pienso que ese momento, uno de los más difíciles de mi vida, lo sufrí por ser un egoísta. En ese entonces solo pensaba en mi presente, mi futuro, en cómo iba a ser mi vida sin el fútbol… ¿Y sabés qué? El futbolista está lleno de sueños y de objetivos que intenta cumplir cada vez que pisa la cancha, por eso pasa la mayor parte del día entrenando o pensando en cómo patear mejor la pelota. Sin embargo, cuando no juega más, no queda nada de eso. Pasás de la hiperactividad a la inactividad absoluta. ¡Todos los días parecen domingo! Así me fui alejando de todos, incluso de mi familia. Mi rutina se reducía a llevar las chicas al colegio, ver el noticiero, tomar mate y después… Nada… Dormía todo el día… Me había aislado completamente. No encontraba mi lugar.
Luciana: Todo fue muy raro. Yo no lo reconocía. Sentía que él había dejado el fútbol pero que el fútbol se había llevado toda su alegría, su espíritu, sus ganas de reír y de querer salir adelante. Fueron cuatro años heavy. Al mismo tiempo, trataba de ayudarlo con las chicas, para que ellas no se dieran cuenta de lo mal que estaba su papá. Estaba todo el día durmiendo, pero cuando las chicas volvían del colegio yo me ocupaba de despertarlo para que ellas lo vieran bien. Hacía doble trabajo, pero estaba segura de que iba a ser transitorio: tenía la esperanza de que se iba a recuperar. Empecé a hacer terapia y la psicóloga me dio un par de tips para poder manejar la situación y sacarlo adelante. Por suerte, pudo salir y lo hizo superbien.
–¿Qué te dejaron esos años fuera del fútbol, Matías?
–En ese tiempo me cuestioné todo. Y llegué a la conclusión de que al jugador de fútbol lo preparan desde chico para ser una máquina de generar plata. De hecho, lo primero que piensan los padres si su hijo juega bien al fútbol es que van a tener un buen pasar económico y enseguida se olvidan de que hay un ser humano detrás de esa máquina. Todos te entrenan para que juegues, pero nadie te prepara para el momento del retiro. De repente, sos un jubilado de 30 años cuya vida se reduce a cebar mate y pensar en qué hacer el resto del día. Tu vida se vuelve una verdadera pesadilla.
–¿Cómo saliste? ¿Quién te dio el primer empujón?
–Mis hijas fueron importantísimas. Ellas absorben todo. Y, si bien no me lo dijeron en la cara, me lo hicieron saber. El mensaje de Sofía, la mayor, fue el más directo. La llevamos a hacerse un psicodiagnóstico y cuando le llegó el turno de dibujar a la familia, hizo a su madre como una reina, a sus hermanas como princesas… Y a mí como un león viejo, enfermo, triste. Ahí me cayó la ficha y empecé terapia.
–Cuando te recuperaste decidiste regresar a la cancha.
–Sí. Cuando dije que volvía al fútbol a los 35 años, se rieron todos. Pero volví y demostré que todavía estaba para jugar, que me bancaba la cancha. Y a pesar de que no era el mejor momento de River, jugué con un sentimiento y una pasión increíbles… Viví el fútbol como nunca antes. Fue un hermoso desafío. Lo mismo cuando empecé a dirigir. Si bien mi representante, Santiago Hirsig, me había acercado varias ofertas para dirigir en el exterior, aposté por River.
Luciana: Nadie daba dos pesos por él y yo le dije: "Solo vos sabés si estás en condiciones de hacerlo". Jamás dudé de él. Es verdad que con River había comprado un problema, pero nunca pensé en el fracaso. Soy muy positiva y tenía fe en que él lo iba a lograr. Y lo hizo.
UN AMOR SIN LIMITES
El hogar de los Almeyda es una casa de estilo español, color rosa con detalles blancos, construida en dos plantas, que ofrece una vista espléndida de la laguna. Está rodeada por un parque enorme, donde ahora juegan sus tres hijas: Sofía (11), Azul (9) y Serena (6). Luciana cuenta los principios de la pareja. Su historia de amor parece increíble. Si bien se habían cruzado alguna vez en los pasillos de River Plate –cuando él entrenaba en las inferiores y ella practicaba gimnasia artística–, recién se acercaron por primera vez durante el Mundial de Francia 98. Por ese entonces, Luciana trabajaba como movilera del programa Teleshow y Matías era mediocampista central de la selección nacional. Durante la cobertura de un entrenamiento, sin miedo a la cámara encendida, la notera de tan solo 21 años le gritó un contundente "Te amo" al jugador. Y él no dudó en pedir su teléfono.
–Aquel grito, que parecía un chiste para la televisión, encendió esta historia de amor.
Luciana: Al día siguiente me llamó y lo primero que me dijo fue: "Estoy casado". Y yo le contesté que era un desubicado. Pasaron veinte días y me volvió a llamar, esta vez para contarme que había decidido separarse. Ahí empezamos a hablar como locos, tres horas por día.
Matías: En ese momento yo jugaba en Italia, por lo que siempre trataba de hablar con ella por lo menos una vez por día. Después del Mundial estuvimos seis meses sin vernos… Raro, ¿no? En realidad, nos hablamos por teléfono y después de medio año tuvimos nuestra primera salida. Un día le dije: "Quiero estar con vos". Y así empezó a viajar una vez por mes hasta que finalmente se quedó y nunca más me dejó. [Risas].
–La convivencia fue también una apuesta audaz. ¿Cómo resultaron esos primeros años?
Matías: No fueron nada fáciles. Los dos teníamos vidas diferentes, cada uno con sus tiempos… y encima yo tenía que concentrar tres veces por semana. De repente, Lu empezó a depender de mí. Ella fue la que tuvo que empezar de cero y adaptarse a la vida en Italia.
Luciana: Cuando me dicen que dejé mi carrera y mi futuro para seguir a Matías, les respondo que, en realidad, no renuncié a nada. Yo elegí estar con él y esa es una decisión de la que nunca me arrepentí. Yo estaba muy enganchada y me la jugué por amor. Después sí, es cierto, los primeros años en Italia para mí fueron complicados. Pensá que en Buenos Aires yo tenía mi propia economía, mi auto, mi trabajo, mi independencia, mis amigos… ¡Y de un día para el otro me había convertido en un ama de casa! Tenía que lidiar con las boletas, preparar la comida… Para no estar tan sola, me puse a estudiar italiano. A mí, que me encanta hablar, me dije: "Minga que me voy a quedar muda".
Matías: Habla hasta con las piedras. [Risas].
–Vos parecés más callado, Matías.
–Yo soy un solitario. Me gusta el silencio, soy de escaparme de la gente y quedarme en casa con las chicas. Casi que soy todo lo opuesto a ella, pero ya está: me enamoré así, no hay vuelta atrás [Risas].
LA INCONDICIONAL
Hace un año, Matías renunció definitivamente a su carrera de jugador de fútbol para asumir la responsabilidad más difícil de su carrera deportiva: convertirse en el director técnico que rescatase a River de su primer –e histórico– descenso al Nacional B. Su campaña debut fue impecable, se consagró campeón y logró el ansiado ascenso. Su mujer estuvo a su lado durante toda la difícil campaña y saltó al campo de juego para llorar con él cuando festejó el campeonato.
–¿Sentís que Luciana te sigue en cada proyecto de forma incondicional?
Matías: Ella siempre apoyó y me sigue apoyando en cualquier decisión que tome. Hace poco le conté que algún día me gustaría manejar un camión. Y ella me dice: "Dale, si te hace feliz; hacelo". Creo que nunca hubiese logrado todo lo que logré sin el apoyo de mi familia. Siempre me alienta a superarme, a seguir adelante.
Luciana: Y es así. Yo puedo adaptarme a todo. Donde Matías esté, sé que voy a estar bien. Porque él es mi mundo y, si estoy con él y con mis hijas, voy a ser feliz en cualquier lugar.
–¿Qué hacen cuando el fútbol no ocupa sus días?
Matías: Me gusta estar en casa. Pero si tengo un día libre, me voy a pescar. Lo hago muy mal, pero no me importa: me encanta el río, la paz del lugar, ahí es donde me encuentro conmigo mismo. Cada tanto necesito de mi soledad, del "desconecte".
Luciana: Cuando estamos juntos disfrutamos mucho de las salidas en familia. Lo que tiene Matías es que siempre te sorprende y esas cosas te matan de amor. Es muy espontáneo. De repente, un día me llama para ir los dos solos a comer sushi al río. La otra semana, por ejemplo, nos invitó a mí y a las chicas a pasar una noche en un hotel.
–¿Cómo es vivir en una casa llena de mujeres?
Matías: ¿Qué te puedo decir?. Puede ser difícil… Por eso necesito ir a pescar. [Risas]. Ojo que también tiene sus cosas buenas. Así como yo cuido a las chicas, ellas me cuidan mucho a mí. Me hacen sentir que soy el rey de la casa. Todas las noches me presentan un espectáculo que ellas arman en el living y con Lu hacemos de público. Es lindo ver todo el esfuerzo y tiempo que invirtieron para hacer el show. Tal vez para ellas no sea nada, pero para mí lo es todo. Después, por supuesto, terminan todas durmiendo en mi cama.
Luciana: Las chicas lo aman, mueren por él. Y Mati a su vez es muy dulce con ellas, las abraza, las peina, las hace dormir. También se preocupa mucho por ellas. Las chicas salen a andar en bici y él va atrás pidiéndoles que se pongan el casco y las rodilleras. Incluso, a veces se organiza para llevarlas a tomar el té afuera.
–¿Cómo te cambió la paternidad?
–Mis hijas son lo más grande que tengo en esta vida. Todo lo que hago, lo hago en función de ellas. De hecho, una de las razones por las que me volví de Europa es porque quería que mis hijas compartieran su vida con sus abuelos, tíos, primos. Sabía que para eso tenía que renunciar a mi mundo y lo hice. Yo quería que vivieran una vida normal. Después, con el tiempo, entendí que nunca iban tener una vida normal, porque la realidad es que sus padres son figuras conocidas.
–Hace catorce años que están juntos. ¿Qué es lo que los enamora de cada uno?
Matías: Lu es una persona muy positiva, energía pura. Nunca la vas a ver con mala cara… De hecho, una de las cualidades que más admiro de ella es su buen humor y su garra para salir adelante.
Luciana: Me gusta que cuando él se propone una cosa, lo logra. Después, admiro mucho la capacidad que tiene para manejar distintas situaciones. Yo siempre le digo que de él aprendo un montón. Y amo su nobleza. Creo que su mayor virtud es la humildad. Cada tanto le digo que la humildad hace a la grandeza. La gente lo quiere y todo porque es muy humilde y muy transparente. Eso creo que es lo más lindo de él.
–Después de tanto tiempo juntos, ¿fantasean con la idea de casarse alguna vez?
Luciana: Ya son tantos años… No sé. Tal vez en algún momento… Las chicas me preguntan, pero bueno, nunca se sabe.
–¿Piensan buscar el varón, el heredero?
Matías: [Risas]. Nooo: yo soy padre de mujeres.
Texto: Jacqueline Isola
Fotos: Sebastián Arpesella
Producción: María Abelardo
Maquillaje: Marlene Castelli, para Bettina Frumboli Estudio, con productos Lancôme
Peinado: Daiana Saucedo, para Peel Management, con productos Redken 5th. Avenue
Agradecimientos: Etiqueta Negra, Mimo & Co., Félix, Paula Cahen d’ Anvers, Pitti Bimbo, Santesteban, Jazmín Chebar, Chocolate y Luna Garzón
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