De mirada brillosa y gestos derrotados, el intérprete carismático de El cartero (1994) fue siempre cercano al pueblo; la prensa lo había catalogado como “el sucesor de Mastroianni”, pero una enfermedad congénita apagó su brillo antes de tiempo
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La historia del cine italiano está signada por dos grandes grupos de actores. Por un lado, los internacionales: icónicos, universales, esos que Hollywood por capricho taquillero y estética ubicó en el salón de la fama. Por el otro, los nacionales: los que el pueblo adoptó como emblemas, aunque no tuvieran películas ganadoras de Oscar. En la vereda estelar están los obvios, Marcello Mastroianni, Sophia Loren, Gina Lollobrigida, Anna Magnani y Vittorio Gassman; en la terrenal, Alberto Sordi, Monica Vitti, Totó y Massimo Troisi. De todos ellos, este último, tal vez sea el que más mística tenga. Italia aún lo llora.
El aura de Massimo Troisi está acompañada de una alta carga de melancolía. Es que este actor napolitano murió a los 41 años, víctima de una enfermedad cardíaca que sufría desde que era niño, justo 12 horas después de haber terminado de filmar su obra cumbre, El cartero (1994).
Estudiar la mirada brillosa y los gestos derrotados de Troisi es entender que este actor napolitano batalló desde siempre con una grave enfermedad cardíaca que lo aplacó en su personalidad. Incluso así, con esa impronta vaga, quedada y taciturna, alcanzó el éxito con sus primeras incursiones en el mundo de la actuación. A su vez, el calendario le tendría una sorpresa preparada y lo hizo coincidir con la época dorada de su amado club de fútbol Napoli, por lo que su relación con Diego Maradona era de estrecha amistad. Diego y Massimo confluyeron entre los años 1984 y 1990, en los que festejaron dos torneos locales, una Copa Italia, una Supercopa y una Copa UEFA. Los encuentros televisivos y deportivos los mostraron juntos y compinches más de una vez.
LA NACIÓN habló en exclusivo con su expareja, la reconocida guionista y escritora Anna Pavignano (68), quien recordó un momento muy particular entre ambos: “Massimo lo amaba a Maradona. Eran íntimos. Sé de muchos encuentros entre ellos, en muchos también estuve yo, cenas, fiestas. Pero hubo uno en especial, que fue un partido a beneficio que hicieron en el estadio Olímpico de San Paolo. Participaban los actores contra el equipo de Maradona, que jugaba un tiempo para cada uno. Nunca lo había visto tan feliz. Vestía una camiseta blanca con el número 10 y encima era el capitán. Yo creo que fue el día más emocionante de su vida. ¡Y eso que filmó con los más grandes de Italia! Mastroianni, Benigni, Scola y con todos los grandes de la televisión italiana; sin embargo su cara de felicidad en ese partido no me la voy a olvidar mientras viva. Sonreía como un niño, con su mejor juguete en la mano”, recordó Pavignano.
De vocación temprana
Massimo Troisi nació el 19 de febrero de 1953 en San Giorgio, Nápoles, Italia; en el seno de la típica familia numerosa, donde en una misma casa convivía todo el árbol genealógico: madre, padre, cinco hermanos, abuelos, tíos y primos. Su vocación la encontró temprano y paralelamente al colegio secundario inició su derrotero en el mundo teatral, hasta que a sus 19 años se sumó al grupo Centro Teatro Spazio. Lejos del amateurismo barrial y profesionalizándose con el registro napolitano de teatro, ese que se potencia con el código de la commedia all´italiana, pasó a formar un trío junto a Enzo Decaro y Lello Arena, con quienes llegó a la televisión para presentarse en los programas Non stop y Luna Park.
Pero el salto de Troisi al estrellato no sería en televisión sino en cine, donde junto a su por entonces novia, Pavignano, escribió el film Empezar desde tres, que dirigiría y protagonizaría. En una emotiva charla telefónica, Pavignano desde Turín, cuenta: “Empezar desde tres fue un despertar para ambos, porque ninguno había escrito nada. Fue un hermoso trabajo en el que logramos incluir mucho de lo que éramos nosotros desde que nos conocimos, en 1977, hasta ese entonces, principios de 1981. Supimos darle a los personajes nuestros deseos, problemas, intereses y sueños progresistas. Massimo era un visionario, tenía todo muy planeado. Quería que la escribiéramos para dirigirla y protagonizarla”.
Sus siguientes pasos en el mundo del cine serían todos exitosos, aunque no de una gran factura artística. Su segunda película fue con Roberto Benigni, con quien codirigió Sólo nos queda llorar (1985). Por aquel entonces los diarios y revistas hablaban del napolitano que conquistaba desde su voz monocorde pero de inédita sensibilidad, algo que supo ver el gigante de Cinecittá, Ettore Scola, quien lo eligió para protagonizar en lo sucesivo Splendor (1989), ¿Qué hora es? (1989) y El viaje del capitán Fracassa (1990). Al ser consultado por su nuevo actor fetiche, Scola no se cansaba de repetir en sus entrevistas: “Hice tres películas con él, solo por el placer de estar juntos los meses de rodaje. No me hubiese molestado que nadie las viera o incluso ni siquiera haberlas estrenado, pero encontrarme con él en el set de filmación era todo lo que yo disfrutaba”.
“Conocer Nápoles y después morir”, dijo Goethe en su viaje a Italia. Así captó el escritor y filósofo alemán la particularidad de una ciudad distinta a todas, donde convive ese monstruo dormido llamado Vesubio y un dios profano heredado de la Argentina, Diego Armando Maradona, que impregna las calles a través de grafitis, murales y fotografías con su imagen. Después de esas deidades sobrenaturales y sanguíneas, emergen dos figuras autóctonas, las de Massimo Troisi y Pino Daniele, que se disputan el segundo escalón en idolatría. Pavignano lo explica bien: “Massimo hoy es un mito porque entró en el imaginario de la gente sin reservas, por sus bellos films pero sobre todo por su personalidad. Nunca fue distante, incluso cuando tuvo sus momentos de mayor fama, se mostró más napolitano que nunca. Los mitos tienen ese misterio que es difícil de explicar y entender. Siento que cuando alguien ve una foto suya, se emociona. Tiene un aspecto mágico. Es junto con Maradona y Pino Daniele los tres símbolos máximos de la ciudad. Son considerados amigos de la gente, son como familiares, vecinos, personas que los napolitanos defenderían con su vida. Sophia Loren también es amada, pero a distancia. No es representativa del napolitano medio. Sus films no son lo mismo que una película de Massimo, una canción de Pino o un gol de Maradona”.
Un seductor fiel
A principios de los 90, la figura de Troisi era poderosa y cautivante. La prensa ya lo catalogaba como el sucesor de Marcello Mastroianni y en cada una de sus apariciones en televisión, mostraba un encanto hipnótico. Y aunque pudo ser un Casanova, como todos los artistas de su época, solo se le conocieron tres amores. El más significativo, el de Anna Pavignano, y sus relaciones con Clarissa Burt y con Nathalie Caldonazzo, quien lo acompañó en sus dos últimos años de vida y que en una entrevista que dio como participante de Gran hermano Vip Italia confesó: “El último recuerdo que tengo es el de la celebración de mi cumpleaños, el 24 de mayo (de 1994), unos días antes de su muerte. Cayó en una depresión tan profunda que fue difícil sacarlo de ella, aunque nadie lo notaba. Me dijo que una persona deprimida era como un preso con la puerta abierta. Al mundo le falta un ser humano como él”. Otra actriz que no puede recordarlo sin emocionarse es María Grazia Cucinotta, su compañera de elenco en El cartero. Hace unos años, en una entrevista en la RAI, la diva se sinceró: “Le debo todo lo que soy. Experimento un profundo dolor cada vez que busco palabras capaces de definirlo. Incluso cuando sufría, sabía hacerme sonreír. Todos sabíamos, mientras rodábamos, que estaba muy enfermo; sin embargo, él nos decía: ‘Ustedes me han restituido el corazón. El mío es rengo, malformado y con diabetes, pero siempre listo para el cine y para ustedes’”.
Para 1994, plena filmación de El cartero, Troisi ya no era el mismo. Su cuerpo debilitado sufría la anemia de un corazón aletargado que hacía que todo funcionara despacio, a cuentagotas. Su ánimo entristecido se reflejó como nunca en ese inolvidable personaje de Mario Ruoppolo, hijo de un pescador del sur de Italia, que a sus formas y tiempos, se ganaba la confianza del propio Pablo Neruda (Philippe Noiret) y conquistaba a la deslumbrante moza Beatrice Russo (Cucinotta). La película, adaptación de la novela Ardiente paciencia del escritor chileno Antonio Skármeta, es de una belleza sin igual para la filmografía italiana. Vencedora de todos los premios, David di Donatello, BAFTA, Critics’ Choice Movie Award y hasta el Cóndor de Plata, fue nominada a cinco Oscar, entre ellos mejor film y mejor actor protagónico, pero tan solo ganó el de banda sonora, gracias a la magistral música del argentino Luis Bacalov.
El rodaje de Il Postino (su nombre original) fue un padecimiento para todos. La primera etapa de producción, Troisi la pasó en Estados Unidos, donde trataba su enfermedad. Radford iba y volvía de Houston a Roma para ultimar detalles, así cuando Troisi estuviese en Italia solo se dedicase a filmar sus escenas, aunque su camarín estaba acondicionado para paliar su agotamiento en los momentos de descanso. Por su parte, Pavignano desmiente ahora que la última escena del film, en la que el actor aparece de espaldas, sea su doble: “Massimo actuó en toda la película, solo necesitó un doble para las escenas de mucho movimiento, como cuando andaba en bicicleta o subía a la casa de Neruda a llevarle las cartas. Él sabía que no podía hacer la película, el médico le había dicho que necesitaba operarse de urgencia y que tal vez hasta necesitaría un trasplante. Pero él, acostumbrado a esconder su dolor desde chico, apostó por terminar de rodarla y luego ocuparse de su salud. Lamentablemente no llegó”. En una entrevista que dio al sitio FanPage.it, su doble, Gerardo Ferrara, quien le puso a su hijo Massimo en honor al actor, emocionado hasta las lágrimas reconocía: “Él hizo toda la película, yo solo actuaba las escenas más físicas. Era una persona extraordinaria, humilde, amable. Nunca mostró cansancio ni malestar. Massimo durante la filmación fue una sonrisa para todos”.
Troisi murió el 4 de junio de 1994, 12 horas después de que su director confirmara por megáfono la finalización del rodaje. Todos en el set sabían que tenían una joya entre manos y que el futuro era más que auspicioso. Seguramente con esa misma sensación de satisfacción e ilusión se fue a dormir el actor, en la casa de su hermana Anna María, en la ciudad de Ostia, pero nunca más despertó. Su corazón, en esas extensas jornadas de trabajo en las playas de Capri, le prometió resistir hasta último momento y cumplió. Italia aún lo extraña. En Nápoles aseguran que hace tres años está con Diego, vaya uno a saber dónde, haciendo de las suyas.
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