El actor conversó con LA NACION antes de una función de la exitosa obra en la que reemplaza a Mike Amigorena y comparte elenco con Pablo Echarri y Fernán Mirás en el Multitabarís
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“Siempre es un desafío involucrarse en una obra que ya está instalada en el imaginario colectivo. ART es un clásico contemporáneo, uno de los mejores textos que se pueden encontrar en el teatro comercial, popular y elevado por partes iguales, algo no tan frecuente”.
Martín Slipak se sienta en la platea vacía y en penumbras del Multitabarís, dispuesto a conversar con LA NACION sobre este nuevo mojón que construyó artísticamente. Desde hace algunas semanas, el actor tomó el rol que ocupara antes Mike Amigorena en la pieza de la dramaturga Yasmina Reza, uno de esos títulos que recorre las principales plazas teatrales del mundo con igual empatía en el público, seguramente porque transita tópicos necesarios de pensar, como los lazos que se tejen en las relaciones de amistad, la tolerancia en torno a las posturas de los demás, el valor del arte y el esnobismo en vínculo a los movimientos coetáneos.
-En ART se conjuga una hermosa narrativa y una profundidad en torno a lo que se dice.
-Está escrita de manera sumamente elegante y te habla del paso del tiempo, de las decisiones que uno toma en la vida. Es un gran desafío estar a la altura de semejante texto. Esta es una obra que viene manejando su propia música con tres actores muy divinos y con mucha personalidad, una impronta muy particular.
-Te sumaste con tus propios rasgos en función del todo.
-Me gusta darles una propia identidad a los personajes que me toca componer.
Martín Slipak había visto la pieza cuando tenía 12 años, cuando estaba protagonizada por Luis Brandoni, Ricardo Darín y Germán Palacios -los dos últimos, directores de la versión actual, de la que también forman parte Pablo Echarri y Fernán Mirás, quienes se lucen con gran presencia escénica en torno a cada criatura que les toca componer-.
La francesa Yasmina Reza, nacida en Nantes en 1959, es una de las dramaturgas que menor maneja el tempo de ese teatro que dialoga muy bien con los públicos mayoritarios, pero, tal como sostiene Slipak, sin resignar valía artística ni profundidad conceptual. Reza, quien además es novelista, es la autora de títulos como Un Dios salvaje, obra también ofrecida en Buenos Aires.
“Hacer un reemplazo es una de las apuestas más complicadas. Cuando uno está en la construcción original se facilita el poder ponerle algo propio a esa creación, cuando se entra a hacer un reemplazo, hay que, inevitablemente, amoldarse a algo ya construido”, sostiene el actor, quien siendo un niño deslumbró con su papel en Una bestia en la luna, junto a Manuel Callau y Malena Solda, dirigidos por Manuel Iedvabni. Aquella pieza fue un ícono del teatro que piensa la realidad armenia, luego del Genocidio padecido por este pueblo entre 1915 y 1923.
En ART, y a pesar que Slipak se sumó a un montaje afianzado, su composición es bien diferente a la que hacía Mike Amigorena encarnando a Sergio, ese personaje de buen vestir, con cierta soberbia en sus modos y que decide pagar una fortuna por un lienzo blanco, una adquisición que a sus amigos les cuesta enrolar en la categoría de arte. “Cuando supe que estaría formando parte de la propuesta vi la obra unas 10 veces, preferí eso antes que mirar un video. Además, me permitía observar qué sucedía con el público”.
-¿Cómo fue tu vínculo con Amigorena?
-Fue super generoso conmigo. También Pablo (Echarri) y Fernán (Mirás) me recibieron de manera muy afectuosa, lo mismo debo decir de los directores.
Con Pablo Echarri había compartido, hace dos décadas, las grabaciones de la ficción televisiva Resistiré y con Fernán Mirás se cruzó poco antes de la irrupción de la pandemia en Ejercicios fantásticos del yo, una singular propuesta en torno a la poética de Fernando Pessoa que también protagonizaba Gael García Bernal.
-¿En qué sentís que se modifica el personaje a partir de tu interpretación?
-Supongo que el cambio generacional, ya que soy mas chico que Mike (Amigorena), hace que la mirada sea diferente.
-Creo que la construcción de Amigorena le daba una atmósfera más soberbia a su criatura, mientras que tu elaboración lo convierte en una persona convencida de su decisión, pero que padece la incomprensión de sus amigos.
-Él tiene una convicción muy grande sobre esa compra que hizo, lo cual habla de un estilo de vida y de salirse de ciertos moldes y estructuras para permitirse la imaginación, algo que no están logrando sus amigos. Una de las propuestas de Germán (Palacios) fue que mi personaje no debía ingresar en la histeria en la que se sumergían sus amigos ni violentarse rápidamente. Esto es algo que me tengo que plantear en cada función…
-¿Por qué?
-Porque, como actor, buscar el enojo de mi personaje sería un camino fácil.
El poder de la creación
En ART se piensa en torno a las vanguardias y a la validación del arte. Así como su personaje, Martín Slipak también es un seguidor de las contemporaneidades en la plástica. “Hace poco, conversando con la esposa de un gran artista plástico, le pregunté qué tenía que tener una obra para poder considerarla, invertir en ella. Fue muy clara, me dijo: ‘Lo primero es que la ames’”.
Su acercamiento a las artes plásticas tiene el origen en Nancy, su madre: “Ella pintaba, así que crecí entre bastidores. Cuando yo tenía seis o siete años, me pedía su opinión sobre lo que estaba haciendo”.
Menciona a Marcelo Canevari (“me vuelve loco, me conmueve”), pero también referencia a los imprescindibles, como Carlos Alonso, Antonio Berni y Luis Felipe Noé. A partir de su pasión por el arte, reconoce que “entiendo a Sergio, mi personaje, y su decisión de comprar la obra que compró”.
-En ART, los momentos más celebratorios son muy festejados por el público.
-Eso es la obra, la gente tiene necesidad de reírse. En un mundo tan complicado, hay un ansia por eso que el teatro refleja.
Los cortos Celine, con Marilú Marini en el rol principal, y Soñé que carneaban a Tom, protagonizado por Susana Pampín y Luis Ziembrowsky, ubican a Slipak como un realizador audiovisual a tener en cuenta. “Tengo la suerte que grandes actores me dicen que sí. Me gustan los que se arriesgan, los que se permiten fallar”. También se probó en la dirección teatral con Relato íntimo de un hombre nuevo, estrenado en la Bienal de Arte Joven. “Tengo ganas de volver a dirigir”.
-Sos muy cuidadoso con tu carrera.
-No te creas…
-¿No?
-Lo intento, pero también la vida me llevó a hacer cosas que no me satisfacían.
-Es normal en toda carrera artística.
-Cuando me independicé de mi familia, tuve que hacer de todo para subsistir, pero, desde que nació mi hija me sucedió algo extraño, no me tuve que cuidar en qué elegir, porque lo que me llegaba ya era cuidado. Creo que, a medida que se crece, se va sabiendo cuál es la búsqueda y los intereses de cada uno. Por otra parte, me comencé a acercar a gente que me interesaba y no hablo sólo de directores, también lo hago con escritores o artistas plásticos que me interesan.
-¿Te robó algo haber comenzado tu carrera artística siendo un niño?
-Sí, probablemente me quitó gran parte de la vivencia de la infancia; me dificultó mis estudios, de hecho, no terminé la secundaria. Fui y vine con la profesión, me fasciné, me aburrí, la volví a elegir. Siento que no soy el mismo actor que cuando era chico.
-¿Sentís que perdiste algo en torno a la composición?
-Me encantaría recuperar la soltura de ese chico actor, el lanzarse al vacío, algo inherente al juego de la niñez. También, me di cuenta que, por ser tan ansioso, ingresé pronto a esta industria.
-¿Fue una decisión propia?
-Sí, absolutamente, pedí estudiar actuación con Hugo Midón, en su escuela Río Plateado.
Luego llegó un casting con Nora Moseinco, que le permitió ingresar al recordado programa Magazine for fai, que también significó que Moseinco se convirtiera en su segunda maestra.
Más allá de haberse iniciado laboralmente en su infancia, Slipak recuerda que “mis viejos fueron muy cuidadosos, estaban atentos a con qué clase de gente me vinculaba y a que el deseo siempre estuviera conectado con lo que hacía”.
-¿Lo seguís ejerciendo?
-Estoy cada vez más hedonista, el disfrute es esencial. No concibo la actuación desde el lado del sufrimiento.
-¿Y en la vida?
-Es mi gran desafío, mi gran lucha es pelearle a la melancolía y a la hipocondría, a la autocrítica constante. Intento disfrutar y que mi hija tenga una vida de disfrute.
A los 22 años fue padre, rol que siempre ejerció con compromiso y presencia: “No lo imagino de otra forma, no podría, me sucede así”. Nina, su hija, hoy tiene trece años y, más allá que cumple amorosamente su rol, entiende que “no es bueno que un hijo vea que un padre posterga sus sueños y no se realiza en lo que hace. Quiero que mi hija me vea feliz y gozando con lo que hago”.
Aunque aún Nina no mostró una vocación determinada, disfruta de las experiencias artísticas, una ineludible influencia de su papá: “Lo único que me asusta de su generación es el vínculo con la tecnología, pero, más allá de eso, me parece que hay una apertura en los chicos, que es muy buena”.
-¿Estás en pareja?
-No, me separé. Tuve dos grandes parejas en mi vida y las dos fueron con convivencia, pero, nuevamente estoy solo, lo cual significa un redescubrimiento de uno mismo.
Resiliencia y el miedo “tremendo” a la muerte
-Hablabas de un estado de melancolía.
-Sí, lo estoy tratando con el psicólogo, ya que es algo que viene de mis ancestros, así que estoy trabajando fuertemente en poder cortar ese lazo melancólico que fue dado a partir del gesto, del relato… Al ser una persona que pudo elegir qué hacer en la vida, creo que fue un puntapié importante para cortar ese lazo de una familia muy melancólica, que, tal vez, no pudo concretar sueños y que eso la llevó a frustraciones. Mis padres empezaron a promover en mi hermano y en mí, el hecho de hacer un quiebre. Es algo que me preocupa y me ocupa.
-¿La hipocondría con qué tiene que ver?
-Es un miedo tremendo a la muerte.
-¿A qué lo atribuís?
-Había un discurso muy trágico en mi abuelo paterno, algo que repercute, genera miedo a la muerte. Además, desde la actuación, me han tocado temas muy fuertes de abordar, cuando aún no tenía las herramientas de madurez.
-¿Por ejemplo?
-A los 11 o 12 años hice Una bestia en la luna, donde se abordaba el Genocidio Armenio, y también me han tocado proyectos en torno a la temática de los niños apropiados durante la dictadura.
Hace silencio cuando se le pregunta si considera que la madurez va sanando y encontrando respuestas a su tendencia a la melancolía y el temor a la finitud. Pareciera ser que aún tiene mucho por transitar, pero comprende que la realidad depara sorpresas que se le paran de bruces a los objetivos determinados: “Hace unos meses, el día que falleció mi abuelo, mi padre tuvo un accidente cerebrovascular”.
Faltan pocos minutos para la función de ART y Martín Slipak se despide reconociendo que “este año me separé y pasé a cuidar mucho de mi padre, cuando él siempre me cuidó a mí. No sé bien dónde estoy parado, es un año de reconfiguración”.
-¿Cómo está tu padre ahora?
-Ya volvió a su casa, pero tiene problemas de comunicación, aunque pudo presenciar una función de ART.
Abandona la platea del Multitabarís rumbo a su camarín, pero antes confirma: “En los momentos más duros de mi vida, el teatro siempre me acompañó”.
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