Martín Bossi: sus fantasías con el sexting, la verdad detrás de su relación con Graciela Borges y sus críticas a “la nueva normalidad”
El showman se quita todas las máscaras y opina descarnadamente sobre el mundo que lo rodea, las redes sociales y el modo en que la pandemia modificó conductas
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MAR DEL PLATA- Martín Bossi decidió ponerse serio. Se cansó de hacer de bufón full time y en su nuevo espectáculo Bossi Comedy Tour se quita todas las máscaras hasta dejar al descubierto su verdadero yo. Desde el escenario del teatro Mar del Plata opina descarnadamente sobre cómo ve el mundo, desde el comienzo de la pandemia hasta acá, y larga dardos afilados, por ejemplo, hacia las redes sociales y las corporaciones económicas “que hicieron de todo esto un gran negocio”. Sigue apelando al humor, es cierto, pero sólo para dar un respiro a los espectadores entre crítica y crítica a los distintos ítems de “la nueva normalidad”. Lo suyo podría encuadrarse ahora como un cruce entre el showman (porque lo sigue siendo, ya que canta y hace imitaciones, aunque brevemente) y el standapero a lo Lenny Bruce, aquel satírico monologuista norteamericano, políticamente incorrecto, que Bob Fosse inmortalizó en su film Lenny.
En diálogo con LA NACION, el humorista se explaya sobre todos los temas que noche a noche desmenuza ante una platea que aprueba su cambio de perfil (y que de hecho ha coronado a su espectáculo como a uno de los más exitosos de la temporada, con entradas agotadas todos las funciones). Pero también abre su corazón, habla de su apertura sexual, de su especial relación con Graciela Borges, y recuerda al abuelo italiano que luchaba contra los nazis en Italia y a su padre, que de niño le contaba cuentos sobre hombres que luchaban por la libertad.
–¿Cuánto de real y autobiográfico tiene tu nuevo espectáculo? ¿Y cuánto de inventado o exagerado?
–Yo creo que este espectáculo es la tragedia convertida en comedia, es un poco lo que a mí me pasó durante todo este tiempo de pandemia. En general mis espectáculos son autobiográficos y expresan cómo veo el mundo, pero este es mucho más, en este soy mucho más yo. Me saco las máscaras para dejar de mentir y decir la verdad, y esto también es posible gracias a la evolución del público, que ha crecido conmigo y ahora me permite no ser esclavo de las máscaras. Acá oficio mucho más de showman, que es a lo que yo realmente quería llegar. El director y autor Emilio Tamer hace 10 años que me prepara para esto: cantar, bailar, imitar, hacer comedia romántica, tocar instrumentos, jugar, todo eso en poco más de una hora y media.
–Las imitaciones, por las cuales vos te hiciste conocido en un principio, siguen estando, pero en una proporción acotada. ¿Fue un proceso buscado o se fue dando naturalmente?
–Hoy para mí las imitaciones son sólo un recurso que utilizo en un parte del show y nada más. Yo ahora las tomo como un stand up con acting. Fue parte de un proceso natural, el mismo proceso por el cual a mi edad ya no voy a bailar, o lo hago sólo una vez por año. Creo que entré en una etapa de maduración que empezó cuando me di cuenta que me aplaudían por no ser yo, entonces sentí que se me empezaba a complicar mi futuro. Me parece que en la tapa de madurez de un comediante, al menos de la mía, si quiero ser recordado, no hay más fuerza que la de ser uno. Hoy quiero que la gente me aplauda por ser yo. En este espectáculo la gente se ríe todo el tiempo, pero no sé si es tan de humor, para mí es bastante dramático, pero la gente se ríe igual porque la tragedia y la comedia van de la mano en mis espectáculos.
–En otro momento del show rememorás tus veraneos en Mar del Plata, cuando fantaseabas con ser el protagonista de alguno de los espectáculos que veías en la cartelera.
–Yo empecé a veranear aquí con mi familia en los ´80, parábamos en el hotel Hurlingham, que luego lo tiraron abajo y ahora hay un barco. Los primeros recuerdos que tengo de Mar del Plata son bastante violentos… Un día, estando en un bar, escucho a mi mamá llorar y gritar desaforadamente: “Jairo, Jairo, Jairo”. Yo tenía sólo siete años, no entendía lo que pasaba. De golpe mi papá paga la cuenta y salimos todos corriendo detrás de un señor que corría aún más que nosotros. Pensé que se trataba de un ladrón, que a mi mamá la habían robado y por eso toda la familia había salido a perseguirlo. A los tres días volví a vivir una situación similar, pero los gritos tenían otro destinatario: “Piero, Piero, Piero”. A este “ladrón” sí lo alcanzamos y, lejos de llamar a la policía, terminamos tomándonos una foto con él. Esas fueron mis primeras experiencias en Mar del Plata: corriendo gente por la calle, que supuestamente nos había robado… Al menos eso es lo que yo elucubraba. La sorpresa venía por las noches, cuando íbamos a los teatros, y en cuanto se abrían los telones, ¡aparecían estos hijos de p… que le habían robado a mi mamá y toda la familia los aplaudía!
-¿Qué otros recuerdos tenés de esa época?
-También corrimos por la calle a Carlitos Balá y me tocó despertarme en la falda de mi papá y que a metros estuviera Sandro. Otra imagen fuerte que tengo de La Feliz, y que me marcó mucho, es de cuando me encontré a El Negro Olmedo tomando un café en el Torreón del Monje; hasta entonces yo pensaba que los cómicos estaban todo el tiempo haciendo comedia y él, sin embargo, estaba muy triste y serio, y en un momento se prende una cámara y veo el click. Me llamó la atención esa rapidez para tornarse en otra cosa. No lo entendí en ese momento, yo sólo tenía nueve años, pero después me di cuenta de qué se trataba: era pasar de lo cotidiano a lo extraordinario en un segundo. Y eso me encantó.
–¿Cómo es eso de que eras un niño que vivía permanentemente en penitencia? ¿Eras tan terrible?
–Bueno... Eso es una exacerbación humorística. Yo no vivía todo el tiempo en penitencia, pero sí me ponían en penitencia todo el tiempo, que no es lo mismo. Es que yo era un chico bien travieso. Pero, ojo, hacía travesuras lindas, digamos. Un día, para contrarrestar una broma por el Día de los Inocentes que me había hecho mi mamá, le hice creer (en un momento en que había una ola de asaltos en el barrio) que habían entrado ladrones a la casa en su ausencia, cuando ella se encontraba en la peluquería. Pero todo salió mal, desde allí llamó a la policía y casi voy preso porque pensaron que yo era uno de los malhechores. Hasta me podrían haber matado por portación de rostro. Todo terminó con mi mamá descompuesta en una ambulancia y yo, luego, ¡estuve tres meses encerrado en mi cuarto! Después repetí tercer año y empecé a falsificar los boletines para que ellos no se dieran cuenta y así poderla pasar bien y que mi viejo no me quitara la raqueta. Es más, todos los días yo me hacía llevar hasta colegio, pero luego no entraba, obviamente, porque estaba expulsado.
-¿Y qué hacías?
-Me la pasé deambulando por la calle como dos meses. Eso sí fue grave. Lo peor de todo es que yo iba a un colegio de curas y no tuvieron ningún tipo de contemplación conmigo. Antes de repetir, les pedí que me ayudaran, les dije que no le podía decir a mi papá que me estaba llevando tantas materias y que cada vez me iba peor porque estaba enfermo de Parkinson, que no me podía enfrentar a él en esa situación. Una profesora me llegó a decir que yo era un especulador y que no iba a llegar a nada en la vida. De ese colegio me fui a los 14 años como si fuese un delincuente. Luego mis padres me mandaron a un colegio del Estado, y eso fue un verdadero premio: ahí me enseñaron a vivir, a resumir un libro, a leer a Gabriel García Márquez y ahí descubrí mi vocación por la actuación. Así que, ¡viva la educación pública!
–Un momento muy especial –y por cierto emotivo- de la noche es cuando contás que tu abuelo luchó contra los nazis en Italia y que tu papá, en tu niñez, te contaba cuentos “de hombres que peleaban por la libertad”.
–Mi abuelo era partisano, de la ciudad de Bettola (ubicada en la provincia de Piacenza). Se había encolumnado con el ejército italiano y luego estuvo refugiado en las montañas para luchar contra los nazis. Tenía cinco hijos, uno de ellos mi papá; y su mujer, mi abuela, era modista. A ella los nazis la tenían secuestrada, cosiendo todo el día en un sótano. Mi abuelo estuvo exiliado hasta que lo detuvieron. Luego logró escaparse y la convenció a mi abuela para venirse a América del Sur. Le dijo: “Allí hay un país que se llama Argentina y en él una señora, Evita Perón, que nos ofrece trabajo y casa”. Primero vino él solo y se fue a trabajar a Bariloche, en una fábrica y en una represa. Luego hizo venir en barco a toda la familia y se compró su casa en Lomas de Zamora. De chiquito, me cantaba “Bella Ciao”. O sea que ese tema es para mí mucho más que el leit motiv de La casa de papel, es parte de mi infancia. Por su parte, mi papá me contaba por las noches cuentos de hombres que peleaban por la libertad. Mi abuelo, sin dudas, fue uno de ellos.
–Constantemente hacés referencias a Dios. Pese a tu mala experiencia en el colegio de curas, ¿te considerás una persona religiosa?
–Sí, soy muy religioso. Pero cuando hablo de Dios no me refiero a la religión que me impusieron, sino a mi Dios, a esa energía que yo considero que es Dios. No a la historia que me contaron de chiquito, a ese relato que me parece muy endeble, y que fue creado para adoctrinar gente. Yo considero que para hablar con mi padre, que es Dios, no necesito intermediarios, lo hago directamente. Así que no frecuento las iglesias porque no las necesito para tomar contacto con él. Le agradezco todas las noches, le digo: “Hola Dios, ¿cómo te va?, soy yo, Martín, y ahí le agradezco una tras otras todas las buenas cosas que me sucedieron durante el día”. Primero le agradezco y luego le pido.
–De hecho elegiste cumplir un rol casi de pastor, y parece que dieras cátedra…
–Si hoy me preguntás cuál es mi referente te digo que es Facundo Cabral. Me encantaría recorrer el mundo con una guitarra (bah, en mi caso con un piano) y un micrófono, y cantar y opinar por igual desde un escenario. Yo no aconsejo, no soy quién para hacerlo, yo hago preguntas en voz alta. Y opino, por ejemplo digo: no nos pueden digitalizar el corazón, la vida es presencial. No doy cátedra, pero a través del espectáculo expongo mi ideología. Podrá llamar la atención porque en la Argentina no hay shows con contenidos.
–Hablás de lo que te produjo el encierro, a comienzos de la pandemia; por ejemplo, una fuerte adicción a las series de televisión. ¿Cuáles son tus favoritas?
–Nos condujeron hacía ahí, a consumir eso, yo creo que los mismos dueños de las plataformas son los que generaron esta adicción. Estoy convencido de eso, son los socios de los que provocaron la pandemia y que hicieron de ella un negocio. Ojo, no le echo la culpa de todo esto a los gobiernos, esto viene de más arriba, la culpa es de los dueños de las corporaciones: de George Soros, Bill Gates, etc. Me gustan mucho las series épicas y de época, y, dentro de esa vertiente, mis favoritas son Games of Thrones, Outlander, Vikingos. También me vi las dos temporadas de la vida de Luis Miguel y otra que me gustó mucho fue Gambito de Dama. Además me sorprendí viendo la vida de Simón Bolivar por la cadena Caracol: ¡194 capítulos!
–También decís que durante ese período te convertiste en adicto al sexting, al que definís como “el Play Station del amor”.
–Sí, el sexting, según mi visión, es como jugar al Play Station del amor, cada uno con su propio joystick. Pero, si bien nunca me quitaría la nariz roja de payaso ante el público, a vos te voy a decir la verdad: en realidad nunca hice sexting en mi vida, eso que digo es parte de la ficción. Ahí el espectáculo deja de ser autorrefencial para hacer referencia a algo que existe en la sociedad. Fantaseo con eso, pero creo que me daría pánico hacerlo. Yo soy un poco paranoico con mi vida personal, y eso de filmarte o de que te estén filmando… Imaginate, yo, en bolas, diciéndole a una cámara: “dale mamita, dale”. ¿Y si después alguien lo hace público? Además, en esas circunstancias, todos tenemos una postura corporal de la que después nos abochornamos. Yo creo que en un momento así no se salva del ridículo ni Luciano Castro.
–Asegurás que tu target son las mujeres maduras. ¿Eso es verdad? ¿De qué edades?
–Eso también es parte de un juego. En realidad no me ando fijando en las edades. Yo me enamoro de una mujer específica, si tiene 25 o 59 me da igual, la edad no es algo que me condicione. Aunque nunca saldría con una menor ni con una muy jovencita, porque no tendríamos de qué hablar. De una mujer mayor me enamoré cuando era chico, a los 23 estuve con una de 46, y no fue sólo un touch and go, no, estuvimos juntos durante todo un año.
–¿Esto ratificaría los rumores de romance con Graciela Borges, de los que tanto se habló?
–No, con Graciela nos conocimos hace miles de años. Ella fue, es y será siempre una mujer muy atractiva. Desde el vamos le propuse, y ella lo aceptó, no involucrar en nuestra relación la parte carnal. Porque después de eso viene el final. Le dije: “Yo quiero estar en tu vida siempre”. Y a partir de ahí tuvimos un amor que no tiene que ver con la atracción sexual sino con algo mucho más profundo, con el amor de las almas. Por eso Graciela estará por siempre en mi vida. Hoy somos familia. Ella a veces es mi hermana, a veces mi hija, a veces mi mamá; y yo, alguna veces soy su abuelo; y a veces somos amigos y otras enemigos. Nunca caímos en la debilidad sexual, lo nuestro es mucho más grande.
–Decís que ahora sos una persona moderna y que te enamorás de las almas. ¿Eso significa que podrías mantener una relación que no fuese heterosexual?
–Nunca tuve una relación homosexual, lo cual no me hace mejor ni peor que otros. Siempre que elegí tener sexo lo hice con mujeres, pero si mañana se me presentara el amor en alguien de mi mismo sexo no tendría ningún inconveniente. Yo no juego al hockey porque no me atrae, por eso juego al futbol y al tenis, pero si un día me prendo en un partido de hockey y me gusta, no tendría problemas en seguir practicándolo. Con los años me he ido deconstruyendo y hoy estoy preparado para aceptar que si en el futuro -como parte de una evolución sexual o de gustos- me encuentro en el camino con un hombre o, por qué no, con dos mujeres... Yo estoy preparado para tener todo tipo de amores.
–Hablando de deconstrucción. ¿En qué te deconstruiste y en qué aún no?
–Yo vengo de un patriarcado furioso, por eso me siento un alumno casi de primaria en materia de deconstrucción. Hoy siento que todo lo que me están enseñando las chicas siempre lo sospeché, porque en mi alma siempre anidó un tipo rebelde y sensible. Yo uso aros desde los ´90 y por eso me decían “puto”. A mí esa discriminación o prejuicio me parecía rara. Desde joven entendí que los objetos no pertenecen a ningún sexo; de hecho, nunca me sentí más masculino en mi vida cuando hace dos años usé tacos en el musical Kinky Boots. Algunos habrán pensado “pero si los tacos son de mina”. A mí me quedaban bárbaros, al punto que hoy no tendría problemas de combinarlos con un traje y salir así a la calle. Yo creo que la deconstrucción que me está llegando consiste en recordar de dónde vengo, que mis ancestros seguramente fueron muy deconstruidos o que yo mismo lo fui en otras vidas. Por eso ahora me puedo preguntar: ¿qué tiene de malo un hombre con un hombre o una mujer con otra, o si la relación es de a tres o de a cuatro, o sentir amor por una persona y tener sexo con otras? Yo hoy no creo que estemos innovando, estamos volviendo a la fuentes, a la Antigua Grecia, a los tiempos de la libertad.
–¿A qué se debe tu aversión a las redes?
–No las quiero. Creo que en un principio nos hicieron bien, pero como luego las usamos mal nos terminaron haciendo mucho daño. Tengo dudas en torno a la cultura de las redes, no sé si a la larga nos van a brindar un Borges, un Cerati, un Sandro, una Martha Argerich o una Alfonsina Storni. Yo creo que las redes nos hacen a todos una peor versión de lo que podríamos ser sin ellas. Es por una cuestión de tiempos, cuando uno está estimulado tanto tiempo con las redes no está estimulado con lo que tiene que hacer. Yo creo en la cultura de la repetición. Mi abuelo decía “repetición es reputación”, y las redes no te dejan tranquilo para ejercer lo que vos sos porque te tienen todo el tiempo desconcentrado o concentrado en banalidades. Las redes, además, están generando almas muy vulnerables y dominables, que es lo que se viene, ¿eh? Dominar fácilmente. Si la pandemia hubiera pasado varios años antes, la humanidad se hubiera hecho más preguntas y hasta producido una revolución. ¿De dónde viene esta mierda y qué es lo que están haciendo con nosotros? Hoy nadie se pregunta esto. ¿Por qué? Porque estamos todos haciendo Tik Tok. Nos pusieron esto para que nos distraigamos, para que saquemos la lengua, mostremos el culito y la tetita, en fin, para que nos frivolicemos; mientras, ellos hacen su negocio...
–Por último, ¿te mantenés firme en tu crítica a “la nueva normalidad”?
–Sí. Todas las noches, desde el escenario, le digo No a la nueva normalidad, esa que consiste en no abrazarnos, no besarnos y en que todos seamos sospechosos o enemigos, la que nos obliga a quedarnos en casa solos y a una vida absolutamente digital. Yo, Martín Bossi, apuesto contra viento y marea a la vieja normalidad, a la vida presencial, a estar juntos. Esa es hoy mi lucha.
Agradecimiento: Hotel Costa Galana
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