La actriz, que vuelve al escenario con la comedia Princesas, reflexiona sobre sus vivencias más tristes y cuenta cómo pudo convertirse en resiliente
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Cumplió 77 años y hace 74 que trabaja. Debutó a los 3 años, en una película que protagonizaba Ángel Magaña, La cuna vacía, pero fue mucho tiempo después que decidió ser actriz. Marta González es una mujer agradable, muy dulce y de una fortaleza a prueba de todo. Sufrió la pérdida de su hijo Leandro, le dio batalla a tres cánceres de mama, tuvo una separación escandalosa de Chiche Sosa, y ahora su hija Mercedes está pasando por un delicado problema de salud. Marta está preocupada, claro, pero enseguida se recompone e intenta una sonrisa: “El juego del teatro me salvó siempre”, le confiesa a LA NACION. Quizá sea esta una de las razones de su vuelta al escenario: los viernes, sábados y domingos a partir del 14 de enero, estará en el Auditorio de Belgrano con Princesas, de la mano de Pepito Cibrián. “Es una locura ser una princesa a mi edad, pero me divierte hacer algo que jamás hice y está al borde de lo kitsch. La obra de Pepito cuenta el encuentro de Cenicienta (Pepito), Caperucita y Blancanieves (Esmeralda Mitre). Es un juego teatral hermoso y nos morimos de risa. Había trabajado con Pepito en Edelweiss, pero como director y autor, y yo quería compartir el escenario. Estoy feliz porque estoy pasando un momento muy angustiante con mi hija con problemas de salud, pero el teatro me da fuerzas para seguir adelante. Nunca dejé de jugar, el juego me salvó la vida, de alguna manera”.
-El golpe más fuerte que tuviste fue la muerte de tu hijo Leandro hace veinte años. ¿hoy podés recordarlo con una sonrisa?
-Sí, hoy lo recuerdo con una sonrisa. Una vez, un ministro de la eucaristía me dijo: “Por este dolor que estás pasando, ¿hubieras preferido no tenerlo [en referencia a su hijo]?” Y yo dije: “No, porque lo tuve casi 30 años y es un regalo”. Todos estamos de regalo en esta vida.
Siempre la fe
-¿Nunca te enojaste con Dios?
-No, no. La fe me ayudó muchísimo. Intelectualmente pienso que Dios nos hizo a su imagen y semejanza, no nos puede haber hecho para esta vida miserable. Porque todos somos miserables en este tránsito y yo me consuelo pensando en que cuando me muera voy a encontrarme con mi hijo.
-También superaste un cáncer de mamas, ¿cómo estás hoy?
-Pasé por tres cánceres de mamas. Las mamas significan los hijos... El primero fue cuando Leandro decidió irse a vivir a México, donde estaba haciendo una carrera maravillosa en TV Azteca. Y luego a los seis meses de su muerte me hice estudios y vieron otro. Y hace dos años tuve el último. Se me repitió tres veces y me hicieron mastectomía. Hoy estoy bien, solamente tengo que seguir tomando una píldora durante ocho años más. Y otra cosa jodida que tuve fue el ACV que sufrí, que era algo genético, y por suerte no quedaron secuelas.
-¿Cómo está tu hija, María Mercedes?
-Tuvo cáncer de colon, la operaron y ahora tiene que hacer un tratamiento muy agresivo. Eso me tiene angustiada, aunque mi hija es un toro. No sé a quién habrá salido (sonríe). Es partera, jefa de obstetricia del Hospital Rivadavia. El otro día la acompañé a hacerse un estudio y pasó a saludar a sus compañeras porque está con licencia, y me dio mucho orgullo ver cuánto la quieren.
-Tus nietos deben ser un gran refugio...
-Sí, Victoria estudia medicina y vive conmigo; Valentina estudia ciencias políticas, y Juan Pablo es productor teatral como el padre (Lito Grass).
-¿Por qué Victoria vive con vos?
-Porque cuando empezó a estudiar medicina dijo que estaba mucho mejor en casa, que en la suya no podía estudiar con sus hermanos. Claro, yo estaba de gira y paraba poco en casa y ahora ya nos acostumbramos.
-Tuviste una separación escandalosa de Chiche Sosa (fallecido hace un año), ¿alguna vez pudiste reencontrarte con él?
-Sí, pudimos hablar y aclarar muchas cosas. No tenía quién pudiera abrazarlo y sentir lo que siente un padre cuando se le va un hijo.
-¿Volviste a enamorarte?
-No, después que falleció mi hijo no. Es como si con él se hubiera muerto mi parte femenina, mi parte sexual.
El trabajo, un salvavidas
-Decís que el trabajo te salvó, ¿fue tu cobijo?
-Siempre. Si no trabajara no sabría qué hacer porque toda mi vida trabajé. Ni económicamente puedo dejar de hacerlo porque nunca hice tanta plata. Estuve unos meses sin trabajar cuando falleció mi hijo. Creí que no iba a poder, pero Jorge Lafauci -que es un gran amigo- me dijo que lo que me iba a salvar era volver a trabajar y tenía razón. Y volví gracias a Nora Cárpena, que me ofreció hacer el papel de Moria Casan en Brujas, y estuvimos de gira durante tres años. Mi hijo falleció en febrero de 2001 y en octubre me llamó Nora, en esos meses no pude parar de llorar. ¡Y lo que lloraba cuando terminaba la obra!
-Hace mucho que no hacés tele, ¿extrañás?
-Para nada. Creo que la televisión me robó horas de mi vida porque cuando hice los éxitos que hice, a Dios gracias, se ensayaba, se grababa y se volvía a ensayar lo del día siguiente. Pasé horas y horas en estudios de grabación mientras criaba a mis hijos. Y cuando hice cine, extrañé menos la tele porque tiene otra dinámica. Ya perdí la cuenta de cuánto hace que no hago televisión. Creo que lo último con continuidad que hice fue Alen luz de luna y después hice un personaje más chico en Casi Ángeles, gracias a eso me conocieron otras generaciones y en otros países como Israel.
-Debutaste a los 3 años, ¿por qué tan chiquita? ¿Cómo se dio?
-Mi mamá, que era extra, nos llevaba a los cinco hermanitos a los sets, y sin embargo, la única actriz soy yo. Al primero que llevó fue a Gerardo (productor de televisión, fallecido hace un año) porque era muy lindo y después al resto de nosotros. Mi mamá era de sangre italiana y llevaba comida para todos, una dadora impresionante y era una gallina, que iba con los cinco pollitos. Y mi hermana María Esther, que es la menor, casi nació en la película ¡Qué hermanita!, que protagonizó Olga Zubarry; la tuvo y a las dos semanas volvimos y los utileros le hicieron un canastito donde ella se quedaba tranquilita. Me crie en el medio y siempre me cuidaron mucho todos. Cuando trabajaba con Los cinco grandes del buen humor, ensayaban los chistes y me hacían salir porque yo era muy joven.
-¿Tenés conciencia de cuándo elegiste ser actriz?
-Creo que mi elección fue mucho después porque de chica lo hacía jugando aunque también era una obligación porque necesitaba ganar plata para ayudar en casa. Mi papá era empleado, teníamos una casa chorizo que construyeron mis abuelos en lo que hoy es Palermo Hollywood. Nunca nos faltó nada pero tampoco sobraba, ¡éramos cinco hijos! En esa casa pasé mi niñez y mi adolescencia hasta un poquito antes de casarme.
-De las muchas novelas y personajes que hiciste, ¿tenés uno preferido?
-¿Sabés que no? Porque no me aferro al pasado, ni a lo bueno ni a lo malo. En mi vida predominaron los momentos malos, con pérdidas muy fuertes, entonces no me engancho porque sino no podía haber seguido adelante. Tengo lindos recuerdos como haber ido al festival de cine de San Sebastián con Boquitas pintadas. O al festival de Huelva, en donde fui jurado internacional. O cuando conocí a Gabriel García Márquez y a Fidel Castro en Cuba cuando fui al festival de teatro.
-¡Ahí fuiste fan vos!
-Como una loca. García Márquez me ha hecho llorar y disfrutar, ha llenado mi vida con sus libros. Y Fidel Castro, dejando de lado la política, fue un líder indiscutido. Una tía de Chiche Sosa, el padre de mis hijos, era prima de Fidel; se llamaba Anita Castro. Fui varias veces a Cuba, una a hacer El gran deschave, pero ahí no lo conocí. Fue después, durante un festival de teatro, en una fiesta en la que había 70 invitados. Y también he conocido a Sofía Loren, Richard Burton y Alain Delon. Tuve mucha suerte. Recuerdo la casa chorizo donde crecí y pienso en todo lo que tuve después. Me parece que por eso no soy una mujer triste, a pesar de todo lo que pasé.
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