Debutó en una ficción que debió dejar porque todavía no era figura y no podía quedarse con el galán, pero tiempo después tuvo otra oportunidad en Estrellita mía y brilló
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Le hacía la vida imposible a Andrea Del Boca en Estrellita mía, fue narcotraficante en El oro y el barro, hizo tres personajes en Alas poder y pasión. Marisel Antonione fue la mala de muchas novelas y en casi todas terminó muerta. En una charla con LA NACIÓN, la actriz recordó el día en que decidió ser artista, como su tío y padrino, habló de su historia de amor con un conde europeo y contó por qué hace veinte años decidió alejarse del mundo del espectáculo.
Marisel Antonione nació en Río Cuarto, Córdoba, y la primera vez que vino a Buenos Aires, a los 8 años, decidió que quería seguir los pasos de su tío y padrino, Esteban Peláez. “Fue actor y autor, estuvo en Orquesta de señoritas y escribió, por ejemplo, Nosotros y los miedos. Tenía 8 años cuando vine por primera vez de vacaciones en Buenos Aires y el tío me llevaba a ver dos películas y una obra de teatro todos los días. Ya entonces decía que cuando fuera grande iba a vivir en Buenos Aires y a ser actriz. Fue la única certeza que tuve en la vida. Después, como decía mi madre, fui por el sendero de la vida de banquina en banquina y nunca por el medio. Y es verdad. Pero tuve la vocación muy clara desde muy chica”, detalla.
-¿Cuándo te mudaste a Buenos Aires?
-A los 17 años. Acá ya estaba mi hermano que era un año mayor y estudiaba ingeniería electrónica en la UBA. Mi tío vivía en San Telmo, incluso tenía un puestito en la feria y vendía títeres y antigüedades. Mi madre se vino a buscar un departamento para comprar y es el mismo en el que vivo hoy. Vine con la promesa de estudiar actuación y también idiomas porque el oficio de actor era muy inestable y ya con el tío tenían bastante (risas). Entré a la Escuela Nacional de Arte Dramático y fui al Pellegrini a estudiar idiomas, pero no sentía que fuera lo mío y nunca llegué a rendir. Le mentí a mi familia y con el tiempo conté la verdad. Me casé muy jovencita y ahí trabajé mucho, tuve negocio en un puesto en el mercado de Recoleta y después compramos un fondo de comercio en Caballito que era kiosco, fiambrería, almacén, panadería.
-¿Ya habías debutado como actriz?
-¡Sí! Lo primero que hice fue a los 18 años con mi tío Esteban, que escribió algunos textos en el marco de los festejos de los 50 años del barrio de Belgrano. Se hizo teatro en la calle e interpretamos varios personajes, vestidos de época con ropa del Teatro Colón. Fue genial. Después hice participaciones chiquitas en televisión. Mi tío ayudaba a todo el mundo y a mí no porque yo estaba estudiando y decía que todavía no estaba lista. Eso me enojaba mucho. Hasta que hice un casting para la novela La viuda blanca, con Carmen Sevilla y Gerardo Romano. Fue un éxito, se paralizaba la ciudad para ver Canal 9. Carmen Sevilla, que era mucho mayor que Romano, dijo que ella no besaba y entonces emparejaban al galán con medio mundo. Yo tenía un personaje de hija de Lucrecia Capello, que era un poco tonta y siempre estaba desarreglada, pero tenía una doble vida y empecé a hacerla crecer.
-¿Fue tu primer gran oportunidad?
-Sí. En esa época a los actores nos dejaban improvisar, el personaje funcionó, se relacionó con el protagonista hasta que Lozano Dana, el autor, me dijo que tenía que mandarme de viaje o matarme porque no me conocía nadie, aunque estaba bárbara y me felicitaba. Claro, no podía terminar con Romano porque nadie sabía quién era yo. Me mandaron de viaje y en el mismo decorado entró Gigi Rua, que era figura y terminó en la novela con el galán. Fue una experiencia alucinante. A partir de ahí empecé a tener trabajo.
-Entonces estabas en la tele y en la fiambrería...
-Sí, me casé a los 21. Ese año también debuté en teatro con una obra que se llamaba Feliz año viejo y fue un fracaso, pero tenía un elenco hermoso: Darío Grandinetti, Arturo Bonin y María Vaner. Yo hacía once personajes. Entonces hacía teatro, televisión y estaba en el negocio y tenía un matrimonio desastroso. Estuvimos juntos tres años; era muy buen músico, componía, quería ser actor, íbamos a los mismos castings y yo quedaba y él no. Creo que me agarró bronca por eso. Era violento y tuve una experiencia horrible. Lo conocí en el barrio de San Telmo, yo estaba con Alejandra Majluf porque la acompañaba a un ensayo en el Margarita Xirgu y él pasaba en un auto, con amigos; dio la vuelta, paró y empezamos a hablar. A los 24 años estaba separada, me fui de la casa con una muda de ropa y mi perrito. Nada más y me vine a vivir al departamento con mi hermano y mi tío. Fue el año en el que mi tío se enfermó y se murió. Él estaba haciendo Que se vengan los chicos, en Canal 7, y tenía problemas de salud. Yo lo acompañaba a todos lados para cuidarlo. Cuando me separé, él me dijo: “Ahora estás lista y te voy a ayudar”. Y se murió... Sentí dolor y traición también.
-Claro, sentías que tu tío rompía la promesa, ¿y cómo seguiste?
-Cuando volví de Córdoba y mientras acomodaba sus papeles, me llamó el hermano de Diana Álvarez, que era productor y me pidió que fuera a Canal 11 para hacer un personaje. Yo estaba con pánico en ese momento y me costaba salir a la calle, pero le pedí a un amigo, Juan Carlos Coraza, que me acompañara. Era para hacer un bolo chiquito en Estrellita mía, con Andrea Del Boca. Iba a hacer de una amiga de Alicia Aller.
-¿Y cómo te convertiste en la mala de Estrellita mía?
-Mientras esperaba en el control, vi a una actriz que no recuerdo su nombre, hermosa y muy mala actriz. Me dijeron qué tenía que hacer y me fui. Al día siguiente volvieron a llamarme, me pidieron que me arreglara bien y fuera al Plaza Hotel porque era el cóctel de presentación de la novela y me advirtieron que si me observaban, yo no le diera bolilla a nadie. Me gasté lo poco que tenía en taxi, me arreglé y fui al salón Doré. Ahí Diana Álvarez me dijo que iba a ser Angelina. Al final fui la mala de la novela, que es el personaje de esa chica que había visto yo, no le gustó a nadie su trabajo y la cambiaron. El personaje de esta maldita tenía mucho peso, con escenas largas y yo lo único que tenía eran problemas, deudas y tristeza porque mi tío acababa de morirse y me había dicho que estaba lista para ser actriz y me había abandonado. La novela fue un éxito y mi personaje pegó muchísimo. La gente se acuerda hasta el día de hoy. Sentía que mi tío había cumplido su palabra y me había dado trabajo. Él estaba.
-Te encasillaron en el papel de mala, ¿por qué?
-Quizá porque funcionaba. En la mayoría hice de mala y me han matado de varias maneras (risas): tirada por la escalera, en un accidente de auto, de un balazo en la cabeza. Porque si hay algo lindo en las novelas es que se hace justicia y los malos revientan y los buenos son felices. En El oro y el barro fui traficante de drogas; en Alas, poder y pasión, con Gustavo Bermúdez, me mataban de un balazo en la frente. También hice de mala en la novela La elegida. De buena hice solamente una vez, en El amor tiene cara de mujer. Estuve en La hermana mayor como la mujer que cuidaba a las nenas en la casa de Juan Leyrado. En ese momento estaba ahorcada de deudas porque tenía que pagar un crédito. Estaba desesperada y me acuerdo que me senté, miré al cielo y pedí ayuda. “No me importa hacer de padre de Alicia Bruzzo”, pedí (risas). Y recuerdo esas palabras porque todo el mundo se reía. Necesitaba trabajar. Al otro día me arreglé como pude, fui al bar de Canal 9 para ver si me topaba con alguien y apareció el productor Miguel Ángel Rodríguez, y me dijo que me estaba buscando. Así entré a La hermana mayor. Gané una fortuna y tuve trabajo durante un año. Después, en Alas, poder y pasión hice tres personajes: una enfermera mala, una empresaria y la madre de la hija del personaje de Bermúdez. Mi personaje llevaba el hilo conductor de la maldad de la novela, aunque los laureles se los llevó Nacha Guevara. Después hice Los médicos de hoy.
-¿Por qué dejaste de trabajar?
-Me enfermé y así y todo trabajé porque lo necesitaba. Por ese entonces hice Un cortado, en Canal 7, y un capítulo de Mujeres asesinas. Estaba ya en tratamiento oncológico. Tuve cáncer de riñón. Me lo sacaron y tuve metástasis en el hígado así que me hicieron un tratamiento de inmunoterapia, desde 2004 a 2006. Elegí no trabajar. Cuando pude organizarme económicamente, dejé.
-Una decisión muy drástica si amás tu oficio...
-Me gustaba y me divertía mucho, pero con los años llegué a la conclusión de que el inconsciente no entiende qué es de verdad y qué de mentira. Nunca me tocó hacer una comedia, y yo ya soy intensa. Había algo en mí que hacía que mi sistema inmune se volviera loco y me broté de psoriasis, tuve cáncer. El cuerpo tardó dos años en curarse, pero el alma mucho más. Sentí que para haber llegado a los 41 años así y siendo sana, algo había pasado. Sabía que tenía que evitar el estrés si no quería volver a enfermarme. Porque además me dieron un diagnóstico tremendo, de pocos meses de vida y yo era madre soltera de una hija, Clara, de 12 años. Pero tuve el regalo de poder seguir viviendo. Me prometí no perderme más, centrarme y evitar el estrés. Esta profesión es divina, pero para que los personajes sean creíbles ponés mucho de vos y aunque sean de mentira, también hay algo de verdad. Viví muchas vidas siendo actriz y en mi vida personal.
-¿Nunca te arrepentiste?
-No me arrepentí. Amo mi profesión y cuando voy a ver una obra del teatro me salgo de la vaina por subirme al escenario. Y por otro lado, implica un sacrificio que no estoy dispuesta a hacer.
-¿Hoy qué es de tu vida?
-Estoy organizada, no me sobra nada, pero no me falta y me dedico a vivir en paz y ser feliz, a expandir la conciencia, el crecimiento interior. Cuido a mi papá que vive en Córdoba y viajo seguido y también estoy más para mi hija, que es lo más creativo que hice en mi vida. Clara Antonione es periodista, actriz y escritora, y acaba de editar un libro que se llama Lo que tenga que ser.
-¿Cómo es la historia de amor con el padre de tu hija? Decís que la criaste sola...
-Sí, porque empezó a tener relación con Clara cuando ella tenía 17 años. Lo conocí cuando fue a ver Tamara, una obra que yo estaba haciendo en San Telmo. Tamara tenía la particularidad de que el público podía seguir a uno de los personajes. Él había ido con un grupo de gente y en un momento me siguieron a mí. Al final me invitaron a cenar porque una compañera del elenco, Regina Lam, lo conocía. Ya en el entreacto ella me hablaba de un conde de la realeza croata que preguntaba por mí. Y era él. Cuando lo vi, supe que era el hombre de mi vida, el padre de mis hijos. Sentí una cosa muy fuerte. Empezamos a hablar, al tiempo volvió a ver la obra, después me invitó a ir a pasear al Tigre con otro amigo de él y surgió el romance. Él era casado. Fue mi gran amor. Estuvimos juntos un año y pico, quedé embarazada de Clarita y él me dejó. Después volvimos, volvió a desaparecer, reapareció cuando la nena cumplió un año y ahí dije: “Hasta acá llegó mi amor”. Él estaba blanqueado en mi vida, pero yo en la de él no, excepto algunos secretitos. Me ofrecía una doble vida y yo no quise. Me arrepiento de no haber tenido otro hijo, eso sí. Lo dejé y al tiempo me enamoré de una mujer, con quien estuve varios años. Me sentía más segura con una mujer y ya no confiaba en los hombres. Con el conde no volvimos a vernos hasta que él reapareció en la vida de Clara cuando ella tenía 17 años. Y a partir de ahí la reconoció y tienen una linda relación. Es una historia con final feliz.
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