Una cámara oculta del programa Punto.doc desnudó irregularidades en su famoso ciclo televisivo; fue un golpe letal para la credibilidad del profesional, que terminó sumido en la depresión
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Tuvo todo. Perdió todo. Fue artífice de esa ecuación tan compleja de lograr que pivotea entre el prestigio y la popularidad extrema y que lo convirtió en un referente en lo suyo. En la cima de su carrera, sostenida bajo la credibilidad del rigor científico, sufrió un grave traspié. Para algunos fue una trampa. Para otros, dejar en evidencia irregularidades insalvables. El doctor Mario Socolinsky, de él se trata, transitó la escena mediática durante más de tres décadas amparado en sus saberes profesionales y en un carisma indiscutido que lo convirtió ya no solo en un hombre de consulta, sino también en una marca. Llevó la pediatría, su especialidad, a un nivel de masividad nunca antes experimentado a través de su ciclo La salud de nuestros hijos, que se convirtió en un clásico de la pantalla.
Sin embargo, una investigación del programa Punto.doc dejó al desnudo la falta de rigurosidad en el espacio de Socolinsky en torno a la sapiencia de los invitados y al cobro de honorarios que habrían tenido que abonar algunos de los entrevistados que se sentaban en el set del popular ciclo para departir con el conductor y acercar diversos temas específicos en torno al gran campo de la salud.
Las consecuencias de aquel escándalo mediático y la cancelación social -definición no aplicada en su tiempo- lo sumieron en una fortísima depresión, le agudizaron patologías preexistentes y lo condujeron a la muerte.
Sello propio
La salud de nuestros hijos apelaba a la medicina preventiva y también a absorber las consultas sobre las más diversas aristas. Y, más allá de ese formato -de cortina musical arraigada en la memoria colectiva de unas cuantas generaciones- Socolinsky también fue el responsable de otros espacios donde expandió sus saberes para abordar problemáticas que abarcaban a la población adulta.
Fue parte de una televisión que priorizaba el saber y que, en consecuencia, les daba cabida a profesionales de la jerarquía del pediatra y psicoanalista Arnaldo Rascovsky, de la sexóloga María Luisa Lerer, de la psicoanalista Lía Lerner, de los médicos clínicos Walter Murúa y Eduardo Lorenzo Borocotó y del siempre vigente doctor Alberto Cormillot, entre tantos otros.
El doctor Mario Socolinsky, que formaba parte de ese dream team, tenía estilo propio y la mayor popularidad. Candidez al hablar, empatía con la platea femenina -en tiempos donde las madres eran quienes mayormente llevaban adelante el seguimiento de la salud de bebés y niños- y una credibilidad que convertía sus consejos en “palabra santa”.
El “lo dijo Socolinsky” era el pasaporte a la verdad inequívoca. Ideas santificadas de ese hombre idolatrado por las amas de casa y reverenciado por mujeres jóvenes y aquellas maduras que veían reflejado en él el saber y la cercanía de un médico de familia o de un galeno de pueblo al alcance de la mano al que se le podía preguntar todo y que siempre tranquilizaba con la solución precisa para el diagnóstico.
Su niñez, un drama
Mario Socolinsky había nacido en 1942. Su infancia transcurrió en el barrio porteño de Villa Crespo, pero, una falencia respiratoria que se le declaró a los pocos años de vida hizo que no llevara adelante los hábitos normales de todo niño. El pequeño Mario pasó gran parte de su niñez encerrado en su casa y, en no pocas ocasiones, postrado, acechado por esa dolencia que podría haber resultado fatal.
Su vida social fue prácticamente nula, con muy pocos amigos y con la imposibilidad de practicar los deportes y juegos habituales de la infancia, con escasa vida al aire libre. Acaso aquí residió el gran motor que lo impulsó, ya no sólo a seguir la carrera de medicina, sino a especializarse en la pediatría. Quizás una forma de redención de sí mismo y tratando de aliviar el drama de otros.
A pesar del dolor de no poder llevar adelante una vida normal, apoyado por los suyos, el pequeño Mario estudió incesantemente, logrando calificaciones notables tanto en la escuela primaria como en sus estudios secundarios. Una forma de capitalizar sus limitaciones físicas. Buscando que sociabilizara, fueron sus padres quienes lo anotaron antes de tiempo en la escuela, algo que lo llevó a cumplir con toda la cursada de manera precoz. Socolinsky siempre se enorgulleció de haber sido hijo de la educación pública, ya que, al provenir de una familia muy humilde, le hubiera sido imposible estudiar en claustros privados.
Ese virtuosismo también lo aplicó en la Universidad de Buenos Aires, donde, en 1963, se recibió de médico con honores, contando con 21 años y recibiendo la medalla de oro de su camada de egresados. Como era modalidad, comenzó a ejercer su carrera en diversos hospitales públicos, su otra gran academia.
Fue a partir de llevar adelante su vocación cuando comenzó a sentir que su vida se normalizaba, luego de tanto dolor, sufrimiento y ostracismo. Su carrera lo salvó.
El doctor Mario
La televisión, medio que lo fascinaba, no tardó en llegar a su vida. Corría 1967 cuando debutó en Canal 9 formando parte del microprograma Mujeres del Siglo XX. Su participación llamó rápidamente la atención de todos, especialmente de la conductora y productora Nelly Raymond, quien lo convocó para participar en el ciclo Panorama hogareño, un gran espaldarazo en la carrera pública del médico.
Mario Socolinksy muy pronto se ganó un lugar en las preferencias del público, aunque recién una década después de su debut frente a cámaras se produciría el estreno de La salud de nuestros hijos, el programa que definitivamente lo consagraría en términos televisivos y al que le impondría un estilo, ya sin tener que ceñirse a los dictámenes de los conductores que lo elegían como columnista y los productores que lo contrataban.
Corría 1977 y La salud de nuestros hijos se vería por primera vez en la pantalla de Canal 9, en tiempos donde la señal estaba intervenida por el gobierno militar que estaba al frente del país. El contexto dictatorial y los parámetros de la época hacían que los temas abordados fueran tradicionales, familiares y hogareños.
Le gustaba que le dijeran “doctor Mario” -incluso él mismo solía denominarse así- buscando rápida cercanía con sus televidentes, quienes por teléfono o por correspondencia postal -no existía internet- podían acercar sus dudas y problemáticas personales. El programa rápidamente gozó de buena audiencia, a pesar de emitirse a la mañana o durante la primera tarde, muy alejado del prime time. Está claro que un ciclo de estas características debía ocupar ese tipo de franjas horarias. Con todo, las cifras de rating eran muy buenas y los auspiciantes sobraban.
En 1989, La salud de nuestros hijos se mudó a la pantalla de ATC (Argentina Televisora Color). Durante el menemismo, Mario Socolinsky logró un gran apoyo de la señal estatal, llevando adelante también ciclos como Buenas tardes, salud. Además, hizo lo propio en algunas cadenas de la televisión paga.
Si bien su gran vocación fue la divulgación, algo que también ejerció con la publicación de libros y enciclopedias, siempre le interesó ser famoso. Le fascinaba el reconocimiento público tanto como ganar el codiciado premio Martín Fierro que entrega Aptra. Consiguió unos cuantos.
Credibilidad, fama y un gran estándar de vida. El médico había conseguido todo lo que se había propuesto. Tal era su popularidad que llegó a ser imitado en el programa de Marcelo Tinelli, algo que él celebró, consecuente con su necesidad de ser observado por las masas.
Durante su mayor esplendor mediático, armó su propia fundación, organización que continúa en funcionamiento sobre todo vinculada a temas de vacunación, uno de los aspectos que más desvivía a Socolinsky y sobre el que más se ocupaba en su espacio.
Una de las facetas que también identificaba al médico fue la de su profundo compromiso solidario. Solía realizar viajes por todo el país, sobre todo visitando a las provincias del norte argentino y atendiendo gratis. Tampoco solía cobrar honorarios cuando de organismos gubernamentales se lo convocaba para difundir campañas de salud, como lo hizo en torno al HIV.
Debilidades
Más allá de lo loable de su tarea médica, Socolinsky jamás habría podido superar la adicción al juego. Aunque públicamente su imagen siempre fue intachable, alguna vez trascendió mediáticamente que sus posibles visitas a los casinos habrían sido su perdición. Además, el médico tampoco pudo evitar superar su dependencia al tabaco, siendo un fumador empedernido, rasgo que agudizaba aquellas dolencias pulmonares que acarreaba desde niño. En definitiva, la ludopatía y el cigarrillo habrían sido los flagelos ante los que sucumbió.
En cuanto a su vida personal, jamás se le conoció una pareja de manera pública, siendo un hombre que, en este aspecto, se manejaba con total discreción.
El escándalo
El “doctor Mario” llevaba más de tres décadas en pantalla, generalmente de forma diaria. Corría marzo de 2003 cuando una emisión del programa Punto.doc puso en el aire un documento titulado El lado oscuro de La salud de nuestros hijos.
El espacio de investigación, conducido por Daniel Tognetti y Miriam Lewin, exhibió cómo un productor de La salud de nuestros hijos le cobró honorarios a una mujer que participó en el ciclo de Socolinsky como gastroenteróloga. Si esa práctica ya se llevaba de bruces con la ética periodística, la cuestión fue más grave aún cuando se mostró que se trataba de una productora de Punto.doc que se había hecho pasar por médica, desnudando -ya no solo que debió abonar un canon por salir al aire- sino que nadie había testeado antecedentes, currículum ni matrícula profesional de la disertante.
Cuando salió al aire aquella emisión de La salud de nuestros hijos, se pudo ver a la falsa gastroenteróloga departir sobre un virus inexistente y ampararse en teorías muy poco fundadas, casi irrisorias, sin recibir ningún tipo de interpelación de parte de Socolinsky, quien solo se limitó a escuchar.
A las horas, utilizó su programa para hacer su descargo. “Gracias a todos. Ya hemos tomado una posición con la persona de la producción involucrada en el programa. Quería que sepan eso. Y voy a seguir, con la frente bien alta y al servicio suyo. El doctor Mario fue engañado, me trajeron un médico que no era médico; yo no pedí ni credencial ni nada, yo creí y a veces el creer en este país no sirve. Mañana vuelvo a abrir las puertas del único consultorio médico de la TV argentina”, dijo en aquella oportunidad.
Horas después, tal como reflejó LA NACION en su edición del 26 de marzo de 2003, el Sistema Nacional de Medios Públicos Sociedad del Estado y Canal 7 emitieron un comunicado firmado por sus respectivos responsables, Marcelo Simón y Mario Pinto, donde se anunció la suspensión del ciclo hasta que concluya la investigación que inició la emisora ante las irregularidades denunciadas.
Desde Punto.doc se convocó a Mario Socolinsky para que hiciera uso de su derecho a réplica, algo que el médico no hizo.
¿Socolinsky sabía que se les cobraba a algunos entrevistados? ¿El participaba de esa ganancia? Desde ya, el médico jamás admitió tal cosa. En cuanto a la falta de rigor para testear la autoridad científica de los invitados, el conductor se escudó en que, generalmente, nadie les pedía la matrícula a los médicos que visitaban los programas de televisión, algo que era cierto, una práctica que no era tan usual en ese entonces, como sí sucede hoy. Actualmente, cuando un profesional de la salud sale al aire, también se aclara en pantalla su número de matrícula profesional.
Con todo, y sobre todo tratándose de temas de divulgación de prevención de la salud, la falla, el descuido o el acto de corrupción no tenía justificativo alguno.
El ocaso
La salud de nuestros hijos jamás volvió al aire de ATC, un golpe letal para su creador, quien ingresó en un cuadro de depresión severa y agudizó su dependencia al tabaco, algo que fue deteriorando rápidamente su salud.
Al tiempo, Socolinsky volvió a la televisión, pero desde una señal de cable. Previamente, el periodista Mauro Viale le había permitido dar su versión de los hechos, defenderse públicamente y mostrar algunas resoluciones de la Justicia.
La vuelta del médico no tuvo, como era de esperar, el brillo de antaño. Su imagen había quedado seriamente dañada, al punto tal que, ese nuevo programa, también dejó de emitirse. Durante sus últimos años de vida, el histórico profesional sobrevivió gracias a un contrato que le llegó de parte del Estado provincial para ocupar un espacio en una televisora de San Salvador de Jujuy, ciudad a la que viajaba semanalmente para grabar.
En simultáneo, aprovechaba su estadía en el norte del país para atender gratuitamente a niños de bajos recursos, continuando con su loable tarea solidaria. Sin embargo, ya no era el mismo. Asediado económicamente y con su histórica depresión agravada, su cuadro pulmonar se agravó. En uno de los tantos viajes a Jujuy, sufrió una obstrucción y arritmia cardíaca, razón que obligó a una internación en la clínica Nuestra Señora del Rosario de la capital provincial.
Una neumonía terminó por minar su físico ya endeble. Lo mantuvieron vivo con respiración artificial durante 17 días hasta que un paro cardíaco puso fin a su existencia. Falleció el 26 de junio de 2007, cuatro años después de desatado el escándalo del que no se pudo recuperar jamás. Hasta que tuvo conciencia, siempre sostuvo que aquello generado por el programa Punto.doc había sido una “cama” para perjudicarlo. Partió casi en el olvido, luego de haber sido el pediatra de todo un país.
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