Mario Pasik: su atracción por los personajes viles, la relación a distancia con sus hijos y la historia de amor con su astróloga
El actor, que se luce en el musical Legalmente rubia, habló con LA NACIÓN acerca de sus inicios teatrales, sus personajes más recordados y contó por qué no piensa nunca en tomarse un año sabático
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Mario Pasik es un actor dúctil que fue el malvado de muchas ficciones, pero también sabe lucirse en comedias y en musicales. Hoy lo hace en Legalmente rubia, la puesta protagonizada por Laurita Fernández en el Teatro Liceo en la que es el encargado de poner palos en la rueda en esta historia que fue una exitosa película de Hollywood primero, y que durante años se mantuvo en cartelera en Broadway. En una charla con LA NACION, el actor repasa algunos de sus personajes que todavía quedan en la memoria colectiva, recuerda sus inicios en Un mundo de veinte asientos, dice que extraña a sus hijos que viven en Madrid y cuenta su historia de amor con Ana, su astróloga.
Dos horas antes de la función, en el Liceo se respira la buena onda y la camaradería que se reflejan luego en el escenario. Pasik, de 73 años, es uno de los primeros en llegar, se trae un cortado del bar de la esquina y saluda a los colegas que vienen detrás. “La obra es todo esfuerzo, talento, despliegue, pretexto de historia para un enorme show. Por momentos parecen luces y movimientos de un recital porque es muy potente lo visual y la historia se sostiene perfectamente. Laurita está estupenda y no solo es amorosa y talentosa, es una máquina. Ya la veía en los ensayos donde había que pasar una coreografía y estaba con la misma energía y potencia durante las seis horas. No se dosificaba. La había visto en Sugar y tenía un gran concepto de ella. Es bella y encantadora y baila extraordinariamente bien. Y es muy buena compañera. Trabajamos mucho sobre la solidez del equipo, creo que no se puede hacer de otra manera”, se entusiasma.
-No es el primer musical que hacés, a pesar de que tu fuerte no es cantar ni bailar...
-(Risas) No me destaco por cantar y bailar y además estoy con un esguince. Hice musicales con historias muy fuertes como Un violinista sobre el tejado, Cabaret, Camarera, historias tremendas, y esta parece una historia más aniñada, pero logramos decir algunas cosas. La película era más naif porque han pasado 20 años y los mensajes resuenan de otra manera. Aquí queda un mensaje, pero el peso fundamental es el despliegue de coreografía, luces, vestuario. Y mi personaje es el que viene a poner palos en la rueda, cosa que me ha sucedido en varias historias. Estoy muy cómodo, el musical me atrae porque pasás por los camarines y no ves gente mandando mensajes; todos están vocalizando o vas al escenario y están optimizando tal movimiento o practicando tal pirueta. Es una energía muy particular. Por eso no me costó aceptar esta propuesta de la mano de los Rottemberg, con quienes he trabajado mucho.
-Muchas veces hiciste de malo, ¿cómo justificás a esos personajes perversos?
-Son los que más llaman la atención porque, a pesar de todo, hay que humanizarlos. Me pasó en Mujeres asesinas, en un capítulo que también hicimos para Italia y me doblaron. Y era un abusador de sus hijos. Por supuesto que era un perverso, pero yo no podía transitar el personaje diciendo “soy un perverso”, porque además él no se registraba como tal. Entonces sentí que tenía que poner el acento en la contradicción del amor. Un amor que resultaba perverso y el personaje no lo podía controlar. Fue muy duro, muy fuerte, me costó más verlo que hacerlo porque cuando lo hacés está pautado, está la cámara, el director, cuarenta técnicos. Y después me costó hasta verme.
-¿Y te desprendés fácilmente de ellos?
-Y... No es que me pongo la gorra y salgo. Depende del tipo de personaje. A veces tiene que ver con la adrenalina que metés, especialmente en el teatro. Me ha tocado hacer alguna obra muchas veces por semana, La cocina (de Arnold Wesker) y me acuerdo que no podía parar y hacía una función extra en mi casa. Eso tiene que ver con la adrenalina; salís muy “cargado”.
-Otro de los personajes que hiciste y que quedó en la memoria de todos es el de Otra historia de amor, ¿qué recuerdos tenés de ese rol?
-A Américo Ortiz de Zárate, el autor y director, le costó mucho poder filmar esa película. Ya estábamos en el 86 y hacía un par de años que estábamos en democracia pero había temas tabú. Y paralelamente había salido Adiós Roberto, con Carlin Calvo y Víctor Laplace, aunque la gran diferencia de una propuesta y otra es que aquella estaba focalizada en los miedos, el padre castrador, la prostituta que iniciaba sexualmente y acá estaba puesta sobre la bandera de la libertad. Alcanzó una enorme repercusión y fuimos felices con ese grupete.
-Fue una película muy comentada...
-Estrenamos y fue un suceso en muchos cines importantes y todavía con una calle Lavalle muy popular. Me acuerdo que con Arturo Bonín, otros compañeros y nuestras esposas, íbamos a las salidas de los cines y nos encontrábamos con el público al salir. La gente salía, se encontraba con nosotros y se sorprendía porque no es común. Fue una época de mucho regocijo. Había un espíritu adolescente también; al principio daba la impresión que los técnicos estaban haciendo una de p... y a las dos semanas estaban preguntando “cómo sigue historia” y “cómo íbamos a hacer tal escena” y ya estaban involucrados. Fue muy lindo.
-¿Cuál fue tu primer trabajo?
-Fue a los 16 años más o menos. Había hecho juegos teatrales y algunas obras con el grupo de teatro del club. Empecé yo antes que Salo, mi hermano mayor, porque se entretuvo con arquitectura y psicología. Yo me metí en el Nuevo Teatro, donde hoy está el Apolo, y tenía como profesores a Héctor Alterio, Enrique Pinti, Alejandra Boero, que no eran todavía los próceres que fueron después, pero eran magníficos. Todavía voy al Apolo y miro los rincones, imagino el adentro (se emociona).
-¿Fue difícil adaptarte a los cambios del mundo audiovisual? Empezaste con una televisión en blanco y negro, trabajaste mucho en la época de oro de las ficciones y ahora llegaron las plataformas...
-Grabábamos dos programas los lunes, dos los martes y otro los miércoles a la mañana porque el miércoles a la tarde entraba otra novela que usaba otra parte del estudio. Los decorados de las tiras estaban en el mismo estudio y se corrían. Me fui adaptando a fuerza de tratar de vivir; en este momento estoy tratando de adaptarme también. Antes entraba a Canal 9 a ver gente y no había filtros; entraba con un libreto debajo del brazo, que no era real, para que no me preguntaran nada. De alguna manera era un poco más fácil para mí. Y sin embargo hay actores jóvenes que dicen que más fácil es hoy porque ponés un video en redes y te ven. No queda otra más que adaptarse. Siempre hubo cambios y es lógico. Pero hay cosas que son inamovibles.
-¿Por ejemplo?
-Como la relación del actor con el teatro y con el público, por más que lo ataquen o no lo tengan en cuenta o crean que se puede terminar de un momento para el otro con una decisión ejecutiva. No es verdad, y ha pasado con Teatro Abierto, con Teatro x la identidad; hay una resistencia muy fuerte. Son otras maneras de abordar el trabajo, y está a favor la cantidad de cosas que uno ha hecho. Carlos Rottemberg me convocó para hacer Legalmente rubia y lo conozco desde cuando él tenía 17 años. Estaba haciendo La cocina, que era una cooperativa, y me eligieron para ir a hablar con el empresario. Y resulta que el empresario era un chico de 17 años y me dio risa. Ya había puesto El hombre elefante con Miguel Ángel Sola y no podía ver la obra porque era prohibida para menores de 18 años (risas). Uno acumula y trata de tener un cierto dinamismo. Yo disfruto de lo que elegí hacer tanto tiempo.
-¿Y antes qué hacías?
-Antes fui tachero, oficinista y desde los 22 o 23 años más o menos puedo sobrevivir de esto. Estaba haciendo Un mundo de veinte asientos y también manejaba el tacho porque tenía que juntar plata para pagar el alquiler, y oía los cuchicheos de la gente que llevaba y me miraban y decían: “Te digo que es, pero no puede ser… ¿Es o no es?”. Y yo les daba el vuelto sin darme vuelta y no por vergüenza, sino para que les quedara la duda. Y cuando me mudé cargué un colchón en el techo del tacho para llevarlo a mi departamento recién alquilado y un nene se me acercó para preguntarme dónde estaban las cámaras, porque creía que era parte de la historia.
-¿Qué personajes te quedaron en la memoria y en el corazón?
-Muchos. Me he dado muchos lujos de hacer obras tremendas, importantes. Pero me resultó conmovedor hacer Esperando a Godot, con Patricio Contreras y dirigidos por Leonor Manso; fue tremendo. O el personaje de El zoo de cristal por el que me gané el ACE ese año. Y en televisión recuerdo uno porque es más reciente, el de 100 días para enamorarse, donde interpreté al padre de Carla Peterson a quien se le declaraba el Alzheimer. Pero hice tantos... Verano del 98, Son amores. He disfrutado mucho de los personajes que me han tocado y quiero seguir haciéndolo. De aquí en más voy a componer señores mayores (risas). El año pasado hice una miniserie en Colombia, antes teatro con Tijeras salvajes, otro tipo de comedia, y hay algo que espero que salga. Ahora estoy abocado a Legalmente rubia.
-¿Nunca pensaste en parar y tomarte un año sabático?
-¡No! Esas cosas no se dicen. Pasaron en pandemia, además. En las diez primeras funciones agradecí muy emocionado por el aplauso. El sonido del aplauso. En pandemia vi un video del Natalia Oreiro en una de sus giras por Rusia y yo lloraba, pero no por Natalia, a quien quiero y es puro talento; lloraba porque me di cuenta que me conmovía el aplauso que yo estaba extrañando.
-¿Alguno de tus hijos sigue tus pasos?
-No exactamente, pero hacen cosas relacionadas. Los dos viven en Madrid ahora, donde también está la mamá (la actriz y autora Marta Betoldi). Manuel es fotógrafo y está haciendo cosas muy interesantes cubriendo recitales y videos de gente muy notoria. Y Nicolás se recibió de músico de cine en la UCA. Ni la madre ni yo los empujamos a que sean algo determinado. Tampoco sé si lo mamaron, porque en mi casa mi papá era comerciante y mi mamá ama de casa y los dos salimos actores. No sé si hubo influencias, pero sí libertad de elección. Los extraño y agradezco que estén en la hermosa aventura de ver si pueden ejercer lo que les gusta. No están buscando cualquier trabajo, sino haciéndolo desde una identidad como profesionales. Eso me calma, me tranquiliza, hay abrazos profundos y fuertes con los dos. Hoy en día podés hablar por videollamada, a veces puedo almorzar con ellos del otro lado de la pantalla. Conversamos mucho. Hoy las distancias están cambiadas.
-¿Estás en pareja?
-Sí, sigo con mi astróloga, Ana, desde hace 12 años. Fue maravilloso encontrarla.
-¿Te enamoraste de tu astróloga?
-Me enamoré de Ana y sí, esas fueron las circunstancias. Durante tres o cuatro años le hice una visita anual para que me haga la revolución solar, y en un momento pasó, por suerte. Celebramos habernos encontrado.
-¿Te interesa la astrología?
-Sí, soy de piscis, un poco esotérico. Pero no le pido que me haga la revolución en cada desayuno ni ella me pide que le recite poemas de memoria. Atiendo su parte terrestre. Estamos absolutamente convencidos y gozosos de habernos encontrado.
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