El periodista, que volverá a presentar en teatro Soltar para ser feliz, donde desarrollará sus herramientas como coach ontológico, buceará en los traumas de su infancia y los caminos que lo llevaron a superar algunos tabúes
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Es la cara afable de las noticias cuando la jornada se despide y la medianoche hace bucear en interioridades que se apartan de la vorágine del día. No es poca cosa acompañar antes del sueño o a los solitarios de nocturnidades extendidas. En ese particular horario, Mario Massaccesi es el hombre que resume informativamente lo acontecido desde el clásico noticiero En síntesis (eltrece), espacio en el que se inició como reemplazante hace 14 años y que, desde hace 9 temporadas, lo cuenta como el conductor titular. El 26 de diciembre cumplirá 21 años trabajando en esa señal que lo transformó en una persona cercana para los televidentes, allí donde comenzó como cronista sin imaginar que llegaría a conducir su propio segmento. “Soy así, no imposto. Lo bueno es que el canal me ha permitido desarrollar este estilo más amoroso y no ir al choque”, sostiene el periodista nacido en la cordobesa ciudad de Río Cuarto.
Esa forma de presentar la información desnuda pasión y la esencia más profunda de este hombre que aún conserva cierta tonada y un estilo campechano que rápidamente lo posiciona en aquellas calles empedradas atravesadas por las vías del ferrocarril Mitre. En ese modo amable de contar lo menos grato se traslucen sus estudios de coaching ontológico, esa otra vocación nacida luego de años de dolores, búsquedas y perdones y que convirtió en método. “Es una disciplina que trabaja con el ser, con la persona aquí y ahora, sin querer cambiar el pasado porque es imposible y diseñando un futuro a partir de quién se es hoy. Por otra parte, el coach acciona sobre el cuerpo, la emoción y el lenguaje”, enumera Massaccesi con indisimulable apasionamiento.
Son esos conocimientos los que lo impulsaron a escribir Soltar para ser feliz junto con Patricia Daleiro, psicóloga y master coach. El libro, que fue publicado en noviembre de 2020 y ya lleva seis ediciones, fue el espaldarazo para que volcara la experiencia en un escenario. ¿Cómo soltar?, es la pregunta madre que los asistentes serán impulsados a preguntarse y responder, más allá de los minutos que dure la obra. “Fue un desafío, fue ponerle el cuerpo a eso que habíamos escrito. Soltar para ser feliz tiene algo de teatro, un poco de stand up, cierta improvisación y mucho de incertidumbre”, define el periodista en torno a ese ritual que volverá a generar junto a Daleiro, los sábados 9 y 16 de octubre, a las 22.30, en el Teatro Border de Palermo.
-La propuesta, ¿exige de la participación del público?
-Todo el tiempo volcamos preguntas para que la gente se las lleve, pero no exponemos a nadie, no buscamos que nadie cuente sus historias en público, no se trata de un taller.
-¿Qué significa soltar y por qué lo vinculás a la felicidad?
-Soltar es dejar en otro lugar todo aquello que no te suma, lo que te pesa, te ahoga o te asfixia. A veces, lo que agobia sigue estando con uno, pero desde un lugar distinto. Siempre pongo el ejemplo de la piedra: si uno la lleva en el zapato, seguramente se dañe el pie, pero si se puede colocar en una billetera o en el bolsillo, ya no duele.
-¿Se puede asociar el soltar con el abandono?
-En el soltar no hay un concepto de abandono. Podemos convivir con eso que nos estaba pesando y ubicarlo en otro lugar. O bien, plantar bandera y no continuar con eso que nos pesa o con las personas que están involucradas. No es un mecanismo compulsivo, sino creativo. Soltar es una elección y no una obligación.
-Implica moverse por el deseo.
-A veces deseamos soltar algo y, en otros casos, se trata de una necesidad, ya que lo que necesitamos soltar nos mantiene estancados en un lugar. Una relación tóxica es naturalmente atractiva, pero uno sabe que es necesario cortar eso que hace mal a las dos partes. Una relación tóxica no es solo la entendida en términos de pareja, también se puede dar entre padres e hijos.
Mutar
A los 33 años, Mario Massaccesi inició una transformación: comenzó a mover su propio tablero y despojarse de traumas que lo acompañaban desde hacía décadas.
-¿Por qué el cambio se inició a esa edad?
-Una serie de circunstancias hicieron que fuera a los 33. Tengo 54 años, así que, en mi vida he pasado más tiempo mal que bien.
-¿Hubo un detonante?
-Comencé, básicamente, porque había muerto mi madre y me encontré que había conversaciones que no fueron posible tener con ella. Ni ella hacia mí, ni yo hacia ella.
-¿A qué te referís?
-Hubo cosas que me quedé sin decir y otras que ella había pasado en su vida y que yo me enteré después que murió, historias muy fuertes. Ahí fue cuando me dije: “Se me fue esa posibilidad, ya no hay tiempo que perder”. Si ya había perdido ese diálogo con mi madre, me pregunté “¿Cuánto más voy a perder?”. Ahí comencé a trabajar sobre mí. Mi madre murió en enero de 1998 y yo empecé con mi búsqueda en agosto de este año.
-La pérdida de una madre implica mucho más que la ausencia física.
-Perder a una madre es sufrir por la ausencia, pero también es cortar ese cordón umbilical invisible y permitirse volar más libre, haciéndonos responsables de nuestras vidas. A mí me sucedió.
-Hay algo azaroso que propone el destino, pero también acciona la voluntad en esa construcción del futuro.
-Lo único que me quedaba era hacerme responsable de mi vida y buscar algo para no vivir con cuestiones pendientes. Así fue como comencé la carrera de coaching ontológico que logré terminar.
-En algún momento de tu vida, ¿recurriste a la terapia tradicional?
-Hice terapia tradicional, El arte de vivir, inside, sanación genital, retiros espirituales, biodecodificación, meditación... Dos o tres veces al año me hago un retiro o un taller. Todo lo que implique hacer un parate en la vida, lo hice. Además el conocerse a uno mismo es un trabajo que no se termina nunca.
-¿En qué consiste la sanación genital?
-Tiene que ver con sanar aquellos mambos que uno sabe que existen a partir de los genitales. En mi caso, siempre tuve el prurito de avergonzarme mucho de mi desnudez. Fui un tipo muy vergonzoso de mi cuerpo y mi genitalidad y no porque hubiese nada raro.
-En tu caso, ¿dónde sentís que germinó ese pudor por la desnudez?
-Cuando, como en mi caso, el niño que fuiste fue un niño herido por circunstancias que te tocaron vivir, que no elegiste y que, además, en ese momento no sabías cómo cuidarte, todo lo que viene en adelante es una cárcel de miedo, de culpa, de vergüenza y de juicios horribles que yo me hacía sobre mí mismo. A los 33 años empezar a trabajar conmigo me permitió salir de esa cárcel donde estaba metido, que no me dejaba ser feliz, que me aprisionaba, me asfixiaba, me avergonzaba y me llenaba de culpa. Con la palabra, porque soy un profesional de la palabra, más el trabajo personal que he hecho, hoy me permito desnudarme o exponerme sin ningún tipo de vergüenza.
-Hablás de ese niño herido y del trabajo personal que llevás adelante desde los 33 años. Entiendo que tiene que ver con sacarse la mochila de las culpas sobre algo que no generaste, sino que fue otro quien le provocó un daño a esa criatura indefensa que fuiste.
-Exactamente. En el teatro digo una frase que sé que impacta mucho porque veo las lágrimas de la gente: “Nos hacemos grandes para cuidar al niño o a la niña que fuimos”. Es un hermoso compromiso que tenemos por delante. Es bueno restaurar esas heridas y acompañar de grandes a ese niño que no supimos acompañar, simplemente porque no éramos grandes. Éramos niños y no hemos podido pedir ayuda. Y, muchas veces, cuando se pidió ayuda, que no fue mi caso, tampoco se supo cómo ayudar porque eran otros tiempos...
-¿A qué edad ese niño sufrió esa herida que le impidió ser feliz?
-A los 8 años... Era muy chico. No lo cuento públicamente porque se trata de una película de terror. Muchas veces me preguntan por qué no lo cuento, pero -aunque no es un secreto- se trata de una cuestión de intimidad. No está bueno exponer a ese niño. Ese niño ya pasó y hoy quien lo cuida es este hombre que soy, con las herramientas que tengo y hasta con la gente que me ha ayudado.
-¿Qué sucedió con el perdón? ¿Perdonaste?
-Siempre estuvo, siempre... En diez años de terapia, mi terapeuta, que es una profesional de primera, muchas veces me preguntó cómo podía ser que no hubiera enojo, bronca, ira ni necesidad de venganza.
-¿Cómo se hace?
-Siempre digo que ya con el dolor tuve bastante como para, además, ocuparme de quién generó ese dolor. Fui a lo urgente y a lo importante y no me focalicé en gastar mi tiempo, mi energía en quién lo provocó. La palabra es poderosa, pero el cuerpo es muy potente porque está movido por las emociones. La palabra la podés racionalizar y elegir, pero las emociones te eligen a vos. Con cierta práctica, se pueden gestionar las emociones. La emoción puede aflorar, pero el tema está en ver qué hacemos con eso. ¿Qué hacemos con el enojo, la ira o la risa?
-No es tan sencillo.
-Antes de responder ante eso que me enoja, voy a contar hasta diez para que una charla termine bien. De eso se trata.
-Pensando en aquel niño, quien le provocó ese gran dolor carga con su mochila. Algunos le dirán culpa o cargo de conciencia, otros lo llamarán karma.
-Probablemente. Ahora que soy una persona pública, eso sucederá más. Siempre me pregunto qué pasará por esas personas, porque no fue una sola persona... Qué pasará por las cabezas de esas personas cuando me ven en este lugar de no venganza y habiendo hecho de la mas, abono. Habiendo huido para adelante, habiéndome fortalecido. No elegiría el mismo camino, pero estoy contento con el resultado. Y porque -como me dijo una amiga- que hoy pueda ayudar a otras personas significa que la vida tuvo un sentido. El otro día leí: “Sufrimos cuando no le hemos encontrado propósito a nuestro dolor”. No es lo mismo el dolor que el sufrimiento. El dolor es inevitable, es algo que sucedió, que te hicieron o que hiciste. El sufrimiento, en cambio, es opcional.
-¿Qué es el sufrimiento?
-Es lo que yo hago con las emociones a partir de cómo me quiero sentir con ese dolor. Cuando al dolor le encontrás un propósito, para qué tuvo que ocurrir, entonces el sufrimiento, baja. Es lo que, tal vez, les sucedió a las Madres de Plaza de Mayo, a las Madres del Dolor o las madres que luchan contra el paco.
En palabras
-¿Cómo dialoga el periodista con el coach ontológico y con esa vida que comenzó a sanar a los 33 años?
-El periodista se nutre del coach ontológico, toma herramientas del coaching para poder aplicarlas en el periodismo, algo que no está tan visto. Por eso, me gusta cuando me dicen que soy la cara amable de las noticias, aun cuando me toca dar una información trágica.
La palabra también fue la herramienta para contar una noticia que, por primera vez, tenía a su familia como protagonista. En agosto del año pasado, Blas Correas, hijo de una sobrina de Massaccesi, recibió un disparo de parte de la policía, cuando se trasladaba con amigos en un vehículo por las calles del centro de la ciudad de Córdoba. El adolescente falleció y el periodista fue el encargado de comentar el hecho, caratulado como “gatillo fácil”, ante la audiencia del noticiero En síntesis: “Después de hablar con la mamá de Blas, de llorar como un chico y ella como una mamá que perdió un hijo, llamé a mi productora para contarle. Tanto ella como el resto del equipo me preguntaron qué quería hacer. Decidí dar la noticia, pero pedí ayuda, por las dudas. Podía pasar que me quebrara o llorara al aire. Por otra parte, en el canal me dieron toda la libertad del mundo para que dijera lo que quisiera. Aclaré que iba a hablar y que no sería neutral, ya que iba a pedir Justicia. Fue difícil. Son cosas que no pasan habitualmente”, reconoce Massaccesi.
En 1998, perdió a su madre de 79 años. Hace tres años falleció su padre, quien ya había cumplido los 95. Hoy, el periodista disfruta de la visita a sus pagos, de las recorridas por el taller de su padre, de recuperar aromas, sonidos, imágenes: “Cuando llego a Río Cuarto, me alojo en un hotel para poder administrar mis tiempos, pero siempre llamo a mi hermano, que vive en la casa familiar, para poder ir al taller de papá. Le pido que no acomode ni limpie nada porque quiero ir a vivirlo a mi manera. Me encanta jugar con lo que quedó de aquel tiempo”, concluye. Acaso ese juego se parezca mucho a encontrar las huellas de aquel niño dolido que el adulto pudo sanar.
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