La hija de Tato Bores y mujer de Oscar Martínez cuenta todo sobre su lucha contra el cáncer de mama
Come sólo carnes magras, no toma gaseosas y reemplazó los lácteos por polvo de cáscara de huevo. Desde que le diagnosticaron cáncer de mamá a fines de 2011, Marina Borensztein (48) cambió radicalmente su forma de alimentarse, entre otras costumbres. En su lucha contra la enfermedad, la hija de Tato Bores pasó por el quirófano (la operaron dos veces para extirparle dos tumores que tenía en ambas mamas), tuvo que hacerse rayos y siguió un fuerte tratamiento hormonal. Hoy, recuperada, Marina asegura que haber estado cerca de la muerte modificó también su mirada ante la vida, una mirada que plasmó en su libro Enfermé para sanar. Diario íntimo de una victoria. En su casa de fin de semana en Cardales, cuenta cómo salió adelante gracias al amor y apoyo incondicional de su marido, Oscar Martínez (65).
–¿Recordás qué pasó por tu cabeza cuando te dieron el diagnóstico?
–Sí, nunca me lo voy a olvidar. Fue el 14 de noviembre de 2011. Si bien yo sabía que algo no andaba bien porque me había tenido que hacer una punción, siempre te queda la duda. El médico me llamó a casa y me dio la noticia. Y se me hizo un blanco, fue como un baldazo de agua helada… Me quedé en shock unos segundos y enseguida lo llamé a Oscar.
–Tu papá murió de cáncer. ¿Eso también te movilizó?
–Claro. A papá se le había hecho metástasis en los huesos y nunca se supo si vino de la próstata o del pulmón, por eso no pude evitar pensar en cómo él había vivido el momento de su diagnóstico, su reacción… En mi caso tuve cáncer de mama bilateral: el de la derecha era un carcinoma lobulillar infiltrante y el de la izquierda, intraductal. Fue difícil, porque una cosa es saber que algún día te vas a morir y otra muy distinta es que te den la noticia de que te podés morir pronto. El cáncer no es una gripe y puede ser mortal si no se agarra a tiempo. Si yo no me hubiese hecho los estudios, tal vez hoy no estaría para contar el cuento.
–En el libro relatás que para sobrellevar los momentos de dolor, cantabas por dentro las canciones de los Beatles.
–Ese fue un consejo de Carlos Perciavalle. Como sabía que él había tenido cáncer de pulmón, lo llamé para hablar. Yo estaba muy asustada y lo único que quería saber era cómo salir adelante. Y él me dijo: "Cualquier cosa que te dé miedo o te duela, cantá mentalmente. La idea es no focalizar tu mente en el dolor y la incomodidad". Y eso me ayudó mucho.
–¿Qué se siente al estar cerca de la muerte?
–Es maravilloso y al mismo tiempo aterrador. Tomar conciencia de la finitud es una bomba. Primero entrás en pánico, pero una vez que la noticia convive con vos, todo adquiere otra dimensión. Ojo, tampoco fue fácil. Tuve que hacer un gran trabajo interior para empezar a vivir en el presente. Mientras hacía el tratamiento, me focalizaba en el día a día, porque la realidad es que lo único que yo tenía era ese momento. Hoy soy un dulce de leche. [Se ríe]. No me hago problema por nada, ya no dejo que la bronca o el enojo me lleguen al cuerpo. El escritor Eckhart Tolle hablaba de morirse antes de morir y a mí me pasó eso. Hay una parte mía que murió estando acá. Y después volví a nacer, soy una versión mejorada de mí misma. Ojalá pueda seguir superándome.
–¿Cómo te acompañó Oscar en todo este proceso?
–Su apoyo fue imprescindible. El me calmó, me acompañó, me cocinó y hasta llenó la casa de flores cuando estuve mal. Para nosotros, esto fue una verdadera prueba de fuego. Pensá que nos enteramos del cáncer a dos meses de habernos casado. Se bancó todo, incluso el tratamiento de nueve meses con los antiestrógenos que me volvieron psicótica. [Se ríe].
–¿Cómo manejaste los cambios físicos?
–Si bien con Oscar estamos juntos desde hace ocho años, una nunca quiere dejar de gustarle al hombre que tiene al lado. Mi marido me gusta mucho y la verdad es que no sabía cómo iba a reaccionar. Hasta que me di cuenta de que su amor era incondicional, que nunca me iba a dejar de querer porque mis pechos estuvieran con cicatrices. Y a pesar que yo me veía horrible, él siempre me hizo sentir divina. También aprendí a aceptarme tal cual soy. Te juro que no me importa tener dos tajos, ya no me importa.
–La nueva dieta que estás llevando, ¿también la adoptó tu marido?
–No. La tartita y la ensaladita me las como yo. Tanto Malena, mi hija, como él no se privan de nada y les encanta comer. Es más, Oscar es el cocinero de la casa y yo soy la que va al supermercado. Su plato estrella es la milanesa a la napolitana que hace con una rica salsa casera, queso y papas españolas. Era el plato preferido de su papá y él lo aprendió a hacer. La gente viene a casa y pide "las milanesas de Oscar". Mi felicidad hoy se basa en amarme a mí misma como no lo había hecho nunca antes. Me respeto, me cuido, me adoro. Y hay algo de ese amor hacia mí misma que fluye también hacia todos los demás. Estás bien con todos.
–¿Qué es lo que más admirás de Oscar?
–Así como es un actor muy serio, en casa es muy divertido, imita a alguien, cuenta chistes. Me encanta que sea un hombre responsable y adulto, pero a la vez que tenga un costado femenino y sensible muy desarrollado. Me entiende mucho, mucho más que una amiga. [Se ríe].
Texto: Jaqueline Isola
Fotos: Tadeo Jones
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