Marilyn Monroe, la mujer de muchos hombres y ningún amor
Su vida estuvo marcada por la soledad, las adicciones y una neurosis crónica; intentó mitigar el desamparo con relaciones tormentosas y truncas; radiografia amorosa de una diva insatisfecha
“Sola. Estoy sola. Siempre estoy sola. Sea como sea”. Esta es, quizás, la frase más contundente que haya escrito en su diario personal Norma Jeane Mortenson Baker, la mujer vulnerable que se enmascaraba en el traje de la poderosa Marilyn Monroe . Nueve palabras que desnudaron la verdadera esencia de un ser desintegrado por la fragilidad de la carencia afectiva y la dependencia a las adicciones. Su diario personal es un legado que describe su perfil fóbico, contaminado en la dinámica de diversos pánicos y la imposibilidad de tomar el mando de su vida.
La diva más deseada del universo, la rubia símbolo de la sensualidad y el erotismo, padeció una vida henchida en depresiones y sustancias tóxicas. Y, sobre todo, atravesada por la desazón de ver quebrantados, una y otra vez, los vínculos de pareja que lograba construir con esfuerzo y que siempre, indefectiblemente, se derrumbaban dejándola sumida en una nueva decepción. Lo tenía todo. Y no tenía nada.
¿Acaso en su dura infancia estén cifradas las claves de una adultez dolorosa? Su madre era una mujer que padecía graves desequilibrios emocionales. Un ser incapaz de criar a su hija con cierto grado de coherencia, contención y salud mental. ¿Su padre? Una figura ausente. La desazón de la carencia afectiva marcó a la rubia desde siempre y para siempre. Marilyn heredó la patología familiar. El cuadro clínico la definía como neurótica y depresiva. Vivió rodeada de hombres. En ellos buscaba no solo amor y contacto físico, sino calmar la inconmensurable sensación de soledad. Saciar en la cama la sed de afecto, contención. Tuvo muchos amores. Y, sin embargo, siempre se sintió sola.
Tal era el caos que se vivía en la casa familiar que Norma estuvo a punto de ser internada en un orfanato, en un intento por preservarla del horror. Contaba con tal solo 16 años y una incipiente belleza que ya la ubicaban como una adolescente por demás atractiva. Pero ella misma, como siempre lo hizo, torció ese rumbo y se rebeló ante el mandato. La solución que encontró al alcance de sus manos fue casarse.
¿Primer amor?
Se llamaba James Dougherty. Fue policía de Los Ángeles y combatió en la Segunda Guerra Mundial. La rubia escapaba de la posibilidad de un encierro y él fue su salvavidas. Ella lo necesitaba; el joven de 21 años la amaba. Pero mientras él estaba luchando en el campo de batalla, Norma pasó a ser una modelo codiciada en Los Ángeles que pronto se convertiría en la gran Marilyn de Hollywood. En 1946, las luces de los sets terminaron por encandilarla y decidió abandonar esa vida marital rutinaria. Lo suyo no era ser ama de casa. Además, la industria del cine no le permitía estar casada para firmar suculentos contratos. Las cámaras o su marido. Y ella optó por las cámaras de la 20th Century Fox, por hacer brillar a Marilyn y enterrar por siempre a Norma. Primer divorcio.
Su vida amorosa fue intensa, pero las leyendas en torno suyo agigantaron aún más el misterio. El sigilo le servía comercialmente para acrecentar el mito de la gran "come hombres de Hollywood". Es así como en su larga lista de amantes aparecen nombres de poca consistencia. Se inventó demasiado y, en no pocas ocasiones, fueron los interesados galanes quienes se atribuyeron romances incomprobables con la estrella.
En este sentido, no hay pruebas de un vínculo con el escritor y director Robert Slatzer. El confesó una semana de matrimonio en 1952. ¿Mito o realidad? En 1954, y sin fábula de por medio, se casó con Joe DiMaggio, la estrella del béisbol de los Yankees. La atracción física fue inmediata. La pasión de una cama idílica los unió de forma tan intensa que así también se disolvió. Se aturdieron de sexo. Duraron juntos tan solo nueve meses. Marilyn ya era Marilyn. Y sus idas y vueltas emocionales comenzaban a minar su vida. No afecta a la fidelidad, empezó a probar con diversos amantes y a consumir todo lo que llegaba a su mesa de luz. Joe, en cambio, era muy conservador y no soportaba lo que su mujer generaba en los hombres. Se dice que las peleas eran tremendas: gritos, insultos y reclamos. A pesar de la pasión, el tembladeral los terminó separando. Mundos demasiado incongruentes para latir en la misma órbita. Con los años, quedó un grato recuerdo entre ambos. A punto tal que, al fallecer ella, Joe envió flores, durante veinte años seguidos, a la tumba de su amada.
En aquellos tiempos fue su amigo Truman Capote quien le sugirió perfeccionar sus dotes actorales en el Actor´s Studio. Allí acudió Marilyn, haciendo un paréntesis en su carrera justo antes de abrir su propia productora de cine. Con el autor de A sangre fría no compartían desayunos en Tiffany´s, pero sí intensas madrugadas.
Cristales rotos
En 1951 se vieron por primera vez, Arthur Miller ya era un intelectual consagrado. Sus piezas teatrales marcaban la escena con estilo propio y Marilyn quedó deslumbrada por la verba de este hombre que la impulsó a convertirse al judaísmo para que sellar un matrimonio bajo un oficio religioso. Se casaron el 29 de junio de 1956, pero no duraron demasiado, solo cuatro años, aunque para los tiempos de Marilyn no fue tan poco. ¿Qué podía vincular a un hombre de pluma exquisita con una mujer de vida mundana y films de argumentos con poco peso específico? El amor es un misterio. Y su ejercicio, una maravillosa celebración secreta.
Se dice que ella encontró en él a un padre; quizás a ese padre ausente que jamás la acompañó. Y se dice que Arthur encontró en Marilyn la frescura que su vida necesitaba. A pesar de los diez años que él le llevaba, se divertían como chicos. En los circuitos en los que se movía el escritor, la rubia generaba curiosidad. Se trató del tercer y último enlace formal de la actriz. Aunque su vida amorosa siguió dando tumbos. Incluso, aún vinculada con Miller, no se privó de escarcear con Yves Montand, pero la aventura fue pasajera. Se dice también que, antes de romper con su marido, coqueteó con Tony Curtis. El actor confesó que fue su amante. Esta relación coincidiría con un aborto espontáneo que la sumió en una de sus mayores depresiones y que habría sido el disparador de su definitiva adicción al alcohol.
El diario de las páginas destrozadas
Elía Kazan la acunó cuando pasaba pesadumbres insostenibles. Y con Marlon Brando las sábanas fueron cobijo para largas charlas más que para sesiones de amor. El diario personal se seguía escribiendo con páginas de angustia. En más de una ocasión, ella misma rompía lo escrito. Al leerlo, no podía tolerar tanta desazón. A pesar de todo, el cine le seguía deparando éxitos de taquilla y una fortuna millonaria con títulos como Los caballeros las prefieren rubias o El príncipe y la corista.
Marilyn nunca estaba satisfecha. La sensación eterna de soledad la llevaba a elegir mal. A poner la mirada en hombres con los que no podía formalizar, a pesar de su deseo. Frank Sinatra fue uno de ellos. “La Voz” enamoró a la blonda y el idilio se prolongó durante años. Pero entre ellos surgió una competencia desmedida. Celos y divismos de ambas partes. Iban y venían. Se amaban, se odiaban y se separaban.
En tanto, sus ataques de pánico se hicieron costumbre y comenzaron a alterar su vida hasta afectar su trabajo. Llegadas tardes a las filmaciones u olvidos de letra marcaron la decadencia inminente.
Diva diversa
“La gente comenzó a decir que era lesbiana. Sonreí. No hay sexo incorrecto si hay amor en él”. Las palabras de Marilyn no confirman, pero tampoco niegan. Las versiones sobre amores con otras mujeres marcaron algún período de su vida. El rumor más fuerte la vinculó con su profesora de actuación Natasha Lytess, quien habría confesado que puertas adentro, Marilyn se paseaba sin ropas, ajena a todo tipo de pudores. Pero también sonaron los nombres de Marlene Dietrich y Joan Crawford. La actriz jugaba con el misterio y con todo lo que sabía que su nombre generaba.
Las sábanas del poder
El vínculo fue tan fugaz como escandaloso. Se dice que no solo el presidente John Fitzgerald Kennedy disfrutó de las bondades de la rubia. Robert, su hermano y fiscal general de los Estados Unidos, también habría compartido gratos momentos con la estrella. Este rumor jamás pudo ser comprobado. El 19 de mayo de 1962, John cumplía años y decidió celebrarlo con una gran fiesta en el Madison Square Garden. En esa gala exclusiva, Marilyn susurró a sus oídos aquel famoso “Happy Birthday Mr. President” que quedó inmortalizado para siempre. Las estrofas estremecieron a los presentes. La actriz en estado puro no podía desparramar más sensualidad.
De este polémico vínculo entre Kennedy y Marilyn se dijo y se especuló demasiado, desde versiones sobre cómo era el fogoso romance hasta tramas con consecuencias políticas. Lo cierto es que tres meses después de aquella pomposa fiesta de cumpleaños, la actriz apareció muerta en California. El jefe de policía de Los Ángeles había recibido una llamada de parte del psiquiatra de Marilyn. La noticia era irrevocable: la actriz yacía sin vida. Los testigos dieron testimonios poco sólidos y el cuerpo apareció en una posición no ortodoxa. En las primeras pericias, no se vio el vaso con agua que luego apareció en la escena y fue registrado en innumerables fotografías. A pesar de todo, la causa fue caratulada como muerte por sobredosis de barbitúricos.
Con Marilyn murió una época del cine mundial. Aquel 5 de agosto de 1962 a las 4.55 de la mañana, la industria del espectáculo perdía a uno de sus mayores exponentes. A la mujer más sexy que quizás haya dado la pantalla grande.
Sus escritos en el diario personal dieron cuenta del eterno cansancio emocional de una mujer con una seria neurosis. Solía confesar que sentía un temor inmenso a morir en un neuropsiquiátrico como su madre, pero su muerte, fue mucho peor. El cementerio Westwood Village Memorial Park de Los Ángeles recibe a cientos de visitantes diarios que buscan acercarse a su aura, al símbolo indiscutido de misterio, belleza y sensualidad. Tuvo a cuanto hombre deseó y, sin embargo, su corazón solo supo de los estragos que siembra la aridez de la soledad camuflada en un cuerpo perfecto y en un rostro inmaculado.
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