La actriz dialogó con LA NACION acerca de la felicidad que le da volver a trabajar en teatro y los motivos que la alejan de la televisión
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“Volver al teatro es continuar mi proceso de curación psíquica y física”, confiesa María Valenzuela, que el viernes 22 de septiembre inicia una gira que la llevará, en principio, por toda la provincia de Buenos Aires y que luego se extenderá a todo el país. La actriz regresa con 100 metros cuadrados el inconveniente, comedia que ya había estrenado en el 2018 con otro elenco; ésta vez la acompañan Sabrina Carballo y Nicolás Maiques, con dirección de Manuel González Gil.
La actriz recibió a LA NACION en el departamento que comparte con su hija Malena, dos gatas y tres perros. Entusiasmada, habló de la importancia de éste regreso al escenario y de su recuperación luego de una mala praxis en la boca, que le provocó una importante pérdida de peso. También contó por qué no volvió a enamorarse luego de su separación de “Pichuqui” Mendizábal, recordó sus inicios en televisión y explicó por qué se identifica con el Ave Fénix.
-Trabajar siempre te pone de buen humor…
-Totalmente. Estoy feliz con la vuelta al teatro con esta comedia que, además, tiene un mensaje de vivir el presente, no quedarnos en el pasado ni volar tanto al futuro, tampoco. Y aplica la famosa frase de John Lennon: “La vida es aquello que sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes”. La vida puede cambiar en un minuto, lo sabemos, lo decimos, pero no lo ponemos en práctica.
-¿Cómo te llevás con tus nuevos compañeros de elenco?
-Nos llevamos muy bien con Sabrina, tenemos mucha química, nos divertimos. Y también con Nico, que tiene un sentido del humor maravilloso y es muy ocurrente. Tenemos un equipazo y tiramos todos del mismo carro. Arrancamos con una gira, en verano posiblemente vamos a estar dos días en Mar del Plata y el resto de la semana de recorrida por la Costa Atlántica. Y seguimos en el 2023 porque nos van a quedar muchos lugares, entre ellos todo el sur. Mi cuerpo y mi psiquis pedían a gritos que hiciera una comedia porque me río, y escuchar la risa de la gente es reírme internamente con ellos también. La risa sana y cura todo. Volver al teatro es continuar mi proceso de curación psíquica y física.
-Hace tiempo que no hacés televisión, ¿por qué?
-Porque hago teatro y no puedo sumar tanta cosa. Ya no quiero grabar diez horas por día, porque se te va la vida y no tenés tiempo para nada. Hay que acostarte temprano, estudiar la letra, levantarte temprano para ir a grabar. El teatro es otra cosa, y ese ida y vuelta con el público no se logra con la tele. Tengo 66 años y laburo desde los 7; no quiero perder más horas de mi vida. Hice mucha tele y me siento como pez en el agua. Lo último que hice fue Dulce amor, hace 10 años y no extraño televisión. De hecho, no miro porque no hay nada. Aguante la ficción carajo, más que nunca (ríe). Tampoco miro los noticieros porque me deprimen. Soy muy “musiqueira”, escucho música, me gusta conocer e investigar artistas nuevos.
-Viviste mucho tiempo sola y ahora compartís departamento con tu hija. ¿Cómo es la convivencia?
-Malena se mudó conmigo y se vino con tres perros, y yo adopté a dos gatas. Por suerte se llevan bárbaro. Y nosotras también tenemos muy buena relación, sobre todo después del derrame que tuvo hace veinte años, quedamos compañeras y amigas, más allá de ser madre e hija. Igual cada una tiene su independencia. Ella tiene su cuarto, duerme con los tres perros y hasta con las gatas que me abandonaron y se mudaron con ella. Veíamos juntas La voz argentina y votábamos, vemos alguna película. Y cada una cena cuando tiene hambre; yo ceno temprano, por ejemplo. Malena me trajo compañía, porque hacía muchísimo tiempo que vivía sola.
-¿Tenés pareja con cama afuera?
-Ya no creo que tenga novio. Hace muchos años que estoy sola por decisión propia. La verdad es que nadie me movió el piso, no es que esté cerrada. Tampoco salgo mucho y sé que el príncipe azul, que además, no existe, no va a venir a golpearme la puerta. No extraño tener una pareja. Ya tengo mis mañas y me siento grande, aunque con 66 años sé que soy joven. Sin embargo tengo la mentalidad de mi vieja y mi abuela, porque con 59 años de laburo ya me jubilé con la mínima.
-¿Volviste a enamorarte después de tu separación de Pichuqui?
-No. El padre de mis hijos fue mi última pareja. A lo mejor hubo algún tiroteo, pero nada importante. Elijo la soledad porque me gusta, me siento cómoda.
-Tuviste unos años difíciles por una mala praxis en la boca, ¿cómo sigue tu recuperación?
-Me hicieron mal un tratamiento de implantes y durante cuatro años tuve un dolor agudo crónico tan fuerte que casi no podía comer. Llegué a pesar 35 kilos y ahora debo estar en 48. En abril estuve 12 días en Ushuaia, donde el doctor Marcelo Carta me hizo los dientes de abajo y ahí me dijo que los pernos estaban torcidos, por eso no tenía una buena mordida y me provocaba tanto dolor. Y ahora, antes de fin de año, tengo que ir por los de arriba, pero me los voy a hacer acá en Buenos Aires, también con él. Tuve sesiones hasta de seis horas con la boca abierta. Se me caían las lágrimas, sin llanto ni congoja, pero se me caían.
-¿Qué pasó con el odontólogo que te hizo la mala praxis? ¿Le iniciaste acciones legales?
-Está en Barcelona y es difícil hacerle juicio estando en otro país. Pasé página y me olvidé de eso que me llevaba mucha energía y bronca, y no quiero estar en eses estados. Estaba muy movilizada, con mucha rabia, tuve tres internaciones en un año, por falta de peso, deshidratada.
-También te estafó…
-Sí, porque me cobró todo el tratamiento y me hizo este desastre. Sé que en Barcelona no se dedica a la odontología sino que pinta locales de argentinos con un aerosol.
-¿Hoy te sentís bien?
-Muy bien. Fue una recuperación rápida y buena. Me acuerdo que después de mi última sesión, antes de volver a Buenos Aires, fui a cenar a la casa de Marcelo y cuando pidió pizza yo temblé, porque hacía años que no podía masticar. Y pude masticar sin dolor, y comer y partir la pizza con mis dientes. Lloré de emoción. Estuve cuatro años sin poder masticar, porque un pedacito de pollo me llevaba 15 minutos. Hoy tengo un seguimiento con psiquiatra, nutricionista, tomo suplementos vitamínicos. Aumenté más de diez kilos. Me siento bien, puedo ponerme otra vez la ropa: antes se me caían los pantalones. Me siento bien de ánimo.
-Viviste varias adversidades en tu vida, ¿de dónde sacás fuerzas para seguir?
-Tuve varias, como cuando Malena sufrió el ACV, o cuando murió Gaspar, un hermano del corazón. Estuve internada en un loquero y recuerdo que pedí que me dejaran salir un día para tatuarme el Ave Fénix, porque me identifico mucho: resucito de mis propias cenizas. Había una frase en la novela Pablo en nuestra piel que Alberto Migré le hacía repetir a uno de los personajes: “Me caigo y me levanto”. Y así hago yo. Tuve una seguidilla de cosas feas, pero le pongo el pecho. No le tengo miedo a la muerte, de hecho hablo de mi propia muerte con mucho humor. Digo que no voy a llegar a los 78 años, que es la edad de Lola, mi personaje de 100 metros cuadrados. Sé que me puedo morir mañana y programo cómo va a ser mi velorio, a cajón cerrado y con mucha música, blues y que la gente baile. Sí le tengo miedo al sufrimiento y por eso estoy a favor de la eutanasia, porque cada uno decide sobre su calidad de vida, sobre cómo quiere vivir y cómo quiere morir.
-¿Creés que hay vida después de la muerte?
-Creo que hay angelitos, que la gente amada que se me ha ido son mis ángeles. Pichuqui es un ángel, por ejemplo. Malena ve los partidos de Boca con la camiseta que usaba el padre y con las medallitas, tal cual como hacía cuando estaba con él.
-¿La familia se junta a almorzar los domingos?
-Si, cuando no tengo teatro mis hijos, Julián y Juan, vienen a casa.
-¿Les cocinás?
-¡No! No tengo idea. El día que hice un huevo frito, me quemé y terminé con la mano vendada. No sé cocinar ni coser ni nada de la casa, pero pongo la mesa y Julián hace ricos asados. Y sino mi nuera Jessi, cocina pastas riquísimas también. Lo único que sé hacer es trabajar en teatro, televisión y cine. Aunque si pudiera no trabajar, no lo haría.
-¿Te retirarías?
-Sí, me retiraría. No sé qué pasaría, porque trabajo desde los 7 años. Una vez estuve ocho meses sin trabajar, y otra vez cuatro meses y vendía joyas con mi hermana del corazón, Grace. En pandemia no trabajé y estuve mal por la boca, pero también porque no entraba guita. Quiero mandarle un gran beso al señor Carlos Rottemberg, que un día me tocó el timbre de mi casa para ayudarme económicamente y no tenía por qué. Y pude subsistir. Hace unos años puse todos mis ahorros en un proyecto que salió mal y fue cuando me deprimí mucho y me internaron dos meses, porque además se murió mi hermano del corazón, Gaspar, que era mi socio en ese emprendimiento. Era cerca de Luján, queríamos hacer una especie de hostería con restaurante chiquito, y ser la anfitriona.
-¿Qué pasó?
-El lugar tenía mucha humedad, había que seguir invirtiendo y ya no podía. Una vez vine a hacer terapia a CABA, porque me había mudado al campo, y tuve un ataque de pánico; no podía ni ir a ver al psiquiatra. Le pedí a mis hijos que me internaran, por decisión propia. Y estuve dos meses en un loquero. Fue un golpazo, porque me hacían requisas, no podía tener encendedor ni celular y yo, muy pilla, entraba todo. Muy rebelde, pero no me echaron, por suerte, y me dieron de alta. Los fines de semana paraba en la casa de Malena.
-Contás que empezaste a trabajar a los 7 años... ¿Qué recordás de ese momento?
-A los 7 años hacía teatro para chicos. Siempre quise ser actriz. Yo acompañaba a mis padres en su gira: eran Los Valenzuela, una pareja de baile clásico español. Me acuerdo que dormía en el camarín, en la valija en la que llevaban la ropa. Y cuando terminaban el show y volvíamos al hotel. Cuando empecé el colegio, se retiraron y papá trabajó en SENASA, y mi mamá fue ama de casa. A los 9 años hice un casting para Jacinta Pichimahuida y a partir de ahí laburé como loca. Nací en Villa Luro y tengo ganas de volver, porque a fin de año tengo que mudarme y me gustaría salir un poco del cemento de la ciudad, alquilar una casita, con un jardincito.
Para agendar: 100 metros cuadrados, el inconveniente se presenta el jueves 22 de septiembre en Quilmes, el viernes 23 en Morón, el sábado 24 en San Justo, el domingo 25 en San Antonio de Giles, el jueves 29 en Tres Arroyos, el viernes 30 en Tandil, el sábado 1 de octubre en Azul, el domingo 2 en Saladillo, el jueves 6 en San Miguel, el viernes 7 en Banfield, el sábado 8 en Luján, el domingo 9 en San Fernando, y el lunes 10 en Roque Pérez.
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