María Rosa Fugazot: vive en una casa prestada con una amiga, aprendió a controlar sus ataques de ira y hace 25 años que no tiene pareja
La actriz recuerda que debutó a los 15 años en teatro y que debía esconderse en una caldera cuando había inspecciones; además, cuenta que Aníbal Lotocki la operó en la única cirugía que se hizo, pero que no tiene miedo de lo que pueda pasarle
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Con 80 años, a María Rosa Fugazot no se le pasa por la cabeza la posibilidad de dejar de trabajar, y no solamente porque ama lo que hace sino también porque vive al día y lo necesita. Hija de actores, debutó a los 15 como bailarina y nunca paró: protagonizó clásicos, hizo novelas, comedias, humor y trabajó con Gerardo Sofovich, que además fue su gran amigo.
En una charla con LA NACION, la actriz cuenta su difícil realidad, dice que vive en un departamento prestado que comparte con una amiga, habla de amor, asegura que aprendió a manejar su ira y revela que se operó con Aníbal Lotocki pero que no tiene miedo de que pueda pasarle algo: “Me sacó la grasa y nada más. La ventaja es que no me puso nada, solo me sacó y no tuve problemas”.
El departamento es sencillo, con una biblioteca en una de sus paredes, algunas fotos colgadas en otra, dos sillones cómodos, un televisor pequeño y una ventana con balcón francés que deja entrar el bochinche de la calle Montevideo, en pleno corazón de Buenos Aires. “Ahora estoy de gira por el Gran Buenos Aires haciendo radioteatro en vivo, y a la gente le llama mucho la atención ver cómo se hace. Estamos con Nora Cárpena, Gabriel Rovito, Francisco Llanos, mi nuera Belén Giménez, Luciana Ullrich, Victoria Carreras y Sebastián, que hace los sonidos. La dirección de Víctor Agú, con textos de Alberto Migré y del mismo Agú. Y pronto vamos a arrancar con los ensayos una nueva obra con la producción de Aldo Funes, con quien trabajo desde hace algunos años. Es una comedia que no sé todavía si estrenamos en Buenos Aires y nos quedamos a hacer la temporada de verano, o vamos a Mar del Plata”, adelanta.
-¿Nunca se toma un descanso?
-No, pero estoy cansada de todo: de la situación, de vivir a los saltos, de los problemas en el sistema de salud y pedir un turno y que te lo dan a los dos meses. Nada me parece coherente. Por otro lado, soy de una familia que remó toda su vida y el lema era: ‘No dejes de remar porque se te da vuelta el bote’. Y nunca dejé de remar, porque a algún lado voy a llegar.
-¿Es verdad que vivís con una amiga para achicar gastos?
-Esta casa es de una amiga mía que vive en Tandil, la hija del Ángel Eleta, un gran coreógrafo y maestro de actores. Yo le dejé todo a mis hijos ya: al mayor, Javier Caumont, una quinta en Merlo; y a René, Bertrand, un departamento en Palermo. Lo hice porque quise, no porque me lo pidieran, pero así no tienen que gastar nada ni hacer papeleríos cuando yo me muera. Le hice caso a un consejo hermoso que me dijo mi papá, Roberto Fugazot: que no me atara a nada material, porque eso me iba a permitir volar. Entonces ya está, no tengo nada porque así lo elegí. Yo alquilaba y tenía que mudarme. Mi amiga se enteró y me dijo que me mudara a su departamento porque su inquilino se iba. Vino también otra amiga, porque le pasó lo mismo. No pagamos alquiler, pero sí todos los gastos y tratamos de arreglar la casa porque la dejaron hecha bolsa y cuando no se rompe una cosa, es la otra.
-¿Y seguís trabajando porque vivís al día o porque querés estar en actividad?
-Vivo de mi trabajo. La jubilación apenas es un detalle (risas). Y mis hijos trabajan y tienen sus propias familias. René tiene a Sofía Lissette, de 5 años, y a Franco Gael, de 3 años. Y mi hijo mayor tiene dos hijos, Matías y Nati, que vive en Brasil, y me dio una bisnieta que se llama Catarina, de 4 años; es muy graciosa y muy hermosa. Esas son mis alegrías. Me quejo de que todo sea un desastre, pero agradezco a dios estar de pie, poder trabajar y que pese a todo floto y no tengo que mendigar, porque cada vez hay más gente en la calle. Es muy doloroso lo que pasa, deprimente. No soy opinóloga porque estoy cansada de escuchar gente que opina; nadie hace nada, pero opinan todos. No quiero más opiniones, quiero que hagan algo, que los políticos dejen de discutir estupideces, se agarren de la mano y vean cómo salir de todo esto. No vi a nadie hacer eso, solamente pelean por llegar al poder. Y unirnos es lo único que nos puede sacar de este lío. Voy a votar al menos malo, al que conozca de algo y tenga algo que salvar y que impulse la educación, la alimentación, el cariño, el respeto, un techo y no regalado sino que se lo ganen. Me parece bien que se ayude a la gente, pero a cambio de algo: que ayuden a arreglar una calle, por ejemplo. Mi indigna.
-¿Y qué hacés cuando eso te pasa?
-Lloro si puedo, porque a veces ni me sale, de la tristeza y de la rabia. Salgo, camino, hago cosas, limpio paredes y me ocupo para no pensar. Me siento impotente; cuando tenía 20 años salía a la calle a luchar por algo que creía concretamente que servía, pero ahora tengo 80 y no tengo fuerzas. Tampoco hay que gritar, hay que hacer, y si supiera qué hacer, iría aunque no tenga fuerzas.
Una larga estirpe de artistas
-¿Siempre te ganaste la vida como actriz?
-Sí, desde los 15 trabajo. Empecé bailando en Tangolandia, y después hice acrobacia. Necesitaba permiso para trabajar, porque era menor, y cuando no lo tenía, nos escondíamos con Gogó Andreu, que era mi tío, en la caldera con un calor de espanto. No podía entrar en el Conservatorio porque ya trabajaba, entonces hacía cursos de danza, vocalización, lectura, acrobacia; salía de casa a las 8 de la mañana y capaz que volvía a las 3 de la mañana porque tenía teatro. Mi mamá (María Esther Gamas) estaba contenta y mi papá muy enojado y no me habló por un mes. Era otra época… A mis 15 años yo tenía muñecas en la cama y mi papá, después de cansarse de decirme cosas, me advirtió: “Y te voy a decir algo, no te van a dejar entrar con la muñeca” (risas). En aquel momento me dio rabia, pero con el tiempo lo entendí y me dio mucha ternura. Yo crecí en una casa en la que había música constantemente porque mi papá era músico y mi tío Gogó también. Y me inculcaron el hábito de la lectura.
-¿Es verdad que quisiste ser médico forense?
-Sí, pero ni llegué a anotarme porque a mi papá le dio un ataque: “No seas asquerosa, vas a tocar porquerías”, decía. Me vino a ver al teatro recién a mis 18 años cuando hice teatro de texto con Deliciosamente amoral. Curiosamente cinco años antes había visto esa obra en el viejo Politeama, que hoy lo recuperaron y está divino, con María Aurelia Bisutti y María Maristani. Cuando yo daba clases de teatro, María Aurelia vino y los alumnos estaban fascinados. Una primera actriz que era una alumna como cualquier otra, la primera que llevaba y tan profesional. También Haydeé Padilla vino a mis clases y una vez hizo una representación del nacimiento de una crisálida que fue tan maravilloso que todos terminamos llorando. Las dos venían como si fueran uno más; un recuerdo muy hermoso. Pero decía que siempre tuve mucho trabajo porque yo no tenía aires de diva y no me importaba la ubicación de mi nombre en el cartel o si mi personaje era más chico o más grande. Y si protagonizo, voy por orden alfabético, porque no me interesa figurar. Nunca puse condiciones, ni me importaba cuánto ganaba un compañero; me ofrecían algo, me servía o no, lo discutíamos, pero sin mirar al otro.
-No sos competitiva…
-Soy competitiva haciendo bien mi trabajo. Salgo al escenario y trato de hacer lo mejor y estudio los gestos de mis personajes, sus reacciones, su personalidad. Aunque tenga que hacer una comedia pasatista, yo le creo una historia a mi personaje porque necesito conocerlo. A los 8 años, mi papá me regaló una enciclopedia y me dijo que nunca hablara al ‘cuete’ y cuando tuviera una duda, la consultara. Y me abrió la cabeza, me impulsó a seguir leyendo, me dio curiosidad, me invitó a investigar.
-¿Quién te dio la gran oportunidad de crecer y que te conozcan?
-Gerardo (Sofovich) me abrió puertas maravillosas. Mi papá era muy amigo de su papá, que fue un periodista muy importante. Crecí con Gerardo y Hugo y después, por años, dejamos de vernos hasta que nos encontramos en un pasillo de Canal 11 donde yo hacía Ritmo y juventud. Gerardo me vio y me dijo: “¿Por qué no trabajás conmigo vos?”. " Porque no me llamás”, le contesté. Y me respondió: “En abril empezás conmigo”. Y lo primero que hice con él fue Operación Ja Ja. Siempre me acuerdo que Alberto Olmedo, Javier Portales y yo empezamos el mismo día. No teníamos un mango y juntábamos moneditas que nos alcanzaban para una sopita, una ensaladita. La única que le contestaba a Gerardo era yo y él se reía, porque nos queríamos mucho.
De machismo y feminismo
-En ese entonces la sociedad era machista y, en la televisión y el teatro, la mujer era objeto de deseo. ¿Cómo te acomodaste vos en un mundo de hombres?
-Mi mamá hizo lo mismo, en otra época. Yo también hice revista y salí en cuero. Fui figurita o media vedette, y no llegué a ser vedette porque me fui antes, con un ballet y después pasé al teatro. Aprendí mucho en la revista. Esto del feminismo ya me está pudriendo porque se fueron para el otro lado y los chicos en la calle no se animan ni a mirarte porque le pueden armar cada lío. Tampoco es así porque no somos infalibles; aprendamos que nos necesitamos unos a otros, sino no hay futuro. Pretendo ser justa, porque de esa manera tenés el valor que demuestres tener y no importa si sos hombre o mujer.
-¿Por eso defendiste a Juan Darthés cuando Thelma Fardin lo acusó de abuso?
-Hay una justicia, que no sirva es otra historia. Lo que no me gusta es la opinología, porque fundís gente y le reventás la vida. Y con un bocadillo mal puesto podés arruinarle la vida a una persona. Esto de que las redes sociales nos permitan cualquier cosa, es un arma de doble filo. Si hay algo que decir, decilo de frente.
-¿Nunca sufriste acoso?
-Sí. Y nos defendíamos con lo que teníamos, a los gritos, a las trompadas, patadas. Una vez intentaron abusar de mí y me salió la acróbata (risas). Cuando llegué a un lugar donde había gente, lo re puteé y le dije que lo iba a buscar hasta el último día de mi vida, aunque ya debe estar muerto. Era uno que se hizo pasar por médico y decía ser del grupo de Favaloro. Me acuerdo que salí a buscarlo con ‘mis mosqueteros’, que eran Ricardo Bauleo, Aldo Barbero y Sergio Renán. Lo querían matar. Eran hermanos del alma, y yo tenía su protección y el cariño inmenso de cuidarme. Podías pisarme una, dos veces y a la tercera te tiraba por la escalera.
-Eras brava…
-No, no soy agresiva pero tengo un gran problema que aprendí a controlar: si entro en ira no puedo parar. Aguanto pero cuando salta la chaveta, me desbordo y eso es peligroso porque me vuelvo una loca desatada. Aprendí a controlarlo desde muy chica cuando me di cuenta de que mi ira podía ser fatal. Tendría unos 17 años y cuando mi mamá se iba a trabajar, había una señora que me cuidaba, en Villa Urquiza. Esta mujer estaba casada con un señor un poco menor que ella, que un día le pegó y le rompió tres costillas y cuando ese hombre se quiso acercar a mí, agarré un cuchillo de cocina y le dije que se lo iba a clavar hasta la manija, y lo corrí dos cuadras. Cuando frené me puse a llorar porque me di cuenta de que estaba dispuesta a matarlo. Fue una sensación espantosa.
-¿Tuviste otros episodios de ira?
-Sí, pero no tan grandes. Un día rompí todo en mi casa, y cuando paré, me senté a llorar. Y eso me pasa por aguantar hasta que exploto.
-¿Hiciste terapia alguna vez?
-En una época fui y me acuerdo porque el doctor era amoroso y un día me dijo que yo tenía un límite y que no tenía que llegar a ese límite. Todos tenemos un límite, unos más largo y otros más corto. Por eso no discuto con la gente y sino me gusta algo, me voy y listo.
De amores y otras yerbas
-¿A César Bertrand lo conociste trabajando?
-No, lo conocí en un bar que ya no existe y estaba en Montevideo y Corrientes. Él estaba haciendo Extraña pareja con Rodolfo Bebán y Palito Ortega, y yo estaba haciendo otra obra con Ana María Campoy y José Cibrián. Y después nos juntábamos varios amigos en este bar, a jugar al bowling; era nuestro lugar de encuentro. Un día empezamos a hablar y, como era un apasionado de la poesía, nos enganchamos por ahí. Gracias a él conocí a Mario Benedetti, a quien amé porque me identifica mucho lo que escribe. Al poco tiempo nos fuimos a vivir juntos y su hijo, Javier, se vino con nosotros. Nos separamos 15 años después, pero seguimos siendo amigos y siempre me llamaba para pedirme consejos. Cuando se enfermó, estábamos todos, la mujer nueva, yo, los chicos y él me dijo algo que me dolió mucho aunque después lo entendí: que si lo quería un poco, lo dejara ir porque ya no quería más.
-¿Qué le pasó?
-Estaba enfermo porque se dejó estar. Creo que lo sacudió mucho la pérdida de los compañeros; esa barra suya se fue yendo y lo entiendo porque eso me pasa a mi ahora y cada uno que se va es una puñalada. Pero César era muy joven. Creo que hubo desilusiones que a lo mejor no contó, porque era muy para adentro y lo fueron minando. De ese grupo, un amigo se fue lejos para morirse, otro murió solo, [Rodolfo] Bebán se encerró y no quiso ver a nadie, Gianni Lunadei se suicidó. Algo pasó que yo nunca supe, y los lastimó mucho. Algo de su filosofía de vida no funcionó y creo que en esta época hubieran estado muy incómodos. Seguimos siendo amigos con Rodolfo (Bebán) y un día me dijo en broma: “Cómo te salvaste de mí… Pero vos le gustabas a mi amigo y nosotros teníamos códigos” (risas). Así eran.
-¿Volviste a enamorarte?
-Tuve otra pareja muy amorosa y nos separamos por problemas familiares. Hace veinticinco años que estoy sin pareja. Ya está todo cerrado (risas). Y tuve un primer amor platónico que fue Chicho Ibáñez Serrador. Yo tendría 15 años. Le tenía un profundo cariño y cuando hablamos me decía ‘mi niña’. Extraño la compañía, pero he tenido grandes amigos y amigas, siempre. De fierro. Un día me dijo mi marido que yo concebía la amistad como los hombres, con códigos parecidos, y por eso me llevo bien con ellos. Puede ser… No lo sé.
-Participaste de Nada, la serie de Luis Brandoni y Robert De Niro que se estrena por Star+. ¿Conociste a De Niro?
-No tuve escenas con él, pero es maravilloso ser parte de un trabajo que protagoniza. Casi todas mis escenas fueron con Luis Brandoni y me resultó muy grato hacerla.
-¿Extrañás los programas de humor y las ficciones?
-Ahora la televisión está llena de opinólogos. Veo solamente Los 8 escalones y me divierto contestando, porque si algo me despierta curiosidad, corro a la enciclopedia. Ya no tengo la que me regalo mi papá porque tenía 24 tomos y la doné hace muchos años. Pero tengo otra.
-Alguna vez contaste que no estás de acuerdo con las cirugías estéticas, ¿te hiciste alguna?
-Curiosamente me operó (Aníbal) Lotocki, hace diez años más o menos. Me sacó grasa de la panza porque después del embarazo me había quedado piel y primero no me molestó, pero después bajé de peso y quedaba feo. No sé cómo fui a verlo a él, pero me sacó la grasa y nada más. La ventaja es que no me puso nada, solo me sacó y no tuve problemas. Incluso tenía una cicatriz de un ovario que me habían operado y la usó para sacarme la grasa. No me hice otras cirugías porque prefiero estar arrugada y ser yo a que me pongan otra cara. Me da miedo, prefiero conocerme. Siempre repito un bocadillo que aprendí de la Campoy cuando le decíamos que se estirara la cara y ella contestaba (la imita): “Estás loca, con los años que me ha llevado criar estas arrugas, mira si me las voy a quitar ahora”. Eso me quedó. Las arrugas son lógicas, ¡qué voy a tener a los 80 años! Pero entiendo a muchas actrices y actores que se hacen cirugías con el afán de seguir trabajando… En las ficciones no hay abuelos, por ejemplo. Entonces los viejos no tenemos cabida.
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