María Rosa Fugazot: "Me siento respetada y querida, de un lado y otro de la grieta"
Sentada en un sillón y con un cigarrillo, a sus los 77 años María Rosa Fugazot charla vía Zoom sin necesidad de asistentes. Vive sola en un departamento de un ambiente y medio en Las Cañitas que alquiló hace poco, a principios de marzo, antes de iniciarse la cuarentena. La casa que tenía se la dejó a sus dos hijos, Javier Caumont y René Bertrand -ambos compartidos con el actor César Bertrand de quien se separó mucho antes de su muerte en 2008- "para que no tengan que ocuparse de sucesiones cuando me vaya".
La verdad de María Rosa en el escenario traspasa la pantalla. Habla con la calidez que irradia la espontaneidad, respetuosa pero sin la presión de quedar bien, es una bisabuela joven orgullosa de tener los pies en la tierra: "No me hice cirugías en la cara. Me dio miedo el riesgo de no reconocerme en el espejo. Esta soy yo con mis arrugas, me arreglo todo lo que puedo pero, a esta altura de la soirée, qué me voy a querer hacer la piba, si ya no va más".
Aunque no se le note, no está de buen humor. La preocupación crece porque no puede trabajar y "si no trabajo, no vivo, como el 99 por ciento de la gente". Junto con Julio Chávez, Alejandra Flechner, Matías Recalt y Mariano Muso, actuaba en Después de nosotros, dirigida por Daniel Barone en el Paseo La Plaza. "Una obra hermosa que recién empezaba su camino y espero podamos continuar. Menos mal que me pagan mientras dure el contrato, después no sé. Cobro la jubilación mínima, para seguir trabajando tuve que inscribirme como monotributista, pago ganancias, alquiler, expensas. Todo lo que hice en mi vida, desde los quince, fue trabajar, cumplir y pagar, nunca le pedí nada a ningún gobierno, todo me lo gané sola, sin regalos", dice la Fugazot de entrada, como si tuviera que sacarse ese peso que la enoja. "Ya sé que hay muchos compañeros peor y que es grave y hay que cuidarse. Pero es descorazonador después de romperse el lomo durante 62 años", agrega con otra pitada, su "único vicio".
No se negó al teatro por Internet. El actor Aníbal Silveyra, establecido hace años en California, la convocó para interpretar a la madre de Carlos Gardel en Gardel, el cantor del tango, el musical escrito y dirigido por John R. Lacey que por primera vez se hará en castellano, con actores y actrices argentinos el jueves 9, desde Los Ángeles y Buenos Aires vía Zoom, en vivo, con Silveyra como Gardel, además de Víctor Laplace, Mónica Buscaglia, Mariana Jacazio, Agustín Cóppola y la dirección musical de Alberto Favero.
"Me gusta el online aunque me cuesta, es medio 'dificilongo' entre tantos pero me parece bien, es una forma de estar conectados y con gente que quiero mucho. Es casi ad honorem, no hay cobro, es para entretenernos y no anquilosarse. También hice algo para Las dos carátulas, con un viático simbólico", dice la ecléctica actriz de Nenucha: la envenenadora de Montserrat, Chicago, Zorba, Porteñas, Flores de acero, El champán las pone mimosas, Las chicas del calendario, La casa de Bernarda Alba y La ratonera, entre muchas obras, además de su activa participación en la televisión desde los programas de Gerardo y Hugo Sofovich a ciclos de teatro, miniseries como El puntero y tiras como Los Roldán.
Hija de la actriz y vedette María Esther Gamas y el músico y actor Roberto Fugazot, sobrina de Gogó Andreu -marido de la hermana de María Esther- y pariente de los Anchart, por el lado de los hermanos Gogó y Tono, María Rosa nació con el peronismo, creció muy cerca de Plaza de Mayo y fue observadora, por lo tanto, "de todos los despelotes".
"Salí más a mi papá. Me quedaba a oscuras y escuchaba música clásica, con eso volaba, soñaba, mirando por la ventana, hablaba sola con amigos imaginarios. Adoraba la radio, escuchaba todo lo que podía. Tuve una abuela maravillosa, la madre de mi mamá, que tenía un cerebro adelantado, había nacido en 1880. Una vez les dije a mi mamá y a mi tía cómo era posible que fueran tan taradas si habían nacido de esa madre. Se ofendieron mucho (risas). Eran dos retrógradas, se quedaron en el tiempo, mi tía seguía preocupada por la virginidad de mi prima de 27 años. En cambio, mi abuela era una genia", dice y cuenta la anécdota grabada a fuego: "Cuando me hice ‘señorita’ como se decía en esa época, me aterroricé, no me habían explicado nada. Fue mi abuela la que me llevó aparte y me dijo que, a partir de ese momento, era una mujercita, que podía concebir, que podía elegir: ‘La mujer es un receptáculo. El hombre viene, escupe y se va. De usted depende que pongan flores o cardos’ (no dijo cardos, fue algo más fuerte)". Tenía esa claridad para que entendieras que era tu decisión, que dependía de cada una. Para ella, el amor a la casa y a los hijos era mucho más importante que un encuentro sexual. Me dejó un agujero en el pecho cuando murió, yo tenía 16 años. Si me dolía la cabeza, me pasaba la mano por la frente y me decía ‘ya no está’. Y el dolor se iba".
-Con esa familia, no es raro que seas artista
-Era lo que tenía alrededor. Quería ser médica forense, siempre me gustó la investigación, leer mucho. "¿Qué te vas a meter con esas porquerías?", dijo mi papá. "¿Y a vos qué te importa? Lo hago yo, no vos", le dije. Pero la vida me llevó al teatro. Desde chica, estudié danza, leía mucho. Mi papá me regaló una enciclopedia de varios tomos para que no hablara "al bardo": "Si no sabe algo, búsquelo ahí, hable con propiedad". Empecé como bailarina y avancé, de a poco, hasta media vedette, que era a la que se le permitía hacer sketches. Después pasé a la comedia, todo tipo de comedias, y después al musical, que es lo que más me gusta, lo más completo. Al principio, era la hija de mi mamá. Pero los escalones los subí por mérito. Empecé de abajo. Mi mamá no era de pedir favores y mi papá, hasta que no hice teatro, no me vino a ver porque no quería que hiciera revista. Recién vino a mis 18, cuando hice Deliciosamente amoral.
-¿Cómo llegaste a trabajar con los Sofovich?
-Porque empecé a trabajar en un programa musical que escribía Jacobo Langsner sobre un millonario enfermo que tenía una sobrina (lo hacía Ginamaría Hidalgo) y para que no decayera se creaba un mundo de fantasía. Era muy hermoso, todo en vivo como se hacía entonces. Ahí me reencontré con Gerardo, que conocía de chico porque nuestros padres eran amigos. Y me invitó a participar en Operación Ja-Já: debutamos el mismo día Alberto Olmedo, Javier Portales y yo.
-Estuviste muy ligada a ese apellido artístico.
-Sí, muchos años. Hicimos de todo, teatro, tele, musicales. Nos conocíamos mucho. Gerardo era muy gruñón y protestón pero también era un tierno. La única que le discutía y le hacía frente era yo, pero siempre en privado para no discutirle a un director delante de otros. "Sos orgullosa, catalana bruta", me respondió una vez cuando le dije "te quiero y te respeto pero viví 34 años sin vos y puedo vivir otros 34, así que no me grites porque me doy media vuelta y me voy".
-Una personalidad muy discutible. Hoy su humor resulta insostenible.
-Siempre lo discutieron y cuestionaron. Lo innegable es que era un tipo muy creativo, que podía sentarse en una consola porque sabía lo que pedía, sabía de cámaras, aprendía lo nuevo, sabía lo que quería y porqué te lo pedía.
-¿Y Hugo?
-No me podía pelear con él, éramos como dos pibes, Gerardo nos retaba, nos pedía orden. Lo adoraba.
-¿Qué podrías decir de Alberto Olmedo, Jorge Porcel y Javier Portales?
-De Olmedo tengo los mejores recuerdos, era Jaimito, un nene grande, nunca te podías ofender, no tenía doble faz, muy tímido e introvertido, un gran corazón. Lo conocí por mi mamá, los dos eran de Rosario. En Canal 7, él y Juanito Belmonte eran "tiracables" y mi mamá, que trabajaba ahí, los traía a comer a casa. Así lo conocí, él tenía 21 y yo, 12. Nos teníamos mucho cariño desde siempre. Con el "Gordo" me llevé bien. Le contestaba lo que quería, nunca me privé de decirle lo que pensaba, tenía su parte jodida y su parte buena, también. Con Portales fui muy amiga, muy entrañable. Todo ese grupo, éramos muy cercanos, vi nacer y crecer a los hijos, a las mujeres, fui muy amiga de Carmen Morales, la esposa de Gerardo Sofovich.
-¿Y otras amigas?
-En la revista tuve amigas entrañables, pero también había chicas jodidas. Una vez me metieron vidrio molido en la pintura de la cara. Me avisó antes una de mis amigas. Aprendías a defenderte. Primero lloraba hasta que tiré a una por la escalera y le dije: "la próxima vez te piso la cabeza"... y ahí se terminó la joda. Nunca ataqué, no me gusta pelear ni ofender. Pero no me busques.
-¿Sufriste o fuiste testigo de abusos machistas?
-¡Siempre hubo avanzadas! Y habrá. Siempre hubo y habrá abusadores, arribistas, malas personas. A los 18 años, en Canal 9 un tramoyista me tocó el trasero, me di vuelta y le metí un tortazo que todavía está buscando la cara. Estaba Rodolfo Bebán y se fue a la puerta. Me enojé y le recriminé: "¡En lugar de defenderme, te vas!". "¡Y qué te voy a defender, si le volaste la cara!", me dijo y nos reímos. Había una manera de enfrentar las cosas. Me saca de las casillas que me metan miedo, además de la falta de respeto. Por la calle, me intentaron violar, zafé, estuve muy mal, me encerré en mi casa. Tuve amigos como Ricardo Bauleo, Aldo Barbero y Sergio Renán que me protegieron mucho para que no sintiera miedo, eran mis mosqueteros. Me acompañaron mucho. No he sentido el machismo como un peso porque siempre hubo hombres que me apoyaron y me protegieron. Me gusta la igualdad, respetando lo que cada uno es. No me gusta que se rebaje a nadie ni por ser mujer ni por ser hombre. No me gusta que se tome de punto a alguien y tirarle de todo, aun sin pruebas cabales. Hay que tener pruebas para denunciar, mostrar las llagas para que te las curen.
-Recibiste muchas críticas por tu defensa de Juan Darthés.
-Cada uno tiene derecho a creer en lo que quiera. Trabajé con Juan, lo conocí y por eso hablé en su defensa. No puedo avalar lo que no vi o no está demostrado. Soy honesta y dije lo que pienso, nada más. A Juan y a su familia ya los destrozaron. Sea hombre o mujer, hay que tener mucho cuidado, hay que ser muy preciso con las acusaciones públicas y esperar que la Justicia decida.
-¿Te cambió la vida protagonizar La casa de Bernarda Alba , como pasó con Norma Pons?
-Es que ya yo había hecho Lorca. Fui Martirio en la tele blanco y negro, cuando se hacía teatro en Canal 7. Lo que me cambió es que me sentí totalmente fuerte y segura cuando la gente empezó a aceptar mi forma de ver a Lorca, me sentí reconfortada que al público le llegara lo que yo sentía. Se lo tengo que agradecer a Norma Pons, que tenía una visión más operística del teatro clásico, fue ella la que pidió que si le pasaba algo me llamaran a mí. Un legado de amor. Le hemos dedicado varias funciones, nunca se fue Norma. Casi cuatro años de funciones, me quedaron como quince hijas, a cuál más amorosa y compañera, sigo conectada con todas ellas.
-¿Cuál de tus papeles recordás con más cariño?
-Todos los personajes que hacés terminan siendo parte de uno, vos les dejaste algo a ellos y ellos a vos. Como trabajo integral, lo que más recuerdo como el personaje soñado fue la Bubulina, en Zorba. Me hizo muy bien hacerlo, con todo el grupo la pasé muy bien. Para Alejandro Romay, cuando ya empezaba a olvidar nombres, yo era Bubulina. "¿Adónde está mi Bubulina?", decía. A Romay, te llevaras bien o mal, hay que reconocerle que abrió muchos caminos y dio mucho trabajo a los actores, nos hizo crecer a muchos. Debemos agradecerle muchísimo.
-¿Qué te hubiera gustado hacer?
-Quise otras cosas pero ya estoy grande. Me hubiera gustado hacer Sunset Boulevard. La vi a Valeria Lynch y me gustó mucho, Claudio Tolcachir la manejó muy bien, pero ya estoy pasada para eso. Ahora me conformo con lo que puedo hacer, agradezco que me llamen y trato de hacer y dar lo mejor. Los sueños se quedaron. Algunos logré, como hacer musicales y salí bien parada, pude probar, se me dio la oportunidad de hacer drama cuando me tenían como la graciosa o la cómica de la televisión. Se me permitió demostrarlo y lo agradezco, soy más agradecida que nadie. Espero salir de esto y seguir ganándome el peso como siempre hice. Me siento respetada y querida por jóvenes y viejos, de un lado y otro de la grieta. A los que quiero, los quiero, no me importa de qué partido son.
Para agendar
Gardel, el cantor del tango, de John Lacey. Jueves 9 de julio, a las 21 (hora Argentina). Ingresar un rato antes a www.hollywoodfringe.org/projects/6963. Gratis (a la gorra optativo).
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