María Félix, la diva mexicana que rechazó a Hollywood, plantó a un actor argentino en el altar y acompañó a Eva Perón hasta su muerte
La actriz, que fue considerada una de las más bellas y mejor vestidas de su época, vivió grandes pasiones, fue musa de grandes artistas y tomó una decisión antes de morir que dejó a todos sin palabras
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No luchó para encontrar su propio lugar, pero trabajó para conservarlo y para que su vida fuera un reflejo de sus deseos. Amó, fue amada e inspiró a algunos de los artistas más importantes de su tierra. Fue “La Doña”, la diva más icónica de México y también la mujer más hermosa y mejor vestida del mundo, de acuerdo a las publicaciones europeas más importantes. A lo largo de sus 88 años, María Félix llevó una vida rica en experiencias y encontró en París su lugar en el mundo. Sin embargo, los años 50 la encontraron en Buenos Aires y fue aquí donde fue protagonista de un romance de película y forjó una amistad de la que se enorgulleció hasta el final de sus días.
Nunca quiso ser actriz ni soñaba con convertirse en la mujer más importante de su país. La diva, que este miércoles hubiese cumplido 110 años, nació en Álamos, en el estado mexicano de Sonora. Ella y sus once hermanos fueron criados en el seno de una familia tradicional: su madre, Josefina Güereña Rosas, era ama de casa y su padre, Bernardo Félix, era militar y político. “A los 10 años yo empecé a poner en duda la autoridad de mi padre. Le dije: ‘¿No le da pena a usted, tan grande y con esos bigotes, gritarle así a una niña tan débil como yo? Eso a mí me impide dormir’. Hice lo que mis hermanos varones hacían, y ahí fue cuando se me puso el corazón de hombre”, contó alguna vez la mujer que supo escandalizar a México y que personificó, a lo largo de su carrera, a mujeres invariablemente fuertes, determinadas y dueñas de su destino.
Uno de sus hermanos mayores, Pablo, era su favorito, pero la estrecha relación que entablaron no fue vista con buenos ojos por su madre, que decidió separarlos. En su libro de memorias Todas mis guerras, la actriz reveló que el miedo de sus padres tenía un nombre concreto: incesto. “Es posible que estuviese un poco enamorada de él. Al verlo vestido de militar, pensé en buscarme un muchacho como Pablo, que tuviera su piel y sus ojos (...). Era una tontería, porque el perfume del incesto no lo tiene otro amor”, escribió.
A los 15 años sufrió uno de los golpes más duros de su vida: Pablo murió. Dos años después, huyó de su hogar junto a un joven ingeniero, Enrique Álvarez Alatorre, con quien se casó y, en 1934, tuvo a su único hijo, Enrique. “Yo pensaba que cuando me casara iba a ser más libre. Estaba equivocada -contaba-. Para mí, el matrimonio fue algo extremadamente horrible. Llegó a golpearme, pero le hice frente. ‘A ver cómo duerme usted, porque eso que tiene entre las piernas, voy a atacárselo con mi tacón o con una escoba’, le dije”.
La situación no dio para más y en 1938 llegó el divorcio. Su nuevo status de separada la ubicaba ahora en una posición nada fácil para una mujer mexicana de la época, pero lejos de amedrentarse, decidió que era momento de comenzar de nuevo. Consiguió trabajo como secretaria y cuando sus días junto a Enrique transcurrían sin demasiados sobresaltos, Álvarez secuestró al pequeño y usó sus influencias para quedarse con su custodia.
Consciente de que no estaba en condiciones de hacerle frente a su exesposo en los tribunales, María se prometió que algún día tendría más poder que él y lograría tener a su hijo de nuevo junto a ella. Y lo logró.
María bonita, la estrella de México
En 1943, mientras trabajaba como secretaria, se cruzó con un productor que quedó tan prendado de su belleza y su inteligencia que la convocó para protagonizar su propia película, El peñón de las ánimas. Y así se produjo su debut, a lo grande, en la época más gloriosa del cine mexicano. “A mí no me costó ningún trabajo llegar. Se me dio todo en bandeja de plata. Me ofrecieron directamente un estelar, me ofrecieron todo. Trabajé muy duro para aprender, pero nunca luché por tener éxito”, resumió alguna vez. Y, sobre aquella primera experiencia, explicó: “No creía en el cine, no sabía hacer nada. En mi primera película tuve la suerte de contar con mis compañeros, que siempre fueron tan preciosos conmigo”.
Sin embargo, años después confirmaría que su coprotagonista, Jorge Negrete, la trató de muy mala manera durante todo el rodaje. Al cantante, que ya era una estrella, no solo le parecía ridículo que su coprotagonista fuera una total desconocida, sino que él había hecho campaña para que el rol quedara en manos de su entonces novia, Gloria Marín. La misma Félix contó que el día en el que terminó la filmación les pidió a sus compañeros que le firmaran el libreto, para tenerlo como recuerdo, pero Negrete fue el único se negó, con desdén.
Ese mismo año protagonizó otros dos films: María Eugenia y Doña Bárbara, la película a la que le debe el apodo que la acompañó hasta el día de su muerte, “La Doña”. Al año siguiente, llegarían La mujer sin alma, China poblana, La monja alférez y Amok. Cuando ya era considerada una de las actrices más importantes de su país, conoció al poeta, músico y compositor Agustín Lara, e inmediatamente comenzó un romance con él.
Pasaron por el altar en 1945 y fue él quien la ayudó a recobrar a su hijo. Ella le retribuyó convirtiéndose en musa de algunas de sus canciones más exitosas: “Humo en los ojos”, “Dos puñales”, “Cuando vuelvas” y, sobre todo, “María Bonita”, la canción que le escribió en Acapulco en plena luna de miel y se convertiría en una de las más versionadas de la historia.
Si bien esa historia de amor quedaría para siempre en la memoria de los mexicanos, duró poco y estuvo signada por continuos engaños por parte del compositor y violentas escenas de celos. Sin embargo, según “La Doña” no fue ese el motivo por el que decidió divorciarse, en 1947, “Se me presentó la posibilidad de ir a filmar a España y preferí terminar con Lara porque él tenía un gran nombre allí, e ir para que lo cortejaran a él y a mí me pusieran en segundo lugar… No quise”, explicó, quizá con un poco de piedad y otro poco de esa pedantería que se convirtió en uno de sus sellos.
El argentino que casi fue su esposo
Su carrera en España fue tan prolífica como en su tierra. En tan solo dos años filmó tres películas: Mare nostrum (1948), Una mujer cualquiera (1950) y La noche del sábado (1950). En 1951, participó en la coproducción francoespañola La corona negra (1951) y luego se trasladó a Italia para filmar Incantesimo trágico (1951) y Mesalina (1951).
Durante su paso por Europa, María vivió apasionados romances. El magnate Jorge Pasquel, el torero Luis Miguel Dominguín y la directora del cabaret parisino Le Carroll’s, Suzanne Baulé, conocida como Frede, fueron algunas de las personas con las que se relacionó sentimentalmente.
En 1953 recibió la oferta para filmar en la Argentina, otra de las plazas americanas que, junto a México, gozaban de gran prestigio. Lo que la llevó a aceptar fue que, paralelamente, recibió la invitación de la entonces primera dama, Eva Perón. “Deseando conocerme, Evita me invitó especialmente a la Argentina, donde también hice una película. Al llegar, fui recibida con fiestas y honores”, relató.
En rigor, tomó el trasatlántico Giulio Cesare hasta Río de Janeiro junto a otro de sus amantes, el noble italiano Francesco Aldobrandini. Desde allí, tomó un avión hacia Buenos Aires para protagonizar La pasión desnuda junto a uno de los galanes vernáculos de la época, Carlos Thomposon.
El flechazo fue instantáneo. Comenzaron una relación y hasta llegaron a comprometerse. Pero a los cuatro meses, la convocaron desde México para protagonizar El rapto y ella aceptó. Desde su tierra le anunció a Thompson, casi en la misma fecha en la que estaba prevista la boda, que ya no quería seguir junto a él. Le dijo que la distancia la había ayudado a darse cuenta de que lo que los unía era una fuerte atracción física y no amor.
Evita, mi gran amiga
Durante su estadía en Buenos Aires, además de aquel amor trunco, cultivó otro vínculo que se convirtió en uno de los más importantes de su vida. “Llegué a Buenos Aires a filmar una película y acabé viviendo varios años. Me encontré con una ciudad muy europea y muy culta, pero también encontré algo que atesoro y que me da mucho orgullo: en Buenos Aires encontré a la amiga”, relató.
“Sí. Fui amiga íntima de Eva Perón. Conocerla y relacionarme con ella causó un gran impacto en mi vida. Conocerla fue una de las historias más bonitas que yo he tenido”, explicaba. Y para definir a aquella mujer a la que llegó a conocer como a una hermana, señalaba: “La historia del siglo XX produjo un puñado de líderes carismáticos, menos numerosos que los dedos de una mano. Partiendo de la nada, sin estudios políticos, sin fortuna, estuvieron a punto de cambiar el mundo. Entre este puñado de héroes, de semidioses, de figuras de la patria, hubo una mujer: Eva Duarte, Perón era su apellido de casada, y Evita su sobrenombre”.
“Una de las suertes en mi vida fue la amistad que nos unió. Nosotras compartíamos un sueño cruzado. Ella había deseado en su juventud ser actriz y no lo logró. En cuanto a mí, yo siempre he estado fascinada con la alta política, la que tiene que ver con la historia, y siento mucho no haber participado en ella. Cada una de nosotras realizó lo que a la otra le hubiese gustado ser. Nosotras nos teníamos entonces una estima recíproca que se convirtió rápidamente en amistad”, relataba.
Y para brindarle contexto a su historia, explicaba: “Ella tenía 29 años. Condenada por un cáncer de sangre, me pide que me quede, para enriquecer con nuestra amistad el poco tiempo que le restaba. Fui así la más cercana a ella, hasta su último momento”.
“Al morir, tenía 33 años. Argentina acababa de cerrar los ojos, y por mucho tiempo. Lo que vi a partir de ese momento fue algo tan increíble que no puedo hablar de eso sin emocionarme. Un pueblo entero descendía por las calles, llorando. En cada esquina, un altar improvisado fue levantado por sus descamisados. De las frontera con Brasil hasta Tierra del Fuego, surge una canción de dolor, de la cual recuerdo algunos versos. ‘Evita, nuestra madre, nuestra hermana. Evita, corazón de la patria. Evita, dama de la esperanza. Evita, luz de nuestros hogares. Santa Evita, ruega por nosotros”, recordaba.
Diosa y guerrera
En las largas conversaciones que ambas mantenían en la residencia presidencial, en la que Eva estaba recluida debido a su enfermedad, había un tema recurrente, según reveló Félix: el rol de la mujer en la sociedad.
Si Eva Perón, desde su rol de primera dama, impulsó el voto femenino en la Argentina, Félix decidió que cada uno de sus papeles sirviera para erradicar del inconsciente colectivo la idea de la mujer mansa y obediente. Además, se propuso ser quien pusiera fin a la diferencia salarial entre actores y actrices en su tierra. Y no solo lo logró: en poco tiempo se convirtió en la figura mejor paga de la industria cinematográfica mexicana, por encima de estrellas masculinas como Pedro Infante.
Sin mencionar la palabra feminismo, Félix buscaba generar conciencia en otras mujeres sobre la importancia de dar batalla al machismo. “En un mundo de hombres como este, quiero avisarles que tengan cuidado: ahí viene la revancha de las mujeres”, anunció en una entrevista realizada por Verónica Castro, en 1996.
Y aconsejó: “Algún día, vamos a mandar y para mandar hay que estar informadas, aprender y estar preparadas. Por eso es necesario que la mujer se eduque. Así que, escúchenme bien: mujeres abusadas, a estudiar, a aprender a informarse. Para tener un mejor lugar, hay que tener valor. Hay que saber que la verdad es lo único que nos va a salvar y que nos hará mejores personas. Protesten, quéjense. No se dejen estar, prepárense. Hagan de su vida lo que ustedes desean y no lo que sus hombres les permitan ser”.
A pesar de que siempre se jactó de haber hecho lo que quiso, de elegir ella a los hombres con los que compartió su vida y de haber tenido siempre el control de sus relaciones de pareja, era consciente de que esa no era la realidad de muchas otras mujeres. “Hay maridos que ejercen la violencia física sobre sus esposas. El machismo en México es una enfermedad moral. Yo hago un voto: que la Justicia sea más severa para estos verdugos domésticos. Hay cosas, como las violaciones, que no se pueden pasar por alto”.
Sus amores
El rapto, la película por la que Félix abandonó Buenos Aires y a Carlos Thompson, la reencontró con un viejo conocido: Jorge Negrete, el actor que en su debut se había negado a firmar su libreto. La situación, claramente había cambiado. Y la relación entre ellos se reseteó: se vieron con otros ojos, se enamoraron y decidieron casarse. “Fue rápido el paso de Jorge por mi vida, fue un año, nada más. No tuve tiempo de aburrirme”, relataba la diva. Efectivamente, al año de pasar junto a ella por el registro civil, Negrete murió a causa de una cirrosis hepática.
Félix, entonces, decidió instalarse en Francia. “Hubo un momento en París en el que yo tenía problemas. Entonces, pensé que de aquel mal momento debía sacar algo positivo. Y empecé a buscar un pintor o una pintora que supiera retratar mi cara. Me recomendaron a la señora Leonor Fini. Me dieron una dirección, toqué la puerta y le dije: ‘Soy María Félix y quiero hacerme una pintura’. Ella era una señora muy extravagante, con mucho estilo. Y aceptó. Y así llegó la primera pintura que me hicieron”, contaba la actriz, que coleccionaba decenas de obras con su rostro.
Aquella pintora se convirtió, junto al dramaturgo Jean Genet, y al semiólogo y filósofo Roland Barthes, en parte de su círculo íntimo en la capital francesa. Y fue ella quien le presentó a otro de sus grandes amores. “Un día, ella me vio tan triste y apagada, que me dijo: ‘Lo que te falta es un hombre. ¿Te regalo uno?’. Le dije que sí, y el individuo vino en forma de un muchacho muy joven, rapaz, inteligente y muy pobre”, relataba. Aquel muchacho era Jean Cau, discípulo de. Jean Paul Sartre. De aquel romance quedó un poema que él le escribió y que años después se convertiría en la letra de otras de las canciones más conocidas de habla francesa e hispana: “La quiero a morir”.
En 1956, “La Doña” volvió a apostar al matrimio se casó con el banquero Alexander Berger. Fue con él con quien vivió la historia de amor más larga de su vida. Pero tras 18 años de romance, el magnate falleció de cáncer de pulmón.
Su última relación fue con el pintor franco-ruso Antoine Tzapoff, 31 años más joven. “Es un muchacho muy joven, pero no demasiado joven. Tonta sería yo de escoger uno de mi edad”, bromeaba al respecto.
La diva falleció el 8 de abril de 2002, mientras dormía. Ese mismo día cumplía 88 años. Ese día, México se vistió de luto: la gran diva, la más grande, había dejado de existir. Pero a pesar de su edad, no había dejado nada librado al azar: su hijo Enrique había muerto ocho años antes; por eso, sin decirle nada a nadie, realizó un testamento. Su chofer y hombre de confianza de toda la vida, Luis Martínez, se enteró días después de que había sido el único heredero de su fortuna, valuada en 50 millones de dólares. Los hermanos de la diva recurrieron a la Justicia, pero no hubo nada que hacer: “La Doña” había hecho una vez más su voluntad. Y lo había hecho tomando todos los recaudos.
Su legado es enorme: filmó en total medio centenar de películas. Ninguna de ellas en Hollywood. Y ella explicaba el por qué sin resentimiento y con cierto orgullo: “Los estadounidenses me ofrecieron muchas veces hacer de indígena. Y eso nunca me interesó para nada. Nunca me ofrecieron algo que a mí me motivara. ¿Para qué iba a aceptar, si yo tenía mi lugar en México, en la Argentina y en Europa? Allí hacía lo que quería”.
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