María Eugenia Molinari: "La tele es perversa; si no tenés una buena contención, es un peligro"
En un universo paralelo, María Eugenia Molinari hizo Playboy. En éste no, pero en otro plano sincrónico la reunión que tuvo con los directivos de la revista en un bar de Palermo sí prosperó. Matías Martin le había preguntado en Basta de todo si estaba dispuesta a hacer una producción y ella contestó -en broma, aclara- con el clásico "bueno, todo tiene un precio"; el llamado cayó al otro día.
"Me llegaron a decir cuál era la propuesta: arriba de unas motos, porque a mí me gusta andar en moto", cuenta la conductora a la que conocimos en El agujerito sin fin y seguimos viendo en otros programas no demasiado afines al erotismo gráfico. Ese era precisamente el gancho: "Les pregunté por qué me llamaban y me dijeron ‘imaginate cuando la gente vea que pasás del infantil a hacer un semidesnudo’. ¡Era el camino de Xuxa pero al revés!". Incluso se mencionaron los números: "En ese momento era un buen dinero. No te voy a negar que decís ‘qué fuerte’", recuerda.
Por un segundo lo consideró, hasta que recordó el consejo de alguien "muy sabio del medio" que tiempo atrás le había dicho: "Vos preguntate para qué lo harías: si después querés mostrar ese perfil, hacer teatro de revista y todo eso". Se lo preguntó, y la respuesta le indicó cómo proceder: de ahí que los kioscos de revistas de nuestra realidad nunca la hayan exhibido como vino al mundo.
La construcción de una chica nerd
Eugenia era la "chica de al lado" favorita del público infantojuvenil de principios de los 90. Su función en El agujerito -el programa que conducía Julián Weich y también tenía a Nancy Dupláa, Esteban Prol, Claudio Morgado y Pablo Marcovsky en el staff- era ser "la chica sabelotodo que contaba datos curiosos". Después de hacer algunas publicidades llegó al casting con 17 años, una timidez portentosa y un par de lentes que no pensaba usar en pantalla pero que se convirtieron en un rasgo esencial de su impronta nerd. "Tenía que leer algo a cámara. Entonces me puse los anteojos, que usaba en el colegio pero cuando salía los guardaba. Y el productor me dijo ‘¿no te los querés quedar para hacer el casting?’. Y fue duro, porque estaba acostumbrada a usarlos solamente lo necesario. Yo digo que fueron el amuleto", cuenta. Pasó la audición para trabajar con el que para ella era "Beto de Clave de sol" y salió al aire en vivo, sin red. Y al otro día volvió a la escuela: era diciembre y se había llevado matemáticas.
"Yo no había contado nada en el colegio. Cuando fui al otro día me decían ‘¿Cómo, sos la de El agujerito?’. Y a mí me daba vergüenza. Me cuesta mucho la exposición", dice. Esa exposición que la incomodaba no tardó en trascender el aula: el programa se volvió un éxito, y un éxito en televisión hace reconocible cualquier cara, con o sin anteojos. "Como andábamos bien de rating íbamos por eventos y boliches con Julián a hacer presentaciones, y es muy fuerte llegar a un teatro y que haya mucha gente gritando", dice. Iba a bailar como cualquier adolescente y sus amigas le pedían "Euge, ponete adelante de todo"; la respuesta siempre era "chicas, por favor no": el suyo no fue precisamente un caso de ego agigantado por la fama.
"Cuando uno es joven, es un mono con navaja: si te fuiste de mambo creés que sos especial. Si construís una imagen desde ahí estás en el horno: ‘si me aplauden, soy importante y me quieren’. La tele es perversa: si no tenés una buena contención es un peligro", dice. Con una familia "cero televisiva" que le mantuvo los pies sobre la tierra, supo esquivar los embates de la fama pero no pudo evitar el pavoroso flagelo de los canjes de ropa noventosa: "Tenía una casa que ya no está. Era un asco, la verdad. Yo tengo una hermana más chica, amigas… Las cosas circulaban igual, pero era re complicada la moda de la época".
Hay otro universo paralelo en el que Eugenia estuvo en Montaña rusa. Su plan para cuando terminara El agujerito era gastar su ahorro en pesos convertibles en su primer viaje a Europa con amigas, pero una oferta la hizo teclear. "Nos llama el Colo [Fernando Espinosa, director] y nos dice ‘chicos, El agujerito fue un éxito, vamos a hacer una tira adolescente’. Ahí convocan a Nancy, Esteban y otros actores. Y me hicieron la propuesta y lo dudé mucho: me quedaba trabajando en Montaña rusa que empezaba o me iba de viaje. Y me fui porque una amiga me dijo ‘¿Cómo nos vas a abandonar?’. La pasé genial, pero cuando volví fue duro". Con todo, no le duró mucho el desempleo: poco después empezó en Cablín, su segundo gran spot de popularidad.
De la cresta de la ola a la orilla
Cablín ni siquiera era un programa: era una señal de dibujos animados en la que Eugenia, Sol Mantilla y -de nuevo- Esteban Prol y Claudio Morgado intervenían con pastillas de tres minutos en los cambios de hora. Los hermanos menores de los chicos que la veían en El agujerito la descubrieron acá, ofreciendo data sobre "biología, animales, naturaleza, el funcionamiento de las cosas", a veces cabeza abajo ("los colgados", con los conductores atados al cielorraso generando interacciones divertidas con la ley de gravedad, es uno de los sketches más recordados). "Me agarró un poco más grande, dándome cuenta de que todo no es para siempre. Había terminado El agujerito y esa cresta de ola llegó un poco a la orilla. Cablín llegó conmigo más madura, habiendo recorrido un poco más el camino de la tele", dice.
Ese crecimiento personal y profesional la llevó a -entre otras cosas- tomar conciencia de los riesgos que encierra el medio para las mujeres: "A mí no me pasó, pero conocí gente muy cercana a la que le pasó la típica ‘si querés esto tenés que pasar por mi oficina’. No sé si por mi perfil, no tuve ningún acoso Sí una vez, en un estudio de grabación, con una persona la pasé mal, y en ese momento, siendo muy chica, no pude ponerlo en palabras", cuenta. Más experimentada y segura, supo marcar límites cuando -como suele pasarle a las famosas- un hombre que aparecía a menos de diez metros de ella en una foto fuera del trabajo se convirtió automáticamente en su nuevo romance: "Me pasó con un compañero y fue muy feo. Los dos estábamos en pareja. La gente es jodida a veces. Me acuerdo de que llamé a la radio que había dado ese chisme barato. No pasó a mayores: nos conocíamos entre todos con las parejas, pero eso sí no me gustó para nada".
También hay un plano de la existencia en el que Eugenia hizo la telenovela 90 60 90 Modelos en el 96, y otro más en el que protagonizó la comedia Naranja y media ("Me llamó Rodolfo Ledo e hice el casting con [Guillermo] Francella"), pero en éste que habitamos su carrera siguió ligada a la conducción de programas como Pulgas en el 7 (2000), Rutas argentinas (2001), Zoobichos (en una primera etapa con Mariano Peluffo, luego junto a Darío Lopilato) o Grandes ideas, espacios chicos en Utilísima (2013). Desde este universo, además, explora todos los otros: "Empecé a estudiar astrología, me gustó muchísimo y me recibí. Es uno de esos mundos en los que si uno entra no sale más", dice. Hoy es una profesional del rubro: da clases y atiende consultas en su instagram, y el cosmos le sigue recordando cada vez que puede sus años de pantalla caliente: "Hay gente que te llama por una carta natal y al final te dice ‘sabés que te veo muy parecida a una chica que trabajaba en este programa…’".
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