Fue la primera supermodelo en ganar un millón de dólares y lo tuvo todo para triunfar, pero nada de lo que logró consiguió sanar sus heridas y en 1996 decidió quitarse la vida
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Algo dentro de Margaux Hemingway estaba roto. Tan roto que incluso, consciente de la maldición que pesaba sobre su familia no pudo escapar de ella. Tan roto que cuando encontró su camino, se le escurrió entre las manos. Tan roto que ni la belleza, ni los millones, ni los amores, ni las batallas ganadas, ni la espiritualidad, ni la sanación fueron suficientes para torcer su destino. Y entonces la joven que dejó Idaho a los 19 años para triunfar en Nueva York, la que se ganó el título de la primera supermodelo de la historia, la que lo intentó como actriz y la que abrazó al budismo para dejar atrás sus dolores, sus traumas y sus adicciones, murió a los 42 años en su casa de Santa Mónica. “Durante un tiempo viví la vida de Ernest Hemingway. Creo que el alcohol llevó a mi abuelo al suicidio, pero yo aun estoy viva porque hice algo al respecto”, le dijo People en una extensa nota que la revista publicó en 1988. Ocho años después se quitó la vida. Como Clarence, su bisabuelo. Como Ernest y como Úrsula y Leicester, sus tíos.
Los Hemingway, una familia compleja
Margaux Hemingway nació en Portland, Oregon, y creció en una granja en Ketchum, un pueblo pequeño de 2500 habitantes ubicado en Idaho. Fue la segunda de las tres hijas que tuvo el matrimonio de Jack Hemingway, hijo del escritor Ernest Hemingway y Byra Louise Whittlesey, a quien todos conocían como Puck. Del apego al alcohol de los Hemingway nadie tenía dudas. En la familia Whittlesey también había antecedentes: el abuelo materno de Margaux era un comerciante que había perdido gran parte de su dinero, aunque no sucedió lo mismo ni con su pasión por la bebida ni con su presunción de aristócrata. Incluso un vino, el exclusivo Château Margaux, fue el que le dio nombre a la pequeña cuando llegó al mundo aquel 16 de febrero de 1954.
La infancia de Margaux transcurrió entre celebridades y aventuras. Antes de asentarse en Idaho, Jack -un exmilitar que encontró trabajo como corredor de bolsa y que amaba la pesca tanto como su padre-, paseó a su familia por Cuba y California. Una vez establecidos en la casa que el autor de París era una fiesta eligió para escribir sus últimas obras y en la que luego se suicidó una mañana de julio de 1961, las miserias y los excesos se convirtieron en protagonistas, aunque siempre se mantuvieron en las sombras. Según contó su hermana Mariel luego de la muerte de Margaux, lo normal en esa casa era que, después de las seis de la tarde, todos estaban pasados de copas. Incluso aseguró que en ese momento, cuando Margaux tenía 14 años, su hermana “se volvió completamente loca” y no obedecía las órdenes de sus padres. Pero la enfermedad, el suicidio y la rebeldía no eran problemas de las “familias de bien”, por lo que nada de eso se supo durante mucho tiempo.
La puerta de salida
Una vez que terminó la secundaria, Margaux viajó a Nueva York. Era 1974 y trabajaba para una empresa de relaciones públicas. Tenía 19 años. Una noche en el Hotel Plaza fue suficiente para transformar su vida: allí conoció a Erroll Weston, heredero de una cadena de hamburguesas y empresario de marketing. El hombre, 14 años mayor que ella, la vio tomando té y quedó obnubilado. “Llamó a la puerta de mi suite con una rosa y una botella de champagne y me enamoré”, repasó ella. Cuatro meses después, Margaux se mudó al departamento de Weston, en Manhattan. “Comenzó a considerarse mi ‘svengali’”, advirtió años después en una charla con People y reveló que le decía qué usar y qué partes del cuerpo tapar. Fue él también quien la llevó a las fiestas adecuadas y la presentó a la gente de Fabergé, quienes le pagaron por ser la cara del perfume Babe un millón de dólares, una cifra inédita para ese entonces que la convirtió en la primera supermodelo de la historia. Un año después, la belleza de Hemingway ya había copado las portadas de las revistas Vogue y TIME y por las noches se la solía ver en Studio 54 junto al diseñador Halston, Liza Minnelli y Bianca Jagger.
Convertida en una celebridad, Margaux no pudo hacerle frente a su inseguridad. Asombrada por el prestigio de las figuras de las que se rodeaba, llegó a confesar lo pequeña que se sentía en ese ámbito. “Para mí, ellos eran las verdaderas celebridades, ¡y yo sólo una chica de Idaho!”, confesó años después. Para poder encajar y ser parte sin ponerse nerviosa, recurrió al alcohol y a la marihuana. “En la época de mi abuelo era una virtud tomar mucho y que no se note”, explicó. “Y como él, quería vivir mi vida al máximo, con gusto. Siempre pensé que el alcohol me daría la fuerza y el coraje para hacer lo que quisiera”. Lejos de ayudarla a avanzar, el consumo terminó gobernando su vida.
Cambio de rumbo
Separada de Weston, la modelo decidió enfocar sus esfuerzos en convertirse en actriz. Al poco tiempo consiguió un rol central en Lipstick, un thriller que se estrenó en 1976, en donde le dio vida a una modelo que es violada por un profesor de música. A los críticos no les gustó ni su trabajo ni el film, pero rescataron del fracaso a la pequeña Mariel Hemingway, quien en ese momento tenía 14 años y a quien Margaux había recomendado para un pequeño papel. “Era como si la gente estuviera cansada de mí y le prestara toda la atención a ella”, le confesó a People. “Enterré mis sentimientos porque me enseñaron que era estilo Hemingway recibir los golpes y atravesarlos estoicamente”, dijo después. Con el tiempo, quedaría claro que esos fracasos hicieron mella en su salud mental.
La vida de Margaux siguió inquieta y aventurera, entre la noche, el modelaje y algunos papeles en la gran pantalla. En 1979 se casó Bernard Foucher, un director de cine venezolano, y se mudó a París. Dos años después, encaró con entusiasmo el proyecto de filmar un documental sobre la vida de su abuelo, pero luego de viajar a Cuba para entrevistar a viejos amigos del escritor se dio cuenta que todo era en vano. “Me deprimí mucho”, dijo años después. “Nadie estaba interesado en lo que tenía que decir y todo parecía estar fuera de control”. En 1985 canceló el proyecto, se divorció de Foucher y buscó consuelo en el alcohol. “Mis pensamientos eran erráticos y tenía problemas con mi memoria. Pensaba en el suicidio periódicamente, especialmente cuando bebía mucho”, recordó.
Una lesión, la sanación y la muerte
Uno de los puntos de inflexión en la vida de Margaux fue la lesión que sufrió en Australia, en 1987, durante una tarde de esquí. La recuperación le costó nueve meses, 34 kilos, una profunda depresión y una bulimia. Logró salir tras pasar 28 días en el Centro Betty Ford. Lo hizo sola: nadie de su familia la fue a visitar. La nueva vida de la modelo incluía sesiones de running, yoga, tardes de pintura y jornadas de canto. También se aventuró a posar para la tapa de Playboy, una idea que la ayudó a saldar algunas deudas.
Liviana de obligaciones y amores, en 1990 se enfocó en sanar su espíritu. Luego de realizar una consulta con un curandero, se instruyó sobre el arte chamánico de los indios de la costa noroeste. Incluso viajó a la India, en donde se ocupó de visitar cada uno de los lugares sagrados. Pero, otra vez, algo no funcionó, y en 1994 volvió en medio de una crisis y una depresión clínica, un cuadro que también padeció su abuelo, un diagnóstico que le depositó por una temporada en un hospital psiquiátrico de Idaho.
El año 1994 también fue de liberación: por primera vez pudo poner en palabras el calvario que vivió puertas adentro de la residencia Hemingway, algo mal visto hasta ese entonces -”los protestantes anglosajones blancos no hablan de sus problemas”, afirmó Mariel años después-. Fue así que reconoció que no soportaba a su madre -aunque se reconcilió con ella poco tiempo antes de su muerte, consecuencia de un cáncer, en 1988-; que sentía celos de su hermana Mariel y que su padre, Jack, había abusado de ella cuando era una niña. La relación con él y con su madrastra se terminó en ese momento.
A mediados de 1996 los amigos de Margaux empezaron a ver en ella un comportamiento errático. Se había mudado a un departamento en Santa Mónica al que amaba, pero su tono de voz, como sus mensajes, había cambiado: todo el tiempo parecía querer decir algo más. El 1° de julio de 1996, la artista Judy Stabile se acercó hasta su casa luego de que Hemingway no respondiera a sus llamados. Se encontró con el auto de Margaux en la puerta y alcanzó a verla por la ventana acostada sobre la cama, con las manos cruzadas. Pese a que en un principio se habló de un ataque de epilepsia y que su hermana Mariel durante muchos años negó que la exmodelo fuera capaz de quitarse la vida, la autopsia determinó que se suicidó con una sobredosis de fenobarbital que había conseguido comprar sin receta. Algo en su interior estaba roto, y nunca pudo terminar de recomponerlo.
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