Marcos Montes: el llamado que cambió su vida, la relación idílica con su hermano mayor y el día en que conoció a Cris Miró
Interpreta al representante de Cris Miró en la serie de Flow, a pesar de que es muy distinto a Juanito Belmonte; quería ser veterinario pero eligió al actor, hizo muchísimo teatro y trabajó en varios países
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Pensó que iba a ser veterinario hasta que el destino lo llevó a tomar una clase de teatro y entendió que era por ahí. Es el único de cinco hermanos que abandonó la carrera universitaria y, a pesar de que su familia estaba en desacuerdo, Marcos Montes siguió su instinto y no se equivocó. En 30 años de trabajo hizo más de 60 obras de teatro, otras tantas participaciones en ficciones y también cine. Se confiesa estudiante eterno, habla seis idiomas, estudia Doctorado en Letras y es redactor independiente del Diccionario Histórico de la Real Academia Española. Marcos Montes vive en un PH en el barrio de Monserrat, con sus dos perros rescatados, Tanito y Nena. En su casa conviven muebles antiguos, algunos heredados, dos pianos, muchos libros y un patio con plantas que en invierno pierden sus hojas. En diálogo con LA NACION, el actor cuenta su historia, explica por qué dejó Veterinaria en 4° año, habla de la relación idílica con su hermano mayor, que falleció hace años, se sorprende todavía cuando recuerda qué sintió en las primeras clases de teatro y detalla cómo construyó a Marito Belmonte, el particular representante de Cris Miró (Ella), la serie de Flow.
-Sos un actor que hizo más teatro independiente que ficción, ¿se puede vivir del teatro?
-Se puede vivir del teatro sin ser una figura popular televisiva. Aunque no con lujos. Es más fácil, claro, para un actor de televisión que hace teatro, pero se puede vivir siendo un trabajador del teatro. Y se debe saber que es una carrera con constantes altibajos. Siempre hice más teatro, es verdad, pero mi primer trabajo fue en televisión, Canto rodado, en Canal 13. Después hice algunas otras cosas en tele y en cine, como Garage Olimpo en cine y El juego de la silla. Y varias cosas interesantes en audiovisual, pero breves porque la verdad es que la carrera teatral me llevó mucho trabajo y concentración. Y en los últimos años hice más ficción y lo disfruto muchísimo.
-Decís que un actor debe saber que es un oficio con muchos altibajos, ¿qué sucede en esos momentos en los que no tenés trabajo?
-Hace 25 años que vivo del teatro, pero en los primeros tiempos tuve que hacer una convivencia con clases de inglés. Mi mamá es irlandesa, en casa todos hablamos inglés, y a los 16 años ya daba clases en un colegio en el que ella era la directora. Es mi segunda lengua. Y hablo francés también, que estudié por gusto, pero luego tuve la oportunidad de trabajar en Francia durante cuatro años y lo perfeccioné. Estudié italiano, alemán y también portugués porque uno de mis hermanos vivó muchos años en Brasil y yo viajaba mucho. Crecí en una casa con una mamá docente, un papá bibliotecario y cinco hermanos de los cuales soy el menor y el único que dejó la carrera universitaria.
-¿Qué pasó?
-Eso fue lo único que quise ser, en realidad. Mi hermano mayor, Goyo, era veterinario, pero nunca ejerció; era científico e hizo investigación en ciencias básicas. Un genio. Cuando yo tenía 10 años, él se fue a vivir a Brasil y esa lejanía cristalizó una idolatría aunque venía mucho y teníamos muy buena relación.
-Y querías ser veterinario como tu hermano…
-La verdad es que yo quería ser él. Goyo fue una persona muy brillante, que a sus 16 años contestó en Odol Pregunta por un millón de pesos sobre la vida y obra de (Jorge Luis) Borges en un momento en el que Borges no era muy bien visto. Y ganó el premio. Pasada la adolescencia me di cuenta que mi hermano no era inteligente, era un genio y eso me ayudó a poder a despegarme un poco y así encontrar mi verdadera identidad. Abandoné veterinaria en 4° año porque a la vez estudiaba música y cantaba en un grupo. Y Paula Herrera, que hoy es directora, en ese entonces era amiga, vecina y compañera de actividades musicales, me propuso estudiar comedia musical y teatro. Yo pensé que era aburrido, pero lo hice y descubrí ahí había algo que nunca había buscado y no creí que fuera para mí. Fue como si el zapatito de Cenicienta me cupiera justo, pero yo no lo sabía. Creo que supe elegir los maestros y tuve coherencia en la elección de mis trabajos. Y también tuve que entender que en esta profesión hay altibajos y que no tienen que ver con tu valor.
-¿Te bajonean esos momentos?
-Me inquietaron el algún momento, pero no me hicieron pensar que no era lo mío. Creo que es una cuestión familiar, porque somos todos muy positivos y tenemos mucha energía para trabajar.
Los otros amores
-¿Qué pensaría tu hermano mayor si te viera hoy?
-Me vio en los comienzos y estaba muy orgulloso. Tengo una hermosa carta guardada, que él me escribió, y decía que se alegraba que haya dejado veterinaria y me haya dedicado al teatro. Porque cuando dije en mi casa que iba a dejar la carrera, a nadie le gustó. Y cuando quise regalar los libros, mi papá me pidió que esperara un poco, porque quizá retomaba. Y yo sabía que no iba a volver. Me quedó para siempre el amor por los animales y por cualquier expresión de vida, también por las plantas. Veo muchos documentales, leo papers sobre animales, fui alumno rentado de histología y embriología. Es un tema que me sigue cautivando. Y estoy convencido de que no hubiera sido un mal veterinario, ni siquiera un veterinario infeliz. Habría estado bien, pero qué suerte que apareció el teatro (risas). Lo otro lo hubiera logrado por una idea que yo tenía de ir hacia una dirección, pero esto me dio la vida. Y haber aceptado que éste era mi camino me abrió una nueva perspectiva acerca de los caminos que tenemos que recorrer. Por eso me pongo místico cuando hablo de la vocación. Me acuerdo que de adolescente yo tocaba la guitarra en misa y una vez nos invitaron a tocar cuando una novicia se ordenaba para monja y un cura que contó que recordaba el día en que la monja fue a hablar con él y le dijo “Padre, siento un llamado”. Yo tenía 14 años y pensaba “¿cómo se siente un llamado?”.
-Y años después lo sentiste vos, pero con el teatro…
-Por eso mismo. No hubiera sido un veterinario infeliz, pero qué suerte que me tocó pasar por esta experiencia. Se me ocurre que es bastante infrecuente.
-¿También ibas a ser músico?
-Me interesaba. Crecí en una casa muy musical, mi mamá cantaba cualquier canción y las conocía todas, uno de mis hermanos tocaba la guitarra. Pero las inquietudes musicales y la idea de pensar que quizá era por ahí, fueron mías propias. Estudiaba guitarra, tocaba en la iglesia y aprendí piano ya de más grande.
-En los últimos años hiciste varias series como Planner, Terapia alternativa, Cris Miró, ¿se dio o lo buscaste?
-Se fue dando. No soy de provocar mucho que me llamen. Un poco como el concepto que tenía Borges de la publicidad, que decía “qué ridículo que alguien diga que lo que él mismo hace es bueno” (risas). Y es la base de la publicidad. No me sé vender y no me quiero vender si se trata de explicar cómo soy yo. Tengo una cantidad de trabajos hechos, hay registros, he ganado premios y me parece raro tratar de convencer a la gente. Pero aparecieron oportunidades de trabajo interesantes. Y también me han llamado para cosas que yo no me llamaría ni loco (risas), por ejemplo, interpreté a un expresidiario que había matado a alguien y abandonado a su hija, o para la película Rosita de Verónica Chen. Y también a un asesino extorsionador en otra película.
-En la serie Cris Miró (Ella) interpretas a un personaje que fue su descubridor, Juanito Belmonte. ¿Lo conociste?
-Lo conocí en 2004 cuando yo hacía La señorita de Tacna en el Teatro Maipo con Norma Aleandro y él fue al estreno con Enrique Pinti y Cipe Fridman y lo saludé esa noche. Y lo he visto en el Maipo otras veces. Años después vi una entrevista que le hacían por motivo de un programa que le dedicaban a Cris Miró y él explicaba el tipo de obras en la que ella trabajaba. Y cuando me ofrecieron el personaje ya no quise ver nada para que no limitara mi trabajo ni pensar que me iba a tener que parecer a Juanito. El personaje se llama Marito Belmonte, con lo cual ya se entra en el terreno de la ficción, y las escenas son más imaginadas que reales. Quise hacer mi propia composición. El director y los guionistas tenían todo muy claro, pero yo no me parecía en nada a Juanito, que era alto, grandote, de ojos grandes marrones; y yo esmirriado, bajito, ojos claros. Y también éramos diferentes en cuando a la instrucción, porque él se ufanaba de haber hecho apenas unos años de la escuela primaria y yo estudié muchas cosas. Aún así decidimos armar mi Marito y me sorprende cuando la gente que lo ha conocido me dice que lo hago igual. Todos los personajes llevan otro nombre salvo Lino Patalano y Cris Miró, por una cuestión de derechos. He recibido comentarios elogiosos y cariñosos.
-¿Conociste a Cris Miró?
-Tuve la increíble suerte de estar en el estreno de Viva la revista en el Maipo, el día que debutó Cris. Uno de los bailarines, Matías Palau, era compañero de comedia musical en ese momento, y me invitó. Y me acuerdo que figuraba todo el elenco y una presencia misteriosa; no decía el nombre de Cris. Aparecía colgada en el techo, suspendida en el aire, la veías a contra luz. Y el primer número era el que se ve en la serie cuando le arrancan la ropa a los bailarines y luego ellos le arrancaban la parte de arriba y ella se llegaba a cubrir justo, y recién ahí te dabas cuenta que no era una mujer. Me acuerdo del impacto en la platea y del mío también, porque era escultural. Estuve ese día y hasta puedo cantar la canción que era de Eladia Blázquez, ‘Viva viva la revista’ (canturrea). Juanito era el que le ponía los nombres artísticos, como por ejemplo a Cacho Castaña. Ya habían quedado atrás sus mejores momentos y la aparición de Cris también fue muy importante para él porque le dio la posibilidad de volver a estar en el candelero.
-Viviste varios en el exterior haciendo teatro, ¿nunca pensaste quedarte en Europa?
-Estuve cuatro años en Francia trabajando con Alfredo Arias. También en Alemania, en España, pero siempre por trabajo o estudio. Nunca tuve la idea de vivir en otro país porque, como decía Eladia Blázquez en Por qué amo a Buenos Aires, no tengo el embeleso de otros cielos. En los 90 me fui a estudiar a los Estados Unidos para complementar lo que había aprendido aquí. Y luego hice una maestría en lexicografía hispánica en la RAE (Real Academia Española). Hace dos años trabajo en la RAE, soy redactor independiente del Diccionario Histórico. Redacto términos del diccionario en el campo de animales americanos.
-¿Cómo llegaste a la Real Academia Española?
-Me interesaron siempre las lenguas y sus funcionamientos. Estudié gramática, corrección de textos, latín y en un momento de mucho trabajo teatral tuve una ventana de tiempo y quise hacer algo diferente porque estaba agobiado. Y había vacantes en la RAE, me presenté, me eligieron y estuve en España haciendo la maestría. Después hice el Doctorado en Letras en la Universidad del Salvador y todavía la estoy haciendo. Soy un estudiante eterno, y siempre me prometo que va a ser lo último, pero aparece otra cosa que me interesa.
-¿Tenes proyectos?
-El tema audiovisual está bastante detenido con las nuevas medidas. Ojalá haya un poco más de reflexión y podamos volver a producir como hace unos años. No me quiero mal disponer porque tiene que ver con el ejercicio de la democracia y me parece que está muy bien, pero lamento las cosas perjudiciales que nos ocurren a los actores y en muchos otros campos también. Tengo proyectos teatrales. El 19 de julio hacemos la última función de El hombre de acero en el Espacio Callejón donde estamos hace tres temporadas. Y en octubre vamos a hacer funciones en el Centro Cultural Borges. Es una obra hermosa que dirige Juan Francisco Dasso sobre el vínculo de un padre y su hijo autista. Y vamos a hacer algunas funciones de Mi querido señor Mozart en el Mozarteum, en el Centro Cultural Kirchner, en septiembre. Lo estrenamos en el Teatro Piccadero y luego la llevaremos de gira. Y en estos días empezamos con los ensayos de James Brown usaba ruleros, una obra de Yasmina Reza con dirección de Alfredo Arias que vamos a estrenar a partir del 19 de septiembre, de jueves a domingos, en el Teatro Sarmiento. Es una obra experimental de ella, con un vuelo poético acerca de la inclusión. Muy interesante.
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