El comunicador y showman mantuvo una extensa charla con LA NACION donde habló sobre su vínculo con la novia del Presidente, reconoció sus extremos cuidados estéticos y repasó su dura historia de vida
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MAR DEL PLATA.- Enamorado de sí mismo. Así transcurre Marcelo Polino su vida. A no confundirse. No se trata de soberbia sino de entender que la existencia es un camino que se construye. De otra forma no hubiese sido posible su derrotero de superación, luego de una infancia marcada por un padre que se “fugó” para nunca más volver y una primera juventud que lo encontró durmiendo en la Plaza de la República, con el Obelisco como velador.
Para pagar una pensión, limpiaba la redacción de la revista Tal Cual. Un acercamiento a la industria del entretenimiento que idealizaba con largas caminatas por la Calle Corrientes observando obnubilado las marquesinas y pidiéndoles autógrafos a los artistas que salían de los teatros. Un mundo muy distinto al de su Tres Arroyos natal.
“Siempre quise ser famoso”, dice, ni bien baja con puntualidad inglesa de su suite del Gran Hotel Provincial, donde se aloja en Mar del Plata, mientras cumple con las funciones de Fátima 100%, el espectáculo de Fátima Florez, su íntima amiga, su confidente desde hace tantísimos años, mucho antes que la imitadora conociera al presidente Javier Milei, su actual novio. “Nuestras salidas eran a comer pizza y matarnos de risa”.
Polino -una marca del engranaje del chimento- no se deconstruyó. En él todo fue un ladrillo sobre ladrillo para levantar su identidad. “Te clavé 17 años de terapia”. Y se ríe cuando recuerda que le dijo a su terapeuta que no podría tomar las sesiones por videoconferencia porque se maquillaría como para la televisión.
A lo Peter Pan
La charla con LA NACION se lleva a cabo en el bar del Gran Hotel Provincial, ese edificio de la década del cuarenta diseñado por Alejandro Bustillo y que es la postal indisoluble de Mar del Plata. Pisos de maderas originales, molduras, mármoles y escaleras imponentes le confieren un aire palaciego al lugar.
Con humor reafirma que jamás estudió nada y que su carrera se sostuvo siempre en base a ángel y carisma. “Alguien me dijo eso y yo no lo solté más, llevo décadas en el medio gracias a ser angelado”, dice en uno de sus monólogos en el teatro, haciendo estallar en un aplauso a la platea. “Lo cuento porque puede ser motivador para los que llegan a Buenos Aires y sienten que la ciudad es inalcanzable. Cuando yo llegué no conocía ni el Obelisco, empecé de cero, sin gente conocida en el medio y sin un peso; tuve que rondar por una plaza y pensiones, pero hay que apostar a que se puede y no perder el objetivo del sueño que se persigue; contarlo me parece motivacional para mucha gente que me escucha”.
Arrancó en la gráfica, pero su lugar era la televisión, donde debutó de la mano de Lucho Avilés en el programa Indiscreciones. Siglo pasado literal y simbólicamente.
-Hay mucho de humor sobre vos mismo.
-Por eso digo que hace veinticinco años vivo gracias al carisma. Más allá de las bromas, tengo mucha capacidad para hacer cosas, he llegado a tener siete trabajos diferentes en un día, por eso, siempre digo que hay que cuidar la salud porque sin salud no hay nada. Ante eso, más allá de lo estético, me cuido mucho.
-¿Cómo te cuidás?
-En primer lugar, me cuido con la alimentación, hace más de diez años que soy vegetariano. En eso me fue guiando mi amiga Nacha Guevara para que pudiese dejar la carne sin consumirme porque soy muy flaco.
No miente, Polino es realmente delgado. “Debo pesar 64 kilos y mido cerca de 1.80″. Ser vegetariano tiene, según su punto de vida, réditos importantes: “Te mejora la piel”.
-¿Qué otro cuidado alimenticio aplicás?
-No como salsas ni fritos. Por otra parte, no fumo ni me drogo, no me expongo al sol ni salgo de noche; y hago medicina orthomolecular desde hace doce años.
-No todo el mundo conoce en qué consiste eso.
-Significa que te aplican todas las vitaminas y minerales que necesitás a través de sueros, que van directo al torrente sanguíneo.
Polino no se descuida de sus cuidados, vaya juego de palabras. Cuando una moza ofrece café, el periodista lo pide “descafeinado”. No se distrae jamás de sus rutinas alimenticias.
Esos cuidados estéticos los acompaña con su habitual outfit. “Elegante sport”, se decía allá lejos y hace tiempo. Jean, camisa con pañuelo al tono, chaleco y zapatillas de diseño. Las telas de sus camisas las compra en París, nada menos, su lugar en el mundo: “La gente piensa que llevo una vida glamorosa allá, pero, en realidad, me alquilo un estudio pequeño, camino todo el día, y las telas son del mercado donde compran los estudiantes de diseño”.
También entre sus rutinas figura su desconexión total con la naturaleza. En Mar del Plata, habían tenido la deferencia de reservarle una suite especial con impecable vista al mar. No la aceptó. “No soporto el sonido del océano”. Jamás se pasea al aire libre y sus ventanas están cerradas de manera hermética. “La naturaleza me pone nervioso”. Y cuenta que, desde que llegó a la ciudad, solo salió del hotel para ir al teatro, ya con luz de noche.
Cuando le tocó trabajar en un programa de chimentos en la ciudad de Viña del Mar, que se hacía en un deck flotando en el mar, aguantó tres temporadas. “No pude seguir, era demasiado sol para mí”.
-¿Te hiciste cirugías en la cara?
-Sí, me hice los párpados, me he puesto bótox y hago tratamientos con láser y máscaras.
-¿Qué esconde eso? ¿Miedo a envejecer?
-Voy a utilizar una palabra antigua, soy muy “coqueto”.
-Al extremo.
-Claro. Yo bajo a charlar con vos y no dejo mi suite si el pantalón no me combina con el pañuelo y si salgo a comprar algo, hago lo mismo. Es algo personal que me divierte.
Gasalla, ese amigo del alma
-Tus cuidados físicos, ¿esconderán un extremo miedo a la vejez?
-No, a lo único que le tengo miedo, y ahora lo tengo muy exacerbado, es a perder la salud mental. Estoy viviendo muy de cerca lo que sucede con Antonio Gasalla, una persona de la que me hice amigo admirando su inteligencia. Ese hombre brillante hoy no me reconoce. Eso es a lo único a lo que le tengo miedo.
-En tus monólogos en el escenario aparece, por momentos, una inflexión de voz que recuerda a Antonio Gasalla.
-Me lo dicen.
-No me refiero a una imitación, sino a una influencia.
-Cuando aun no lo conocía a Gasalla, Moria Casán me decía “Gasallita”. Cuando me hice amigo, me di cuenta que nos reímos de lo mismo, tenemos un código muy parecido. Es un halago que me digan que tengo una pizca de su personalidad.
-Volviendo a la salud de Gasalla, ¿qué más podés decir?
-Está complicado. Lo vi el viernes previo a venirme a Mar del Plata. En realidad, lo hice más por mí que por él porque no sabe quién soy, ni siquiera conoce al hermano ni recuerda que fue actor. Me angustia un montón. Por suerte, tiene una familia maravillosa y está internado en un lugar muy bueno, muy bien atendido, alimentado y aseado, pero su cabeza no responde. Todo fue muy rápido, en tres años.
-Luego de la entrega del premio Martín Fierro, circuló un video donde él observada a Susana recibiendo el galardón en su nombre.
-Pero no tenía noción del significado, no entendía que era un premio para él.
-Al estar en una suerte de realidad paralela, no debe sufrir.
-Quiero creer que no. Es muy doloroso.
-¿Qué te dejó Antonio Gasalla?
-Es mi maestro, aprendí a escribir mis monólogos con él. De hecho, los que digo en el escenario los escribí con él, recuerdo grabando durante horas lo que tenía ganas de decir.
-Y, más allá de lo profesional, han construido una gran amistad.
-Nos hablamos por teléfono todos los días durante quince años; no reíamos mucho, veíamos la tele y comentábamos. Antonio era súper ácido, imaginate esas charlas. También Enrique Pinti fue mi maestro, su último trabajo fue por streaming y lo hicimos juntos durante la pandemia. Ellos me formaron porque yo no estudié nada, ni siquiera soy periodista, soy autodidacta.
La ley del mayor esfuerzo
Una y otra vez, Marcelo Polino remarca que la carencia no ha sido un escollo para desarrollar una carrera exitosa en los medios y convertirse en una figura muy querida por el público. A la hora de hacer las fotos que ilustran esta entrevista, el comunicador y showman es saludado por la gente que se detiene sobre la rambla de la populosa playa Bristol para observarlo de cerca. “Poli”, le gritan todos, como quien saluda a un amigo muy cercano.
-En un país que no siempre enaltece la cultura del esfuerzo, me parece necesario tu mensaje de superación y de convicción por el trabajo.
-Antonio (Gasalla) siempre me hablaba de la autogestión, por eso yo siempre, además de la televisión y la radio, tenía armado mi propio show con monólogos. Ya no lo hago por necesidad, si quisiera podría no trabajar más, pero lo paso re bien trabajando.
-Hubo mucho pan amargo laboral.
-No tanto, pero, para pagar las cuotas de mi primer departamento, hacía de todo, una cantidad enorme de eventos para poder cumplir con todo lo que tenía que pagar.
Mi amiga, “la primera dama”
-Decís que el trabajo te da placer, eso se debe potenciar al trabajar con una amiga como Fátima Florez.
-Para mí es como ir a la casa de una amiga, me re cago de risa. No hay ningún esfuerzo ahí. Nos conocemos desde hace años y varias veces estuvimos a punto de trabajar juntos.
-Tiempos donde no se les cruzaría por la cabeza que podría convertirse en la novia de un presidente.
-Me alegro de lo que le sucede porque es mi amiga, la conocí muchos años antes que conociera a Javier (Milei). Quiero que esté feliz porque es súper buena gente, muy trabajadora. A tal punto es trabajadora que, el día anterior a la asunción de Javier Milei, la primera dama, que podría estar con peluqueros y asesores, estuvo ensayando conmigo durante siete horas. En un momento le dije “Fátima andate a tu casa”. Tiene el foco puesto en el laburo. Soy su fan.
-Compartieron la cena de Fin de Año y hasta se asomaron a saludar a la gente.
-Fue muy gracioso. Nos habían ofrecido ir a Buenos Aires, pero, como los dos somos muy tranquilos, preferimos quedarnos en Mar del Plata, cenar y acostarnos temprano para recuperar energías, luego de la semana en la que habíamos estrenado y habíamos tenido la visita de Javier (Milei). Comimos livianito y no tomamos alcohol, sólo nos mojamos los labios para brindar. Después de comer pasamos por delante de una ventana y ella dijo “me parece que gritaron Fátima”. Abrimos la ventana y la gente, al verla, la comenzó a saludar. En pocos minutos, había cuatro mil personas. Yo la cargaba, le decía “Fátima me habías prometido un Año Nuevo relajado”. La gente la ama.
-Fátima, a partir de su relación con el Presidente, ¿no tiene miedo a dividir a su público?
-No, tiene un talento que derriba cualquier cosa.
-¿Cómo es tu vínculo con el presidente Milei?
-Lo conocí el día que fue a ver la obra y lo saludé en Año Nuevo cuando me pasó el teléfono Fátima; estaba saludando al novio de mi amiga. Nada más. Tiene súper buena onda.
-¿Qué te dijo?
-Fue en el momento en el que la gente estaba saludando a Fátima, así que ella lo llamó para que escuchara, le gustó, estaba contento.
-No es habitual ser amigo de la primera dama.
-Para mí es mi amiga de siempre.
Sobrevivir al medio
“Hoy ya no haría ningún trabajo que no me gustara. Me divierte mucho hacer teatro, en la radio siento que estoy hablando por teléfono y el jurado del Bailando es mi casa”.
Marcelo Polino lleva 26 años al frente de un ciclo de espectáculos radial, que se emitió primero en Radio 10 y desde hace mucho tiempo ocupa la grilla sabatina de Mitre, liderando la franja del mediodía. En los programas de Marcelo Tinelli desembarcó hace quince años. Cuando Fátima Florez imita a Moria Casán, se refiere a él diciendo que “del Bailando no lo sacan ni con escribano público”.
“No me tensiona trabajar tanto, lo único que me tensiona es no llegar de un trabajo al otro”. Enumera todo lo que hizo durante el día en el que se realiza la entrevista y agota de solo escucharlo. “Cuando me acuesto a dormir me pregunto, ´¿qué hice de mi vida hoy?´, pero todo lo hago con alegría”.
-¿Qué te molesta?
-Como no tengo tiempo de esperar a nadie, me molesta mucho la impuntualidad. Tampoco me gusta hacer esperar a la gente. Después me molestan las cosas obvias como la mentira o me que traicionen.
-Hablás de traición y te movés en un medio complejo.
-En este medio siempre intentan bajarte el precio, será por eso que peso 64 kilos, pero tengo cien de autoestima. La corona me la pongo yo todos los días, no espero que me la ponga otro, de lo contrario, vas al muere. A la hora de pedir un lugar, un sueldo y un cartel, la autoestima cuenta un montón.
-Hay que saber diferenciar eso de la soberbia.
-Es bien distinto, yo hablo de autoestima. Jamás me victimizo, por eso voy y peleo lo que valgo. A veces, me sale bien y otras no.
-¿Negociás vos mismo tus cachet? ¿Sos bueno peleando el dinero?
-Sí. En la vida laboral me fue mucho mejor de lo que yo pensaba. De dormir en una plaza a llegar al lugar que ocupo, no tengo más que agradecerle a la vida.
Pelear la vida
Cuando Polino llegó a Buenos Aires, siendo un adolescente lleno de sueños y entendiendo que su vocación por la estelaridad no la podría canalizar en su ciudad natal, vivió varios meses en la casa de sus padrinos en Adrogué. “Cuando llegó el verano, se tuvieron que ir a su casa de playa, en Necochea; y no estaba contemplado que yo me quedara solo. Primero viví en pensiones, pero, cuando se me acabó la plata, tuve que dormir en una plaza”.
-Es decir que no es un eufemismo haber dormido una noche en una plaza.
-No fue una sola noche, fueron varias.
-Más allá del padecimiento de dormir a la intemperie, ¿viviste alguna situación incómoda?
-Nunca me sucedió nada, buscaba lugares con mucha luz, como la Plaza de la República, en el Obelisco; pero nunca lo sufrí, no lo puedo contar como un tango. Seguramente habrá sido horrible, pero no lo tengo como un recuerdo feo. Jamás hubo un lamento, ni decir “Dios mío qué me pasó”.
-¿Pasaste hambre o momentos con lo justo para comer?
-Claro. Y, cuando ya tenía para una pensión, pero seguía siendo pobre como una rata, no podía comer sin tomar gaseosa, así que me compraba una botella chica y le colocaba banditas elásticas donde marcaba lo que podía tomar en el almuerzo y qué quedaba para la cena. Tomaba traguitos, así la botella de medio litro me duraba cuatro días.
-¿Te sentís querido por el público?
-Me siento muy querido. Estoy tanto en la televisión que creo que, mucha gente, me ve más a mí que a su propia familia.
-Convertiste tu apellido en una marca.
-La identificación tiene que ver con que soy un laburante, nadie me regaló nada.
Polino no tiene recuerdos de su padre, quien abandonó el hogar cuando él tenía dos años y nunca se supo su paradero. “Mi madre, incluso, se hizo cargo de mi abuela materna, porque mi papá ni siquiera continuó el vínculo con su propia madre, quien murió sin saber nada de su hijo”.
-Duro y extraño.
-Yo iba a un colegio de curas, muy familiar, con lo cual mi situación era rara. Me preguntaban por mi papá y no sabía qué decir. Al principio decía que estaba de viaje. En esa época no era tan común tener a los padres separados y, en mi caso, era peor, porque mi papá se había ido y no sabíamos nada de él.
-¿Nunca supieron nada de él?
-En 2008, alguien se comunicó con mi mamá para contarle que había fallecido y, antes, una persona me escribió contándome que mi padre se había ido a vivir al sur y también que había pasado por India. Como yo era una persona conocida, siempre tuve la ilusión que mi papá apareciera en la puerta de un canal para presentarse. Quizás, se acercó y no se animó a hablarme. El dolor más grande fue por mi abuela, sufrió mucho el abandono de su hijo.
-¿Cómo te marcó todo eso?
-No sentí tanto la falta de papá porque nos fuimos a vivir a la casa de mis abuelos y mi abuelo, que era el gerente del banco Nación del pueblo, era un tipo muy presente, importante. Era un hombre muy recto, dedicado, fue una figura paterna fuerte.
El amor, fuera de radar
-Tenés un estilo de vida muy propio, sos un solitario. ¿Tendrías una pareja o es algo que no evaluás?
-Siempre digo que estoy enamorado de mí así que nadie me podría dar algo superador, no está en mi radar. No podría meter a nadie en mi casa, que es hermética, un templo, no entra nadie, solo vivo con dos gatos.
-¿Por qué esa elección?
-Estoy todo el día hablando con gente, cuando entro a mi casa me desenchufo de absolutamente todo.
-¿No entra ni siquiera Fátima Florez?
-Nadie. Necesito estar mucho tiempo a solas conmigo mismo.
-¿No es complicada la soledad extrema?
-Para nada, me llevo muy bien conmigo. La tarea más grande que tenemos los seres humanos es autoconocernos. No me puedo llevar bien con nadie si no me conozco a mí, no creo en la completud que te puede dar otra persona.
-A pesar de eso, habías iniciado los trámites de adopción y no se dio.
-Después de eso, Luli Salazar, que había hecho tratamiento para tener a Matilda, mi ahijada, habló con su familia antes de ofrecerme un acto de amor hermoso.
-¿A qué te referís?
-Se ofreció a donarme óvulos para una inseminación, algo que le agradecí siempre, pero yo quería ayudar a un chico que ya estuviera en este mundo y que necesitara una familia.
-Polino auténtico se llama tu programa de radio. No hay mejor definición para vos.
-No le tengo que dar explicaciones a nadie, vivo como quiero.
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