El destacado realizador participará en la segunda edición del Festival Corte con El dorado, filmado en 2001; recorre su carrera y adelanta sus próximos dos proyectos, una historia de amor con elenco europeo y una nueva serie para Netflix tras El reino
- 12 minutos de lectura'
Es el director de clásicos de la “era contemporánea” del cine nacional. Pensar en su obra es adentrarse en un inconsciente colectivo que recorre títulos como Tango feroz, la leyenda de Tanguito (1993), Caballos salvajes (1995), Cenizas del paraíso (1997), Plata quemada (2000), Kamchatka (2002) o Las viudas de los jueves (2009).
El nombre de Marcelo Piñeyro está asociado a largometrajes que, sin abandonar la búsqueda artística, se han convertido, generalmente, en sucesos de taquilla. Pero solo los cinéfilos exquisitos, esos que exploran en busca de tesoros ocultos como antropólogos del arte que escudriñan lo menos visible, recuerdan que el realizador también rubricó cortometrajes como El dorado, una conmovedora historia que podrá volverse a ver este miércoles 4 en el marco de la segunda edición del Festival Corte que se realizará en el Auditorio de Belgrano, encuentro que recupera, estrena y exhibe materiales audiovisuales que desafían a directores, intérpretes y espectadores. En pocos minutos, un universo para mostrar.
“Filmé El dorado en enero de 2001 para que formara parte de un grupo de cortos de directores como (Pablo) Trapero, (Adrián) Caetano, (Daniel) Burman, (Jorge) Polaco, (Albertina) Carri, éramos unos cuantos. Se trataba de reflejar diferentes presentaciones de artistas populares en diversos lugares del país”, comienza recordando Marcelo Piñeyro en la charla con LA NACION donde también repasará algunos puntos salientes de su trayectoria, recordará aquella experiencia como uno de los productores de La historia oficial y pensará en voz alta la situación actual del cine nacional y el funcionamiento del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa).
Dos hermanos separados por una enorme distancia geográfica, una carta y el valor de la palabra escrita. El eje narrativo de El dorado convierte al material en un conmovedor manifiesto sobre lo vincular, donde el arte de León Gieco termina de redondear conceptualmente a la propuesta que formó parte del largo Historias de la Argentina en vivo, del que también formaban parte los directores antes mencionados por Piñeyro.
En el marco del Festival Corte, el público no solo podrá redescubrir El dorado, sino que la propuesta se redondeará con un conversatorio con el codirector de la serie El reino. “Estamos muy agradecidos y orgullosos de la participación de Marcelo Piñeyro, en la celebración de los dos años de nuestro festival”, señalaron Manuel Indij y Andrés Cohen, responsables del encuentro donde la experiencia fílmica se mixtura con la degustación gastronómica.
-Hoy se encuentra muy instalada la propuesta de Microteatro y pienso en el cortometraje como un antecedente de ese lenguaje. El corto jamás ha perdido vigencia y suele ser la posibilidad de realizar su ópera prima a tantísimos realizadores.
-Mis primeros pasos fueron cortos, pero esos materiales se perdieron.
-¿Por qué?
-Estudié cine en La Plata (Universidad Nacional de La Plata); cuando llegó la dictadura, se cerró la escuela y muchos de esos trabajos desaparecieron.
-¿Cómo nació la idea de El dorado?
-Me gusta mucho el trabajo de León Gieco y, en ese entonces, me interesaba ir al pueblo El Dorado a reflejar lo que sucedía. Le pedí la lista de temas que iba a interpretar y me pareció que la canción “La cultura es la sonrisa”, en enero de 2001, iba muy perfecta para ese momento que vivíamos. En esa época, las colas en los consulados eran enormes, los jóvenes querían irse buscando un futuro en otro lado.
Para encontrar a los protagonistas, Piñeyro hizo un casting y rodó “con menos de lo mínimo necesario”. El Festival Corte se convierte en una formidable propuesta para visibilizar trabajos discontinuados o estrenar materiales de noveles directores, en el marco de un país que es el mayor productor de cortos del mundo. En el caso de Marcelo Piñeyro, no se trata de una ópera prima ya que, cuando rodó El dorado, ya había estrenado cuatro películas.
-Con El dorado inició 2001, pero ese año finalizó con los vaivenes de un contexto económico social de profunda crisis que incidieron en la producción de su film Kamchatka.
-Fue todo muy traumático. Ese año se cayó la financiación de la película cuando los productores argentinos me dijeron que no era posible llevar adelante la producción, algo totalmente comprensible.
Cuando eso aconteció, se comunicó con los productores italianos y españoles -de participación minoritaria- que también formaban parte de la propuesta para ponerlos en autos sobre la paralización del proyecto. “A pesar de todo, ellos querían hacer la película y me proponían rodar en Europa, en sitios parecidos a la Argentina, pero tanto a los actores como a mí nos parecía incómodo rodar una película que, de alguna manera, habla de la resistencia, en estado de fuga”.
-¿Cómo reaccionaron?
-Lo entendieron, pero, en 2002, me volvieron a llamar, me pidieron un nuevo presupuesto en dólares y, finalmente, en abril de ese año comenzamos a filmar.
-Ser director de cine siempre es una actividad de riesgo, aún más en nuestro país. En usted, ¿qué lugar ocupa la posibilidad del desafiarse?
-El riesgo es inherente a la vida del ser humano, en cada ámbito es diferente. En cuanto a un director de cine, los riesgos son los que cada cual decida tomar. En mi caso, jamás quise ser productor de mis películas. No se trata de un tema de dinero, que tampoco lo he tenido, sino porque no he querido mezclar las decisiones artísticas con las económicas. Si poner la cámara tres metros más atrás o tres metros más adelante cambia el presupuesto en dólares es algo en lo que no quiero pensar. Y, si bien, eso puede parecer que uno no toma riesgos, en realidad implica el riesgo de trabajar con otros productores.
-En las decisiones aparece el plano personal y la posibilidad de la determinación en función de lo artístico.
-El director de cine es el dueño de todas las inseguridades del planeta y, sin embargo, tiene que aparentar que no tiene ninguna. Me ha tocado trabajar, generalmente, en producciones grandes, con equipos de más de doscientas personas, donde uno debe demostrar que tiene todo muy claro, pero, en realidad, se tienen muchas más preguntas que respuestas.
“Nuestro trabajo es intangible, pero, compartiendo la actividad con los actores, aprendo mucho del alma humana, discutiendo situaciones y personajes. Siempre es un riesgo salir a aprender, pero si uno apela al manual, lo que se logra es más pobre. El atractivo es el desafío, trabajar sin red y eso es también lo que te enriquece. Perdón si es muy abstracto lo que digo”.
-No solo no es abstracto, sino que es aplicable a la vida.
-El cine es eso.
Hito
-Fue el director de producción de La historia oficial. ¿Cómo recuerda esa experiencia?
-Fue mi primera experiencia en el cine profesional. Yo venía trabajando con (Luis) Puenzo y de su mano me hice cargo de la producción de la película.
-Usted estudiaba cine, anhelaba ser director. ¿Por qué se involucra en el rol de productor?
-Porque, al cerrar la escuela de cine y no ser un rico heredero, tuve que salir a trabajar. Esta realidad me llevó a buscar opciones que no fueran estar en el mostrador de un banco y vincularme, de alguna forma, a aquello que me gustaba. Lo conocí a (Luis) Puenzo, nos asociamos, y eso significó un antes y un después en mi vida. Con él crecí muchísimo, le estoy muy agradecido. Aprendí no solo en términos de futuro cineasta, sino también cómo tomar decisiones en la vida.
-¿Cómo llega la propuesta de La historia oficial?
-Soñábamos con hacer un largo y, sobre el final de la dictadura -una época en la que no se habían podido hacer películas muy interesantes debido a la censura- Luis (Puenzo) me acercó la propuesta. Fue una gran oportunidad, ya que considero que es una de las grandes películas del cine argentino. Trabajando allí entendí mucho sobre mi profesión y sobre mí mismo. A pesar de ser una película muy local, hablábamos sobre la apropiación de niños, lo cual hizo que emocionara a la gente en cada lugar donde se exhibía, como sucedió en Japón. Eso fue muy revelador.
-Ganar un premio Oscar sería algo inimaginable, con todo, en el momento del rodaje ¿Eran conscientes del valor artístico, histórico y simbólico que iba a tener este film?
-Cuando uno hace algo, está convencido que está haciendo algo importante, si no, no lo hace. La convicción es siempre que vale la pena hacerlo. Desde ya, uno no piensa en términos del Oscar o de ir al Festival de Cannes. Si eso llega es estupendo y se agradece. Lo primero que uno siente es que la historia que se cuenta, alguien la tiene que contar. Por otro lado, se hace cine para establecer un puente con un espectador y que su devolución sea lo que valga la pena. El hecho artístico es ese vínculo entre la obra y el receptor, el ida y vuelta que se produce. Ahí tiene sentido lo que hacemos.
-¿Alguna anécdota del rodaje que recuerde?
-Pasó mucho tiempo… Empezamos a filmar a fines de febrero de 1984, recién inaugurada la democracia, y lo que recuerdo es que hubo algunas amenazas y situaciones incómodas, pero nada de eso nos frenó. En ese momento, no pensábamos que habría por delante cuarenta años seguidos de democracia, sino que se trataría de un ciclo breve, como siempre solía suceder, entonces no queríamos frenar, sino aprovechar ese intersticio. Era una Argentina muy diferente a la de hoy.
Rock y leyenda
-Su primera película fue Tango feroz. ¿Cómo recuerda esa experiencia?
-Me tomó años hacerla; implicó mucho trabajo y frustraciones. Hubo momentos donde quería sacarme el proyecto de la cabeza, pero siempre volvía a mí. Finalmente, lo pude hacer.
-En agosto del próximo año se cumplirán treinta años del estreno de Caballos salvajes, otro clásico nacional contemporáneo.
-Ese rodaje fue maravilloso. Así como Tango feroz costó tanto, ya que fue mi primera película y decir que quería ser director de cine era lo mismo que asegurar que buscaba convertirme en astronauta, el contexto de Caballos salvajes fue otro. Sentía a la película como una celebración personal con el cine, me permitía recorrer los géneros con los que, siendo un niño, me había enamorado del cine.
-¿Por ejemplo?
-Me refiero al cine norteamericano, a los personajes más grandes que la vida. Una primera parte de la película tenía las características de un policial urbano argentino casi clásico, para luego terminar en otros géneros como el western. Hacerla significaba jugar al cine. El rodaje nos convirtió en una banda de gitanos que andaba por la Patagonia por caminos casi desiertos. Veíamos un lugar lindo y parábamos a filmar. Teníamos cámaras súperprofesionales, pero el espíritu era de estudiantes de cine, algo estudiantil en el mejor de los sentidos. Fue puro placer.
Curioso derrotero el de Marcelo Piñeyro, cuya obra aborda un canon de la multiplicidad a través de géneros como la road movie, el western, el melodrama, lo político, el policial y la comedia oscura. En general, sus películas mezclan más de uno de estos lenguajes sin que el sabor final sea artificioso o forzado. “Al igual que lo que sucede con Cenizas del paraíso, Caballos salvajes es una película muy contemporánea”.
-¿Cómo nació la frase “¡la puta que vale la pena estar vivo!”, tan distintiva del film?
-No estaba en el guion original. Necesitábamos rodar una escena en la llamada “hora mágica”.
-Al atardecer.
-Exacto. Así que dedicamos toda la jornada a ensayar para poder rodar durante esos cuarenta minutos puntuales. En uno de esos ensayos, me doy cuenta que falta un cierre, aunque sabía que no lo incluiría en el corte definitivo, pero sí para darle un final a la situación de trabajo. Entonces, le pido a Héctor (Alterio) que gritase algo. “¿Qué digo?”, me preguntó.
-Ahí, usted le sopló la frase.
-No, le sugerí que dijese cualquier cosa, porque no iba a entrar en la versión final. Marco “¡acción!” y, cuando termina la escena, él grita “¡la puta que vale la pena estar vivo!”
-Nacía un clásico.
-Lo miré al asistente como diciendo “Esto es perfecto, ¿cómo no se me ocurrió?” Finalmente, en edición, decido ponerla también como frase final de la película y eso hizo, seguramente, que quedase grabada en el inconsciente colectivo.
Marcelo Piñeyro suele remasterizar sus trabajos. Un deseo lo acompaña: “No quiero que las películas se mueran y me interesa que se vean bien, como cuando fueron estrenadas”.
-¿Cómo vive el presente del país a nivel cultural y la realidad del Incaa?
-En términos personales, debo decir que hace tiempo que no hago nada con participación del Incaa, pero me duele muchísimo lo que está pasando con la cultura en la Argentina. Que la cultura sea vista como el enemigo me parece tremendo. Me pregunto cuál es el modelo de país que hay detrás de esa concepción, y las respuestas que encuentro no me gustan. Por otro lado, veo que es un momento bastante oscuro en todo el mundo. Yo tengo la carrera hecha, tengo resueltas mis dos próximas películas, que voy a filmar en Europa, pero me preocupan mucho más los jóvenes, pienso en mí cuando tenía veinte años ¿Qué posibilidad de presente, qué futuro y utopías les estamos ofreciendo? Lo vivo con mucha tristeza.
-¿En qué está trabajando actualmente?
-Estoy terminando un guion para filmar a fines del año próximo, una historia de amor con elenco europeo, y estoy desarrollando otro proyecto para Netflix, una serie donde mi rol sería el de showrunner.
-Habla de una historia de amor, ¿cuánto hay de su propia vida en los materiales que plasma?
-Cuando escribo o dirijo no me lobotomizo, trabajo con lo que conozco que soy yo mismo, mis experiencias y lo que me rodea. También está mi imaginación, mi fantasía, pero eso parte de mi experiencia. Mi material de trabajo soy yo. Caballos salvajes y Tango feroz, en ese orden, son autobiografías apócrifas, no tienen que ver con mi vida real, pero su espíritu y su alma sí; dan cuenta de mis diecisiete y veinte años. Trabajo con cosas propias, pero no hago documentales. Por otra parte, sobre lo que hablo no es solo para mí, tiene mucho en común con lo que sucede a mucha gente, como las películas que veo o los libros que leo que me tocan el alma y siento que sus autores trabajaron para mí.
Para agendar.
Más notas de Entrevistas
Más leídas de Personajes
"Aprendí de la peor manera". Jude Law: su desembarco en Star Wars, la presión de los fans y cómo pudo equilibrar fama y privacidad
"No quiere perder más tiempo". La triste razón por la que Nicole Kidman busca acercarse a sus hijos, Connor e Isabella
"Le sugerí que dijese cualquier cosa". Marcelo Piñeyro, de las amenazas al filmar La historia oficial a la frase de Caballos salvajes que nació de casualidad
En fotos. De Angelina Jolie, Demi Moore y Nicole Kidman a Zendaya, las estrellas deslumbraron con sus looks en los Gotham Awards