Marcelo Longobardi habla de su renuncia a la radio y de su cambio de vida: “Hace dos años que sabía que esto iba a terminar ocurriendo”
Después de su renuncia a Radio Mitre, el periodista habló con LA NACION sobre un futuro en los medios que imagina “mucho más global” y planteó un diagnóstico inquietante sobre las elecciones del domingo
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“Hoy mi vida es un torbellino. El viento me lleva a todas partes”, confiesa con una sonrisa Marcelo Longobardi mientras cumple con el ritual de la sesión fotográfica en la redacción de LA NACION. Viene de pasar una de las semanas más intensas de su vida, pocos días después de la despedida de Radio Mitre y el cierre de un ciclo excepcional de 21 años de liderazgo en las mediciones de audiencia que se inició en las mañanas de Radio 10.
Ahora cuenta, como si fuese una rareza, que se levanta todos los días a eso de las 8 y que puede darse gustos que hasta hace poco parecían inimaginables, como compartir la mesa con sus hijos. “La última vez que improvisé una comida con ellos, mi hijo Gastón tenía 5 años. Hoy tiene 27″, dice el hombre que hasta apenas ayer se levantaba rigurosa y disciplinadamente todos los días a las cuatro y diez de la mañana para hacer desde las 6 las cuatro horas más escuchadas de la radio en la Argentina.
“Mi cuerpo me estaba pidiendo parar. Dormía muy mal”, agrega de inmediato. Ese es uno de los muchos factores de este momento de cambio que Longobardi detallará en una extensa conversación que incluye las razones de la decisión, el adelanto de algunos de sus proyectos inmediatos (que hasta podrían incluir alguna incursión cinematográfica) y un diagnóstico inquietante de lo que puede ocurrir en la Argentina después de las elecciones de este domingo.
“Jamás se me ocurrió pensar que todo esto iba a tener tanta repercusión y mucho menos que podía inspirar a otras personas. Uno se vuelve parte de la vida cotidiana de la gente. Yo sabía que eso era así, pero no imaginaba tanto reconocimiento, agradecimiento y respeto. Me quedo con un doble sabor, porque se mezclan la tristeza de la despedida y esto tan lindo del afecto de la gente. Hay personas que me dicen, ahora que no estoy en la radio, ‘hoy me siento solo’’, dice un Longobardi con muchas ganas de conversar.
-¿Cómo te sentís hoy?
-Con un poco de vértigo, porque era más cómodo no hacer ningún cambio. Hace por lo menos dos años que sabía que esto iba a terminar ocurriendo. Cuando llegó este momento yo estaba en el mejor de los mundos. Tuve la enorme suerte de que me fue súperbien. Pero en algún momento de la vida, como me ocurrió a los 58 años, empieza a aparecer la idea y la conciencia de que hay un límite. Y ese límite a veces no lo ponés vos: lo pone el público, lo pone un medio, lo pone la tecnología. Hay excepciones. Una es Magdalena Ruiz Guiñazú, que sigue jugando hoy un gran papel como referencia profesional y moral para todos nosotros. Y otra fue Juan Alberto Badía, que supo bajarse de Badía y compañía en su mejor momento.
-Te pasó lo mismo a vos.
-Preferí tomar la determinación antes de que la tomaran otros. Me pareció que era lo correcto después de 21 años de éxito. Yo quería devolver lo que me dieron mejor de lo que me lo entregaron. Y lo pude cumplir dos veces, en Radio 10 y en Mitre. Y pude cumplir con ese sueño en un país donde todo el mundo termina mal, no solo en mi profesión.
-¿Hubo un clic en un momento determinado o se dio en tu caso un proceso más largo?
-Fue un proceso. Pudo haber habido clics en el medio, pero me llevó mentalmente dos años. Tuve más de lo que pude pedir. En el medio hubo muchos clics, que en muchos momentos demoraron la decisión y en otros la aceleraron. Pero son anécdotas. Lo que contaba es mi necesidad de procurar por razones diversas un cambio en mi rumbo profesional y también personal.
-Hablemos de esas razones personales.
-La pandemia me llevó a trabajar de una manera fanática. Me enfermé de información y eso me cansó mucho. También tuve la oportunidad de viajar en los últimos años, de trabajar afuera, te cambia mucho la mirada, la agenda y la perspectiva de las cosas. CNN se convirtió en un lugar muy importante. Yo tengo 60 años y como mucho, con viento a favor, me quedarán otros diez años de carrera activa. Y llevo en esta profesión 45 años. Yo quería tomar una decisión por mí mismo, en vez de hacerlo como hasta ahora empujado por los problemas argentinos. El debate argentino me tiene harto. Quería darme una nueva oportunidad, aunque la palabra reinventarse me parece un poco pretenciosa y exagerada.
-¿Cuál sería la palabra adecuada, entonces?
-Cambiar. Probarme a mí mismo que puedo hacer algo distinto y que puedo hacerlo bien. Uno no puede hacer toda la vida lo mismo. La radio a la mañana es una actividad extremadamente rutinaria, que requiere de una disciplina descomunal. Yo rara vez vi desayunar a mis hijos. En pandemia, por primera vez en 15 años, vi desayunar a mis hijas cuando trabajaba en casa. Son pilas de cosas que influyen. Además quiero tener un desafío profesional un poco más global. No pretendo ser Anderson Cooper, pero quiero ser un poco más global. Que la agenda sea un poco más amplia, más diversa y más heterogénea.
-¿A qué periodistas admirás o tomás como referencia en esta búsqueda?
-Hay nombres con los que me identifico y son a la vez modelos inalcanzables. El mejor ejemplo en el mundo de periodista global es Thomas Friedman. Y más atrás me resultan excepcionales figuras como Indro Montanelli y Ben Bradlee, periodistas de los diarios. En el caso de la radio, Iñaki Gabilondo. No tengo ninguna posibilidad de alcanzar su estatura. Son modelos inspiradores que funcionan como un espejo para sacar lo mejor. Sumo ejemplos más cercanos de periodistas globales y regionales. Jaime Bayly es un showman extraordinario, genial. También me gustan mi colega de CNN Carmen Aristegui y el mexicano Fernando del Rincón, un capo total.
-¿Cómo pensás llevar adelante esta nueva agenda global que te espera?
-Hoy me siento súpercómodo entrevistando a Maluma o a Thalía. Hace diez años me hubiese resultado hasta ridículo hacerlo. Y hoy disfruto muchísimo de esa posibilidad. Tuve que reeducar mi cabeza, dejar de subestimar fenómenos, despejar prejuicios para entender que hoy se puede entrevistar a un chico que tiene 50 millones de seguidores en Instagram, aprendiendo a respetar esos procesos. Y lo otro es que quiero ser más libre. Hoy uno puede llevar una radio o un canal de TV dentro de una valijita en un avión. Y eso te permite ver otros mundos, otras personas, conocer otros pensamientos en vez de quedarse acá envuelto en una agenda anacrónica. Quiero entrevistar gente afuera, hacer producciones afuera, quiero entrevistar a Anne Hidalgo, la alcaldesa de París, que nació en España y puede ser la futura presidenta de Francia. Quiero entrevistar a Keir Starmer en Inglaterra, a Chris Martin en California. Es un mundo nuevo y estimulante para mí.
-¿Eso se liga a un interés tuyo desconocido hasta ahora por las nuevas tecnologías y los nuevos medios? Siempre fuiste visto como un periodista de la escuela clásica.
-Yo me sentí parte de esa escuela clásica hasta que empecé a viajar y a darme cuenta que algunos de mis colegas en la radio de EE. UU. trabajan para Spotify. El día que yo entrevisté a Maluma en Nueva York hubo 20 millones de viewers. Hasta ese momento yo nunca había visto 20 millones de nada. Acá está pasando algo. Aunque seamos clásicos y nos guste el modo tradicional de hacer periodismo hay que entender que todo está cambiando. Y te digo más: me interesa mucho poder hacer algún aporte desde lo clásico a este mundo.
-¿De qué manera?
-Quiero sumarle la mirada de editor. Sigue habiendo una enorme diferencia entre el periodismo clásico y el de las redes. El periodismo clásico tiene un editor, alguien que por experiencia, olfato y formación sabe qué es relevante y qué no. El mundo digital todavía carece de ese enfoque, o está deformado por los clics y los algoritmos. Yo no puedo deshacerme de la mitad de mi cabeza que viene de la gráfica, no te olvides que empecé mi carrera editando una revista. Mi cabeza sigue ordenada como la del tipo que edita LA NACION o Clarín. Sigo creyendo a muerte en el papel de los editores profesionales y que la prensa no esté regulada por una máquina, un algoritmo o un conjunto de psicópatas. Creo que es posible sumar criterios clásicos a un programa que se hace por Instagram. Mi futuro está en la TV clásica en CNN, y ellos saben de mi interés por intervenir en otras plataformas, y el Grupo Clarín tuvo una enorme gentileza conmigo al ofrecerme hacer lo mismo con ellos, pese a haberme ido de Mitre. No sé todavía qué va a pasar. Es todo súpernuevo.
-Hay toda una vida que queda atrás.
-No quería volverme un esclavo de mis 21 años de éxito. Aunque no quise serlo, un poco me fui convirtiendo en eso. Cumplí esta tarea lo mejor que pude. Le puse todo el corazón, la disciplina, la atención. Traté de crear una atmósfera de trabajo divertida y estimulante. Lo que hicimos en Cada mañana fue ejemplar. Pasamos 21 años sin un solo problema, sin una sola discusión.
-Pero hace poco tuviste un choque muy comentado con Jorge Lanata, y a muchos siempre les va a quedar la sensación de que ese enfrentamiento fue lo que te llevó a decir basta.
-Puede ser que lo haya sido. Tengo mucho respeto profesional, como todos, por la figura de Lanata. Trabajamos juntos durante muchísimo tiempo y nos hemos divertido mucho. Un día eso cambió. No tengo idea por qué. Eso no cambia mi opinión personal sobre él y mi visión sobre el papel relevante que tiene en el periodismo argentino. Pero eso pudo haber sido un elemento más del conjunto de cosas que me llevaron a pensar esta decisión.
-¿Llegaste a analizar y revisar todo lo que ocurrió alrededor del episodio?
-Lo tendría que repensar y me gustaría en algún momento hablarlo con él en privado. Creo que deberíamos vernos. Estas discusiones estúpidas no pueden empañar todo lo que hicimos juntos, que fue maravilloso. Tal vez tenga que ver con que no soy una persona acostumbrada a los conflictos. Cuando yo veo un conflicto, me voy para otro lado. Yo no tengo peleas con nadie. Trato siempre de ser amable, educado, amigable, de involucrar a todo el mundo. El hecho de haber tenido un conflicto determinado debe haber jugado un papel en mi decisión. No quiero comparar esto con la situación argentina porque sería algo obsceno, pero la Argentina está llena de conflictos.
-Como si la situación general nos predispusiera a todos mal.
-Tenemos un montón de individualidades maravillosas, pero trabajar en equipo parece un pecado. En todos los ámbitos de la vida pública argentina pasa eso. Todas las personas que trabajan en Mitre, sin excepción, son mis amigos. Y lo mismo pasa con muchos de mis compañeros de trabajos anteriores. Yo no me peleo con la gente. No se me pasa por la cabeza. No me gusta tener conflictos abiertos. No podés pelearte con alguien para siempre.
-Sin embargo, mas de una vez te tocó discutir al aire con un piquetero, un político o un gremialista. Me pregunto si ese tipo de situaciones tan frecuentes en el país hoy terminó acelerando todavía más tu decisión de dejar la radio.
-No, porque ese es mi trabajo. Las discusiones públicas las hemos hecho siempre con altura y educación. Yo he sido y soy un severísimo crítico del kirchnerismo pero nunca tuve inconvenientes en la calle como algunos colegas, que viven la situación desagradable de ser insultados por kirchneristas. O a la inversa, los macristas que insultan a los periodistas más cercanos al Gobierno. Hubo una excepción, aquel incidente que tuve frente a la casa de Jorge Fontevecchia, cuando me robaron un reloj en un hecho deliberado, porque existe cierto consenso de que hubo una operación, o como ustedes lo quieran llamar, en mi contra. Por lo demás, yo ando por la calle y nadie me insulta. Nunca me pasó. Cada vez que tuve alguna discusión severa con personajes públicos decidí no continuarlas porque no me gusta hacer campaña contra nadie. Eso no quiere decir que no me haya hartado la grieta, la verdad es que me hartó. Si algún día la grieta se derrumba, todas las personas que participan de ella también van a derrumbarse. Y yo no quiero ser parte de ese derrumbe.
-Ahora que no estás en la radio, ¿vas a tomar distancia de todas estas cuestiones políticas que forman parte del debate cotidiano de la política? Tu opinión era una de las más escuchadas.
-No, por supuesto que no. Pero ahora me quiero tomar por lo menos tres o cuatro meses. Terminé muy cansado. La única vez en mi vida que sumé tres semanas consecutivas de vacaciones fue hace dos años. Necesito parar un poco. Sigo trabajando para CNN con mi programa normal de los domingos y voy a intervenir en los noticieros de la señal haciendo editoriales y comentarios políticos. Algún día volveré a la radio, haciendo otra cosa bien distinta, pero todavía no tengo idea. De acá a marzo o abril voy a examinar con qué organización profesional voy a trabajar en mi expansión en el periodismo digital. Si con productores locales o internacionales. Lo que más me impresiona es que desde que tomé esta decisión me empezaron a llover ideas, proyectos, propuestas, inclusive del Grupo Clarín, algo que me halaga mucho.
-¿Qué te pasa por la cabeza en este tiempo preelectoral?
-El punto central es saber quién, en qué condiciones y en qué contexto va a gobernar a la Argentina el próximo lunes. Tenemos una combinación entre el nivel de pobreza, que es obscenamente alto, y la concentración demográfica de esa pobreza en los grandes conurbanos y su derivación electoral. La derivación electoral de esta ecuación se llama kirchnerismo. Y también hay una derivación económica, porque en esta ecuación se logró prescindir del sector privado. Para el kirchnerismo es irrelevante si las empresas se van o se quedan.
-Esta lógica quedó cuestionada en las PASO.
-La relación entre pobreza, demografía y derivación electoral se quebró. No digo que se haya roto del todo, pero tiene una fisura. Ya no necesariamente la señora de Kirchner o su movimiento representan a esas personas y se empieza a abrir una discusión sobre quién lo hace: el sistema político o alguien que está por afuera. Que un gran sector de la Argentina pobre no se sienta representada por el sistema democrático puede ser una hipótesis muy complicada, algo que Carlos Pagni viene explicando mucho mejor que yo.
-¿Cuál es el papel de Alberto Fernández en todo este panorama?
-Lo asocio a una genial definición de la revista The Economist, la del proxy president, el “presidente delegado”. Alfonsín y Menem fueron presidentes clásicos, que llegaron al poder después de ganar internas, son líderes naturales, mantienen sus partidos unidos durante un largo tiempo. Casi también Macri, aunque no llegó a ese nivel. Son jefes políticos. Pero a partir de De la Rúa y Néstor Kirchner empiezan a llegar al poder personas cuyo poder dependían de terceros. Ellos fueron proxy presidents porque al principio no tenían poder propio. De la Rúa no pudo superar esa situación, Néstor sí. Alberto Fernández es igual, depende de lo que haga la señora de Kirchner. Cada vez que ocurre eso el sistema empieza a esperar un desenlace y se paraliza. Mientras el presidente hace equilibrio todos los demás observan el espectáculo para ver qué pasa. Es una tragedia. Se pierde mucho tiempo así. Con Alberto ya ocurrió ese desenlace, se terminó. Quedará o no quedará en el poder, no tengo idea, pero desde el lunes es un actor secundario. Más allá de eso hay un tema mucho más serio.
-¿Cuál?
-Las principales tensiones políticas no ocurren entre los partidos o las coaliciones, sino dentro de ellas. ¿Vos ves acaso debates o discusiones sobre planes o proyectos futuros de país entre una coalición y otra? No. Una vez más, como viene ocurriendo últimamente con mucha frecuencia, una elección no cumple con su papel de cerrar una discusión política, sino que la abre. Es algo dramático. Se supone que una elección expresa la voluntad popular y que la política se ordena a partir de ella. Pero resulta que Cristina Kirchner perdió cinco de las ocho elecciones en las que compitió, y no registra ninguna derrota. Y Macri tampoco.
-Todo queda abierto e incierto entonces.
-No interesa lo que va a hacer el presidente o el Congreso. Todos vamos el lunes a estar mirando lo que vaya a hacer Cristina. Y este es un problemón. Tenemos problemas estructurales de tal envergadura que no hay ninguna forma de resolverlos sin consensos. Incluso entre Macri y Cristina Kirchner, si ambos pretenden seguir jugando un papel activo en la política argentina. Voy a adherir a una idea de Pagni: los acuerdos siempre son entre halcones, que además están en condiciones de dinamitar lo que arreglan las palomas. El año pasado, pandemia mediante, Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta lograron un primer entendimiento que todavía no tenía un formato o un proyecto. Pero fue dinamitado por los sectores más radicalizados. Con 50% de pobreza, 60% de inflación, sin crédito internacional, con un despelote con el FMI, sin inversiones, con la economía cerrada, la Argentina necesita acuerdos.
-Y además, como dijiste, está el temor del surgimiento de una corriente antisistema.
-¡Eso es gravísimo! ¿Quién va a manejar el país? ¿Milei? ¿Un lunático? Prefiero siempre que gobierne el sistema. El antisistema es muy peligroso. Mirá a Bolsonaro. O a Trump.
-¿Qué puede pasar el lunes, entonces?
-Cristina Kirchner podría abandonar a Alberto Fernández y provocar un nuevo 2001, que fue una crisis política que derivó en una crisis financiera. Al no haber acuerdos, la Argentina decidió dirimir el conflicto político con un colapso. Puede ocurrir también lo inverso y que Cristina quiera capturar el gobierno de manera formal o informal dejando a Fernández como una figura decorativa. Ya lo dijo Biden: hoy los populismos no van más y la opción es democracia o autocracia. Cristina ya avisó que la democracia republicana y la división de poderes le resultan principios anacrónicos. Puede llegar a gobernar y ponerle un cepo a todo. Ser Feletti a la enésima potencia. Podemos entrar en una pendiente extraviada. La Argentina no tiene una agenda moderna, es un país anacrónico por donde lo mires, y que tengamos niveles de regulación económica realmente dramáticos que impidan directamente la actividad privada. Como dijo Jorge Fernández Díaz hace una semana en LA NACION, las utopías nunca se sienten refutadas por su fracaso. El sustituto del populismo sin plata es gobernar por fuera de las reglas.
-Volviendo a tu decisión, algo debés haber contribuido en estos 21 años para transformar la radio.
-Es evidente que la radio fue el medio menos afectado por las nuevas tecnologías. La Argentina tiene una radio de extraordinaria calidad. Es un medio vigente, potente y creíble. Creo que en estos últimos años los grandes cambios los hizo Daniel Hadad. De esa experiencia de 13 años en Radio 10 traté de llevarme lo que me pareció apropiado y sumárselo a Mitre, con la ayuda de su director Jorge Porta. No es nada raro: trabajar de modo contributivo, crear una atmósfera amigable que pueda entrar todos los días en las casas de muchísima gente, Hadad le agregó niveles de tecnología muy altos, humor, cercanía con la gente y trabajo en equipo. Todo cambió para bien. Tenemos una radio más cercana, amable, empática y con información durante todo el día, no solo a la mañana.
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