El coreógrafo conversó con LA NACIÓN sobre aspectos desconocidos de su vida; por qué dejó de trabajar con la diva y qué lo llevó a regresar al programa
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Derrocha energía. Habla a una velocidad inusitada. Digno padre de sus propias coreografías, esas donde los bailarines danzan de manera electrizante. Un sello que pudo volver a testearse en el inicio de la actual temporada de Susana Giménez por Telefe. “Es un estilo entre latino y pop”.
-Hay una identidad propia en tus creaciones, algo complejo de lograr.
-La gente me dice que mis coreografías son “iripinescas”.
Marcelo Iripino es el histórico coreógrafo de Susana Giménez. Luego de haber integrado varios años el grupo de secretarios televisivos de la diva -los denominados “Susanos”- el bailarín comenzó a diseñar -con algunas interrupciones decididas por él- los musicales que protagonizó la estrella a lo largo de más de tres décadas al aire. “Fueron más de cincuenta”. Entre tantas creaciones, recayó en Iripino la responsabilidad de diseñar los movimientos en aquel famoso clip realizado en 1998 en el estadio del club Quilmes -del que era fanático el productor Luis Cella- donde una multitud acompañó a Susana, luego de su divorcio de Huberto Roviralta e iniciando su relación con Jorge “Corcho” Rodríguez.
Se trató de la canción que se convirtió en una declaración de principios de Giménez, donde bramaba aquello de “detrás de todo solo hay una mujer”, que la acompaña hasta hoy. Un himno basado en las partituras originales de “Y.M.C.A” de la banda estadounidense Village People.
-¿Cómo fue el regreso de este año? ¿Te convocó la propia Susana?
-Hace unos meses me entró una llamada, pero, como tengo un problema en el teléfono, no me apareció la identificación. Atendí y escuché una voz que, de primera mano, no reconocí. Me dijo “¿cómo me preguntás quién habla? Te voy a matar, no tenés mi número agendado”.
En esa charla, Susana le propuso armar la apertura del primer programa de este año. El segmento resultó impactante con la utilización en trescientos sesenta grados del inmenso estudio 1 de Telefe destinado exclusivamente al big show de la diva. “En realidad, ella iba a protagonizar un musical, pero se engripó antes de grabar y lo reemplazamos por la apertura que salió al aire con cincuenta bailarines; el musical lo grabará para mostrarlo en el programa de fin de año”.
Su mundo
Marcelo Iripino recibe a LA NACIÓN en su casa del barrio Cafferata, un lugar por demás pintoresco dentro de Parque Chacabuco. Si normalmente estas callecitas sembradas por casitas de estilo inglés es apacible, el feriado convierte a la zona en un oasis vedado al ruido y el movimiento vehicular. Una tregua que se impone la ciudad de la furia. Dentro de ese microclima, un chalet blanco a más no poder cuyo interior está ambientado con gusto exquisito y que, de tan pulcro, al ingresar dan ganas de descalzarse para no marcar el piso.
Piel de textura trigueña, tostado parejo y tersura de recién afeitado. Saluda a la velocidad de la luz. No hay dudas, es acá. Iripino -apellido convertido en marca registrada- ofrece café, agua o gaseosas. Su marido, también su productor, saluda y continúa con su trabajo en el escritorio pegado al living. Cada tanto, le soplará a su esposo algún dato que este no recuerda. Un alter ego que se llama Marcelo. Susana diría su latiguillo “Marcelito, ¿estás ahí?” y ambos acudirían a su encuentro.
-¿Cómo es trabajar con Susana?
-Maravilloso.
-¿Qué cosas le molestan?
-Se incomoda cuando algo sale mal.
-¿Podrías describir a Susana de mal humor?
-Jamás la escuché gritar ni tratar mal a alguien. Suele ponerle humor al mal humor, es raro.
-¿Cómo es eso?
-Puede llegar a decir “cómo me trajeron tal cosa mal escrita, ¿están ciegos? ¿se comieron un tacho de pintura?” Y todos se terminan riendo.
La charla no solo circulará en torno al ideario de la diva. Hay mucho más para conversar con Iripino, pero es inevitable dedicar un rato de la conversación a descular la intimidad de la estrella y, sobre todo, a entender ese vínculo entre la musa y el coreógrafo, que ocupa un lugar de privilegio, bien ganado, en el que muchos desean estar. Indudablemente forma parte de la mesa chica creativa de la máxima estrella de la Argentina.
Sé feliz
-A lo largo de tantos años de trabajo compartido, Susana, ¿te ha dado consejos? ¿Le has revelado cuestiones de tu vida personal?
-Sí, claro.
-¿Por ejemplo?
-Lo primero que le confesé fue sobre mi sexualidad. Tenía miedo que me echaran del trabajo. A fines de los ochenta y comienzos de los noventa, decir “soy gay” era como una mala palabra.
-Aunque se trataba de una sociedad más conservadora, Susana se ha movido en un universo donde esas cuestiones siempre estuvieron evolucionadas.
-Sabía que se daba cuenta quién yo era, pero no era lo mismo decirlo.
-¿Cómo fue?
-Entré a su camarín y le dije: “Te tengo que contar algo”. Me la jugué, no podía vivir con ese dolor encima.
-Necesitabas blanquearlo.
-Sacarme la mochila. “Susana, estoy saliendo con un chico”. No quería decir “homosexual”, siento que es una palabra con mucho peso y, en esa época, tampoco se decía gay.
-No eran tiempos de Cornelio Saavedra presidiendo la Primera Junta.
-Pero todo cambió rápido en poco tiempo.
-¿Qué te respondió Susana?
-”Marcelito, ¿cuál es el problema? Vivo rodeada de gente con tu onda, tenés que ser feliz, para eso está la vida, para ser feliz con lo que uno quiere, sin molestar a nadie. Sos talentoso, tenés mucho para dar y una persona que te quiere, hacé tu vida”. Ahí me solté y le dije “estamos re enamorados”. Cuando salí del camarín sentí un alivio muy grande, pero también pensé “¿me habrá bicicleteado y me echaron?”
-Imposible que Susana te echase por contarle que eras gay.
-Fue un abrazo enorme para mí.
Estilo
En la pandemia, abandonó sus visitas al gimnasio, rutina que jamás retomó. Ahora su método para lucir bien es darse unas cuantas vueltas alrededor del Parque Chacabuco. “Camino rápido, pero no corro porque no me gusta”, sostiene y agrega que “no tomo alcohol, no fumo y duermo todo lo que puedo, algo fundamental para la cabeza, el cuerpo y la voz”.
Su cutis luce como de filtro de cámara. A pocos metros, es imposible encontrarle una imperfección a su piel: “Todas las mañanas, luego de afeitarme, me pongo crema. Y, de vez en cuando, me hago una mesoterapia, pero jamás me hice una cirugía, me voy manteniendo”.
Su vida es extremadamente ascética. Muy diferente a la que imaginaba el chofer de aquel taxi que tomó alguna vez y cuyo chofer, antes de cantarle las cuarenta con un manifiesto imaginado, reflexionó en voz alta: “Si mi mujer supiera que estoy llevando a ´Filipino´(sic)”.
De ese viaje en taxi no guarda los mejores recuerdos: “El chofer me hablaba sobre la vida que, para él, llevábamos los artistas: “Ustedes se la pasan de joda, chupi, drogas, minas”.
-Con vos, no acertó una.
-Antes de bajarme le dije: “Si yo te digo que nada de lo que dijiste me sucede, te vas a deprimir, así que pensá lo que quieras, dejalo así”.
-Alguna vez, ¿probaste drogas?
-Jamás y, cuando vi que, a mi alrededor, podía suceder algo así, me excusaba y me retiraba.
Tocar fondo
Cuando cumplió los treinta ya era un coreógrafo reconocido que llevaba varios años acompañando a Susana Giménez. “En esa época tenía seis trabajos”. Sin embargo, algo en su emocionalidad comenzó a fallar. Se encendieron luces rojas en su tablero y las manifestaciones iracundas e imprevistas de los ataques de pánico comenzaron a diezmar su vida. “No se lo contaba a nadie”.
-¿En qué momento sucedían?
-No había una situación específica, podía estar grabando en el estudio y tener que salir al patio a respirar hondo. Luego del ataque venía el llanto. Mi terapeuta me daba las pautas para salir de esa situación. Así estuve un par de años. Creo que el estrés contribuyó a que me sucediera eso.
En una de sus habituales caminatas, con lucidez comenzó a desnaturalizar a sus ataques de pánico: “Pensé, ´¿qué se yo si esto es morirse?´ Ahí me di cuenta que se trataba de miedo y ansiedad”.
-Claramente, la muerte es otra cosa, pero, en medio de un ataque de pánico, debe ser complejo poder discernir.
-Sentís que la muerte te lleva, te late el corazón rápido, el pecho te oprime te transpiran las manos, no podés respirar bien.
-¿Cuánto dura un ataque de pánico?
-Si no lo podés manejar, si viene y se va solo, dura cuarenta minutos. Es desesperante, fueron años fatales.
-¿Pudiste trabajar el tema y encontrar algunas razones en torno a la manifestación de los ataques?
-Sí, claro, tuvieron que ver con mi infancia.
-¿Por qué?
-Mi madre me inculcó muchos miedos.
Iripino también reconoce que la partida prematura de sus padres fue un golpe duro de sobrellevar: “Mi papá murió de cirrosis a los 52 años, se fue en cuatro días. Lo internamos un lunes porque tenía feo color en la piel, y el jueves falleció”. Recién comenzaba a trabajar como bailarín en el staff de ¡Hola Susana!, experiencia que su padre pudo ver incipientemente.
Tiempo después, con 62 años, murió su madre. “Luego de una primera experiencia con quimioterapia, decidió no someterse a un segundo tratamiento igual. Una noche me miró, se sacó la peluca y me dijo ´no quiero más´. Duró un par de días y murió”.
-Algunas corrientes teóricas hablan de la decisión del paciente en torno a la muerte física.
-Creo que es así. Mamá reconocía que le tenía mucho miedo a la muerte, pero también era consciente que no quería volver a atravesar un tratamiento invasivo.
-¿Qué fue lo último que charlaste con ella?
-Le pedía que le pusiera voluntad a la situación, pero, evidentemente, no podía hacer tal cosa, se entregó.
Antes de la partida física de su madre, el bailarín acudió al templo de la Virgen de Lourdes, ubicado en la localidad de Santos Lugares, para pedirle que “hiciera lo que tuviera que hacer”. Su mamá era devota de la Virgen, luego de haber padecido un serio problema de vista al nacer y que fue mejorado a partir del trabajo de los médicos y, según reza la tradición familiar, “por los pedidos y promesas a la Virgen”.
“Mi mamá decía que veía gracias a la Virgen”. Iripino se emociona al recordar que su madre había hecho una promesa antes de su primer tratamiento de quimioterapia: “Entró arrodillada a Lourdes, con una vela encendida que jamás se apagó”.
-¿Qué había pedido?
-Le había rogado a la Virgen que hiciera que uno de los dos focos cancerígenos que tenía desapareciera y así sucedió. Lo recuerdo y me corre un escalofrío.
-¿Sos creyente?
-Muy.
El adiós
En 2001 dejó de trabajar con Susana Giménez cuando Gustavo Yankelevich, también productor de la diva, le propuso crear las coreografías de Popstars, el certamen televisivo que dio vida a los grupos pop Bandana, integrado solo por chicas, y Mambrú, cuyo staff eran varones.
“Fueron tres años trabajando con Bandana. Firmé contrato por dos meses de programa y dos funciones en el Gran Rex, pero terminamos haciendo más de 120 presentaciones en el teatro, con lleno total. Salíamos de la sala en una combi y era tal la cantidad de fans que esperaban a las chicas que hacían tambalear el vehículo”.
Las jovencitas de Bandana impusieron ese movimiento de brazos paralelos al ritmo de “dance, dance, dance”. Nada menos que una creación del coreógrafo que las niñas y adolescentes imitaban. “La armé a las cuatro de la mañana en mi casa”. Siente que, si hubiese sucedido hoy, en tiempos del TikTok, aquello se hubiese potenciado aún más.
Si de redes sociales se trata, Iripino lamenta que le hayan cerrado su antigua cuenta de Instagram por un tema de derechos de música. “Tenía más de 300.000 seguidores, ahora volví a empezar de cero”. Su revancha es TikTok, en donde lo siguen casi medio millón de personas.
Dejó a Susana y fue parte del suceso de Popstars, pero hubo un momento donde, como en la parábola del hijo pródigo, decidió regresar a los brazos de la mujer que le había contagiado visibilidad.
Luego de cuatro años de ausencia, y convocado por el productor Luis Cella, Iripino regresó a trabajar con la diva. “Susana quería que volviesen los musicales”. Sin embargo, en 2010, el coreógrafo volvió a dejar vacante su lugar en el big show de la diva.
-No te fuiste del programa en los mejores términos.
-Siempre hubo un malentendido sobre el tema.
-¿Sí?
-Susana no entendió por qué yo me había ido. Ella decía, “yo no lo eché, al contrario”.
-Entonces.
-Me fui porque quería probar otras cosas, hacer programas como el Bailando... y el Cantando... Cuando volví, ella misma me dijo: “¿Por qué te fuiste? Te la pasabas llorando, la pasabas mal”. Me lo recriminó siempre y tenía razón, pero también está bueno probar, irse de un programa exitoso, asumir riesgos.
-¿Maduraste la salida durante mucho tiempo o fue una decisión impulsiva?
-Lo pensé mucho. Era el momento porque también comenzaban a mermar los presupuestos para hacer grandes musicales.
-¿Cómo se lo planteaste a Susana?
-Lo hablé con Luis Cella, pero lo peor es que me fui y todo el equipo se enteró a medida que yo iba dando entrevistas. Fue raro, reconozco que fue extraña la salida que hice, me agarró como una locura.
-Seguramente te inhibiría contarle la decisión a Susana.
-Y sí...
-Cuando te alejaste de su programa, criticaste a Susana.
-Jamás critiqué a Susana.
-¿Tengo que creerte?
-Me agarré con su producción, pero nada grave, encontronazos laborales como sucede en cualquier trabajo. A veces, he dicho que no me llevaba bien con algunas personas, pero jamás di nombres. Eso no me gusta.
-¿Qué desacuerdos?
-Por ejemplo, que hicieran entrar a Susana por el lugar equivocado y yo marcar el sitio correcto por dónde debía hacerlo, ya que la conozco mucho. Ella quiere estar cómoda y eso está perfecto. Sé lo que le gusta, sé que, si la llevás de la mano, se siente más cómoda, pero hay días en los que desea entrar sola.
Aquella no fue la primera vez que el coreógrafo se negó a trabajar con la diva. “Yo era uno de los bailarines que había grabado la apertura del programa en Canal 9. Al tiempo, Susana me mandó a buscar diciendo que quería como ´Susano´ al ´chico de los pelos parados´, pero, como yo estaba trabajando en teatro con Violeta Rivas, le dije que no, no podía irme, tenía un contrato firmado. Siempre me recriminó eso”.
-Son casi un matrimonio lleno de reproches.
-Más o menos...
-¿Cuántos cuadros musicales diseñaste en el programa?
-Más de cincuenta.
-A lo largo de tantos años de trabajo, ¿discutieron mucho?
-No, nada. Solo una vez puso en duda un momento del musical “Que vengan los bomberos”, donde una autobomba tiraba abajo una pared. Le parecía violento, pero la logré convencer que estaba dentro del marco de lo que se contaba y pudimos grabar esa escena.
Imita a su jefa en plan recriminatorio. No le sale nada mal. Son tantos años de pareja profesional que el tono característico de la conductora lo lleva incorporado.
Sabida es la fidelidad de la estrella con su gente y su calidez a la hora de reconocer talentos y lealtades. Luego del primer programa que salió al aire este año -que marcó el regreso del formato luego de casi cinco años de ausencia- Susana le envió un mensaje sumamente generoso: “Me escribió ´somos un dúo imbatible´, es muy atenta, nos respetamos y admiramos; soy muy agradecido de que me haya vuelto a convocar” y agrega: “Cuando le hacen muchos regalos, luego del programa organiza sorteos y rifa algunos de esos obsequios entre todo el equipo, es muy generosa”.
En uno de los impasses en el trabajo con la conductora, el coreógrafo aceptó una propuesta de Alejandro Stoessel, padre de la actriz y cantante Tini, para sumarse como director de La Academia, en la televisión de Paraguay y luego integró el jurado del Bailando... en ese mercado.
Más allá de su trabajo junto a la diva, hace una década que integra la compañía de Bien argentino, con dirección de Ángel Carabajal. Este verano, en Villa Carlos Paz, no solo continuará su trabajo junto al realizador, sino que también hará Un cacho de mi vida, su propio proyecto con tintes biográficos.
El amor
Iripino lleva casi 38 años de pareja con su marido. No hay pócimas misteriosas ni reveladoras más allá de la comprensión y alguna técnica doméstica que le da al matrimonio muy buenos resultados: “Cada cual duerme en su cuarto con baño privado”.
-¿Cómo se sostiene la continuidad de la pareja?
-No hay secretos, es un trabajo de todos los días. Es el respeto y la comunicación. Jamás nos gritamos, ni nos faltamos el respeto, hablamos todo.
El Papa Juan Pablo ll tuvo mucho que ver con el encuentro de la pareja. ¿O fue el destino? “Nos vimos en un boliche, flasheamos, pero no nos hablamos. Esa semana fue tremenda porque no sabía si lo volvería a ver”. Al sábado siguiente, regresó a la disco en donde había visto al chico que le gustaba con la ilusión de reencontrarlo, pero, quien hoy es su marido, tenía otros planes.
-¿Qué tiene que ver el Papa Juan Pablo ll en todo esto?
-Justo coincidió con la llegada del Papa a Buenos Aires, con lo cual, había varias calles cortadas, así que a Marcelo no le quedó otra que volver al boliche donde nos habíamos conocido, ya que podía llegar cómodo hasta ese lugar.
-¿Qué sucedió?
-Nos miramos mucho hasta que él me hace una seña y me dice “basta”.
-¿Basta?
-Sí, era una forma de decir “basta de mirarnos, cortémosla y hablemos”.
Hablaron. Y no se separaron más.
-¿Nunca una ruptura momentánea?
-Sí, tuvimos una separación de quince días, pero, en tantos años, es nada.
-¿Pensaron en ser padres?
-En un momento sí, pero luego entendimos que, por la vida que llevamos, sería cruel adoptar y dejar a un chico con alguien para que lo cuide cada vez que nos vamos de gira.
-La vida te ha dado revancha. En el colegio padeciste bullying, pero el destino te recompensó con pareja, vocación, reconocimiento.
-Mi lema es no jugar con la misma moneda. De hecho, me reencontré con dos excompañeros que me hicieron la vida imposible, eran los que me decían “maricón”, me escupían, me rayaban las zapatillas. No tenía cómo defenderme, me largaba a llorar, pero jamás le pegué nadie. Como viví situaciones subidas de tono en la casa de mis padres, no quise repetir eso. Ver a alguien peleándose me pone muy mal.
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