Se inició como músico y un taller de clown despertó en él su pasión por la actuación; trabajó en la serie El amor después del amor y próximamente se lo verá en la serie Ella, sobre la vida de Cris Miró
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De modos sencillos y un tono amable, el músico y actor Manu Fanego aguarda sentado a una mesa en Cuervo Café, a metros del Galpón de Guevara, en el barrio de Chacarita.
Después de dedicarse a la música, a los 28 años descubrió su pasión por la actuación cuando asistió a un curso de clown de Guillermo Angelelli que le cambió la vida. Tras más de una década de teatro alternativo y funciones a la gorra, en 2023 ganó mayor visibilidad interpretando a Andrés Gallo, el primer manager de Fito Páez en la serie El amor después del amor, que sin dudas marcó un hito en su carrera.
Por lo pronto, por estos días se presenta en Modelo vivo muerto, una comedia de suspenso inspirada en el cine noir que lleva adelante junto su grupo de teatro Bla Bla & Cía, en la sala Caras y Caretas. Pero además, próximamente se lo podrá ver en la serie Ella, de TNT y Flow, basada en la novela Hembra, Cris Miró -Vivir y morir en un país de machos, de Carlos Sanzol, que relata la vida de la primera mujer trans argentina que llegó a ser vedette del teatro Maipo. Allí juega el rol de Guille/Guillermina, un amigo cercano a Cris Miró y su ambiente nocturno.
En sus redes sociales, Manu se presenta como “no binarie”, una “no etiqueta”, comenta, que adoptó hace tres años para definir su identidad de género. Un tema que lo atraviesa tanto en su vida personal como arriba del escenario y que profundiza a lo largo de la entrevista, en la que se expresa en el denominado lenguaje inclusivo.
“Obviamente, yo tengo un proceso personal con mi identidad que vengo trabajando, desarrollando, observando y poniendo en cuestión, que viene desde hace unos años. Este tipo de trabajos me hace reafirmar esa búsqueda, ese camino y esas preguntas”, cuenta.
–¿Cómo es tu personaje en la serie sobre Cris Miró?
–Está inspirado en una amiga muy cercana a Cris, la amiga confidente, la que la aguanta en su casa cuando la echan de su hogar y que vivió su relación con Cris como marica, como hombre, pero no como travesti, y luego del fallecimiento de Cris empieza transicionar. Es un personaje que tiene ese potencial de trancisionar, que está latente y no se termina de decidir, y en parte se anima a hacerlo por Cris. Interpretarlo fue reafirmar algo identitario, pero cuestionarlo también, o ponerlo como un camino en sí para alguien. Eso fue lo que más me atrajo de participar en la serie.
–¿Cuál es el mejor consejo que te haya dado tu padre a la hora de subirte a un escenario?
–Quizás el primero que me dio, cuando tenía 10 años, para un acto de la escuela en el Día de la Bandera. Yo hacía de una especie de amigo de Manuel Belgrano que recibía la carta de su fallecimiento No sé por qué ensayé la escena en mi casa con mi papá, algo que no era común, porque en general eran actos más simples, pero en este tenía una letra que aprenderme y entonces estaba ahí esperando que llegara este mensajero y me diera la carta. Y ensayándolo con mi viejo, cuando él llegaba yo iba y le agarraba la carta. Entonces mi viejo me dijo: ‘esperá, si todavía yo no te di nada’. Eso me quedó tatuado.
–¿Cómo te definirías hoy como actor?
–Uff... siento que con mis últimos trabajos en teatro y en las series empecé a desarrollar otros registros actorales que van más allá de la comicidad que vinimos trabajando con Bla Bla & Cía. Por ahí en otras actuaciones aparece la música, el músico actor, hay algo medio indefinido ahí. Me es muy difícil para mí encasillarme, te habrás dado cuenta. Me gusta mucho la ambigüedad.
–¿Te incomoda dar explicaciones sobre tu identidad?
–Un poco sí, me cansa; a veces me incomoda cuando la pregunta viene más por la atracción del fenómeno. Para mí no es una moda, sino algo que la humanidad lo viene viviendo desde siempre, sólo que vivimos en una sociedad en la cual es muy necesaria una etiqueta binaria, sos hombre o sos mujer, y eso ya te define genéricamente. Ya Simone de Beauvoire decía que “mujer no se nace, sino que se hace”, marcando una diferencia entre lo sexual y lo genérico. Entonces, habiendo esta necesidad de etiquetar a todo el mundo, el “no binarie” es una etiqueta no etiqueta, porque lo que plantea es que no hay tal etiqueta, no hay un varón / mujer, sino que hay un ser, que transita. Hay una transición que, me animo a decir, todos vivimos de alguna u otra manera, en mayor o menor grado, con mayor o menor apertura, y que tiene que ver con lo que culturalmente nos permiten. Porque si nuestra mamá no acepta que nosotros seamos de una forma que nosotros sentimos que somos, quizás nos esforcemos por ser de otra manera, lo ocultemos y lo llevemos a otros lugares. Si tu mamá no te quiere, o si tu mamá no te acepta, debe repercutir de una forma traumática severísima.
–No te percibís mujer ni varón, sino que explorás la fluidez de género. ¿Qué significa?
–Es abrir la puerta a poder ser lo que sientas. La fluidez de género sigue siendo una etiqueta, es un poco sinónimo del no binarismo; sigue siendo una forma de decir: “che loco, no son solamente varones y mujeres, hay varones trans, hay mujeres trans, hay varones cis, hay mujeres cis”, que se identifican totalmente con el género asignado al nacer, seguramente porque fueron educados de esa manera. Hasta no hace mucho tiempo hubo mujeres que murieron sin tener un orgasmo, porque las convencieron de que tenían que someterse a la virilidad y al mandato del hombre de la casa, y nadie lo cuestionó hasta mucho después.
–Frente a esos planteos, ¿cómo encontraste un lugar donde apoyarte?
–Bueno, hay un lugar donde apoyarte, que es en el absurdo que es esta sociedad. Si uno pudiese ver esta sociedad más objetivamente, desde arriba y observar qué intereses hay, qué es lo que mueve esos intereses, todo lo que provocan esos intereses en el arte, en los trabajos, en los modos de trabajo, en la educación; a formarse con un timbre, todos mirando hacia un lado, como operarios de una fábrica, puede ver que detrás de todo eso hay un interés muy concreto y, en cierto punto, muy obvio. Entonces, esas dudas que yo puedo tener, que las tuve y sigo teniendo otras, no me hacen bajar de la lucha por desarmar ese otro absurdo, un absurdo además que le hace mal a muchísima gente.
Hijo del prestigioso actor Daniel Fanego, Manu pasó su primera infancia en el barrio de Villa Martelli, un barrio fabril pegado a la General Paz donde solía treparse a los árboles, jugar a la paleta en la calle, explorar con amigos terrenos baldíos, poner petardos debajo de las piedras o jugar con el agua durante los carnavales.
A los 6 años se inició en la música. Su bisabuela era concertista de piano y, mientras le preparaba un arroz con cebollas o unas hamburguesas caseras, le mostraba discos de The Beatles y le enseñaba a tocar. “Crecí un poco entre eso y una murga a la que nos llevaba mi vieja en San Cristóbal, entre los teatros y los canales de televisión que visitaba de la mano de mi viejo. Esa fue mi primera formación”, recuerda.
Posteriormente, durante diez años fue tecladista de The Keruza, una banda de rock independiente con la que solían tocar en la calle y grabaron dos discos. Así las cosas, a los 28 años tomó su primer curso de actuación, un curso de clown intensivo con Guillermo Angelelli, donde descubrió su vocación por las artes escénicas. “En esas clases me di cuenta de que era actor. Ahí encontré los fundamentos de la actuación”, recuerda los inicios de su carrera, que luego continuó perfeccionando junto a otros maestros como Pompeyo Audivert, Analía Couceyro y Susana Pampín.
–¿De qué forma tu paso por la murga y el teatro te ayudó a indagar sobre tu identidad?
–La murga, el corso, históricamente es un espacio donde la comunidad trans se expresa de una manera socialmente aceptada, donde ellas se exponen de una forma linda y por fuera de lo oscuro donde muchas veces se las quiere instalar. Y cuando iba a la murga me fascinaba ver esos cuerpos llenos de lentejuelas y brillos, con tetas enormes, deformes, tan particulares. Ahí algo me pasaba a mí también, me vestía con ropas que eran de mi mamá. Tiempo después, en Bla Blá & Cía. empecé a transitar muchos personajes de mujeres, porque también soy más linda de mujer que de hombre, hay que decirlo. Pero yo no me lo tomaba de una forma cómica, sino que empecé a sentir que eso me cabía. El teatro me abrió la puerta a experimentar con ese costado de mi identidad, a vestirme de mujer y encarnarla. Por ahí terminábamos de hacer una obra o una varieté y en el post me quedaba pintada de mujer. Podía experimentar cómo era estar montada, charlando o tomando una birra. Así, el teatro y el encuentro con la comunidad trans que se dio a partir de la obra Yo nena, yo Princesa, de mi vínculo con Susy Shock, Gabi Mansilla, Mosquito Sancinetto, todas referentes del mundo travesti que me acercaron a esa comunidad, empecé a sentir: ‘Ah, yo también soy de acá, yo también me siento de acá’. También me encontré con filósofos como Paul Preciado o Marlene Wayar, autora de Travesti, teoría lo suficientemente buena, un libro que súper recomiendo, porque plantea otro punto de vista que no es el que nos tienen acostumbrados aquí. Todo eso fue parte del proceso.
–¿Cómo fue ese proceso que te llevó a definirte no binario?
–Como bien decís fue y es un proceso que no llega a una definición. Insisto con que la etiqueta de “no binarie” es una etiqueta que dice “no me quiero poner una etiqueta”, porque no sabría afirmarme en esa etiqueta más allá de que hoy me siento así y me dan ganas de expresarme de esta manera. Mi expresión de género a veces es masculina, a veces es femenina, a veces es andrógina o ambigua. A veces me gusta salir montada a la calle. Cada vez me voy animando a más. Quizás no lo hago tanto porque tengo cierta incomodidad de la mirada ajena; me siento mal visto y es horrible. Es un proceso que todavía no llegó a otro puerto. En ese proceso fui descubriendo un montón de cosas, algunas muy íntimas que no me da para hablar acá, pero sobre todo la sensación de libertad, de que mi campo identitario es mucho más grande que estar encuadrado en cierta fila.
–Hasta hace poco, el género no binario era mayormente desconocido, existían etiquetas más rígidas, como gay, bisexual o travesti. ¿En qué momento llegás a darte cuenta de que lo tuyo es otra cosa?
–Hace unos tres años. Anteriormente me sentía no binario, pero no me definía de ninguna manera. Para la sociedad era varón y yo no lo cuestionaba mucho. O sea, simplemente transitaba esas situaciones de género más en el teatro o en alguna fiesta o alguna salida. Anteriormente también me definí como bisexual, hasta que me di cuenta de que me gustan las personas, pero me cuesta mucho definirme de alguna manera.
–¿Qué mirada tenés sobre la monogamia?
–Tuve muchos diferentes pensamientos sobre eso. Transité muchas instancias distintas, y creo que aún me quedan muchas por transitar. Es una opinión que se va aggiornando según lo que te va pasando y lo que te vas encontrando. Me he comprometido con una persona y no tuve necesidad de buscar vínculos por otro lado. Me parece que todas las posibilidades son buenas y tiene que ver con el tipo de vínculo que decidas armar con alguien. Me ha pasado salir 8 años con una chica, mudarnos y decir: “vamos a tener hijos”. Después nos separamos y no tuvimos hijos y hoy es mi hermana.
–¿Qué hacés en tu tiempo libre?
Ahora estoy muy adicto al ajedrez online. También me gusta prepararme un desayuno tranquilo, hacerme unas tapiocas, o un pancito casero, mi café o mi mate y estar un tiempo largo en esa.
–¿En qué creés?
–Soy budista, practico Namu Myōhō Renge Kyō, que es el budismo Sōka. Invoco ese mantra que básicamente propugna la potencialidad de Buda que tenemos todos los seres y alienta a que uno pueda concretar sus objetivos, sus deseos para poder trascenderlos y poder ejercitarse en lo que es la vida.
–¿De qué cosas estás seguro?
–De que me voy a morir.
–Una máxima para vivir
–Cada momento es importante.
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