Acaba de lanzar Grito, el álbum donde expresa una diversidad de géneros musicales y, este jueves, debuta con la obra La Malinche en el Teatro Nacional Cervantes
- 16 minutos de lectura'
Atípica vida la de Maia Mónaco. Actriz, cantante disruptiva, transitó su arte con convicción sobre el propio deseo y sus modos del hacer. Pero, además, es la madre de Valentín Oliva, conocido como Wos, el actor y cantante multigénero que es una mega estrella del mundo del freestyle, el rap, el hip hop y la actualmente denominada música urbana. Además, es madre de Manuel, con quien también mantiene una gran relación.
En sus redes sociales, Maia Mónaco se define como “inclasificable” y, a decir verdad, no hay mejor estructura que defina a esta artista que está pronta a debutar en el Teatro Nacional Cervantes formando parte del elenco de la obra La Malinche, de Cristina Escofet, dirigida por Andrés Bazzalo; la pieza versa en torno a esta mujer originaria mexicana implicada en la conquista y tomada por varios conquistadores hasta llegar a Hernán Cortés. “Cuenta toda esa barbarie, denuncia el poder y la masacre”.
La propuesta escénica se suma a las presentaciones de Grito, su último material como música, que vio la luz hace pocas semanas y al que se accede desde las principales plataformas.
“He vivido mucho tiempo tratando de definirme, como si la diversidad fuera algo que jugase en contra. A veces me planteaba ´por qué no seré como el violinista de la orquesta que se levanta y se acuesta siendo eso´”.
-En la pluralidad hay una riqueza invalorable.
-En un momento entendí que estoy habitada por una diversidad que necesita expresarse y que no tengo más que entregarme a eso.
Down-tempo y el trip-hop hasta la música ritual conforman la multiplicidad de lenguajes sonoros de Grito, pero la vida artística de Maia Mónaco comenzó cuando era una niña de tan solo cuatro años y su vocación iniciática manifestada era la danza. “Mi madre me apoyó, haciéndome conocer a la bailarina María Fux en La Plata, la ciudad donde nací, y luego llevándome a las clases de Iris Scaccheri en el Instituto Di Tella, una marca de la expresión. Luego llegó el teatro-danza, el teatro y, más tarde, la voz, que se manifestó primero como una inquietud desde la actriz, pero se me desplegó en un universo que tuve que entender. En la voz encontré una síntesis de todo ese recorrido”.
-Pensando en clasificaciones, la sociedad impone ese “¿qué sos?”.
-Me sucede cuando tengo que completar una ficha en un aeropuerto o me pasaba en el colegio de mis hijos. Nunca supe bien cómo responder a la pregunta “¿a qué te dedicás?”.
-¿Qué respondías?
-“Artista”, entonces me preguntaban si pintaba cuadros. Ahora, cuando digo que hago música, viene el problema al tener que definirme en géneros, algo que no puedo. Vengo de la improvisación, con una materia prima que necesita expresarse y que no sigue ningún patrón. En mi casa se escuchaba jazz, folklore, clásico, cantautores españoles. Tomé algo de eso, pero no hago eso, hay un filtro propio con lo que atravieso todo eso.
Mucho de su contextura como música proviene de algunos ciclos que curaba Claudio Koremblit y donde ejes como el “ruidismo” formaban parte de la propuesta. “El sonido de una maquinaria puede convertirse en música, como si se tratase de una sinfonía”.
Esa paleta de colores tan dinámica y multifacética, que también heredó su hijo Wos, tiene su germen, en gran medida, en la influencia de su padre Antonio Mónaco, un prócer del teatro argentino, quien manejó los destinos del teatro Picadero en aquellos aciagos tiempos en los que sufrió un atentado cuando se aprestaba a ofrecer el ciclo Teatro Abierto en plena dictadura militar y, desde hace cuarenta años, es uno de los grandes referentes de la actividad teatral en Mar del Plata, siendo un formador de varias generaciones.
-La actriz es consecuencia de todo eso.
-Mis padres me criaron en un teatro, los admiraba. Iba a las clases de mi padre y no podía creer lo que veía. A upa de Cecilia Roth, que tomaba clases con mi papá, observaba todo aquello.
Luego llegarían las clases con David Amitín y con Ricardo Bartís, pero los proyectos personales ganaban la partida, “me seducía más que insertarme en una compañía tradicional”. En el Centro Cultural de la Cooperación (CCC) hizo La oscuridad de la razón, de Ricardo Monti, dirigida por Virginia Innocenti, donde oficiaba como música e interpretaba varios personajes en una apuesta nada convencional. También interpretó en el CCC, Mujer foca, su unipersonal dirigido por Ana Yovino, hoy su compañera en la obra La Malinche.
Legado: “El vínculo es hermoso”
“Es una mega estrella”, reconoce Mónaco en relación a su hijo Valentín. Está claro que para ella no es Wos, aunque se enorgullece de ese artista que mueve a millones de fanáticos y que ha logrado llenar dos funciones del mítico estadio Luna Park o recibir una nominación en los Latin Grammy.
Oscuro éxtasis, el segundo álbum de estudio de Wos, contó con colaboraciones de Ricardo Mollo, Nicki Nicole y Ca7riel. Además, con el sencillo “Arrancármelo” le cantó a la Selección Nacional de futbol. Solo algunos hitos de una carrera en vertiginoso ascenso. Gran mérito para el joven nacido en 1998.
“El vínculo es hermoso”, define la madre orgullosa, pero que busca distanciarse del fenómeno de masas que nada tiene que ver con esa relación íntima, profunda. “Todos tuvimos que ir aprendiendo a cómo relacionarnos ante todo lo que le viene sucediendo”.
-¿Nada cambió entre ustedes?
-Sentí como una reafirmación de lo que siempre ha sido la relación de compartir la vida y la música, la palabra y la escucha, de aprender. Y esto es algo que define la relación con mis dos hijos.
A pesar de intentar naturalizar su vínculo y que nada interfiera entre la relación con Valentín, Maia Mónaco entiende que no es lo habitual tener un hijo que llena estadios y que no puede caminar por la calle dado el asedio de los fanáticos: “Desde lo afectivo, tenemos una base muy sólida que nos permite sostener esto que, en un momento, fue un cimbronazo, con una mirada del afuera multiplicadísima que, si no estás con una buena base, te tambalea”.
-Con el crecimiento de Valentín, el camino es de ida y vuelta.
-Aparece la madurez, donde yo también le puedo contar qué me pasa a mí desde lo artístico o emocional y tenerlo a él como referencia o refugio; y de preguntarme cómo se hace para ser contención y llegada para este pibe. Que el sienta que cuenta conmigo es muy gratificante para mí.
-Las relaciones son construcciones.
-Somos seres independientes, pero con un lazo que construimos, soy la madre y, desde las personas que somos, hay un lazo que canaliza el deseo de estar cerca.
-Así como en lo artístico no te ceñís a un modelo preconcebido, entiendo que tampoco eso sucede en la relación con tu hijo.
-No estamos aferrados a un modelo tradicional de familia. Y la transformación no tiene por qué ser pelea o tortura.
Mónaco cuenta que, cuando se separó del padre de sus hijos, fue ella quien decidió irse de la casa familiar. “Entiendo que es lo menos habitual, pero me parecía que, al ser hijos varones, yo había maternado de determinada manera hasta ese momento y que debían continuar junto a su padre cultivando lo masculino; todo eso marca otra manera de relacionarse, ser una familia no tiene que ver con comer ravioles todos los domingos”.
Si a algo no adhiere Maia Mónaco es a un impuesto “debe ser”. “Siempre termino encontrando otras maneras a las preconcebidas. Lo mío no es hacer las cosas de memoria, sino como yo quiero que sean”. Además, se rehúsa a focalizar en tópicos aspiracionales. “Quién dijo que hay que llegar a tal lugar o tener tal cosa”, se interpela, aunque sabiendo cuál es su respuesta y decisión.
Niño con aspiraciones
-¿Cuándo Wos comenzó a manifestar su vocación por la música?
-Desde siempre, siendo chiquito. Primero fue desde la palabra, Valen tenía un año y medio y era una especie de miniatura que hablaba. Había una publicidad que mostraba a un bebé que hablaba perfecto y nosotros nos reíamos porque él era así. Medía cincuenta centímetros y hablaba. La virtud de la libre asociación la tuvo siempre.
Esa condición es esencial a la hora de pensar en las competencias de freestyle, donde se hizo tan famoso. Allí aparece impronta, inteligencia, manejo del lenguaje y una mirada expandida de la vida. “Cuando era chiquito podía pasarse una hora sin parar relatando una historia y, cuando decía dos palabras que nadie entendía, yo pedía que nadie lo corrigiera, que lo dejaran sentir, que no lo adoctrinaran, porque hablaba perfecto y había que permitirle que pudiera decir algo mal”. Ahí estaba el germen. “Tiene un don especial”, dice la madre, sin babero ni obviedades, pero sí con mucha satisfacción.
-Es muy loable el estímulo y no cercenarlo.
-En la escuela, las maestras me decían que hacía percusión en el banco, pero yo no podía hacer nada, no lo iba a reprimir. De esas cosas nos reíamos con Valen, yo le decía “mi amor, hacé lo que puedas”. No lo iba a retar por eso.
-¿Era buen alumno?
-Sí, como siempre tuvo mucha memoria, se ponía a leer la noche anterior a los exámenes y le iba bien.
-¿Qué otra manifestación de vocación fue encendiendo lo que hoy es su exitosa carrera?
-Comenzó “grafiteando” con los amigos del barrio. Cuando le preguntaban qué le decía su madre, él contestaba “mi mamá me acomoda las latitas de aerosol en la mochila”. Siempre me interesó darle herramientas para que pudiera hacer todo y no atarlo al terror maternal de que pudiera pasarle algo y no dejarlo hacer. Lo mismo me sucedió cuando me tocó enseñarle cómo debía manejarse al salir, desde usar preservativos hasta cómo tomar alcohol sin desmayarse. Si alcohol iba a tomar igual, mi rol era explicarle que debía comer antes, cuidarse en ese aspecto. En ese sentido, mis dos hijos siempre sintieron que no tenían nada que ocultarle a sus padres.
-No me respondiste cómo nació en él su vocación artística.
-Un par de amigos fueron presos por pintar en las calles, porque está prohibido, entonces comenzó otra búsqueda que fue la del freestyle y la de la cultura hiphopera.
-Para el espectador neófito se observa como muy compleja la realización del freestyle, requiere de un gran virtuosismo.
-Él comenzó en las plazas y con juntadas en el colegio y en casas. Lo que pegó mucho en ellos fue el encuentro El Quinto Escalón, que eran encuentros que se realizaban en Parque Rivadavia. Allí surgieron muchos exponentes.
-¿Qué sucede cuando vas por la calle con él?
-No podemos ir por la calle, es imposible, lo reconocen enseguida. Hace mucho que Valen no va por la calle. Incluso, cuando voy a sus recitales y los chicos del público me reconocen, me piden sacarse fotos conmigo.
-¿Te divierte eso?
-Sí, porque todo lo que recibo es amor, gratitud, nunca un comentario áspero. Incluso, se acercó a mi arte gente que, de otra forma, no lo hubiera hecho.
-¿Se ven seguido?
-No hay pautas, nos vemos cuando podemos, pero nos hablamos permanentemente, podemos tener charlas telefónicas larguísimas, son como citas.
-¿Te pide consejos artísticos?
-Me comparte mucho material, me pide que escuche qué está haciendo, pero tiene un vuelo y una claridad impresionante.
-¿Vos le mostrás lo que hacés?
-Sí, por supuesto.
Insatisfacción
“Nunca conté lo que me sucedió, pero me parece que está bien hacerlo ahora, ya que vivimos una situación socio económica parecida”. Maia Mónaco mantiene su mismo tono pausado al hablar para referirse a uno de los tramos más duros de su vida.
“En el 2001 y 2002, en pleno desastre económico, entré en una desesperación total, me tocó en un lugar de mucho dolor. Estaba obsesionada con darle de comer a la gente”. Aquel tiempo fue atravesado por ollas populares, asambleas barriales y la naturalización del cartoneo de basura como forma de subsistencia. Fue el tiempo donde el país vio desfilar a cinco presidentes en pocos días y el abismo se había adueñado de la realidad nacional.
“Me fue lacerante ver a la gente revolviendo la basura, me llevó a un lugar de muchísima tristeza y de impotencia, porque, me terminé de dar cuenta que, por más que hiciera algo, no alcanzaba. Estuve en las primeras asambleas barriales, concretamente en la de Juan B. Justo y Corrientes, que quedaba cerca del Barrio Los Andes, donde vivía con el padre de mis hijos y mis hijos”. Maia Mónaco era pareja de Alejandro Oliva, artista fundador del colectivo La Bomba de Tiempo.
“Me iba al Mercado Central a comprar, hacía guisos en la calle, le daba de comer a mucha gente, pero entré en un estado de tristeza desesperante”.
A veces, el cuerpo suele pasar factura de los dolores más profundos. Parece una frase hecha, pero no lo es. La artista puede dar fe de eso. “Me di cuenta que tenía un bultito, fui al médico, me diagnosticaron con cáncer de mama y me terminaron extirpando cuatro tumores”.
-¿Cómo siguió la vida?
-Cuando me enteré casi entro en ataque de pánico, así que apelé a algunas herramientas de respiración y fue como ingresar en otro plano. Empecé a llamar gente que no veía hacía años. “Tengo tal cosa y sentí que debía llamarte”, les decía.
-¿Cómo fue la respuesta?
-Inmediatamente se acercaban, se armó como una cadena. Me recomendaban terapeutas, especialistas, y yo obedecía a todo.
En ese derrotero le hablaron de Ester Bari, una psicóloga transpersonal, quien, además de los médicos, fue una de las responsables de su curación.
-¿Qué te dijo la terapeuta?
-Después de haber hecho durante años psicoanálisis, me dijo “volvé a conectar con tu corazón”. Y me empezó a hablar de Dios. A pesar de mi ateísmo total, de ser una combativa de izquierda, fue la primera vez en mi vida en la que no salí corriendo. Ahí me di cuenta de que había confundido religión con espiritualidad, porque no adscribir a ningún dogma no significa que no se tenga espiritualidad.
Aparecieron los cuencos tibetanos, los de cristal de cuarzo, la influencia planetaria y un universo muy rico para transitar la resiliencia. “Sentí que tuve una conversación cara a cara con la muerte. Le dije ´pará un poco, te propongo hacer un nuevo contrato´”. Se declaró un nuevo sentido para su vida.
Luego de operarse y que a quien era su marido los médicos le dijeran que “está complicadísima”. “El padre de mis hijos me cuidó muchísimo, tengo mucha gratitud hacia él”.
-Entiendo que hubo un renacimiento, casi un ejercicio de la epifanía.
-Recordar la conexión con lo espiritual, que hay algo más allá y entender que todo es para algo, me salvó la vida. Me aparté de la culpa judeo cristiana, de preguntarme “¿por qué?” e ir en busca del “¿para qué?”. La aceptación es muy valiosa. También aprendí a ejercer la humildad, a agachar la cabeza y obedecer a un tratamiento y también a algo superior, sin entender esto como una estructura de poder, que es a lo que siempre me rebelé, ya que tengo algo muy ligado al rechazo a la injusticia.
En ese plan de entender y entenderse, aprendió a discernir. “Entendí que aceptación no es lo mismo que resignación”.
A partir de allí, hizo un espectáculo propio con textos, música y danza dirigido y producido artísticamente por Cristina Banegas y bajo la producción musical de Guillermo Pessoa que en su momento formaba el grupo Pequeño Orquesta Reincidentes. El espectáculo se llamó Un hilo de voz, el cual se convirtió en un espectáculo de culto en Buenos Aires. Luego, llegaron dos giras seguidas por Europa.
Grito sagrado
-Encuentro a Grito como un material de atmósfera y muy conmovedor.
-Es interesante que lo percibas así, porque se gestó durante todo el proceso de partida de mi madre. El año pasado, haciendo gira por la Costa -presentando mis dos discos anteriores- llegó la noticia de la enfermedad grave de mi madre, lo cual me llevó a grabar una nueva música.
El productor musical Grod Morel la acompañó en el nuevo viaje. El material cuenta con las colaboraciones de Lula Bertoldi (en el tema “Quién soy”) y de Julia Ortiz (acompañando en “En qué nos parecemos”). También participan Carolina Chrem (voz), Alejandro Franov (sitar) y Carolina Guerrero (violín). Grito es un álbum editado por el sello independiente 701 Récords. “Llegaba a grabar agotada luego de cuidar a mi madre (Rubí Montserrat), pero ingresaba al estudio y se me abría un universo. Siento que el trabajo tiene la fuerza de la vida y de ese estado en el que estaba”.
-Si bien pensamos en el valor de la diversidad, hay algo conceptual que va hilando el relato musical.
-Sí, me parece que la electrónica puede ser utilizada de las más diversas maneras, me interesa ir a los diversos climas, a la invitación al movimiento, a la danza, que es de donde hago todo y se termina de redondear lo que hago.
En la reciente edición del Festival Isoca claramente se ve cómo el público puede desarrollar una expresión genuina de ritualidad, casi una ceremonia ancestral que es la que emerge de su arte. “Me lo vienen diciendo, incluso desde lo astrológico, como que mi tarea es comunicar una información muy antigua; ahí aparece la relación cielo-tierra, lo cósmico y lo enraizado”.
-¿Qué es “El camino de la voz” donde oficiás de facilitadora?
-Es el espacio donde comparto y transmito a nivel técnico mi recorrido. Hace tiempo me empezaron a pedir clases de canto, algo que no estaba en mis planes, entonces fui desarrollando un sistema que, desde ya, también anclo en el cuerpo, en el movimiento. Allí entra también el concepto de grito, ancestral, anterior al lenguaje. Fui generando un sistema que hoy puedo difundir.
A Maia Mónaco la espera un ensayo teatral. Esa es su vida. Resiliente. Sostenida en el arte. A pura sensibilidad. Y con el plus de haber legado para sus hijos Manuel y Valentín Oliva la ética del propio hacer. Comprometido y digno. Wos de eso, algo también sabe.
Más notas de Todo es historia
- 1
Estaba desilusionada con el país, se fue, y hoy siente orgullo: “Muestro lo maravilloso de Argentina y su gente”
- 2
El brutal dictador que fue fusilado junto a su esposa en Navidad y su muerte fue transmitida “en vivo”
- 3
Cómo evitar que se entumezcan las manos al dormir, según un experto
- 4
¿Cómo duermen los delfines?