Maggie Smith: la gran dama británica de la actuación que supo hacer reír, llorar y poner en su lugar a varias generaciones
Harry Potter y Downton Abbey le dieron una fama que nunca buscó, coronando una carrera de siete décadas que comenzó con Shakespeare junto a Laurence Olivier y siguió con comedias, dramas e innumerables premios, como el Oscar, el Tony y el Emmy
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Fue la inolvidable Violet Crawley, condesa viuda de Grantham, aunque -sin embargo- jamás vio Downton Abbey. También Muriel Donnelly, la anciana que necesitaba cambiar su cadera de manera económica y viajaba a la India hospedándose en El exótico hotel Marigold. Y una larga legión de seguidores también tributarán recuerdo en memoria de Minerva McGonagall, la profesora de Magia y Hechicería del Colegio Hogwarts donde Harry Potter desarrolla su talento. Pero Maggie Smith, que deja a sus espectadores en la soledad del adiós a su larga lista de personajes inolvidables, muerta hoy a los 89 años en Londres, fue mucho más que estos tres personajes que cincelaron una fama mediática imposible de imaginar, y sobre todo de asumir, por esta gran dama de inolvidable perfil victoriano, exquisita flema inglesa y, sobre todo, una de las grandes actrices inglesas de todos los tiempos.
“Nos llena de profunda tristeza anunciar el fallecimiento de la Dama Maggie Smith”, dijeron sus hijos, los también actores Toby Stephens y Chris Larkin. “Como una persona intensamente reservada, estuvo con sus amigos y su familia en el final de sus días. Deja dos hijos y cinco nietos que están destrozados por la pérdida de su extraordinaria madre y abuela”. Dame Maggie murió pacíficamente en el Hospital Chelsea y Westminster, rodeada de familiares y de algunos de sus grandes amigos.
Maggie, cuyo nombre real era Margaret Natalie Smith Cross, había nacido en Ilford, Inglaterra, el 28 de diciembre de 1934 y falleció a escasos meses de que en todo el mundo se celebrara su 90 aniversario. Imposible también resulta resumir su enorme trayectoria de más de siete décadas en cine, teatro y televisión y, sobre todo, su sitial destacado en la cultura británica desde su tímido debut en el Oxford Playhouse School of Theatre, la escena londinense reconocerá inmediatamente su talento y cinco premios Evening Standard serán los primeros reconocimientos a una vida llena de recompensas artísticas.
De Londres a Broadway en 1952, papeles menores y un temprano salto a Hollywood, donde en Siempre estoy sola comparte cartel con Anne Bancroft, Peter Finch y James Mason e inmediatamente en 1965 su recordada Desdémona para el cinematográfico Otelo que Laurence Olivier plasmó en la gran pantalla con dirección de Stuart Burge; fue su primera nominación al Oscar. Shakespeare no era alguien ajeno a su conocimiento: su debut profesional ocurrió en Noche de reyes y ya había delineado a la joven veneciana casada con Otelo en secreto en el Royal National Theatre.
Margaret era hija de una secretaria y de un profesor de la Universidad de Oxford, lugar a donde se mudó cuando tenía cuatro años. Su excelente educación, empero, chocaba con el gran ícono británico que llevó a Shakespeare en la pantalla: en el documental Té con las damas, de Roger Michell, que reunió a Maggie con otras luminarias británicas del stage and screen (Eileen Atkins, Judi Dench y Joan Plowright), Smith rememoraba la “cálida” relación laboral que construyó con Olivier. El actor afirmaba que la pronunciación de la joven Smith no estaba a la altura de Shakespeare; ella le retribuyó el desprecio al encontrarlo con su maquillaje de moro en el camarín, y espetarle un sencillo saludo: “¿Qué tal todo, vaca marrón?”
Con todo, Shakespeare no abandonaría a Maggie Smith ya que entre 1976 y 1980 fue parte del Stratford Shakespeare Festival. A comienzos de esa década, fue convocada además para la puesta de Hedda Gabler del gran Ingmar Bergman. Smith ya dominaba la escena desde su desembarco en Broadway en un temprano 1952 donde dos décadas más tarde obtenía su nominación al Tony por Vidas privadas y más tarde por Noche y día (lo ganaría finalmente en 1990 por Leticia y Amoricia (Lettice and Lovage) de Peter Shaffer.
El cine contribuyó a su fama y también con los premios, por su papel de Bridget Howard en El botín de la muerte se acercó al Bafta y finalmente Maggie Smith alzaba su primer Oscar por La primavera de una solterona (estrenada en la Argentina en el cine Iguazú de la calle Lavalle), donde su composición de la maestra escocesa Jean Brodie en la Edimburgo de los años 30 superaba a Geneviene Bujold, Jane Fonda, Jean Simmons y Liza Minnelli en 1970.
Volvería a ganar un Oscar, como actriz de reparto en 1979, por la alcohólica de California Suite y tendría nominaciones a la estatuilla de la Academia en 1973 (Viajes con mi tía); 1987 (Un amor en Florencia) y 2002 por Gosford Park, crimen de medianoche, de Robert Altman, que la acercó tanto a Julian Fellowes –el gran creador de Downton Abbey y guionista de esta película- como así también al universo de la alta sociedad británica de los años 30 donde personificó a Constance, la condesa de Trentham, que viaja de fin de semana junto a su criada a Gosford Park, espacio donde ocurre un misterioso asesinato.
También puede recordarse su siempre delineado perfil en Hotel Internacional, junto a Elizabeth Taylor y Richard Burton; La máquina de hacer millones con Peter Ustinov y Karl Malden; Muerte en el Nilo, nuevamente con Ustinov y Jane Birkin, Bette Davis y David Niven; Un amor en Florencia, con Helena Bonham-Carter y Denholm Elliot; Ricardo III junto a Ian McKellen y Annette Bening; El club de las divorciadas, con Goldie Hawn, Bette Midler y Diane Keaton y Té con Mussolini, con Cher, Judi Dench y Joan Plowright; todas labores de un cine de calidad que en 1991 con su primer acercamiento al universo fantástico de la mano de Steven Spielberg en Hook comenzará a convertirla en “otra” actriz, cercana a un universo de fantasía pero también a la fama mediática. “Esas películas me hicieron muy famosa, aunque no estoy muy feliz por ello. Constantemente tengo a niños pidiendo que los convierta en gatos”, declaraba Smith al Daily Mail cuando su fama por la saga de Harry Potter ya era un hecho.
En 2001, en paralelo a Gosford Park, se estrenaría la primera entrega de las adaptaciones de Harry Potter y ya nada volvería a ser como antes en su carrera. Fue la misma autora, J. K. Rowling, quien pidió que Maggie Smith estuviera en el reparto incluso mucho antes de que Chris Columbus fuera el director elegido para dar inicio cinematográfico a la saga. Minerva McGonagall así pasó a tener su indeleble rostro dueño de una sonrisa hierática, ojos saltones y un encanto irresistible en la composición de esa subdirectora del colegio y fundamental tanto en el primer vínculo de Harry Potter con sus tíos como en su habilidad de transformarse en gato, una de sus habilidades como profesora de transformaciones de Hogwarts.
Su personaje estará ausente en toda esa década que la franquicia estuvo desarrollándose solo en la primera parte de Harry Potter y las reliquias de la muerte (la saga completa está disponible en Movistar Play y Max). Pero entre tanto Maggie igual siguió filmando y varios de sus grandes trabajos sucederán luego del fenómeno Harry Potter: Rigoletto en apuros, la primera película como director de Dustin Hoffman, basada en la obra teatral de Ronald Hardwood y cuya Casa Beecham inglesa de fantasía emula a la muy real Casa Verdi italiana como refugio para artistas veteranos, pero en esta historia de ficción arriba la gran cantante Jean Horton.
Maggie compone con notable encanto a esa gran diva de antaño que insegura y de mal humor acepta que su destino empobrecido la une a aquellos de quienes se alejó hace décadas. También fue la Muriel Donnelly que necesitaba una cirugía de cadera barata y por eso que viaja a la India, donde no encontrará el hotel confortable que esperaba y mucho menos una sociedad acorde a su disimulado racismo, por lo que espera poder irse de la India cuanto antes en otro éxito como fue El exótico hotel Marigold, cuyo suceso aseguró una secuela de la que también fue parte y frases perfectas para ese árido perfil como: “Si no puedo pronunciarlo no quiero comerlo” (sus dos entregas pueden encontrarse en el catálogo de Disney+).
Luchó contra un cáncer de mama en pleno rodaje de Harry Potter y el misterio del príncipe, pero nunca dejó de asistir al set aunque el tratamiento de quimioterapia la obligara a usar peluca. Se repuso y filmó 20 películas más. A los 88 años revolucionó al mundo de la moda como modelo de Loewe para la campaña primavera-verano de la firma y posando para el fotógrafo alemán Juergen Teller.
Siguió filmando sin pausa, y todavía resta conocer A German Life, que con dirección de Jonathan Kent y guion de Christopher Hampton, será la clausura definitiva de una vida enorme en trayectoria, reconocimientos y talento. Maggie Smith se convirtió en una intérprete imprescindible pese a que su madre decía que nunca llegaría a ser actriz con “una cara como esa”, como rescató su biógrafo Michael Coveney. Sin embargo, fue un rostro que amó el mundo y definió y redefinió a la cultura británica como pocas.
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