Maggie Gyllenhaal y el modo en que componer a una prostituta la llevó a buscar una voz propia dentro de Hollywood
Tras una promisoria carrera delante de cámara, la actriz acaba de estrenar su celebrada opera prima en Netflix, La hija oscura
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En la serie The Deuce (disponible en HBO Max), creada por David Simon y George Pelecanos, Maggie Gyllenhaal interpreta a Candy, una prostituta en la Nueva York de los años 70. La serie retrata la zona del Times Square en ese tiempo en el que convivían la prostitución, los proxenetas, los bares, la música disco, la corrupción policial, el surgimiento de la pornografía, en una escena que en unas décadas se extinguiría. En ese reino de dependencias –las prostitutas de sus fiolos, los dueños de bares de la mafia, los sex shops de la pornografía que venía de los países nórdicos- Candy es el ejemplo de la independencia, una mujer sin dueño que sobrevivió en la calle, que mantiene un hijo a la distancia, que vende su cuerpo pero no su alma, que tiene autoridad y autonomía para elegir aún en esas turbulencias de condicionantes. Lo que también tiene Candy es curiosidad, por ello cuando decide reemplazar a una amiga en una película de esa pornografía todavía clandestina, se interesa por las cámaras y las historias, para adquirir lo que luego la va a definir a lo largo de toda la serie: una mirada propia.
Es interesante como el rol de Candy -cuyo verdadero nombre es Eileen Merrell, identidad que conserva como un retazo de verdad ante tanta impostura- modeló la figura de Gyllenhaal como cineasta. En una entrevista con la cadena pública NPR, la actriz y directora cuenta que lo que la convenció de colocarse tras las cámaras fueron esos largos escritos que siempre apuntaba en su camarín sobre escenas en las que participaba como actriz. Pequeños detalles que se convertían en extensos ensayos sobre cómo concebir una secuencia, “cómo el cortar un orgasmo haría que la escena ya no reflejara una mirada feminista, o cómo ajustar el diálogo podría hacerla un poco más graciosa y no tan agresiva”.
Las indicaciones son tan precisas como las que moldeaban las disputas de Candy con su productor en los tiempos del aprendizaje del oficio de directora en un mercado tan feroz como el de la pornografía. Las demandas de Harry Wassermann (el excelente comediante David Krumholtz) en The Deuce se ceñían a la duración de las escenas de sexo y la cantidad de planos quirúrgicos mientras en su oficina colgaban los posters de las primeras películas de Jean-Luc Godard. Allí Candy defendía con uñas y dientes sus propias historias, el valor de sus decisiones audaces, los rodajes en exteriores sin dinero ni permiso, el riesgo como llave para el verdadero reconocimiento.
Y Maggie Gyllenhaal meditó su pasaje a la dirección a partir de las mismas premisas. Después de interpretar personajes desafiantes como el de la sadomasoquista de La secretaria (disponible en Amazon Prime Video y Movistar Play), o conmovedores como el de la reportera gráfica de Loco corazón (disponible en Star+), dio voz a su mundo interior ahora encarnado por otras mujeres. Y la idea nació del descubrimiento de la literatura de Elena Ferrante, que llegó a sus manos por casualidad en la forma de su trilogía napolitana. “Ella podía ser quien yo necesitara que fuera. Podía ser esa fantasía femenina, esa voz que llega desde el cosmos”, recordaba en una reciente entrevista con The New Yorker a propósito del misterio tras el seudónimo de la escritora italiana. Y la lectura de la novela La hija oscura no solo despertó el interés por ese mundo oculto tras la voz de la narradora sino la certeza de un secreto compartido. “Encontré en el texto el asombro al escuchar esas cosas que no había escuchado a nadie decir en voz alta, sobre la maternidad, sobre el sexo, sobre el deseo, sobre la vida intelectual y artística de las mujeres”.
La hija oscura, ópera prima de Gyllenhaal como directora, cuenta la historia de Leda Caruso (Olivia Colman), una académica y experta en literatura comparada que toma unas vacaciones de verano en una isla griega. Allí pasa sus días de descanso entre libros y breves anotaciones hasta que divisa a una joven madre que comparte la playa con su bulliciosa e invasiva familia. Gyllenhaal instala un aire siniestro a plena luz del día y bajo el sol dorado que tiñe las playas helénicas: la lenta ebullición de los bañistas, el festejo de un cumpleaños, una corriente de incomodidad que invade el plano en el mismo instante en que altera el humor de Leda. Hermana, marido, tías, todos parecen rodear a la joven Nina (Dakota Johnsson) como en un torbellino de ansiedad, mientras ella reparte su atención entre la pequeña Elena y sus juegos, las demandas de atención, los agudos reclamos, y la tenue consciencia de sentirse objeto de observación. “Los hijos son una responsabilidad agobiante”, desliza Leda en uno de los primeros encuentros con Nina, casi como una velada y agónica advertencia de lo que vendrá.
Gyllenhaal, como Leda, es madre de dos hijas fruto de su relación con el actor Peter Sarsgaard, con quien está casada hace más de diez años. Si bien la infiltración autobiográfica estuvo presente desde la lectura del texto de Ferrante, que sirvió de disparador para visitar sus propios fantasmas sobre la maternidad, en el rodaje también estuvo abierta a la experiencia de sus actrices. La demanda de colaboración que alimentó sus deseos de dirigir cuando era actriz la impulsó ahora a abrir su set a “creaciones maravillosas que vinieran de otros lados”. “La canción ‘Peel It Like A Snake’ fue escrita por Jessie [Buckley] –quien interpreta a Leda de joven, cuando cría a sus hijas pequeñas- y las niñas. Es algo que parte del libro, pero también se convierte en una clave de lectura importante para la película. Y hay varias de esas ideas, porque yo creo fervientemente en los actores con ideas”, explica en la entrevista con NPR. De alguna manera, Gyllenhaal explora la construcción de su mirada como cineasta en sintonía con su pasada experiencia como actriz, no solo dentro del set sino a través de la memoria de sus personajes que ahora cobra forma en el cuerpo de otras.
Si Candy fue el mejor modelo para el abordaje de su propio lugar como directora, en un escenario claramente más favorable que el que tuvo que afrontar su personaje en términos de sexismo y oportunidades laborables –la protagonista de The Deuce construye un itinerario con pretensiones artísticas en una industria extremadamente atada al dinero y a los mandatos y deseos de los varones-, quizás su personaje en The Honorable Woman (disponible en HBO Max) sea el complemento perfecto para entender el ejercicio del poder desde la desventaja. La miniserie creada por Hugo Blick y producida por la BBC fue un gran desafío para Gyllenhaal y una de sus grandes interpretaciones consagratorias, que le valió el Globo de Oro como Mejor Actriz. Nessa Stein es testigo junto a su hermano del brutal asesinato de su padre cuando todavía es una niña. De adulta la vemos convertida en la líder de la empresa familiar, que ha reconvertido el negocio armamentístico en desarrollo de telecomunicaciones y filantropía en Oriente Medio. Todo el relato está sostenido sobre los secretos que anidan en el pasado de Nessa, los dilemas de su condición judía y su herencia en ese mundo en conflicto, y la responsabilidad que implica su mirada hacia el futuro.
Al igual que en The Deuce, en The Honorable Woman el presente de su personaje está imbuido de su pasado: en la primera, la memoria se revela como ficción, transformada en el acto de creación cuando Candy dirige a una de sus actrices y desliza la dolorosa experiencia de su maternidad adolescente; en la segunda, el recuerdo se instituye como hueco, un faltante que resulta una prenda de extorsión en el presente cuando el fantasma de la maternidad secreta asoma como pretendido castigo. En esa encrucijada también se delinea la experiencia vital de La hija oscura, película que no solo toma la materia textual de Ferrante sino que absorbe las inquietudes visuales de Gyllenhaal en el uso certero de la cámara para el registro del extrañamiento de su personaje, sea Colman en esa playa oscura en la que se desmorona o Buckley en esa casa invadida por gritos y canciones infantiles. Un mundo construido sobre pequeños detalles, caprichos que develan la ira y la frustración, un entorno que se hace carne y prisión, por más abierto y luminoso que se perciba.
Nacida en Nueva York, hija de dos cineastas, hermana mayor de Jake Gyllenhaal -con quien compartió escena en la célebre Donnie Darko (disponible en Amazon Prime Video Mubi, y Movistar Play)-, graduada en Literatura en la Universidad de Columbia y estudiante de la Real Academia de Artes Escénicas de Londres, su carrera en el cine y la televisión demostró una versatilidad asombrosa, la capacidad de entrar en un registro absurdo como el de su temprana aparición en Cecil B Demente (2000) de John Waters, de dar madurez al personaje que había dejado Katie Holmes en El caballero de la noche (disponible en HBO Max y Movistar Play), y de apropiarse del personaje de The Kindergarten Teacher (disponible en Amazon Prime Video y Movistar Play), la remake de la notable película de Nadav Lapid. “Quiero hablar de lo mal que hacés que se vea esta habitación”, le decía Jeff Bridges en un momento inolvidable de Loco corazón, vestido como el cantante Bad Blake mientras ella lo entrevista, acodada en un sillón de ese motel de mala muerte. Todo palidece para él en su presencia, y con esa nota irónica, que escapa al sentido de la entrevista, nace lo imprevisto ante nuestros ojos.
Maggie Gyllenhaal ha sabido trasladar esa mirada única a su mundo cinematográfico, por ello su debut en la dirección la revela como una de las grandes promesas de los próximos años. Sus criaturas tendrán lo que puede intuirse en su atenta percepción del mundo, aún escondida bajo los personajes más discretos, más tímidos, más reservados. La emergencia de una voz inesperada, la garantía de una consagración merecida.
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