Un solo papel sirvió para que se convirtiera en la actriz mejor paga de su época y para que comprendiera que, si quería abrirse camino en Hollywood, debía hacerse valer
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A la distancia, es difícil creerlo, pero de niña le hacían la vida imposible. En el colegio la llamaban “Olivia”, porque era alta y flaca, como la novia de Popeye. El origen mexicano de su madre también era motivo de burla, al igual que su segundo apellido. Pero a ella no el importaba, porque ya había descubierto que el arte podía ser su refugio.
Lynda Jean Carter Córdova nació en Phoenix, Arizona, 24 de julio de 1951, y a los cinco años ya mostró su incipiente talento para el canto y el baile. “Mis padres me animaron a cantar desde que pronuncié mi primera palabra, y desde entonces he cantado todos los días de mi vida. Crecí en una casa llena de música. Mi madre, Juanita, solía cantarle a mi padre, Colby, de origen inglés-irlandés. Y gracias a ellos conocí una variedad diversa de música”, rememoró la actriz en una entrevista. Todo parecía indicar que su destino la encontraría entre partituras y recitales. Y de algún modo fue así, aunque no todo el mundo lo sabe.
Una reina con aspiraciones
Ella asegura que no puede precisar el momento exacto en el que sus compañeros dejaron de molestarla y comenzaron a mirarla con otros ojos. Lo cierto es que aquella niña que era dejada de lado, de pronto se convirtió en la adolescente más pretendida.
Pero no solo sus compañeros repararon en ella. Sus ojos claros, su sonrisa angelada y su metro ochenta de curvas bien modeladas la convirtieron en Miss Arizona primero y luego en Miss Estados Unidos. Con aquel título viajó a Londres para competir, en 1972, en el concurso de Miss Mundo. No ganó, pero quedó seleccionada entre las finalistas.
Para ella todo aquello era un juego. Un juego que tal vez la ayudaría posicionarse mejor, de cara a cumplir su sueño de convertirse en actriz y cantante. Con esa premisa, se instaló en Nueva York y comenzó a perfeccionarse.
Su plan parecía estar cumpliéndose: al poco tiempo, la convocaron para participar de una de las series del momento, Starsky y Hutch. Luego, surgieron algunas participaciones más en programas de televisión y en películas de clase B. Y de pronto, su teléfono dejó de sonar.
La gran oportunidad
En 1975, Warner y ABC decidieron darle una segunda oportunidad a la heroína más importante de D.C. A pesar de que ya habían emitido años atrás un piloto -protagonizado por la tenista Cathy Lee Crosby- que había pasado inadvertido, estaban convencidos de que la princesa de las amazonas tenía todo el potencial para reinar también en el universo de la televisión.
Esta vez tenían en claro que debían ser fieles a la historia original, que fue creada por William Moulton Marst, en 1941. Pero les faltaba un detalle: definir quién sería la protagonista. Se estima que al casting se presentaron más de dos mil postulantes, entre ellas las que luego se convertirían en Los Ángeles de Charlie originales, Jaclyn Smith, Kate Jackson y Farrah Fawcett.
Lynda también se presentó, pero cuando los días comenzaron a pasar sin que tuviera novedades, pensó que, una vez más, había perdido el papel. “Solo tenía 25 dólares en mi cuenta bancaria cuando recibí la llamada de mi representante confirmándome que había sido elegida para el rol”, contó la actriz varias veces. Su situación económica era tan acuciante que como el pago del alquiler del departamento en el que vivía vencía antes de cobrar su primer sueldo, debió pedir un préstamo para costearlo.
Desde el principio, los responsables del programa le dejaron en claro que había sido elegida por su belleza y no por su talento. A ella no le importó. Nada le importaba menos que resultarle atractiva a los televidentes masculinos, y estaba dispuesta a demostrar que era mucho más que una cara bonita. Años “Les voy a demostrar que están equivocados. Voy a interpretarla de tal manera que todas las mujeres van a querer ser como yo, o por lo menos van a sentir ganas de ser mis mejores amigas”, les respondió.
Un ícono eterno
Y lo consiguió. En noviembre de 1975 se emitió el primer episodio de la serie y el éxito fue inmediato. Esta vez, la historia atrapó a los televidentes, pero sin dudas el gran hallazgo era su carismática protagonista. El programa se emitió hasta 1979 y el furor por el personaje duraría varios años más. Durante todo ese tiempo, niñas de todo el planeta jugaban a ser aquella heroína sabia y poderosa que luchaba contra las injusticias.
Lynda era consciente de que estaba interpretando a la primera superheroína de la historia de la televisión. Y también de que el éxito del programa dependía en gran parte de su compromiso con el proyecto. Por eso, insistió para que tuvieran en cuenta su opinión a la hora de tomar decisiones.
No solo comenzó a protagonizar ella misma las escenas de lucha y de acción, sino que fue la creadora de uno de los momentos más emblemáticos e innovadores del programa. “En las historietas, Diana simplemente se apartaba y volvía a escena ya vestida como la Mujer Maravilla. Pero para la serie, los productores no encontraban la manera de encarar ese cambio. Yo era bailarina, entonces les propuse que podía dar unos giros o hacer algún tipo de pirueta. Luego de eso, solo fue necesario que le agregaran unos efectos de explosiones”, contó.
Amparada en el éxito y el la repercusión que logró, Lynda consiguió el hito de convertirse en la actriz televisiva mejor paga: 1.500 dólares por episodio y un millón de dólares por la segunda temporada.
El mundo de los hombres
Así como Diana Prince descubrió que en “el mundo de los hombres” el trato hacia la mujer era muy distinto que el que se dispensaban en la Isla Paraíso, Carter supo desde el primer momento que, si quería ganarse un lugar en una industria liderada por varones, debía mostrarse fuerte. Y así lo hizo.
“Los productores vivían temerosos de que el programa fuera feminista. ¡Qué idiotez! La protagonista era una mujer independiente, inteligente y empoderada. ¿Cómo iban a lograr que no lo fuera?”, se preguntó la actriz alguna vez. Además de los comentarios misóginos de los responsables del programa, Lynda debió lidiar con los constantes desplantes del coprotagonista de la serie, Lyle Waggoner.
El ego del actor, que ya contaba con cierto nombre en el mundo del espectáculo, estaba herido: no podía comprender que una mujer que hasta hacía poco tiempo era una completa desconocida cobrara más que él. Las crónicas de aquel tiempo cuentan que la química entre ellos desaparecía instantáneamente una vez que las cámaras se apagaban.
En 2018, en pleno furor del movimiento #MeToo, Carter reveló otro episodio que ayudó a vislumbrar cuáles eran las situaciones que atravesaban las actrices en aquel momento. “Un camarógrafo había hecho agujeros en la pared de mi camarín para espiarme mientras me cambiaba. Por suerte lo descubrieron y lo echaron. Sin embargo, el daño ya estaba hecho: por un largo tiempo, me costó mucho relacionarme con los hombres, porque siempre tenía miedo de que intentaran algo más”, contó.
Sin dar precisiones sobre la fecha ni sobre el victimario, la actriz reveló que en un momento de su carrera también fue violada por un poderoso hombre de la industria. “No voy a decir quién fue, pero es una de las personas que fueron llevadas a la Justicia luego de que estalló el movimiento #MeToo. No lo denuncié en su momento porque en aquel tiempo era imposible pensar que la justicia iba a hacer algo. Era un tipo poderoso. Además, todas sabíamos que si denunciábamos nos metían en una lista negra. Te convertías en alguien ‘problemático’, y podías despedirte de tu carrera, porque nadie más te daba trabajo. Por suerte, los tiempos cambiaron y aparecieron otras mujeres valientes que sí lo hicieron”, explicó.
Ninguno de estos altercados hicieron que dejara de sentirse poderosa. “Crecí en la era de las mujeres jóvenes debieron ponerse al frente de sus hogares durante la Segunda Guerra Mundial. Trabajaron duro, y entonces los hombres trataron de poner al genio de nuevo en la botella y no podían. Mi madre decía: ‘Podés hacer cualquier cosa que desees. Las mujeres estábamos allí en las fábricas y hacíamos todos estos trabajos que siempre nos dijeron que no podíamos hacer. Y cuando nos necesitaron, estuvimos allí’”, recordó en una entrevista con Entertainment Weekly.
La música y sus otros amores
La última temporada de La Mujer Maravilla se emitió en 1979 y la nueva década encontró a Lynda en la cúspide de su carrera. Su siguiente paso fue tomado con astucia: aceptó protagonizar, en 1980, la película para televisión The Last Song, en la que pudo demostrarle al público sus dotes como cantante.
El tema principal del film, interpretado por ella, logró alcanzar el top 10 de los charts del Reino Unido. Luego vendrían varias apariciones en ficciones televisivas, pero aquel primer paso había sido el primero de una serie que la llevaron a cumplir su sueño: dedicarse a la música. Grabó el disco Portrait (1978) y, tras un largo impasse, volvió con At Last, en el que interpreta standards de jazz y clásicos del blues. Este segundo álbum logró colocarse en el puesto 6 del Billboard Top Jazz Albums, y finalmente Crazy Little Things (2011).
Además, en 2005 Lynda interpretó el papel de Mama Morton en la puesta de Chicago que se presentó en el West End de Londres, otro rol que suele desvelar a actrices que aman cantar.
Desde los años 80, se presenta en distintos escenarios de los Estados Unidos. Pero si bien en la música encontró rápidamente un lugar en el que refugiarse, encontrar la paz en el amor no le resultó tan sencillo.
Lynda pasó por primera vez por el altar el 28 de mayo de 1977. En aquel momento, el trabajo era lo primero para la actriz y a nadie le sorprendió que el afortunado que había logrado conquistar su corazón fuera nada menos que su manager, Ron Samuels; él era tan importante como ella: también manejaba las carreras de dos jóvenes actrices con destino de estrellas, Lindsay Wagner y Jaclyn Smith.
En poco tiempo, Lynda se dio cuenta que las diferencias de criterio sobre los pasos a seguir luego de La Mujer Maravilla eran solo la máscara de un problema más profundo: él quería manejar su vida y ella no estaba dispuesta a aceptarlo. La actriz pasaba más tiempo fuera de su hogar, presentándose en distintos estados con sus shows musicales, que junto a su marido. Y comenzó a sentir que se sentía mejor cuando estaba lejos. Entonces, la decisión comenzó a tomar cuerpo y en 1982, finalmente, solicitó el divorcio.
La batalla más difícil
La crisis con su primer marido la llevó a aferrarse a su familia de origen y a una de sus mejores amigas, Lindsay Wagner, la actriz que por ese entonces encarnaba a la otra gran heroína de la época, La Mujer Biónica. Si bien la prensa y el público insistían en enfrentarlas, ellas se hicieron inseparables apenas se conocieron y aún hoy siguen siéndolo.
Sin embargo, ninguno de sus seres queridos pudo evitar que se volcara al alcoholismo. “Creo que tomaba alcohol por la infelicidad enorme que sentía al final de mi primer matrimonio. Bebía un trago por la misma razón por la que cualquier persona se tomaría uno. Pero, al pensarlo en retrospectiva, creo que era más ebria que las demás personas. Lo ocultás de todos, pero las personas cercanas se dan cuenta”, le contó hace un tiempo a Oprah Winfrey. Y se sinceró: “El problema del alcoholismo es tan fuerte que te da vergüenza. Cuando tenés problemas personales sos más vulnerable a caer en la adicción. Y en mi caso, resultaba devastador”.
La salida la encontró de la mano de Robert Altman, un poderoso abogado con el que se casó en 1984 y que se convirtió en el padre de sus dos hijos, Jessica y James. Junto a él decidió abandonar Los Ángeles, instalarse en Washington y alejarse de la pantalla para poder enfrentar su problema sin intermitencias. “Pude recuperarme gracias al apoyo de Robert y de los niños, pero fue un proceso duro”, explicó Carter, quien le contó a People hace algunos años que estuvo un tiempo internada en una clínica especializada en adicciones.
En la casona de más de 1600 metros cuadrados que ella y Altman construyeron en Maryland la actriz encontró cobijo. Allí trascurrió la vida familiar, lejos de los flashes y los brillos de Hollywood.
Heroína invitada
A pesar de que siguió participando esporádicamente de proyectos televisivos y cinematográficos, su gran regreso se produjo en la serie basada en otra heroína de DC Comics: Supergirl. Concretamente, Lynda se sumó al elenco encabezado por Melissa Benoist en el tercer episodio de la segunda temprada.
Allí interpretó a Olivia Marsdin, la presidenta de los Estados Unidos. Su personaje, un aliado de los superhéroes, al igual que la Mujer Maravilla luchaba por la equidad y la inclusión, pero más allá de sus buenas intenciones, guardaba un secreto que sorprendería a los fans de la serie.
Cuando se anunció que finalmente la hija de Hippolyta tendría su lugar en la pantalla grande, Carter lo festejó a lo grande. No solo felicitó a la directora del film Patty Jenkins con a la actriz que tomaría la posta: la israelí Gal Gadot, sino que se convirtió en una fuente de consulta del equipo creativo.
Junto con ellas participó de distintos paneles y conferencias, pero el apoyo al reinicio de la historia de Diana Prince se volvió aún más explícito cuando en 2020 apareció en la secuela, Mujer Maravilla: 1984 personificando a Asteria, una de las más importantes guerreras amazonas.
A través de las redes sociales, Carter sigue en contacto con su público. Allí, además de recuerdos y anuncios referidos a su carrera artística, suele compartir reflexiones sobre temas de la realidad. Sus cuentas de X y de Instagram suelen estar llenos de mensajes en los que aboga por los derechos de las personas de color, los inmigrantes, los gays y las personas trans, pero también de críticas contra uno de sus enemigos íntimos: Donald Trump.
Un enemigo íntimo y el golpe más duro
Si bien ella es una demócrata declarada, la mala relación entre ellos comenzó mucho antes de que el empresario decidiera volcarse a la política. Una de las mejores amigas de Lynda es Blaine Trump, quien estuvo casada con el magnate estadounidense desde 1984 hasta 2008. “Yo conozco muy bien a este hombre. Vi lo que es capaz de hacer. Lo vi muy de cerca”, expresó más de una vez.
Por eso, en más de una ocasión aseguró que les cree a todas las mujeres que lo acusaron de acoso y abuso. “Como víctima, no puedo dejar de creerles. ¿Qué ganarían ellas con mentir? Si yo fuera realmente la Mujer Maravilla, usaría el lazo de la verdad con él, para saber realmente qué es lo que piensa y cuáles son las cosas que oculta”, indicó en una entrevista.
En 2021, Lynda sufrió uno de los golpes más duros: su esposo, con el que estuvo casada durante 37 años, murió . “En la próxima etapa de mi vida quiero descubrir quién soy”, aseguró en diálogo con la revista People. “Es totalmente aterrador porque realmente no sé quién soy sin Robert. Nunca en mi vida sentí el amor, el apoyo y la alegría de tener a mi lado un hombre como él. Lo único que quería para mí es que esté sana y feliz”, remarcó.
En su búsqueda por encontrar consuelo, la actriz volvió a su primer amor: la música. Una de sus últimas canciones, “Human and Divine”, está dedicada a Altman.
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