Luis Sandrini: a cuatro décadas del adiós a la primera estrella del cine argentino
¿Quién se acuerda hoy de Luis Sandrini? ¿Alcanza la modesta revisión que hacen los canales de cable que rescatan el viejo cine argentino para reivindicarlo? ¿Saben las nuevas generaciones quién fue? ¿Intuyen su influencia en el estilo de los nuevos capocómicos, únicos herederos de su estirpe? Quien no responda a estas preguntas terminará ignorando a la primera gran estrella del cine argentino (y probablemente de toda América Latina), de cuya muerte se cumplen este domingo 40 años.
Sandrini llegó antes que nadie a ese lugar con el personaje que representaría con diferentes variaciones a lo largo de toda su vida. "Hijo del barrio porteño y del café, ignorante pero ingenioso, bueno y generoso, pobre pero honrado, tartamudo (pero solo porque le cuesta expresarse y se pone nervioso), y que, consciente de su falta de atractivo, debe suplir su aspecto asexuado con toques de gracia y simpatía". Así lo describe María Valdez en Cien años de Cine, enciclopedia temática publicada por LA NACION en los años 90.
Riachuelo, la película que lo convirtió en estrella, apareció en 1934, un año después del estreno de ¡Tango!, inauguración del cine sonoro y también de la posibilidad de una industria cinematográfica en la Argentina. Las dos películas tuvieron un mismo director, Luis Moglia Barth, y en ellas Sandrini comenzó a construir ese prototipo de porteño bonachón, defensor de causas nobles, reivindicado siempre al final de cada historia desde una ingenuidad que lo hacía sufrir al principio. Un personaje creado para hacer reír y hacer llorar.
El público se identificó muy rápido con esa imagen. La hizo suya para siempre como algunas de las frases que Sandrini llevó desde la pantalla al habla popular cotidiana. "Mientras el cuerpo aguante", "Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa", "La vieja ve los colores" y muchos más. El cine fue su plataforma de reconocimiento masivo: hizo 76 películas, una cifra difícilmente igualada. Pero también fue actor, director y empresario teatral. En las más de 500 obras que representó se recorre gran parte de la historia de la dramaturgia argentina clásica. Y en la radio y en la TV también agregó a su destacada trayectoria artística la presencia de uno de los personajes con los que más se identificó: Felipe.
Un personaje sentimental
Todos mis personajes se me parecen porque fui y soy como ellos. Y sobre todo, porque mi público era y es así", reconoció una vez. Esa bondad que expresaba en la pantalla, sazonada con algunos condimentos de picardía que le permitían llevar adelante las mejores causas y dejar en evidencia a quienes trataban de aprovecharse de ellas, alcanzó en las últimas décadas de su carrera una carga de sentimentalismo quizás demasiado excesiva. Sandrini mantuvo intacta su popularidad hasta el final, pero dejando al mismo tiempo la sensación de que el personaje terminó imponiéndose definitivamente al actor.
En sus últimas películas, Sandrini representaba una idea previa y ya conocida que todos querían ver de nuevo: la del hombre bueno que nos hacía reír pero también dejaba sentencias y moralejas como lección para el espectador. Una fórmula sentimental que el tiempo añejó demasiado rápido. Tal vez por esa razón hoy su recuerdo se haya desvanecido un poco. El estilo que lo identificaba no tiene hoy herederos directos, aunque actores de las nuevas generaciones y capocómicos vigentes nunca dejan de mencionarlo y reconocer su obra.
Había nacido en la ciudad bonaerense de San Pedro, el 22 de febrero de 1905. Le tocó trabajar de plomero, carpintero e inspector de ferrocarriles, entre otros oficios, pero terminó abrazando la vocación de su padre, que era actor de teatro. Se formó en las artes circenses y en primeras representaciones gauchescas que iba haciendo por barrios y pueblos cercanos.
Los amores de Sandrini
Su primer hito reconocido fue una participación dentro de la compañía teatral que comandaban Enrique Muiño y Elías Alippi. Allí conoció a su primera esposa, la actriz Chela Cordero. Este romance fue otra de las señales constantes de la vida de Sandrini: sus amores también tuvieron siempre que ver con el único mundo en el que transcurrió su vida, el espectáculo. Tanto que, además de recibir el legado artístico de su padre, trabajó en 13 películas con su hermano Eduardo y su hija Sandra, también actriz, llegó a hacer un documental como tributo a su figura.
Se casó en 1952 con la actriz Malvina Pastorino, a la que conoció cuando ella integraba como figura secundaria el elenco de la obra teatral Cuando los duendes cazan perdices, que más tarde llegaría al cine dirigida y protagonizada por el propio Sandrini. Se dice que la madre del actor iba todos los domingos a ver la obra y le hablaba insistentemente a su hijo de la belleza de su compañera de reparto; esto ocurrió durante los cinco años consecutivos que la obra estuvo en cartel. Ese acercamiento terminó en matrimonio.
Sin embargo, la historia también registra a Tita Merello como el gran amor no correspondido de la vida de Sandrini. Los dos fueron protagonistas de ¡Tango! Y a fines de los años 40 compartieron una larga gira teatral por toda América Latina y por España, además del rodaje de la película Don Juan Tenorio. Pero a partir de allí, lo que parecía una pareja imposible de romper terminó rota, entre la propensión de Tita hacia la soledad y el retraimiento y el carácter mucho más expansivo de Sandrini. En la película Yo soy así… Tita de Buenos Aires (2017), de Teresa Costantini, Sandrini (interpretado por Damián De Santo) es retratado como un mujeriego impenitente. Y allí veíamos como Tita (Mercedes Funes) trataba de sobrellevar con su fortaleza de carácter más de una infidelidad nunca admitida.
Finalmente, la pareja se rompió cuando Tita decidió quedarse en Buenos Aires a la espera del estreno de uno de sus grandes éxitos teatrales, Filomena Marturano, en vez de acompañar a Sandrini que iniciaba una gira por España. "Yo nací para estar casada, porque de muy joven encontré la vida muy de frente. Yo he querido mucho y quiero todavía ese recuerdo. Quiero mi recuerdo. Yo conservo intacto aquel cariño. Pero creo que dura más la amistad de un perro que el amor, a veces", dijo Tita muchos años después, hablando de Sandrini sin nombrarlo.
Su identidad artística
Sandrini llegó a ser muy popular en México y en España, donde filmó películas como El embajador y Olé torero, pero fue ante todo profeta en su tierra gracias sobre todo al éxito de sus películas. Algunos de sus éxitos surgieron de obras teatrales (la citada Cuando los duendes cazan perdices, El diablo andaba en los choclos, La culpa la tuvo el otro), otras se acercaron al grotesco local (Chafalonías) y abundaron entre sus films las comedias lisas y llanas, de Bartolo tenía una flauta a El baño de Afrodita, entre muchas otras.
Una sola vez se convirtió en distribuidor de cine, cuando decidió en 1956 pagar de su bolsillo el costo de traer a la Argentina las copias de Candilejas, uno de los éxitos de Charles Chaplin. Nadie se animaba a pagar la cifra muy alta (que nunca trascendió) reclamada por el propio Chaplin para ceder los derechos de exhibición.
"Yo siempre traté de entender qué había en ese personaje que lo hacía tan popular, porque era un antihéroe que ganaba y a la vez perdía cosas. Es interesante que pegara tan fuerte en la gente, es como que respondía a la necesidad del público de ese momento", confesó Sandra Sandrini mientras preparaba el documental dedicado a la vida y la obra de su padre, en el que trabajó muchos años.
Allí las nuevas generaciones pudieron reconocer o redescubrir otros títulos de la trayectoria de Sandrini como Juan Globo, La casa grande, Fantoche, y otros títulos que inauguraron la última etapa de su carrera como actor de cine. Desde aquel éxito descomunal que fue La cigarra no es un bicho hasta experimentos curiosos como Kuma Ching. Más tarde se convertiría en esa figura casi estereotipada en su clásica imagen de cómico sentimental, representada a través de personajes de sacerdote (Al diablo con este cura), militar (Mi amigo Luis), docente (El profesor hippie y sus dos secuelas) o patriarca familiar. La única excepción a esa larga serie fue La valija (1971), inspirada en la obra teatral de Julio Mauricio, en la que Sandrini y Pastorino interpretan a una pareja cuya relación se va deteriorando por la rutina y el paso del tiempo. La película ganó notoriedad por el doble final exigido por la censura en tiempos de un gobierno militar en la Argentina, que reclamaban de Sandrini un "final feliz" frente al verdadero desenlace del relato, con la pareja rota y separada.
El último tramo de la carrera cinematográfica de Sandrini estuvo marcado por las comedias familiares, amables y con toques sentimentales propios de la identidad artística de una figura que convertía cada aparición casi en un homenaje. Los chicos crecen, Así es la vida, Yo tengo fe, Vivir con alegría y El diablo metió la pata son ejemplos de esa línea final. Había completado en 1980 el rodaje de ¡Qué linda es mi familia!, con Palito Ortega como coprotagonista y director, cuando sufrió en el último día de filmación un ataque cerebral. Once días después de ese episodio, murió el 5 de julio de 1980. Hace exactamente cuatro décadas.
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