Tenía diabetes y, tras algunas complicaciones y cuarenta y cinco días internado, murió el miércoles 11; sus tres ex mujeres –Mora Furtado, Nequi Galotti y Ana Soriano– y sus hijos lo despidieron con una emotiva ceremonia en Jardín de Paz
El miércoles 11, poco antes de la medianoche, murió Luis Rusconi. Padre de cuatro, abuelo de dos, amante de mujeres bellas, culto y “con muy buena conversación”, empresario teatral, bon vivant, uno de los últimos exponentes de esa Buenos Aires extinguida, que sólo se reconocía en sus cuatro puntos cardinales –Mau Mau, La Biela, La Rambla y Rond Point–, había estado internado cuarenta y cinco días en el Sanatorio Mater Dei por una serie de complicaciones derivadas de un pico diabético. Tenía 81 años.
Hijo único de Luis Rusconi y Adela Grosnach, que se dedicaron al campo y al tambo, Luis vivió muchas vidas en una. Estuvo casado con la ex modelo Mora Furtado, con quien tuvo a su primera hija, María; después contrajo matrimonio con otra ex modelo y conductora, Nequi Galotti, de cuya unión nacieron Luis y Miguel, y su última mujer fue Ana Soriano, madre de Juan, su cuarto hijo. Aunque siempre se dedicó a administrar los campos que heredó, su verdadera pasión era la arquitectura, carrera que estudió con su amiga Chunchuna Villafañe, pero que no llegó a terminar. Ingenioso y portador de una curiosidad infinita, nunca se dejó llevar por la opinión de los demás y, libre como era, tomó decisiones hasta último momento. Dio instrucciones precisas para su despedida: no quería velatorio, flores, ni entierro, sólo pidió –como buen agnóstico– que cremaran sus restos.
Amante del arte en todas sus formas, Luis también despuntó el vicio del teatro: asociado con Emilio Alfaro y Rodo Hossni, y con la colaboración de Tita Tamames y Rosita Zemborain, fue propietario del Teatro Odeón entre 1980 y 1986, después de refaccionar y poner en valor esa sala porteña (se reinauguró con el estreno de La señorita de Tacna, de Mario Vargas Llosa). De esos años le quedó uno de los tesoros que más valoraba, su entrañable amistad con Sergio Renán y Susana Rinaldi. Pero Rusconi era, además, un hombre al que le gustaba vivir bien, que sabía saborear cada minuto, y uno de los primeros en instalarse en la Costa Azul –Marbella y Saint-Tropez fueron los dos lugares donde se afincó– cuando era la cita obligada de los royals y el jet set europeo. Allí conoció, por ejemplo, a la princesa Gunilla von Bismarck y a la condesa Marta Marzotto –la abuela de Beatrice Borromeo– y su hija Paula, con quienes mantuvo un vínculo de mutuo afecto que los juntaba también en Punta del Este y en Buenos Aires.
Hacia el final de su vida ya no quería salir tanto –muchos de sus amigos habían muerto, como Javier Goñi, el Gato Dumas, quien bautizó varios platos en su honor y según recordó un memorioso para ¡Hola!, los dos más pedidos de la carta eran “Ancas de Mora” y “Terneras vírgenes de Rusconi”–, más bien disfrutaba de comer con sus hijos o de largas charlas de sobremesa con Ana Soriano, su última mujer. Aunque estaban separados hacía tiempo, vivían en la misma casa (él en un piso, ella en otro), y fue quien lo cuidó las últimas semanas.
El 13, alrededor de cincuenta personas entre familiares y amigos le dieron el último adiós en Jardín de Paz de Pilar. Y allí estuvieron las tres mujeres que lo amaron, Mora, Nequi y Ana, y tres de sus cuatro hijos, María, Miguel y Juan (Luis, que vive en España, llegó a despedirse de su padre unos días antes en el sanatorio). “Si en algo vamos a coincidir todos es en que Luis era un encantador de serpientes: hablaba y fascinaba”, dijo Nequi Galotti en la improvisada ceremonia con la que lo homenajearon. Ana, emocionada, lo recordó así: “Despido a mi compañero de años, que me dio al sol de Juancito. Se fue el último playboy de Buenos Aires”. El último en hablar fue Juan: “Soy quien soy, y tengo los valores que tengo, porque me los transmitió mi papá –contó con la voz quebrada–. Pese a la diferencia de edad, teníamos charlas memorables y éramos grandes amigos”. Seguro que Luis hubiera estado orgulloso de las palabras que le dedicó su hijo menor.
- Texto: Gabriela Grosso
- Fotos: Juan Ignacio Roncoroni y álbum personal Ana Soriano
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