Luis Rubio: su papel más jugado, las escenas con Eleonora Wexler y qué significa para él Eber Ludueña
A sus 58 años, el actor conocido por su labor humorística y su personaje de Eber Ludueña se reinventa de la mano de Alejandro Agresti con Lo que quisimos ser
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Cada semana Luis Rubio se pone los bigotes postizos, la campera deportiva y la peluca rubia para estar en la piel de Eber Ludueña en el programa de streaming La Gambeta. No reniega del personaje, por el contrario, agradece: “Mis hijos estudiaron gracias a él”. Sin embargo, necesita “darle tranquilidad” a su espíritu de actor y reinventarse, por eso se anima al desafío y acepta encarnar a Beto en la película de Alejandro Agresti, Lo que quisimos ser, junto a Eleonora Wexler.
“El antídoto contra el encasillamiento es hacer”, asegura a LA NACIÓN, feliz porque el film que acaba de estrenar recibió el premio a Mejor película internacional en el Festival de Cine de la UBA.
En su familia no había actores aunque destaca la senilidad de su mamá y la labor artística de su papá en la herrería que tenía en su Rosario natal. Es que “de algún lado vienen las cosas”. Sus hijos tampoco siguieron sus pasos, o tal vez no de manera directa: Manuel es ingeniero (Luis había hecho el industrial con la idea de ir por ese camino), María Juliana arquitecta (carrera que él comenzó y dejó antes del año) y Valentina es cantante de jazz (comparten la pasión por los escenarios).
La película es una historia de amor diferente: “Un hombre y una mujer que se encuentran y pactan no contar sus vidas chatas y aburridas sino lo que hubieran querido ser. Estoy feliz porque pude darme este gusto que es actuar y sorprenderme, porque tampoco esperaba poder hacerlo de la manera que lo hice”. Lejos del humor, pero a la vez con algo de comicidad para sobrellevar una historia por momentos muy fuerte, Agresti descubre para el espectador un Rubio completamente diferente al que está acostumbrado. “Me dio miedo, es un registro actoral diferente, pero pedí ayuda”, asegura el actor, que además recordó sus primeros tiempos en Buenos Aires, una ciudad “desconfiada y hostil” y sus primeros “laburos graciosos”.
—¿Qué vamos a encontrar en Lo que quisimos ser?
—Se van a encontrar con un hombre y una mujer que deciden tomar un café en el cine y pactan que en vez de contar sus vidas aburridas van a contar lo que hubieran querido ser. El juego lo propone Irene, el personaje de Eleonora, y yo soy Beto, un librero con una vida chica y austera. Ahí hay un juego todo el tiempo de sorprenderse y surge un vínculo especial entre ellos que es muy original. En la premiere vi la reacción del público y comprobé que la parte de comedia funcionaba.
—¿Y a vos qué te hubiera gustado ser? ¿Soñabas con este presente?
—No, viste que uno tiene etapas. Fui a una escuela técnica industrial, capaz con la idea de inventar algo. La actuación se me vino, y cuando pensaba en ser actor se me venía uno de esos que viven en castillos, como un Marlon Brando, pero mi carrera se volcó el humor y a la calidez durante años y ahora es un volver a la actuación con lo que comencé.
—Claro, este es un papel dramático, ¿cómo lo llevás?
—Estoy feliz porque pude darme este gusto que es actuar y sorprenderme. Le agradezco a Eleonora que me aportó mucho y fue un punto de referencia. La película es intimista y el director sabe cómo poner la cámara para irte llevando. Agresti sabe de oficio y tiene experiencia, detalles que cuando no sabés no los ves. Para filmar, por ejemplo, el equipo de producción estaba en otro lado, al lado del bar (la locación donde transcurrían la mayoría de las escenas) para tener más intimidad porque hay escenas fuertes. Lo que más me entusiasma es que esto es distinto. Hice personajes y roles vinculados a la comida (risas). ¡Qué fallido, ¡a la comedia! -se corrige- y este es otro registro actoral diferente. Siempre me gustó jugar a sorprender. La gente conocía a Eber por Mar de fondo. Cuando hacía El ojo cítrico no me caracterizaba y me divertía con la idea de esperar a que la gente me viera en su casa y dijera: “¿Este es el mismo’”, y jugar a ser policromático.
—¿Fue difícil dejar el humor?
—El mensaje es lo que pasa ahí adentro, Ale (Agresti) me llamó y me contó que veía mis personajes que vivían inventando cosas para subsistir, era el mecanismo que tenía y en esa esencia vio el perfil de este personaje y me convocó. A los cómicos cuando nos sacan de ese lugar respondemos, es más común que un cómico tenga desarrollo en algo dramático que al revés, está demostrado.
—¿Hubo dudas?
—Me dio miedo. No actuar, porque hice películas, pero el registro actoral era más exigente. Pedí ayuda, hablé con gente en la que confío y me dio tips, además del laburo interno y de hablar con Eleonora. Fue un desafío. Es una película muy actoral, muy teatral, muchos primeros planos, pocos personajes, mucho texto y buen guion.
—Y valió la pena, dos días antes de estrenar ya habían ganado un premio como Mejor película en el Festival de Cine de la UBA.
—Estamos contentos, arrancamos arriba y ese mismo día (martes) hicimos la premiere con familia, amigos de Rosario, el equipo técnico, que lo que tiene una filmación es que te hacés re amigo y después no te ves más. Cuando uno hace una peli es como que te fuerza a desarrollar el don de la paciencia, porque grabás y lo ves un año y medio después.
—Dijiste que esto fue volver a lo que hiciste al principio, ¿hubo un Luis actor dramático antes del humorista? ¿Cómo apareció la actuación después de la escuela técnica?
—Fui a un industrial dentro de la Universidad de Ingeniería de Rosario y mis amigos eran más nerds, estudiaron electrónica, construcción, mecánica, pero yo había descubierto el teatro en un taller. Tenía cierta tendencia más artística, así que me pasé primero a Arquitectura. Vine a Buenos Aires y después descubrí el humor como herramienta. Yo allá hacía talleres y Norman Briski dio una masterclass en Rosario y muchos nos entusiasmamos con su estilo y docencia y vinimos acá a tomar sus clases. Me acuerdo que tenía seminarios de interpretación y comicidad. Yo hice interpretación y ni me asomé al otro. Pero un amigo que empezaba a hacer su programa en la tele de Rosario me invitó y ahí descubrí el humor. Era una propuesta joven en los 90. Me di cuenta que podía escribir personajes, improvisar y las satisfacciones me fueron llevando y se fue construyendo todo.
—¿Y una vez que empezaste con el humor fue difícil mostrar que también podías hacer otras cosas?
—Se tiene la necesidad de encasillar y uno lucha contra eso porque es cuestión de probar y que piensen en vos y hay alguien que piensa y ve algo que uno no termina de ver. Hay que subirse. Me dediqué siempre al humor y esto es un lindo paso.
—¿Qué recordás de tus primeros tiempos en Buenos Aires?
—Costó porque de Rosario a Buenos Aires hay diferencias de tamaños, de conductas. Vinimos con amigos y nos conteníamos, porque lo sentíamos como una especie de exilio. Buenos Aires es más hostil y desconfiada. Pero cuando viajo y veo a mis amigos que se reúnen extraño también, uno se siente extranjero en todas partes.
—¿Y en cuanto a trabajo cómo era esa primera época?
—Tuve laburos graciosos, manejé un robot que atendía un bar en Villa Gesell y yo contestaba a los niños que le pedían cosas; fui Rambo en unos juegos de un campo minado, porque en los negocios cuando necesitan algo así por lo general van a las escuelas y talleres de teatro.
—¿Dónde está Eber Ludueña ahora?
—Estamos en La Gambeta (en el canal de streaming DGO con Yayo Guridi) y hago acciones en redes y shows. Viajo con eso, es mi laburo central.
—¿Renegaste alguna vez del personaje?
—Una época me decían Eber y yo pensaba que esa gente no me conocía. Pero no reniego de que se destaque por otras cosas y soy profesional, vivo de esto. Mis hijos han estudiado gracias a este desarrollo y uno corre tras eso, lo busca y cuando funciona tenés que subirte y cosechar lo que generó. Sí me gusta mostrar otra cosa, sorprender y darle cierta tranquilidad a mi espíritu. Por ejemplo me gustó hacer el programa Pares de comedia que era algo más técnico compartiendo con colegas. Por lo general soy más solitario para laburar y esto me cura en el sentido de que sentarme con otro colega a charlar o hacer cine; lo tomo como una gimnasia. Siempre, el antídoto contra ese encasillamiento es hacer otras cosas.
—¿Había artistas en tu familia?
—Mi viejo era herrero y muy histriónico a la hora de contar historias. Se amigaron un poco con mi profesión cuando empecé a hacer teatro. Una vez en una entrevista me preguntaron esto mismo y dije que no. Ahora entiendo que él aplicaba la creatividad en otra cosa, era herrero artístico, pero siempre algo hay. Mi vieja era sensible y más reflexiva, así que hay un mix claramente y he tomado cosas de los dos y de los antepasados. Hay un Alessio que trabajó en el circo criollo.
—¿Y tus hijos siguieron tus pasos?
—Tengo un hijo agrónomo que vive en Francia, Manuel, de 31. María Juliana de 30 es arquitecta y Valentina de 27, cantante de jazz.
—Bueno, la más chica está sobre el escenario como vos, pero los demás estudiaron cosas por las que en algún momento pasaste. Está todo conectado.
—Sí, todos nos divertimos mucho cuando estamos juntos. Hicieron cosas en las que estuve inmerso y la más chica sube al escenario y estamos todos atrás de ella para verla. Me encanta verla y lo hace muy bien, me pone contento más allá de que se emparente con lo mío, de que cada uno se haya tomado el tiempo de pensar si está haciendo lo que le gusta. Nunca les impusimos nada y es una sola vida y es importante descubrir qué es lo que te satisface, estar conectado con eso y disfrutarlo. Yo tuve la suerte de que encontré algo que me gustaba, tenía aptitudes y gustó.
—¿Seguís en pareja con la mamá de tus hijos? Fueron papás muy jóvenes.
—Sí, con Romina. Es divina esposa y divina mamá, es psicóloga. Yo fui padre a los 27 y ella a los 21.
—Trabajás también en streaming, ¿cómo te llevás con ese mundo?
—Con Yayo me río mucho y voy a divertirme, es una burbuja. Es inventar un mundo paralelo y es un aprendizaje, está todo mucho menos guionado para los que venimos de una matriz televisiva. Aunque yo iba a Mar de fondo y me decían cuando estaba en camino: “Hoy viene un tenista” y no había investigación y eso te da cierta libertad de no estar atado. Cuando se va la sensación de control te relajás.
—Muchos chicos hoy conocen a Eber y a lo que hacías con Fantino gracias a las redes, ¿cómo te llevás con las redes?
—Ahora no subo tanto material, genero poco porque me dedico más a curar videos que ya tenía, porque me doy cuenta que hice tantas cosas. Tengo mas pilotos que el sastre de Columbo y siempre con más proyectos, pero ahora soy un león herbívoro y quiero disfrutar de lo que hago. Así que estoy con la peli que augura un lindo recorrido.
—¿Te tomás las cosas de otra manera ahora?
—Sí, trato de no sobrecargarme con los horarios, de estar más suelto y de disfrutar lo que hago.
—¿Cómo sigue tu año?
—Ahora se viene la temporada de shows y sigo con el streaming, que además agradezco que me dan cierta libertad. Por ejemplo, el martes pasado tenía que ir pero lo cambié por otro día para ir a la premiere y a la premiación de la película. Hice castings, pero no puedo decir nada. Así que relajado.
—¿No te molesta ir a un casting?
—No me molestan los castings, es una parte del proceso necesaria. Hice pocos, siempre quedé afuera y cuando eso pasa te enojás, pero cuando empecé a quedar entendí que es parte del proceso, aunque hayan pensado en vos.
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