Luis Puenzo, el primer ganador argentino del Oscar que se ganó la antipatía de la industria del cine local y terminó desplazado del Incaa
Tras una exitosa carrera publicitaria, el cineasta se llevó el premio de la Academia en 1986 con La historia oficial, puntapié de una carrera en Hollywood que incluyó las superproducciones Gringo viejo y La peste y años, más tarde, la presidencia del Instituto de Cine, de la que fue alejado ayer por el ministro Tristán Bauer tras el creciente malestar del sector con su gestión
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Así como sucedió con su salida de la conducción del Incaa, envuelta en un sinfín de reclamos del sector, la trayectoria de Luis Puenzo siempre fue centro de debates. En el plano artístico, los debates seguramente hayan sido amplificados por el hecho de tener al inicio de su carrera su película más premiada y exitosa, aunque La historia oficial no fue la ópera prima de Luis Puenzo, sino Luces de mis zapatos, una película protagonizada por Pipo Pescador y dirigida a un público infantil, un interesante homenaje al cine mucho antes de Cinema Paradiso que no encontró un público a su estreno, en 1973.
A posteriori, Puenzo sólo sumó un corto titulado Cinco años de vida como parte del largometraje colectivo Las sorpresas (cuyos otros dos capítulos fueron dirigidos por Alberto Fischerman y Carlos Galettini), lo que hace que su nombre sea reverencialmente conocido por La historia oficial, éxito que agigantó su fama luego de conseguir el Oscar a la Mejor Película Extranjera en 1986. Los debates en derredor de la calidad de su filmografía, que la crítica discutió con tanto ardor como los sectores del cine polemizaron sobre su gestión pública, dejan entrever una aspiración profesional de un cine de autor de raigambre industrial lo más cercano a las mayorías. Tal como señalaba su inteligente biógrafo, Ricardo García Oliveri, la trayectoria de Luis Adalberto Puenzo, nacido el 19 de febrero de 1946: “es un caso tan atípico cuanto paradigmático”, que se agiganta ahora con su salida del Instituto de Cine, porque siendo el primer ganador de un Oscar local terminó ganándose -como pocos desde la vuelta de la democracia- la antipatía de la industria que lo vio nacer como el director argentino que supo hacer pie en Hollywood.
Un jovencísimo Luis Puenzo consiguió trabajo cono dibujante en la agencia de publicidad Gowland, donde se convirtió después en redactor publicitario, para pasar en poco tiempo a formar parte de la agencia creada por David Ratto. Vecino de esa oficina se encontraba el estudio del cineasta publicitario Alejandro Castro, a quien acercó sus primeros guiones. En poco tiempo fundó su empresa Luis Puenzo Publicidad, convirtiéndose en el número uno del medio. Alberto Kipnis le vendía entradas detrás de la boletería del Lorraine, sala en la que Puenzo conoció el mejor cine del mundo. Ya de esos juveniles años son sus deseos de convertirse en director y su primer proyecto cinematográfico, La mitad, sobre la primera fundación de Buenos Aires, una idea que lo unió por primera vez a la gran guionista Aída Bortnik, aunque no consiguió superar la etapa del guion inicial. Ese y un film con Les Luthiers serán dos proyectos truncos hasta que la dictadura lo obligue a buscar refugio exclusivamente en el cine publicitario. En las postrimerías de la dictadura comenzará a delinear su vuelta al cine: la sumatoria de testimonios, ya en democracia, sobre las crueldades y vejámenes de la dictadura, que incluyó la apropiación ilegal de niños, amplificó el valor simbólico de una película por la que su realizador y equipo fueron amenazados durante el rodaje.
La historia grande de su carrera comenzó a escribirse en aquel lunes de marzo de 1986 cuando Norma Aleandro abrió en Hollywood el sobre que contenía el nombre de su película y exclamó: “God Bless You”. El Oscar de la Academia era para la Argentina, y por primera vez en la historia del premio lo recibía una producción de América Latina. La historia oficial superaba en esa ceremonia a los otros nominados: Emir Kusturica (Papá salió en viaje de negocios), István Szabó (Coronel Redl), Agnieszka Holland (Cosecha amarga) y Coline Serreau (Tres hombre y un biberón). Todas quedaron en la historia del cine, pero fue Puenzo quien conquistó nuestro primer Oscar y consiguió que a película fuera vista por 1.800.000 espectadores en nuestro país, en una marcha ascendente hacia el Oscar con paradas en los festivales de Cannes, Cartagena, Toronto, San Sebastián, Chicago, La Habana y Quito, así como los lauros de varias asociaciones de críticos, peldaños previos al Globo de Oro y al premio máximo del mundo del cine, que incluyó además en esa mágica noche una nominación adicional al Oscar como Mejor Guion Original, compartida por Puenzo y Aída Bortnik.
Antes de ganar el premio, Jane Fonda convocó a Luis Puenzo a una reunión y le preguntó si había leído la novela Gringo viejo, de Carlos Fuentes. Todo se aceleró luego del Oscar: Puenzo entregó una película que fue muy maltratada desde un comienzo tanto por los estudios como por la crítica de entonces pero que merece ser revalorada. Gringo viejo (1989) fue su paso más certero por Hollywood, una superproducción ambientada en la Revolución Mexicana con un elenco encabezado por Gregory Peck, la propia Fonda y Jimmy Smits. A esta película le seguirá la sensible Algunos que vivieron, episodio que es parte de Silencio roto (2002) que, a instancias de Steven Spielberg, dirigieron el ruso Pavel Chujrai, el checo Vojtech Jasný, el polaco Andrzej Wajda y el húngaro Janos Szasz. Puenzo realiza allí el primer documental de su carrera y también el primero de la serie centrado en el Holocausto.
El cineasta había regresado previamente a la Argentina para hacer La peste (1992), otro trabajo de gran despliegue y con un elenco internacional: William Hurt, Sandrine Bonnaire, Robert Duvall y Raul Julia, quienes compartían el set con históricos nombres locales como Duilio Marzio, Jorge Luz y China Zorrilla. En su momento, fue considerada la producción de mayor envergadura rodada en nuestro país, pero tuvo una tibia recepción de crítica y público, y su complejo rodaje y la difícil convivencia del elenco en el país brindó material para varios libros e incontables anécdotas. “La elocuencia de las imágenes y la inteligencia del montaje (…) imponen un respiro entre tanta densidad conceptual”, señalaba el inolvidable Fernando López en estas páginas sobre el resultado final del film.
Diez años después llegaría la, hasta el momento, última película con su firma como director: La puta y la ballena (2004), coproducción con España, protagonizada por Leonardo Sbaraglia, Aitana Sánchez-Gijón y Miguel Ángel Solá. Desde entonces, y hasta ser designado como presidente del Incaa a fines de 2019, estaba concentrado en producir los films de sus exitosos hijos, la escritoria, guionista y directora Lucía Puenzo (Wakolda, XXY, El niño pez) y el director, director de fotografía y guionista Nicolás Puenzo (Cromo, La jauría).
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