Es el protagonista de la obra Infierno blanco; se conocieron en un seminario y la relación de discípulo-alumno se convirtió, poco a poco, en la de padre e hijo
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Hace algunos años que Pepe Cibrián habla maravillas de su hijo del corazón, Luis Machuca, un actor mendocino que conoció hace poco más de tres años, durante un seminario. Enseguida reparó en su chispa y talento, y lo invitó a mudarse a su casa de Pilar y ayudarlo a terminar su formación artística. Hoy Luis es uno de los protagonistas de Infierno blanco el musical, que puede verse los sábados y domingos, a las 20, en el teatro El Cubo, en pleno corazón del Abasto.
Con dirección general de Cibrián, música original de Ariel Dansker y protagonizado además por Lautaro Calzona y Maximiliano Areitio junto a un elenco de 18 artistas, la obra cuenta una historia de amor, la de Patrick y Charly, una pareja de seis años sufre una profunda crisis cuando uno de ellos decide entrevistar a un dealer de la droga y el armamento clandestino. “Cada vez que llega el fin de semana me dan nervios como si fuese el estreno y me pregunto si me voy a acordar la letra. Pero el cuerpo es más inteligente que la cabeza y recuerda todo, y en el escenario, ya con los movimientos, aparece el texto. Es mágico”, resume Machuca con entusiasmo. Hace algunos años, en su Mendoza natal, seguramente no se imaginaba protagonizando un musical de Pepito, a quien admira desde hace muchos años. Se ganaba la vida como actor y tenía muchos proyectos cuando Cibrián lo invitó a vivir a su casa. Sobre cómo sucedieron esos hechos y cuál es la relación Pepe, habla con LA NACION.
–¿Cómo te sumaste a Infierno blanco? ¿Pepito escribió un personaje especialmente para vos?
–No. Cada vez que Pepito hace una obra tengo que pasar por un casting, y por eso no pensó personajes para mí. Siempre me dice que no me asegura que yo vaya a estar en las obras y me deja en claro que tengo que esforzarme para poder hacerlo. Me dice: “si vos no das, lamentablemente no te puedo poner y eso lo tenés que entender”. No solo lo entiendo sino que para mí es mucho mejor aún, porque me da un mérito. Si no tuviera que pasar por una instancia de casting, no sé si me sentiría bien. No me gustaría.
–¿Y qué sentiste cuando te dijo que habías superado el casting y tenías un papel protagónico?
–(Ríe) Si bien ya había trabajado con él en La dama de las rosas, haciendo uno de los transformistas, cuando me lo dijo se me estalló el corazón. No es fácil estar lejos de los seres queridos; me separan 1300 kilómetros de Mendoza, no puedo ver seguido a mi gente y aunque estamos en comunicación casi todos los días, no es lo mismo. Pero sé que todo ese esfuerzo vale la pena. Antes de salir a cada función pienso en el camino realizado, qué hice en Mendoza, cómo llegué acá, dónde estoy y eso me llena de fuerzas.
–¿Cómo conociste a Pepe?
–En un seminario al que no iba a ir porque no tenía la plata. Me estaba dedicando al teatro y ganaba lo justo para poder vivir. Al final pude asistir: un amigo me dio el dinero porque sabe cuánto admiro a Pepe, desde siempre. El primer musical que escuché y con el que decidí que quería hacer esto fue Drácula. Y digo que lo escuché, porque recién lo vi hace cinco años, cuando fueron a Mendoza a festejar los 25 años. Vi otras obras de Pepito y lo admiraba profundamente, con ese talento y es argentino, es nuestro. Esas cosas me parecen mágicas porque si no hubiera ido, nada de esto hubiese sucedido. Esa semana se dio vuelta todo en mi vida. Pepito me dijo que me quería para un posible casting, que era para La jaula de las locas; viajé a San Luis para la segunda instancia y ahí me dijo que le parecía una persona súper talentosa, que tenía garra y ganas y me propuso vivir en Buenos Aires, en su casa, y facilitarme toda una plataforma para estudiar y seguir formándome.
–¿Qué pensaste en aquel momento?
–No me entraba en la cabeza, era todo muy loco. Le dije que me gustaría probar diez días, para ver cómo me sentía. Además tenia muchos proyectos en Mendoza, estaba ensayando varias obras, teníamos un dúo con mi novia que cantábamos en casamientos y cumpleaños. Era una decisión que tenía que pensar, no podía lanzarme así porque sí a la pileta, y perder todo lo que había construido. Me dio dos días para pensarlo, entonces hablé con mis directores de teatro y todos me súper apoyaron, me dijeron que me iban a esperar y que si volvía iba a tener mi personaje. Todos coincidían en que aprovechara esa oportunidad que la vida me había dado y más con Pepe.
–¿Y qué pasó en esos diez días?
–Pepe es una persona maravillosa. Me sentí súper cómodo, más allá de que me encontré con un mundo que no conocía porque llegué para su cumpleaños y no paraba de venir gente. Volví a Mendoza para buscar mi ropa y ya me quedé acá.
–¿Y qué dijeron tu familia y tu novia?
–Mi familia me súper apoyo, tíos, primos, amigos... Mi familia es mi mamá y mis dos hermanos, porque mi papá se fue con otra mujer cuando yo tenía cinco años. Y no tuve mucho contacto hasta mis 19 años, cuando nos vimos y pudimos hablar, me pidió perdón por no haber estado tan presente, pasamos tres días buenísimos y actualmente tenemos un lindo vínculo. Ese apoyo me dio fuerzas. Con mi novia fue un proceso más doloroso, porque si bien se alegró, me dijo que no íbamos a continuar la relación a distancia porque, evidentemente, nuestros caminos se bifurcaban y nuestros sueños eran diferentes.
–¿Cómo creció la relación con Pepe y pasó de ser tu mentor a sentirte como su hijo del corazón? ¿Vos lo sentís como un papá del corazón?
–Sí, yo lo siento como un padre del corazón, totalmente, y también es mi mentor porque la casa de Pepe está llena de libros, de películas y tenemos tantas charlas. De a poco nuestro vínculo se afianzó, me da consejos, empecé a ayudarlo en algunas cosas, aprendí a moverme en la casa y todo se dio solo. No sé cuándo fue que dijo públicamente que era su hijo del corazón, pero ya en casa me decía que eso y me contó la historia de que había querido adoptar y nunca pudo, que siempre se lo negaron. Así se fue dando esta cuestión de hijo y padre del corazón.
–¿Te adoptó con papeles?
–No, no. Es más bien de cariño.
–¿Y tienen peleas como cualquier padre e hijo?
–No, nos llevamos muy bien. Conversamos mucho, me cuenta muchas historias y lo escucho atentamente. Siento que crecí mucho en estos años.
–Durante muchos años no tuviste papá y ahora tenés dos, ¿lo pensaste?
–(Ríe) No lo pensé de esa manera. Mi madre me apuntaló en la vida, me hizo una persona muy fuerte, me dio todo lo que pudo, hizo un esfuerzo extra humano para mandarme a un colegio mejor y me dijo que podía ser lo que quisiera en esta vida. Más allá de la ausencia de mi viejo, mi vieja no lo hizo notar nunca. Cuando me reencontré con mi viejo y tuve la posibilidad de escucharlo cantar, me di cuenta de dónde viene mi vocación. Lo que yo hacía, ahora tenía una lógica. Él no es profesional pero de joven tuvo sus bandas, y el talento de los Machuca es innato. Mi abuelo le enseñó a mi papá a tocar la guitarra, la armónica, hacer segundas voces; todo folklore y por ahí viene mi historia.
–¿Te adaptase a la vida en Buenos Aires o seguís anhelando tu Mendoza natal?
–Trato de pensar en el día a día, pero por ahora me quiero quedar porque siento que tengo más camino para recorrer aquí. Pero extraño, tengo una parte de mi corazón allá y a veces pienso cómo sería ese volver.
Para agendar
Infierno blanco
De Pepe Cibrián, con música de Ariel Dansker.
Sábados y domingos, a las 20, en el teatro El Cubo, Pasaje Zelaya 3053.
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