El actor, que protagoniza el thriller Un crimen argentino, mantuvo una extensa charla con LA NACION en torno al arte y su propio lugar en la industria, su relación con Silvia Kutika y su manera de entender la vida y la muerte después del Covid
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“Para que sea verdad, tengo que encontrar la contradicción del personaje”, sostiene Luis Luque, en el coqueto café de un hotel boutique de la calle Honduras en el barrio de Palermo, algo distante a los bodegones exquisitos de ese barrio donde suele disfrutar de largas cenas. El actor llega dispuesto a pensar en voz alta su rol en Un crimen argentino, el film que protagoniza y se estrena este jueves, pero también a reflexionar sobre su propia vida, esa que sin ficción está atravesada por la ausencia de mandatos, haciendo honor a un libre albedrío casi bíblico.
“Al personaje tengo que quererlo, porque lo que te pega es tuyo”, dice en el inicio de la extensa charla con LA NACION en la que no ahorró mencionar reiteradamente a Silvia Kutika, esa espléndida actriz con la que comparte la vida y conforma una pareja atravesada por las artes plásticas, pasión que desarrollan con el mismo énfasis con el que mantienen el estricto bajo perfil. “Tenés que amar lo que hacés, de lo contrario, no tiene sentido la vida”, define a poco de arrancar. Frases como esa se sucederán en la conversación, desnudando su empeñoso trabajo por entender la existencia propia y al mundo que lo rodea.
Cívico militar
Un crimen argentino, film dirigido por Lucas Combina, es un thriller político basado en un hecho criminal real acontecido en la ciudad de Rosario en 1980. La desaparición de un empresario pone en marcha una investigación de la Justicia que desnuda los vínculos de la policía, que entorpece el avance de la causa, con el poder militar represor de ese tiempo.
El caso, muy recordado por los vecinos de Rosario pero poco difundido a nivel nacional, fue rescatado por el periodista Reynaldo Sietecase, quien escribió la novela homónima en la que se basa el film. El elenco se completa con las actuaciones de Nicolás Francella, Matías Mayer, Malena Sánchez, Alberto Ajaka, Rita Cortese, César Bordón y Darío Grandinetti. Luego del estreno en salas, el material podrá verse por la plataforma de HBO Max. “Los tres ´pendejorros´ del elenco me cuidaron muchísimo y son un ejemplo de actores”, dice Luque sobre Francella, Mayer y Sánchez.
“Antes las películas eran testimoniales, pero lo genial que tiene Un crimen argentino es que es un thriller. No está subrayada la época, sucede en ese tiempo y por algo será”, dice el actor que personifica a un juez acorralado por el contexto político del país.
-No es maniqueo, pero muestra el horror.
-Eso me parece que es importante para el público de hoy. Para construir una memoria interesante es importante hacerlo desde un género como el de la película.
-¿Habías leído la novela de Reynaldo Sietecase?
-No, pero creo que debe haber habido cientos de estos casos chiquitos desperdigados por la sociedad. Era un tiempo donde te distraían con otras cosas.
Luque piensa su arte en contexto con su época y buceando en las formas del hacer potenciadas o maniatadas según los tiempos: “Mi generación no era la del Di Tella ni la del Parakultural, somos una generación intermedia que tiene aún las esquirlas del miedo grabadas. Fuimos criados en el fascismo, participé en lo que tenía que participar, pero siento que esas esquirlas nunca me las voy a sacar. Una de las peores cosas que conocí... Perdón, pero soy un desastre, me emociono”.
Los ojos del actor se humedecen recordando ese tiempo de la Argentina donde la libertad era un bien cancelado. “Yo conocí la violencia, la gente no sabe qué es eso. Hasta te diría que la violencia es una de las cosas más atractivas para el hombre”.
-¿Una especie de seducción perversa?
-Conocí la violencia y es algo muy heavy, muy difícil sacárselo de encima.
Métodos
“Los guiones los leo como director, no puedo hacerlo como actor. Entonces, Silvia y un amigo me ayudan para ver si me puede interesar o no”, explica.
-¿Por qué te sucede eso?
-Porque no leo lo que está escrito, sino lo que sucede en ese mundo que voy a crear para contener lo que está escrito.
-Cuando un personaje está apartado de tus valores y de tu ética, ¿cómo te disponés a ese abordaje?
-Creo que está en la búsqueda de la contradicción y el sueño, que es lo que sostiene el estar vivo, de lo contrario, estaría muerto.
En ese camino, a veces árido, el actor también despliega su pasión por la música. Su banda La Dama es un escape en el que se permite decir desde su propio lugar, sin la máscara del personaje: “Hago música y no sé música, es como una memoria antigua que aparece. No sé qué soy, por eso me da mucha vergüenza cuando me dicen algunas cosas”.
-Podríamos decir que sos un artista que se expresa en una multiplicidad de lenguajes.
-Las cosas me vibran y no sé de dónde me vienen. Eso sí, soy una máquina de laburar. Hago y hago, porque siempre se llega a buen puerto.
Luis Luque es un tipo especial. Vibra distinto, sale de la norma. Tres días antes de iniciar un rodaje, se hospeda en un hotel para transitar una soledad necesaria. Cuando le toca hacer teatro, sus rituales también buscan desarrollar una concentración profunda: “Llego tres horas antes y, luego de hacer los ejercicios necesarios, armo algo para hacer”.
-Un ritual.
-Por supuesto, por eso pido siempre mi camarín con baño, mi cama, es mi casa, así, si quiero, puedo llegar al teatro a la dos de la tarde. Es un poco complicado para Silvia...
-Una modalidad muy similar a la concentración de un deportista, no está mal.
-No sé, tengo que aprender, porque, a veces, uno, con esa intensidad, deja gajos.
-Dijiste que luego de algunos ejercicios, te armabas algo para hacer.
-Sí, por ejemplo, en la última obra que hice, que era de Woody Allen, me iba a la calle a dar dos vueltas a la manzana y volvía con cosas de metal que me servían para hacer mis obras.
“Pipo”, como lo llaman todos, muestra las fotos de esos objetos creados que van más allá de una artesanía para expresar al artista con otros lenguajes igual de sensibles al de la actuación o la música. “No puedo parar de hacerlo, qué lástima que no nos juntamos en casa, así te podía mostrar todo lo que hago”, se lamenta.
La charla va y viene, muta en diversos temas, pero no es dificultoso seguirle el tempo de su partitura desaforada. Así como las estrategias de la expectación implican una entrega, la conversación con el actor requiere de una disposición a ingresar en un ecosistema que genera mucho atractivo. No hay discursos preconcebidos, Luque es un outsider del star system del arte y de la industria del entretenimiento: “¿Un outsider es algo que te sucede o se elige? Si sucede, soy outsider, que ni sé lo que quiere decir”.
Sin medias tintas. Así se expresa el actor de voz carrasposa que mostró su arte en series como Un gallo para esculapio, El marginal y El puntero, y fue uno de los destacados intérpretes del film El robo del siglo. Su máscara infrecuente y personal le permite transitar los medios audiovisuales al servicio de personajes bien disímiles.
Confinamientos
“Durante la pandemia estaban todos preocupados para que no saliera de casa”, dice con tono de resignación. “La pasé feo, me convertí en un hombre de riesgo, pero me hice todos los chequeos y estoy bien”.
-Te contagiaste Covid.
-Dos veces y estuve muy mal. Todavía hay algunas consecuencias dando vueltas.
-¿Llegaste a estar internado?
-No me acuerdo, no... Creo que no, pero dormí dieciséis días. Me van contando de a poco, pero todavía no me contaron todo lo que me pasó. Después llegó el miedo, me caía, de todo me pasó… En el rodaje de Un crimen argentino me ayudaron mucho, porque no tenía memoria, pero, como soy un gran zapador, iba para adelante.
-Colaboraste con el autor, como se dice en la jerga.
-Soy muy colaborador, profundizo.
-A veces, eso es muy bueno.
-Sí, ni hablar…
Luque se ríe, recordando, seguramente, más de un libreto al que le terminó de dar forma. Un paréntesis en el relato de las secuelas que le dejo el contagio de Covid: “Siempre tuve memoria, pero me costó mucho decir unos textos larguísimos que tenía mi personaje en la película”.
-La incertidumbre habrá sido grande.
-En la filmación me caí dos veces. Estaba tan pendiente de todo lo que me pasaba, que perdí disfrute.
Sin mostrar algo que no es, hasta se atreve a confesar que sentía miedo a entregarse a esta entrevista y que aquellas secuelas del Covid le jugaran una mala pasada. Desde ya, eso no sucedió y Luque se mostró inteligente, lúcido y con una gran profundidad de ideas. “Acaso la memoria sea entender que nada se pierde y todo se transforma”, reflexiona.
-Transitar traumáticamente el Covid, ¿te generó una mayor conciencia sobre la finitud humana?
-Siempre fui muy amigo de la muerte, me pasaron cosas muy locas…
-¿En torno a la muerte?
-Sí, era como un fantasma que podía tocar.
-La pandemia colocó en blanco y negro a la muerte.
-Porque era algo cotidiano, simple, inmediato. Hace poco escribí que era una manera cobarde de convertir mi vida en una cucaracha vacía, pero, por lo menos, transitaba el cuerpo de la cucaracha y eso me hacía olvidar que después no había nada. La soledad fue lo peor que le pasó a mucha gente con el Covid, por suerte conmigo estaba Silvia.
Nuevamente el nombre de su mujer a la que define una y otra vez y que el ojo ajeno puede percibirla como la voz terrenal que lo llama una y otra vez al sentido común y la vida cotidiana. “No creo en el abismo, porque siempre hay alguien que está peor. Además, si cambio de lugar la cámara, ya no es el abismo, sino el cielo, solo son distintos puntos de vista, como la física cuántica. El cielo también puede ser un abismo”. Luque deja al pasar frases profundas, que bien podrían encuadrarse en un taller de filosofía. Emergen de él, brotan naturalmente, dejando en claro que el trabajo introspectivo es acaso su mayor ocupación diaria.
-Te llevo a un plano más terrenal. ¿Cómo te manejás con el dinero?
-Sé lo que quiero ganar y se lo hago saber a mi representante, que es el que hace la transa. Silvia está muy atenta a esa transa, entiende, así que yo no veo nunca la plata. Tengo tarjeta y puedo sacar plata, pero prefiero pedírsela a ella. Es más, después del Coronavirus, pasé a depender, cambió el rol. Aunque, hablando con el analista, nada cambió.
-¿Silvia te pone límites?
-Si yo quiero invertir siete mil dólares en mi banda, no hay problema. Nunca nos decimos que no, pero lo conversamos. Me puedo cruzar con una moza que no tiene dinero para sacarse los pasajes para ver a su familia en Navidad y yo, tranquilamente, puedo comprarle los boletos.
-¿Qué te dice Silvia?
-Nada, porque no se lo oculto, voy y se lo cuento, pero, sí es cierto que, a veces, Silvia me quiere matar porque me suelen engañar.
-Desde ya, no te percibo consumista.
-Ni Silvia ni yo somos de gastar. Tomo whisky, es mi gusto. Pero, sobre todo, invierto en micrófonos, en cosas para la banda. A veces discutimos con Silvia por eso, y también cuando no hay plata porque yo dejo de actuar y ella se dedica a pintar.
-¿Ajustan los gastos en esos tiempos?
-Hacemos economía de guerra. Lo que pasa es que nos interesa hacer los proyectos que nos gustan y no cualquier cosa.
-Y no se protesta por la falta de dinero.
-Para nada. Y si necesito guita llamo a alguien que me dé laburo como actor o me voy al Mercado Central a vender tomates. No hay lamento si no hay plata y cuando tenemos ingresos los administra Silvia, porque yo soy un desastre.
Toma un café en pocillo minúsculo, pero recargado. Se ríe ante el lente del fotógrafo y, como un niño, juega a las mil facetas, mientras se empeña en no caerse en una bella piscina que potencia el frio de la tarde de invierno.
“Me dañé mucho en mi vida, pero disfruté y aprendí mucho”, dice al pasar, como restándole importancia a cuestiones tan profundas que lo atravesaron. Naturaliza el escollo. “Trato que lo que no me suma, dejarlo pasar. Los seres humanos se van a salvar cuando entiendan que son únicos y que el gran enemigo es el ego y la lucha de poder”.
En uno de esos juegos frente al lente de la cámara de LA NACION reconocerá que como le “aburre bastante la vida en la tierra”, siempre está imaginando cosas. “Soy la película Big fish”, asume.
-Percibo que hay mucho de niño en vos, aunque eso no quiere decir inmadurez...
-Utopías, romanticismo, todo lo que implica soñar vale la pena. Siempre sostengo que la vida es justa, pero en terapia mi analista me hizo ver que es lo contrario. La vida es un equilibrio natural y va a tomar de lo que necesite para sostener ese equilibrio. Hay cosas que no deberían suceder, como la pandemia, pero sería muy aburrido. Lo sufro, me pone triste.
-También percibo a un ser en carne viva.
-Soy muy sensible, pero desterré decirme y decir de los demás que están locos. Laburo con mi banda y no paro de crear, mi música es mi respiración y ahí va mi sensibilidad. No podría detenerse porque se tocaría fondo.
-Sos actor, artista plástico, músico. Vivís en función del arte.
-Es una realidad inevitable. Antes, yo era imposible, iba por la calle, veía algo, y lloraba. Ahora, me acepto. ¿Por qué no voy a ser así? ¿Quién me va a juzgar? Soy único, que el otro se estudie a sí mismo y se deje de masturbar.
Ser único
-No estás de acuerdo con las biografías fílmicas de personajes reales, como sucedió con la serie sobre Diego Armando Maradona, por citar un ejemplo. ¿Por qué?
-Yo participé de algo que se hizo sobre Luca Prodan [se refiere a un episodio del ciclo de unitarios Sin condena], pero era un homenaje que nunca se entendió. Mejor dicho, lo entendió la popular y no los caretas que dijeron que lo conocían y tenían cuatro años en esa época.
-Para mentir hay que saber hacer cuentas.
-Que buena frase… Mirá, si alguien quiere hacer un ejercicio de imaginación sobre la vida de alguien que no me sume a mí, que no sea irrespetuoso. Hacen la vida de esta chica que mataron en el country…
-María Marta García Belsunce.
-Exacto o ves cómo las actrices se pelean por ver si se parecen o no a Susana (Giménez) en otra serie. Hay una necesidad de romper la trascendencia mágica y única que crearon esos seres, sean Diego o María Marta. Es preferible hacer un policial como Un crimen argentino, porque de otra forma, me tengo que disfrazar. Por qué seguir alimentándole el morbo a la gente, algo que no es otra cosa que seguir alimentando la ignorancia.
Amores sin ficción
“La gente no conoce a Silvia. Es una pintora extraordinaria, una mujer increíble, hace treinta años que estamos juntos, aunque somos muy distintos. Yo soy un histrión contrafóbico, ya que soy muy tímido y esa contrafobia me hace parecer más loco de lo que estoy. En cambio, ella es más tímida y franca con la realidad”, define con precisión propia.
-¿Cómo se sostiene una relación en un tiempo de tanta falta de certezas e inestabilidades?
-Ya estamos más grandes, las cosas cambian, la pasión se transforma en otro lenguaje, todo eso lo trabajamos en la pandemia. Somos gitanos que sabemos estar juntos.
-¿Cómo es el juego de roles en la pareja?
-No la subestimen a Silvia, porque yo tengo muy mal carácter y una relación de tantos años con alguien así, no se construye con una geisha.
Luque y Kutika se quieren comprar una casa rodante para desafiar los caminos y seguir alimentando la convivencia de tres décadas en el plano personal, que no se traduce en proyectos laborales compartidos: “Al poco tiempo de estar juntos charlamos el tema y nos pareció mejor no trabajar juntos, aunque hubiese sido un negocio mayor, pero eso, a veces, solo te sirve para pagar médicos. En lo laboral, cada uno tiene su territorio”.
Kutika es la protagonista de El cuarto de Verónica, un éxito que lleva más de un año en cartel. “Cuando vi un ensayo de esa obra, me paré llorando y le dije que estaba agradecido que me haya elegido”, asegura.
-¿Se separaron muchas veces?
-Ambos hemos girado mucho por nuestro trabajo, pero separados por combate, también alguna vez pasó. Hace poco tuvimos un combate interesante.
Le resta importancia al desentendimiento y prefiere pararse en la llegada de Faustino, su primer nieto: “Lo vi dos veces, no sé cómo explicarte. Lo fui a ver y me pareció bellísimo, porque los nenes cuando nacen son como morcillitas desarmadas. Pero, todavía no me babeo, porque no lo conozco, soy medio incorrecto con lo que digo, pero ya nos haremos amigos”.
-¿Cómo tomás el paso del tiempo? ¿Es algo traumático?
-Me divierto y me siento más atractivo ahora que antes, estoy hablando desde la persona.
-¿Te llevás bien con la mirada ajena?
-Lo que ataque tu sueño, dejalo de lado porque es tóxico. Soy un tipo común, mendigo amor, como todos los vivos. Pero, ante una crítica injusta, me sale un carácter medio raro.
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