De una trayectoria impecable, descubrió su vocación a los 25 años, la abrazó y no la soltó; decía que era especialista en personajes autoritarios y en la vida real se interesaba en ayudar al prójimo
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De chiquita soñaba con ser bailarina, pero un encuentro casual en el comercio de sus padres torció su destino y fue una de las actrices más exquisitas de las últimas décadas. Lucrecia Capello nació el 2 de diciembre de 1938 en Buenos Aires y falleció hace siete años, el 22 de septiembre de 2016. Se llamaba María Lucrecia Capello pero cuando empezó a trabajar decidió que tener dos nombres no valía la pena, era muy largo y nadie iba a recordarlo. En la intimidad, se definía como una “tana calentona”, aunque sus compañeros aseguran que era cálida y amorosa, además de una actriz talentosa.
Creció en Valentín Alsina y a medida que pasaron los años el sueño de ser bailarina se diluyó, pero no fue ocupado por ningún otro más que el de enamorarse y formar una familia. Tenía 25 años cuando, en la despensa de sus padres, un proveedor que además era actor de Nuevo teatro, le sugirió que fuera a ver a Alejandra Boero y Pedro Asquini, fundadores del grupo. Un día le hizo caso y se sintió tan cómoda y en su lugar, que siguió yendo. “Fue tan fuerte lo que sentí, que nunca más me fui. Descubrí que en mí había mucho de ese espíritu social combinado con lo artístico que tenía ese lugar. Había temporadas en las que teníamos seis obras en cartel. Fue un gran aprendizaje porque trabajar con Boero era hacer un curso intensivo”, contó en un entrevista de radio.
Debutó con un personaje en Sempronio y siguió con Cuarta era, Sopa de pollo y Raíces. Después de Nuevo teatro integró el grupo Once al Sur, que dirigía Rubens Correa, con quien se casó y luego de unos años, se separó. En teatro, participó en obras como La Casa de Bernarda Alba, El burgués gentilhombre, Agosto, Condado Osange, Cremona, María Estuardo, A propósito de la Duda, El mercader de Venecia, Nadie recuerda a Frederic Chopin, Esperando la carroza, Otros paraísos, Cristales rotos, El destete, La valija, Equus, entre otros títulos. Además durante muchos años integró el elenco estable del Teatro San Martín. También ejerció la docencia en Guatemala, El Salvador, los Estados Unidos y, por supuesto, en nuestro país.
Jorge Suárez fue uno de sus compañeros en el elenco estable del San Martín y le confió a LA NACION: “Decir Lucrecia Capello es decir teatro y también televisión. Es una gran profesional con la que compartí muchos pasillos a lo largo de diez años en el Teatro San Martín. Era una persona entrañable, querible, con un gran sentido del humor, una voz única, estruendosa, extraordinaria. Es de esos seres que uno nunca olvida, que siempre van a estar con nosotros y que se agradece haberlos visto actuar. Sinceramente era una gran, gran actriz. Aprendí mucho de ella éticamente y de la profesión. Era una mujer entera por donde la mires. Otra cosa que recuerdo y que siempre hablábamos, era que tenía unas piernas hermosas. A veces, los actores hablamos en camarines y decimos cosas un poco irreverentes y una de ellas era que la Capello tenía unas piernas increíbles siendo ya una mujer más grande. Unas gambas impresionantes. Un recuerdo machista, perdón”, dice entre risas.
Su debut en cine fue en 1977 con Saverio, el cruel. Filmó más de veinte películas, entre ellas El Desquite, El juguete rabioso, Flop, La sonámbula y Géminis, Espérame mucho, Cuerpos perdidos, Chiquilines, Apariencias, Vidas privadas, La suerte está echada, El cine de Maite y Las chicas del 3°.
Su primer trabajo en televisión fue con David Stievel en Los gringos. Y siguió con Chantecler, El proceso, Socorro 5° año, Rose, Grande Pa, Chiquititas, La banda del Golden Rocket, Poliladron, Señores y señores, Hombre de mar, Milady, Gasoleros, Tiempo final, Los buscas, Culpable de este amor, Mujeres asesinas, Montecristo, Doble venganza, Amas de casa desesperadas, Vientos de agua, Un cortado, Epitafios, Televisión por la identidad y El elegido, que en 2011 fue su último trabajo. En esa novela, Paola Krum interpretó a su hija que la recuerda así para LA NACION: “Hizo de mi mamá en El elegido, era muy amorosa. Divina persona y una actriz extraordinaria”.
María Carámbula compartió una novela con Capello y la recordó emocionada: “Puedo contar solo cosas lindas de ella. Era una persona alucinante, de espíritu joven porque se ponía a bailar en todas las reuniones y arengaba a todos. Tenía mucho sentido del humor y talento, ni hablar. Era una mujer especial. Una distinta. Era muy amena su compañía y su charla”.
María Fiorentino también trabajó varias veces con Capello: “La quise profundamente, nos quisimos mucho. Trabajé con ella hasta poco antes de que se fuera de este mundo y cuando me avisaron que se había muerto, lloré muchísimo con el compañero que me dio la noticia, pero a los diez minutos estábamos riéndonos y acordándonos de cosas que habíamos vivido con ella. Tengo muchas anécdotas pero quedan en la intimidad porque las vivimos así, tomándonos una copa”.
Le gustaba decir que siempre quiso ser “lo más común posible” y que buscaba sus personajes en la calle: “Ando mucho el barrio, hablo con la gente de cómo está el país, cómo están los precios. Me interesa mucho lo social, saber cómo está el otro, qué necesita, en qué puedo ayudar”.
Ganó varios premios, entre ellos el ACE por su trabajo en Agosto y un María Guerrero por su labor en El burgués gentilhombre y un Martín Fierro en 2007 por Teatro por la identidad.
Solía decir que era “especialista en personajes reaccionarios y en mujeres autoritarias porque en ellos están los mensajes más ricos y más claros”. “A mí me gustan porque son especie de bombazos que largás”, expresó en su momento.
Celosa de su intimidad, nunca hablaba de su vida privada, pero estuvo casada con el actor y director Rubens Correa, fue madre de Martina y abuela de Bruno y Candela.
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