El actor, que protagoniza una de las obras más exitosas de la temporada de Mar del Plata, recibió a LA NACION en plena playa para conversar sobre su presente personal, su oficio y trazar un balance a poco de cumplir 50 años
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MAR DEL PLATA.- Mientras conversa con LA NACION, se hidrata con agua. Por las condiciones del clima, pareciera ser una tarde de agosto que le puso un velo al verano. Frío, viento y olas de una altura que intimidan en el balneario del sur. Nada que asuste a Luciano Castro, fanático del mar y el surf, quien suele visitar estas costas durante todo el año.
Hoy, aunque sin prescindir de todo aquello, su presencia en Mar del Plata está impulsada por su trabajo en la comedia El beso, escrita y dirigida por Nelson Valente, donde comparte el escenario del teatro Lido con Jorgelina Aruzzi, Mercedes Funes y Luciano Cáceres.
“Siempre salgo a escena asustado, así que el aplauso inicial de la gente es una forma de tranquilizarme”, sostiene el actor. No miente. Cuando el cuarteto de actores pisa el escenario, el público estalla en una ovación. Fidelidad de fanáticos, que le dicen. “No sé cuánto dura ese primer aplauso, pero nos parece un montón, la gente es muy generosa con nosotros”, dice Castro, mientras saluda de lejos a Flor Vigna, su novia, quien pasea con su perro en un balneario vecino. La soledad de la playa, debido a lo inhóspito del clima, permite ver a la distancia.
-Alfredo Alcón sostenía que, antes de salir a escena, sentía bastante incomodidad, cierto temor.
-Pobre Alfredo, preferiría no compararme con él, dejémoslo descansar en paz. Antes de salir a escena, me pregunto, por qué me dedico a lo que me dedico si la estoy pasando mal.
El actor cuenta que, el día del estreno, le rogaba a una asistente que apurara los tiempos: “Le decía ´sacame ya a escena´. Es que no habíamos probado la obra con público, ni siquiera en los últimos ensayos, así que necesitábamos ver qué le pasaba a la gente”.
El material toma como eje las implicancias y consecuencias de la acción de besar. A partir de ese hecho tan cotidiano como trascendental se van modificando los vínculos de las dos parejas que conforman originalmente los cuatro personajes. “Meme Funes dijo que la obra era como un partido de vóley, donde todos teníamos un rol e íbamos rotando y que no podía decaer jamás”.
-Tu personaje se escuda en un porte de ganador, pero no deja de ser un antihéroe total.
-Es lo que me gusta hacer, porque, a diferencia de los ganadores, este tipo de composición es más cercana a la gente. Me resultan muy atractivos para componer aquellos que se creen héroes, pero que, rápidamente, queda en evidencia que son todo lo contrario.
-Cuando te llega una propuesta laboral, ¿qué evaluás primero, el dinero, el texto o los compañeros?
-Si tengo que poner un orden, arranco por el texto, pero, pegado a eso, me intereso por los compañeros. Tener la suerte de formar grupos es lo mejor que me podía haber pasado. El público ve una obra de una hora y media, pero los actores en temporada convivimos casi todo el día juntos.
Quien lo probó, lo sabe
Como en aquella frase esgrimida por Lope de Vega, en la pieza de Nelson Valente la acción de besar es un motor del engranaje dramatúrgico y le da sentido a una parte de la existencia de las criaturas de ficción. “Olvidate que lo dijo Lope de Vega, es así, todos lo sabemos, es la vida misma, para saberlo hay que probar”.
Desde ya, detrás del beso que se dan los personajes de Luciano Castro y Luciano Cáceres no deja de haber un insoslayable artilugio promocional, pero lo cierto es que, en el contexto del desarrollo de la acción, está por demás justificado y se trata de un momento muy alejado de morbos y erotismos para convertirse en un pasaje simpático y, si se quiere, hasta naif. “Ese beso está escrito en el libro, no fue un invento para llamar la atención. Lu (Cáceres) me facilita mucho las cosas, me propuso un juego casi ´chaplinesco´ que Nelson (Valente) aceptó. Eso genera la risa que descomprime el beso, no hay nada libidinoso o promiscuo detrás”.
-Al menos en los ensayos o durante las primeras funciones, ¿hubo algún prejuicio de tu parte? ¿Te costó hacerlo?
-Para nada, lo que nos costó fue ponerle el título a la obra. Había dos títulos y fue el autor el que decidió, no había discusión.
Castro habla del impacto que debe causar en una primera lectura el nombre de una obra y menciona a Desnudos y El divorcio, sus experiencias anteriores en la escena, tres comedias en torno a lo vincular.
-Decías, “para saberlo hay que probar”. ¿Te manejás así en todos los aspectos de la vida?
-Si no dejo que entre la duda, sí, y, en lo posible, trato de jugármela. Si sale mal, sale mal, aprendo. La duda mata al hombre.
Cosificación
Durante la temporada de verano pasada, Luciano Castro comentó en una entrevista con LA NACION que, si él hiciese lo que muchas mujeres le hacen cuando lo cruzan en la playa, recibiría una denuncia. La cuestión tiene que ver con un exceso de piropos o bien de hasta alguna “constatación manual” del estado de su musculatura. Algo de eso le sucedió cuando visitó un programa de televisión en Paraguay, país al que llegó de la mano de la gira de la comedia El divorcio, la que estrenó en Mar del Plata en diciembre de 2022. La conductora del ciclo rozó con su mano de manera naif al actor y lo elogió, algo que, en principio y según lo que trascendió, no fue bien tomado por Castro, seguramente con mucha razón.
“Todo se sobredimensionó, pobre chica. Ella me hizo una humorada y lo que yo le quería explicar fue que, esa misma humorada berreta, no la podía hacer, porque podría tener un problemón, pero no sucedió nada más, se agrandó todo”.
-¿Qué le decís a quien dice que tenés que soportar todo porque, a veces, exhibís tu musculatura o se han visto algunas escenas de cierta intimidad con tu novia?
-¿Vos estás de acuerdo?
-La cosificación puede ejercerse de uno u otro lado, también el afuera puede convertir en objeto al hombre.
-Yo puedo hacer con mi cuerpo lo que quiera y eso no da derecho a que nadie pueda venir a tocarme un pelo, así como si una mina anda en minifalda yo no puedo ir a tocarle el culo.
-La misma lógica se da hacia el hombre.
-Una mujer en minifalda no anda provocando y yo no ando provocando cuando me saco una remera, lo hago porque es mi trabajo. Cuando hago una campaña gráfica es porque me pagan para vender ropa interior. Cuando me pongo en cuero en una ficción es porque me lo pide el director y lo mismo en una obra de teatro, trabajo en eso. No camino en bolas por la calle. Hay que explicar pelotudeces. Repito, si una mujer sube una foto bailando sexy en una red social, eso no me da crédito a mí para poder hacer cualquier cosa. Uno puede hacer lo que quiera con su vida y eso no le da derecho al otro a que haga lo que quiera con la vida de uno. Mi novia hizo fotos eróticas para una página que se dedica a eso y nadie vino y la tocó en la calle o mientras estábamos cenando en algún lugar. Ni siquiera le han dicho una barbaridad a Florencia (Vigna). ¿Por qué ella hizo fotos eróticas le tenían que decir barbaridades? ¿No estamos deconstruyéndonos? Basta de discursos caretas, El beso habla de eso también. La obra muestra lo que pasa, aunque no se quiera contar, mostrar o asumir.
El actor se enerva ante el tema. Lo incomoda realmente. Hace una crítica a algunos abordajes periodísticos y vuelve sobre un concepto: “Entiendo las reglas del juego, pero yo también tengo las mías. De todos modos, jamás en una nota digo ‘de esto no hablo’”.
Tiempo de balance
A los 49 años, Luciano Castro está ingresando en esa convención catalogada como “la mitad de la vida”, como si todo el mundo llegase a los cien años o si no hubiese personas -cada vez más- que lo superen.
-¿Es tiempo de balance?
-Soy un completo afortunado, estoy en este ambiente desde que tengo 17 años y las veces que no trabajé fue por decisión. Jamás tuve un bache por no ser convocado. Me sucedieron cosas que, ni en mis mejores sueños, pensé que me podían pasar. Cuando decidí ser actor, me bastaba con poder vivir de la profesión. La primera vez que tuve un papel fijo, después de muchos años de pequeños bolos y de ir paso a paso, fue una locura.
Aquel programa fue Como pan caliente, una telecomedia que iba a primera hora de la tarde y estaba protagonizada por Mirta Busnelli, María Valenzuela y Marita Ballesteros. Previamente habían estado aquellos bolos (pequeños personajes que aparecían en pocos capítulos) y un debut con mucha fanfarria en Jugate conmigo, el ciclo dirigido a los adolescentes que conducía Cris Morena y donde él era uno de los carilindos del staff.
-Entonces, balance a favor.
-Mi balance es positivo y, de aquello negativo que me puso la vida por delante, siento que fui responsable y eso me alegra.
-¿Por qué?
-Porque pude cambiarlo. El error cometido por mí lo puedo modificar.
-¿Qué cuestión de la vida provocaste y luego te diste cuenta que te habías equivocado?
-Muchas veces hablo de más y mi temperamento me llevó a ejecutar cosas que no eran atinadas y, cuando fui a pedir perdón, no me lo aceptaron y tenían razón.
Costo y beneficio
Aún no sabe si la comedia El beso pegará la temporada marplatense con la de Buenos Aires o si, antes, realizará una gira por el país. “La gente de las provincias es maravillosa, muy afectuosa, te hacen regalos, pero sin pedirte nada a cambio, no lo hacen para que postees. Siempre estoy esperando el afecto y, luego, la bardeada, pero eso no llega nunca; lo pienso de desconfiado que soy”.
-Tu vínculo con el público es más aplomado, quizá tenga que ver con el paso del tiempo y en cómo eso redunda en cómo te parás en la vida actualmente.
-Me voy de las ciudades muy agrandado, es infernal lo que sucede con la gente. Son momentos muy hermosos.
A la hora de pensar en prioridades, reconoce: “Sé a qué darle la carga y la profundidad que tiene que tener. No le doy bola a todo, pero si me tengo que angustiar y darle paliza a eso, lo hago y, lo que no es importante, dejarlo pasar; te juro que tengo diez o quince minutos más tranquilos por día”.
-¿Qué te angustia?
-Algo que le pueda suceder a un ser querido. Pero también podría decirte que me molesta mucho la injusticia, saca lo peor de mí en cualquier momento y circunstancia. No tolero la injusticia y, sin embargo, vivimos rodeado de eso. Prefiero pasar como una porquería de persona y luchar contra alguna injusticia a dejar pasar algo que no me gusta para que digan que soy copado.
-Todo tiene un costo.
-Siempre se paga algo. Siento que la injusticia es premeditada, porque es algo que hace alguien para joder al prójimo. Eso me pega re mal.
Ficción, una quimera
-Volviendo al espectáculo El beso, hacer comedia, en un contexto de país tan angustiante como el actual, tiene un gran valor.
-En la vorágine de los ensayos, no lo había pensado, pero, el día del estreno, Jorgelina (Aruzzi), una número uno de Argentina haciendo comedia, nos dijo: “Somos privilegiados, hacemos reír”. Con eso tenemos una ficha ganadora.
-La sensación de percibir la risa del público debe ser una gratificación casi inexplicable.
-Cuando eso sucede, me siento generoso.
-¿Por qué?
-Porque siento que logré el cometido con la gente, que cumplí con lo que pidió el director y que lo hice en sintonía con mis compañeros.
-¿Con qué soñás en la carrera?
-Prefiero que me sorprenda la vida. Me gustaría hacer cine y ser reconocido por eso y no hablo de premios, sino de trabajar con algunos actores como Ricardo Darín, Mercedes Morán, Guillermo Francella, Diego Peretti, Rodrigo de la Serna, Leonor Manso. Pero no me aferro a los sueños.
-Se te ve mucho más plantado en escena.
-Estudié mucho, crecí, aunque soy muy crítico conmigo mismo. Aunque también aprendí que, si salió mal, al otro día vuelvo a hacer función. Antes me quedaba muy mal, me daba una bronca tremenda haber fallado.
-Por otra parte, llegás al escenario con la propia carga de lo que te sucedió durante el día.
-El teatro es sanador. En mi caso, después de un buen día, puedo hacer una función de mier..., pero cuando tuve un día complicado, me salen fabulosas. Al teatro podés llegar con cuarenta grados de fiebre y durante la función no sentís nada. Es mágico.
Tal su necesidad de estar conectado con lo que sucede en el entramado propuesto por Nelson Valente que, entre escena y escena, se cambia detrás de la escenografía. “Necesito seguir escuchando el cuento, no me puedo ir al camarín y relajar, tengo que estar concentradísimo y mis compañeros trabajan igual”.
-La televisión te dio una gran popularidad. Imagino que debe ser muy doloroso que no haya ficción en TV abierta.
-Creo que es una transición. Quizás la gente ya no se banca una tira diaria, porque se acostumbró a ver una historia cuándo quiere y donde quiere, así que hay que salir a competir desde la tele abierta al estilo de las plataformas.
-¿Cómo se hace?
-Quizás no habría que hacer tiras tan largas, sino historias con menos capítulos. Por otra parte, hoy hay menos plata, la pauta publicitaria bajó mucho. El otro día, el dueño de una marca muy importante me decía: “Tengo diez palos para poner, ¿lo pongo en una ficción o en un influencer al que nadie conoce por su nombre, pero lo siguen quince millones de personas?”. Tenía razón, pero estoy convencido que en materia de ficción somos los mejores de Latinoamérica; soy muy argento.
-Antes el actor tenía un interlocutor en cada canal o productora.
-Hoy no sabés con quién hablar, por eso empecé a tener representante.
-Se acabó Alejandro Romay.
-Lo que daría por un (Alejandro) Romay.
-Por otra parte, la gente quiere ver en pantalla a sus actores.
-No tengo dudas de eso. Me lo dicen permanentemente en la calle.
Por estas horas, se anunció que Polka, creada por Adrián Suar e ícono en la realización de ficción televisiva nacional, dejará de producir por un tiempo. “Si se ven las tiras turcas, quiere decir que hay una necesidad de ficción”, concluye el actor, intentando descular ese laberinto entre el deseo del público y los presupuestos acotados de la industria.
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