Lucía Bosé, la belleza italiana que modificó para siempre el perfil de la mujer española
Aunque fue Miss Italia en 1947, Lucía Bosé fue una figura amada y venerada en España; su protagónico de Muerte de un ciclista (1955), de Juan Antonio Bardem, la convirtió en ícono de uno de los clásicos del cine más importantes de toda la historia de aquél país. Para entonces, ya había protagonizado a la inolvidable Paola Fontana en Crónica de un amor, la ópera prima de Michelangelo Antonioni luego de rodar varios documentales, donde la cámara del genial director italiano retrataba en su magnético rostro la imposibilidad de vivir un amor prohibido. Le siguieron trabajos a las órdenes de Mario Soldati, Luciano Emmer, Giuseppe De Santis, Mario Bonnard y Jean-Paul Le Chanois, casi todas comedias que eran vehículos ideales para el éxito en plena posguerra.
Pero 1955 vio a Bosé convertirse en María José, que casada con Miguel de Castro (Otello Toso), tiene un romance con Juan Antonio Soler (Alberto Closas), y en uno de esos encuentros tan apasionados como secretos atropellan a un ciclista y se dan a la fuga. Muerte de un ciclista fue calificado como "gravemente peligroso" por una censura franquista que ya había propuesto varias modificaciones al guión al igual que Italia, y estuvo prohibida antes de participar en el Festival de Cannes, donde ganó el premio de la crítica. Pero para Bosé significó no solo un estrellato mundial de la mano del cine español sino también conocer al torero Luis Miguel Dominguín, con quien estuvo casa 12 años, por quien se radicó en España y con quien dio a luz a sus tres hijos: Miguel, Lucía y Paola.
Su primer hijo tuvo como padrino al mítico cineasta Luchino Visconti, quien fue su descubridor en una pastelería de Milán y con quien vivió un apasionado amor prohibido como el que la convirtió en leyenda al comienzo de su carrera. "En aquel momento me pareció un loco. Fue como un hermano, un amante. Di a Visconti lo que he dado a pocos hombres, un amor verdadero", dijo al presentar Fragmentos, un libro de memorias escrito por Roberto Liberatori el pasado mes de Octubre en Roma. Su casamiento con Dominguin también fue su primer alejamiento del cine: luego de rodar Cela s'appelle l'aurore, uno de los films más olvidados de Luis Buñuel, y de aparecer en El testamento de Orfeo, de Jean Cocteau sin figurar en créditos, recién regresaría a la gran pantalla una vez separada del afamado torero español.
Desde entonces se sucedieron muchas películas para ella, desde una comedia con Alfredo Landa donde hizo de monja hasta una experiencia entre el horror y la experimentación autoral de la mano del catalán Pere Portabella, antes de un retorno al cine italiano. Allí, en su país natal, tuvieron lugar otros de sus importantes trabajos, como Bajo el signo del escorpión, con la dirección de los hermanos Taviani, compartiendo el protagónico con Gian María Volonté, e indudablemente su rol de la matrona en Fellini-Satiricón, que le valió su primera nominación a los premios del Sindicato de Críticos Cinematográficos de Italia como mejor actriz de reparto. Al año siguiente, en 1971, repitió su aspiración al galardón en la misma terna, pero con otro gran título como Metello, de Mauro Bolognini. Entre medio retornó a España donde protagonizó Del amor y otras soledades, de Basilio Martín Patiño, junto al argentino Carlos Estrada.
En la década del setenta su carrera daría un vuelco y participaría de películas del giallo italiano como Qualcosa striscia nel buio, La orgía del sexo, de Beni Montresor, o La casa de las palomas, conocida aquí como La seducción. Sus últimos trabajos destacados para la pantalla grande llegarían de la mano del cine italiano con Crónica de una muerte anunciada, de Francesco Rosi, El último harén, suerte de continuación del éxito de Ferzan Ozpetek El baño turco, y El virrey, de Roberto Faenza.
Si bien se la conoció en sus comienzos como "una señorita de Milán", por su perfil tradicional de joven burguesa que tan perfectamente entregaba a la pantalla grande y le había ganado con su belleza a Silvana Mangano y Gina Lollobrigida aquél premio italiano a la belleza perfecta de la juventud, no protagonizó Arroz amargo porque era demasiado subida de tono. Todo eso, junto con un casamiento en Las Vegas anunciados por correo, escándalos familiares, un museo dedicado a los ángeles que abrió y cerró en quiebra, y penosos juicios por la potestad de un dibujo de Picasso vendrán con el tiempo de una larga vida que coronó en sus últimos años su magnética presencia asociada a una fulgurante melena azul.
De la mano de Miguel Bosé puede decirse que su icónica presencia en España nunca desapareció del todo, pero Lucía Bosé cambió definitivamente el perfil de la mujer española y deja un legado de artistas donde su nombre continuó resonando hasta hoy, cuando fue su hijo el encargado de dar la noticia de su definitivo adiós.
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