Juan Palomino, su papá José y sus hijos Sofía y Aarón bucean en sus propias historias y descubren el origen del deseo que los llevó a elegir ser actores
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Sin ninguna otra pretensión más que ayudar a su hijo Juan a sentirse parte de la juventud platense de fines de los años 70, José Palomino Cortéz le sugirió que estudiara actuación. Juan Palomino, que había nacido en La Plata pero pasó sus primeros 14 años en Perú y se sentía un forastero, le hizo caso. Ninguno de los dos imaginó que el padre le estaba abriendo a su hijo las puertas de un mundo que marcaría su destino para siempre. Y esa invitación también marcaba el rumbo de sus descendientes. Hoy, Sofía Palomino y Aarón Palomino, nietos de José e hijos de Juan, son actores. LA NACION conversó con las tres generaciones en la Casa del Teatro. Allí vive José, su familia fue de visita, y durante la charla intentaron armar el rompecabezas de sus vidas y descubrir qué los llevó a todos a elegir el camino del arte.
El primero fue Don José, que hizo teatro vocacional y su debut como profesional fue ya de adulto. Luego Juan entendió que lo suyo estaba en el teatro, el cine y la televisión; y finalmente sus hijos, que crecieron entre bambalinas y sets de grabación, sintieron que el camino era el mismo.
Juan rememora el momento en que José le dio la idea: “mi papá me impulsó a estudiar actuación como una especie de terapia, porque estaba muy aislado, muy metido para adentro después de haber vivido muchos años en Perú, y no podía relacionarme con gente de mi edad. A mí nunca se me hubiese ocurrido –se sincera–. Yo estaba rindiendo las equivalencias para estudiar medicina y mi padre, que era visitador médico, pasó por la escuela de teatro de La Plata y me sugirió que me anotara, porque me gustaba mucho el cine, y de chiquito jugaba solo, haciendo personajes. Fue la mejor propuesta que me pudo haber hecho, la mejor apertura e impulso. Y fue hermoso porque me encontré conmigo mismo en una época difícil. Entonces, empecé a dejar de ver cine para ver películas, a correrme de las historietas para sumergirme en los clásicos de la literatura, a leer entrelíneas la historia contemporánea. Mi padre tuvo que ver mucho con este mundo nuevo que se me abría, pero cuando le dije que iba a dejar mis estudios de locución, que me bancaba él, me contestó: ‘okey, gracias por tu honestidad, te abro la puerta, andá a buscar tu destino y dedicate a la actuación si querés, pero yo no voy a contribuir a esa historia tan particular’. El mensaje era: ‘yo te abrí la puerta para que estudies actuación pero no para que fueses actor’. Mi viejo me invitaba a hacer lo que quisiera y a buscarme un trabajo porque él no me iba a bancar. Si hoy hiciera eso con mis hijos me dirían que soy un desalmado, y yo le agradezco a mi padre esa posibilidad de permitirme ser independiente”, asegura el actor que por estos días ensaya Ocho cartas para Julio, que estrenará en octubre con una función en la AMIA, mientras espera el estreno de la serie Maradona, sueño bendito, el 29 de octubre, por Amazon Prime Video, y de Yo nena, yo princesa, una película sobre las infancias trans.
José también recuerda ese momento de sus vidas: “te dije que tenías que buscarte la vida porque vivíamos a 15 kilómetros de La Plata, en Melchor Romero, e iba a ser realmente difícil seguir afrontando tu profesión de actor. Y te conseguiste un trabajo en el neuropsiquiátrico de Melchor Romero. Pensaba que con el teatro no se podía sobrevivir, y menos aún vivir. Con el correr de los años no sólo hiciste lo tuyo sino que dejaste una escuela de teatro en el hospital y todavía sigue en funcionamiento. Solo abriste las alas, solo volaste y solo te reafirmaste”, dice sin disimular su orgullo.
Los dos hijos mayores de Juan siguen sus pasos. Sofía Palomino tiene 31 años y, a los 16, decidió que ese, quizá, podía ser su camino. Empezó a formarse y a trabajar, y lo sigue haciendo. La mamá de Sofía, Adriana Ferrer, también es actriz y tuvo mucho que ver en su decisión. Por su parte, Aarón Palomino tiene 23 años y está dando sus primeros pasos en televisión y en cine, aunque empezó a formarse cuando terminaba la escuela secundaria. También su mamá, Sabrina Kirzner, tuvo que ver con su definición, pues su metier es formar actores para trabajar frente a cámaras y durante muchos años fue directora de casting de Pol-ka. “Si bien mis hijos tienen una identidad propia, creo que hay un valor que ha generado cada uno a partir de esta experiencia de percibir el oficio de distintas formas. En el caso de Sofía, desde chiquita nos acompañaba a la mamá y a mí al teatro, a estrenos, filmaciones, festivales de cine, sets de televisión, y hasta llegó a dormir en los camarines del teatro San Martín. Tiene una percepción del oficio que no tiene Aarón todavía, ni su hermana Floreana, que es una apasionada del cine y vive en Brasil”, reflexiona Juan.
El origen
La génesis, supone Juan, “es el cine que vi en Cuzco, porque no había otra forma de entretenimiento. Y también James Dean, a quien vi en Al este del paraíso, la película de Elia Kazan, y dije: ‘¡qué hermoso actuar así!’. Pasó el tiempo y volví a la Argentina, el país en el que nací, y estaba desarraigado como James Dean, miope como lo era él, y con la particularidad de la adolescencia, así como también transitó él. De alguna manera, eso me permitió tomar este oficio como forma de vida y se lo agradezco a mi padre y a las circunstancias”.
Pero el origen de la dinastía Palomino de actores se remonta a mucho antes del nacimiento de Juan, cuando José emigró desde Perú para estudiar medicina y conoció a la mamá de sus hijos. “Apenas llegado a la Argentina, en 1956, un compañero que no era teatrista ni actor, hizo una obra de teatro que presentamos en el Coliseo de La Plata, El tungsteno, de César Vallejo. Hice el papel de abogado y me di cuenta de que quizá podía ser actor”, rememora José Palomino, en su hogar de La Casa del Teatro. “Pasó el tiempo y volvió a aparecer la inquietud en la ciudad del Cuzco, en 1966, cuando hicimos Cafetín de Buenos Aires, con Antón Ponce de León. Yo hacia el papel central, de un mozo metiche, y era para la televisión, en vivo. Años más tarde, cuando muchas veces acompañaba a Juan a las notas que le realizaban, y posiblemente en un estreno, Rodrigo Moreno me convocó para hacer una película. Me sorprendió, pero al mes me llamó y arreglamos”.
Por su parte, antes de ganarse la vida como actor, Juan hizo muchas otras cosas y en algunas de ellas, el arte estaba presente. “Fui sereno en un psiquiátrico, enfermero en rehabilitación, repositor en un supermercado, ayudante de albañil, ayudante de mecánico en un taller. Cuando me casé con Adriana, la mamá de Sofita, yo trabajaba en un neuropsiquiátrico y ella en una metalúrgica y ambos estudiábamos actuación. A los 23, formé un grupo de teatro, que todavía prevalece, en el Hospital Alejandro Korn con el doctor Polo Lofeudo, mi tío lejano. Un día los llevé a actuar al teatro de La Plata, sotto voce y cual Atrapado sin salida, y los devolví sanos y salvos al hospital; se enteraron al día siguiente, por el diario, que los pacientes habían salido. Ese tipo de situaciones te van construyendo como individuo. A mis hijos les pasan otras cosas pero tienen el sentido solidario, y el espíritu de la curiosidad”, describe el actor y se apresura a contar que Sofía ya encontró el punto exacto de lo que es la construcción de un artista. “Ella actúa, dibuja, escribe, fotografía. Creo que siempre supo qué quería ser, pero como todo adolescente busca despegarse de la imagen de los padres. Además padeció mucho mis minutos de fama como galán. Y Aarón está haciendo su camino, y me sorprendió gratamente cuando hicimos el corto La misma mirada [de Guido Simonetti], que habla de un tema durísimo. Cuando lo vi confirmé que ahí había un actor. Me he dado el gusto de trabajar con mi papá y con mis hijos. Con mi papá hicimos América tan violentamente dulce, en teatro, y luego Lo que mata es la humedad en el Cervantes. Y en cine hicimos La revolución es un sueño eterno, y aparece en algunos fragmentos de la película Diablo. Con Sofi trabajamos en la película Kryptonita, en la serie Nafta súper; y con Aarón, en La misma mirada, un film sobre la violencia de género. Es muy gratificante compartir con ellos y quedar en la imagen, contando historias. Me hace muy feliz”.
-¿Qué pensaste cuando tus hijos te plantearon que querían ser actores?
–En principio les pregunté por qué querían ser actores, si es por ser famosos, ganar dinero, porque puede suceder o no, o para contar historias. Sofía creció en una familia de actores que por momentos tenían que hacer otra cosa para vivir, y también fue testigo de mi fama. Aarón vivió otra realidad, la de su madre que trabajaba en Pol-ka, la de su tío Adrián (Suar) que construyó la productora y le cambió la imagen a la televisión en la década del 90, y todo el universo que hay alrededor. Por otro lado, un padre que vive como actor, va de vacaciones en auto a Córdoba y no en vuelos privados. Yo les decía que uno puede ser actor y no famoso, pero sigue siendo actor. Y les conté la anécdota que viví filmando en Angola con un actor al que le pregunté cómo hacía para vivir y me respondió que era militar, teniente del ejército, y que el teatro lo salvó, después de 30 años de guerra civil. Claro, es un actor que se ganaba la vida como soldado. Porque uno puede trabajar en un banco y ser actor también. Se puede ser actor mas allá de vivir de la profesión, y quizá no sean conocidos. Yo siempre creí que iba a vivir de mi profesión y no imaginé que la vida me iba a sorprender siendo galán de televisión, con un recorrido en el oficio. He sido un privilegiado y lo sigo siendo.
Sofía, la intelectual
Hija de Juan y de Adriana Ferrer, cuando era chica, Sofía renegaba de la profesión de sus padres pero, a los 16 años, cambió de opinión, empezó a estudiar actuación y, a los 19, hizo su primer trabajo como actriz. “No lo tenía clarísimo para nada pero cuando mis amigos, que hacían teatro, me invitaban a sus muestras de fin de año, yo me daba cuenta de que tenía un criterio sobre la actuación, el teatro y el arte, que venía intrínsecamente en mí. No estudié actuación de chica, porque estaba bastante cansada del hábito de tener que ir al teatro con mis papás, para acompañarlos. Eso me alejaba del placer del teatro”, reflexiona Sofía Palomino.
–¿Qué te hizo cambiar de opinión?
–Ver a mis amigos en sus muestras y darme cuenta de que tenía un criterio. Ahí solita me pregunté por qué criticaba en lugar de probar. Y a los 16 años empecé a estudiar en la escuela de Nora Moseinco y con Nayla Posse también, en el centro cultural del barrio; dos lugares muy distintos. Con el tiempo me di cuenta de que lo que más me interesa es el cine. A los 21 años hice un protagónico en el Teatro San Martín, dos años después una tira en Canal 7 y entendí que no estaba preparada para trabajar en ese ritmo, sino que necesitaba experimentar más. Fue un quiebre, estudié con Federico León, un director muy experimental, y entré en un lenguaje muy profundo. Trabajé de niñera, camarera, en el Ministerio de Cultura haciendo producción de teatro, fui asistente de dirección del San Martín, en el Festival de Cine de Mar del Plata como productora, y en 2016 empecé a protagonizar películas y a trabajar con directores interesantes. Ahí se alineó algo del disfrute y el trabajo. Todo eso me ayudó a crecer artísticamente. Me gusta actuar cosas que me representan, y poder profundizar.
A Sofía no le pesa la mirada profesional de sus padres porque dice tener más problemas en temas existenciales y del corazón. “Hago terapia desde los 15 y ya no les reclamo nada pero las tensiones tienen más que ver con heridas familiares prehistóricas y no con la profesión. Hablo mucho con los dos. Mi mamá es un pilar fundamental y me ayuda a pasar las escenas, a estudiar los textos, porque ella también es docente. Comparto una relación de mucha amistad con ambos. Mi abuelo es un bohemio absoluto, y fue haciendo lo que la vida le fue presentando, todo con mucha pasión. Locutor, poeta, recitador, actor, es difícil de encasillar. Mi abuelo es un referente del amor y de la intensidad. Nos une el amor por la poesía. A partir de ahí, amor por el cine, la literatura... Siento que somos bastante consecuentes con lo que somos internamente y externamente, aunque tenemos contradicciones claro”, piensa Sofía, que acaba de terminar de filmar para Disney + la serie El encargado, con Guillermo Francella, dirigidos por Gastón Duprat y Mariano Cohn. A su vez, está en pleno rodaje de la tercera temporada de El jardín de bronce.
El camino de Aarón
De chiquito, Aarón Palomino supo que lo suyo era el mundo del espectáculo. Lo lleva en la sangre: papá actor, mamá formadora de actores, sobrino de Adrián Suar, tíos y primos actores y productores. “Vengo de una familia muy metida en el ambiente. Estudié actuación con Hugo Midón, después dejé un tiempo largo pero me seguía gustando el teatro, y acompañaba a mi papá al set o iba a verlo a los ensayos. Cuando terminé el colegio retomé las clases con Nora Moseinco, y estudié también en Timbre 4, hice cursos de actuación frente a cámaras y ahora quiero comenzar de nuevo. Lo disfruto y cada día más”, cuenta.
–¿Cómo fue compartir con tu papá el rodaje del corto La misma mirada?
–Lo filmamos en julio pasado, dirigidos por Güido Simonetti, y hace foco en un chico que nace de una violación. Está bueno porque es un tema que no se suele tocar y va a dar que hablar. Tuvimos varias escenas con papá, que disfrutamos un montón. El día del ensayo estaba muy nervioso pero no estaba viendo a mi papá, sino en modo profesional. Me dije: “separemos las cosas, estoy con Juan Palomino” e intenté ser lo más profesional posible. Y cuando filmamos, los nervios desaparecieron, me solté y estuve tan relajado y tranquilo que pude disfrutarlo. Quedó buenísimo. Creo que a mi papá le gustó, porque me felicitó.
Aarón, que está dando sus primeros pasos en la profesión, hizo un personaje en ATAV, Argentina tierra de amor y venganza. “Ya había hecho participaciones muy chiquitas en Alguien que me quiera y Guapas, pero era más chico. Ahora estoy grabando La 1-5-18 con un lindo personaje y estoy muy contento. Siempre les pido una devolución a mis padres y quiero que me digan la verdad, que no me mientan. Siempre me apoyan, pero también soy autocrítico”.
Dice Aarón que en las juntadas familiares, de ravioles o asados, se enganchan hablando de arte, teatro, cine, política, de la familia, de todo. “Mantenemos una relación muy linda. Tener una charla con mi papá es muy interesante y aprendo un montón. Lo mismo con Sofía, que me recomienda lugares para ir a estudiar actuación y yo le pido opinión cuando hago castings. Sofi es una gran actriz que me ayuda siempre”.
José también tiene su propia mirada sobre la continuación de los Palomino en la actuación: “tenía siempre la ilusión y la esperanza de que Sofía pudiera y debiera seguir esta carrera, porque tiene los cromosomas paternos y maternos de gente de teatro. Es una gran artista. Y Aarón lo mismo, aunque no mostraba signos de manifestación teatral, pero aparecieron y se está empezando a consolidar como un actor. Y Floreana, la hija menor de Juan, es una apasionada del cine; yo creo que va a ser una intelectual”, resume.
Las tres generaciones aprovecharon el encuentro y se quedaron conversando, intercambiando anécdotas, recuerdos y risas.
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